viernes, 10 de diciembre de 2010

Thelma y Louise

Si hay una película que me levanta ampollas morales siempre que la he visto es Thelma y Louise. Dicen que se ha convertido en todo un símbolo para el feminismo, y que costó bastante que alguien la quisiera producir porque el tema resultaba difícil y no muy comercial, alejado de los cánones habituales en Hollywood. De hecho despertó mucha polémica en su estreno, pues nunca antes se había abordado tan abiertamente un hecho corriente como el que dos mujeres quieran reivindicar sus derechos y defenderse de la agresión machista, usando un medio nada corriente como es el de las armas.

En esta historia, lo que empieza siendo nada más que la huida de dos mujeres desesperadas hartas del maltrato a las que las someten sus parejas, termina convirtiéndose en una auténtica odisea, recorriendo kilómetros a través de las típicas e interminables carreteras que atraviesan los desérticos parajes entre estados que hay en Norteamérica., y en la que suceden cosas que ni ellas mismas hubieran imaginado, final incluido.

A simple vista quizá el tema parece que se ha planteado de forma exorbitada, pero es tan real como la vida misma. Que dos mujeres que pretenden llevar una vida normal acaben modificando su conducta en una espiral de violencia creciente, inducidas por las agresiones físicas y psíquicas de que son objeto por parte de los hombres, es algo que puede llegar a suceder, que de hecho sucede y que, desde luego, es muy desalentador.

Este comportamiento machista, que aún permanece en gran parte del mundo, y que se acepta como algo normal por la costumbre, cada vez nos resulta a nosotras sin embargo más incomprensible y difícil de soportar. El hecho de que dos mujeres no puedan viajar solas, sólo por ser atractivas, sin que haya algún tío que en un momento dado se vea en la obligación de molestarlas, es algo que me enfurece sobremanera, más que nada por lo corriente del hecho en sí, y no por ello menos inaudito.

Todas sabemos bien cómo se sienten ellas. Qué mujer no tiene que aguantar cosas así todos los días: por la calle, en los transportes públicos, en cualquier momento o situación. Hasta el simple piropo, tan utilizado en nuestro país y generalmente aceptado por casi todas las españolas como algo establecido y muy de aquí, en realidad es una afrenta más. Me da igual que sea bonito o una grosería. Como decía Louise en la película a un camionero con el que se topan en la carretera en dos ocasiones y que no deja de ofenderlas con su lenguaje procaz, al preguntarle por qué hablaba así a unas mujeres que no conocía de nada, que qué derecho creía que tenía para dirigirse a ellas de esa manera. Y el tipejo todavía ponía cara de no entender nada, como si le estuvieran hablando en un idioma que no fuera el suyo. Por eso, cuando la emprenden a tiros con su camión cisterna y termina volando por los aires, es en realidad una escena triunfal que me produce una euforia salvaje, es darle su merecido, hacer justicia, o tomarse la justicia por su mano ya que nadie parece capaz de impartirla. Y al final resulta tan ridícula la reacción del individuo, que mueve más a risa que a otra cosa, una risa algo esperpéntica quizá.

A las mujeres nos ponen a prueba los hombres todos los días desde la niñez. No quiero ni pensar cómo será la situación en países donde se nos aplican leyes terribles.


La forma como acaba Thelma y Louise es sin duda controvertida. Yo posiblemente lo cambiaría si pudiera, pero hay que ponerse en su lugar, que es el lugar al que se llega cuando te ponen en el disparadero, cuando eres víctima de la incomprensión, la violencia sea cual fuere, y la desesperación. A veces parece que sólo cabe una solución radical: la vida o la libertad, ya que ambas cosas no son posibles. Si lo piensas fríamente se puede terminar de otra manera, pero si lo piensas en caliente no es difícil comprender el desenlace. Ellas no deberían haber saltado por ese precipicio, aunque fuera para poner fin al sufrimiento y la injusticia infinitos que las acechan. Nuestras esperanzas parece que se acaban con ellas con ese descenso mortal al vacío. Por qué renunciar a todo como si no tuviéramos derecho a nada sólo por haber nacido mujeres. Me hubiera gustado poderlas sujetar en el aire y no dejarlas caer. Las habría llevado a otro sitio, a un lugar lejano en el que estuvieran a salvo de ningún mal. Aunque ¿hay realmente algún lugar así?.

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