Las cosas que sucedían en los cuentos que leímos allá en nuestra niñez pueden tener lugar en la vida real. No hay que echarle tanta fantasía como pudiera parecer.
Qué mujer no se ha sentido en muchas ocasiones Cenicienta, siempre atareada con las faenas de la casa, sin tener nunca descanso ni sentirse valorada. No es difícil encajar la figura de la madrastra y sus hijas con un marido exigente y tiránico, o unos hijos caprichosos y egoístas. Por qué no salir una noche loca vestida con un traje maravilloso y unos zapatitos de cristal, o mejor de metacrilato, que es más resistente. Lo malo es tener que regresar precipitadamente a medianoche para evitar que se deshaga el encantamiento. Las cosas buenas que duran tan poco no merecen la pena. El príncipe no deberia ser engañado con estos trucos de prestidigitación, pues no tendría que importarle que el objeto de su amor tuviera procedencia plebeya. Hasta nuestro príncipe se casó con la chica del telediario.
Y quién no se ha sentido alguna vez Blancanieves, con una madrastra que solo desea tu mal, envidiosa y despiadada. Un psicólogo seguramente le diagnosticaría algún complejo de inferioridad, y paranoia. Si necesita eliminar del mapa a una frágil damisela para sentir que es la mejor es por lo insegura y lo infeliz que es. Qué tendrán las madrastras que en todos los cuentos se las retrata tan malignas. Esta señora bien podría ser una cuñada envidiosa, una suegra celosa, o una jefa que cree que le puedes hacer sombra. Cierto que se disfrazan de seres débiles e indefensos para dar la manzana envenenada sin levantar sospechas, pero ya puestas a ser perversas lo interesante sería actuar sin tapujos. Es entonces cuando a la pobre Blancanieves le crecen los enanos. Los problemas nunca vienen solos, sino de siete en siete, número bíblico por excelencia. Pero son tan monos estos siete enanos que le han crecido que da lástima querer deshacerse de ellos.
Qué mujer no ha tenido la visión romántica del príncipe azul (ignoro por qué siempre tienen que ser de este color), besando a la Bella Durmiente para despertarla de su sueño centenario. En el cuento que yo leía de niña él era tan apuesto y gallardo, y ella tan hermosa con su mata de pelo largo, rubio y ondulado, los labios rojos y los ojos tan azules, que no era difícil que se convirtieran en el prototipo del amor ideal. Lo que si me escamaba era que ella no envejeciera, y que resistiera tanto tiempo inmovil sin que el cuerpo se le entumeciera. Y lo peor era el hecho de que los habitantes de su reino durmieran al mismo tiempo que ella, y en las posturas mas inverosímiles, allí donde les hubiera pillado el encantamiento. Cuánta incomodidad. Me parecía injusto que todos tuvieran que correr la misma suerte, pero para eso han existido siempre los siervos y los vasallos.
Aquel que hubiera perdido a su madre o hubiera sido separado de ella, bien podria haberse sentido como Bambi o Dumbo, cuentos que es dificil que resistan las lágrimas por lo conmovedores que son, y también lo edulcorados. El desamparo del que aún es un niño, sometido a las crudezas de la vida sin entrenamiento previo, cuánto se asemeja a la realidad en tantos lugares del mundo.
Los superhéroes de los comics también tienen su correlato en los cuentos infantiles con Robin Hood. Es el Curro Jiménez de la factoría Disney, el ladrón que roba para dárselo a los pobres, el proscrito que redistribuye la riqueza de una forma peculiar. Debería practicarse mas a menudo.
Peter Pan conozco yo a unos cuantos. Bien está ser como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos, pero todo tiene un limite. Si eso sirviera para conservar la juventud no estaría mal, pero no querer crecer cuando ya se pintan canas es un poco lamentable. Tengamos eso sí un pensamiento alegre, no hace falta ser Peter Pan para tenerlo.
El flautista de Hamelin bien podria ser cualquier político y demás trileros en general que, tocando su instrumento hechizante, consiguiera embaucarte para que le sigas allá donde él quiera. Aunque dicen que hay melodías lo bastante interesantes como para resistirse a su influjo.
Y qué mujer no ha besado alguna vez a alguna rana esperando que se convirtiera en príncipe. Todavía no nos hemos enterado que el que es rana no va a dejar de serlo por mucho que nos empeñemos en besarla. Aceptemos a las ranas como son y no pretendamos cambiarlas. O mejor, aceptemos nada más que a los príncipes y desechemos a las ranas directamente.
Cuidado con los lobos que se disfrazan de corderos para comerse a Caperucita. Eso de que se comiera a la abuelita me pareció siempre de un mal gusto incalificable. Aunque ahora hay pocas Caperucitas que se dejen engañar, y muchos lobos que estan deseando que les den la manzana, la miel y el trozo de pastel de la cestita (o lo que fuera que llevara alli), porque ya puestos vamos a hacer la merienda completa. Cuánta truculencia.
Lo que no querría es tener 101 dálmatas en mi casa, ni caer bajo los hechizos transformantes de Merlin, ni ser como el gigante Gulliver en un país de gente diminuta empeñada en atarme con cuerdas, ni pequeñita como Pulgarcito. Yo me sentiria cómoda en algún cuento de Beatrix Potter, viviendo en una de sus granjas en medio de maravillosos parajes campestres y rodeada de dulces animales domésticos.
La vida puede ser como un cuento, solo hay que echarle un poco de imaginación. O echarle mucho cuento.
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