Hace unos días, cuando fui a ver A tres metros sobre el cielo con una amiga, película que está tan de moda ahora sobre todo entre el sector juvenil, no pude salir de mi asombro. El cine estaba lleno cómo no de quinceañeras y algunas veinteañeras también, aunque todas se comportaron de forma parecida. Cuando se estaba terminando el film, que llegó a su momento más dramático (o melodramático diría yo), y se veía sufrir en pantalla al apuesto protagonista (este actor lo hace mucho mejor que cuando trabajaba en Los hombres de Paco), de repente una multitud de sonoros y angustiosos sollozos se dejaron oir aquí y allá por todo el local. A nuestra izquierda estaban sentadas como media docena de adolescentes, y una de ellas en particular era incapaz de contenerse de la tensión nerviosa que tenía. Sus amigas intentaron calmarla, incluso la regañaron un poco, pero en vano. El cine entero era un estertor convulso de damiselas compungidas hasta el paroxismo, que a cada nueva desgracia acaecida a su ídolo (y fueron unas cuantas muy seguidas en el último cuarto de hora que duraba la cinta), reaccionaban al unísono movidas por un frenesí transitorio que no fue a más porque la película no duró más tiempo, y que se prolongó cuando se encendieron las luces y se dio por concluida la sesión. Muchas salían bañadas en lágrimas, con los pañuelos cubriéndoles los ojos y diciendo entre hipidos cosas como “Jo tía, qué mal” y otras perlas por el estilo.
El fenómeno de las fans ya ha dado mucho qué hablar en el mundo de la música. Todos sabemos las que se organizaban en tiempos de Los Beatles y de Elvis. Keith Richards lo describe muy bien en un libro que ha escrito sobre su vida y sus experiencias con los Rolling Stones: “A los diez minutos de salir al escenario empezaban a pasarnos por delante los cuerpos inertes de fans que habían perdido el conocimiento de la emoción, eso no fallaba. A veces incluso las dejaban poco menos que apiladas a un lado porque había demasiadas, ¡era como el puto frente occidental! (…) Me acuerdo de salir al escenario cuando ya habíamos terminado y la sala estaba vacía, ya habían recogido la ropa interior que nos habían tirado y demás. Andaba por allí un empleado ya mayor, el vigilante nocturno, que al verme me comentó: “Muy buena actuación, no ha quedado ni una sola butaca seca” (…) Aquellas tías se agolpaban allí abajo, sangrando, con la ropa desgarrada, las bragas meadas…”
Él recordaba con pavor las veces que en alguna ocasión las fans lo rodearon y casi estuvieron a punto de matarlo, tal era el frenesí que se apoderaba de ellas. Se preguntó más de una vez qué era lo que las empujaba a comportarse así, si admiración, lujuria o que simplemente habían perdido el norte y ni ellas mismas sabrían explicar lo que les pasaba.
Este es un tema que siempre ha despertado mi curiosidad , y parece ser que tiene mucho que ver con una escasa autoestima personal y un cierto vacío vital. Al admirar a una celebridad se establece una relación parasocial que no está sometida a las cargas emocionales de las relaciones personales convencionales: no hay miedo al rechazo, no existen obligaciones… Es una ilusión por la que se cree que se tiene una relación con el personaje, alguien a quien se admira y que parece corresponderte afectivamente entregándote su arte (su música, su interpretación). Esto puede llegar a influir y cambiar la vida de la gente.
La baja autoestima se debe a que las personas desean ser mejor de lo que son o no se sienten lo suficientemente bien consigo mismos. Las celebridades se convierten en lo más parecido a su yo ideal.
Pero desde luego también hay un fuerte componente de represión sexual, a la que las mujeres somos más vulnerables por la educación que hemos recibido desde que el mundo es mundo. Estos momentos sirven para desatar todo aquello que las convenciones sociales obliga a mantener oculto. El ídolo es además un modelo masculino ideal e inalcanzable que se cree excepcional: va a ser difícil que podamos conocer a alguien así en nuestra vida corriente, lo que hace que el poco tiempo que pasemos con él sea único y limitado, y esto genera una gran ansiedad. Las fans se vuelven muy agresivas, posesivas, celosas, se hacen daño a sí mismas y al objeto de su adoración si se pone a su alcance, aún sin ellas quererlo. Hay una película, Casi famosos, que refleja muy bien todo este mundo.
Siempre me ha parecido un poco lamentable este fenómeno, se pierde por completo la dignidad personal. Hay un gran vacío afectivo y de valores en el mundo actual, y no es difícil imaginar por qué suceden estas cosas. Todos hemos tenido alguna vez alguien a quien admirar y con cuyo talento hemos disfrutado, pero con un control.
Que el fenómeno se de sobre todo entre la gente joven se debe sin duda a que su personalidad aún se está conformando, y se crean unas expectativas y unas emociones que superan el mundo consciente, lo racional.
Sólo sé que después de lo que vi el otro día en el cine, siento incluso lástima por ellas, pobres, porque sufren de una manera desaforada por cosas que son ficticias. Aunque me parece que lo pasan muy bien sufriendo, qué gusto de dolor.
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