jueves, 29 de marzo de 2007

El voto perpetuo

No me gustan los partidos
porque indican división.
Votar SI, votar NO
¿o votar abstención?.
Democracia es un partido
bueno o malo ¡yo qué se!.
En época de Jesús
fue democracia también
y fue el pueblo quien al unísono
dijo: "¡Crucifícale!".
¿Esto es libertad?. ¡Qué pasa!,
¡qué pena de libertad!.
Yo prefiero estar callada
y pregonar nuestra paz.
Nací con la paz sosegada,
he visto y crecido con el pueblo español.
El nivel de vida ha aumentado,
ya que de comer cocido se pasó al televisor.
¡Ya lo sé que trabajando,
pues no faltaría más!.
Como que a esos vinimos a este mundo,
a vivir, morir y ..... a trabajar.
No hay que esperar a que nos caiga
un día el gordo o la quiniela
u otro premio especial.
Hay que sudar el pan que nos comemos,
que sabe mejor que la langosta o el caviar.
Eliminar cosas pues sí,
ahora mismo las voy a enumerar:
el enchufe, la palmadita, el cambiar de chaqueta....
el sobornar.
La corbata por el jersey NO
porque el hábito no hace al monje,
y si no que lo diga ¡Sandokán!.
El destape me parece absurdo,
con guión o sin guión,
porque se ponen tres puntos ...
y se sigue a continuación.
Votar SI, votar NO.
Tenemos que madurar,
yo votaría taca-taca
pues no sabemos andar,
más tarde, quizá podamos
opinar con más criterio.
Somos niños inseguros
¡no tenemos magisterio!.
Copiar de otros países
me parece una burrada
porque entre huelgas y bombas
se pasan la temporada y....
bien que vienen a España a tostarse
y descansar y a comer nuestra paella
que nos sale colosal.
Yo como española opino.....
si es que puedo opinar,
¡que me gusta el piropo,
pero que sea formal!,
que la mujer siga siendo.... mujer
y que se la deje hablar siempre y cuando
no hable siempre de la reforma
¡constitucional!.
Este poema lo escribió mi madre cuando empezaba la democracia. Algunas cosas, como lo de las huelgas y las bombas, ya las anticipaba ella.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Una nueva vida

La maternidad, que es un acontecimiento natural y frecuente en la vida de una mujer, se convierte con los métodos que existen hoy en día en los hospitales, en una auténtica tortura.
Bien es sabido que dar a luz un hijo es un proceso largo y penoso, en el que el único paliativo que existe hoy en día es la anestesia epidural.
El calvario empieza un mes antes del alumbramiento, cuando las revisiones son contínuas y obligatorias. En ellas te practican lo que llaman "registros", que viene a ser lo que hacen los veterinarios con las vacas. A mí me parecía una intromisión en mi intimidad completamente innecesaria.
El día del alumbramiento se convierte en una interminable maratón de pruebas de resistencia. El mío, como fue un parto inducido (provocado), tenía fecha y hora.
Ya en la sala de dilatación empieza el calvario: el rasuramiento púbico, el enema salvaje, la rotura de la bolsa de agua con una lanceta (especie de arpón), procedimiento indoloro pero harto desagradable, la colocación de una vía en la parte exterior de la mano para suministrar la oxitocina que provoca las contracciones (me lo hizo una enfermera en prácticas, y como lo hizo mal, después de hacerme bastante daño, tuvo que venir otra enfermera a ponérmela bien), y por último la "monitorización", que es un cable colocado en la zona vaginal para controlar las contracciones y el latido del corazón del bebé, y que está conectado a un amplificador. Recuerdo con horror los latidos del corazón de mi hijo, que eran como un galope desbocado y a todo volumen, retumbando en la habitación durante horas. Si los nervios no están muy templados, con ese sonido de fondo menos. Además te obligan a estar medio tumbada en la cama, en lugar de poder levantarse y andar, lo que hubiera facilitado la dilatación.
Al poner la oxitocina desde el primer momento, las contracciones no son espaciosas sino frecuentes. Yo estuve siete horas padeciéndolas cada cinco minutos.
Por supuesto siempre llega la típica enfermera que está deseando acabar de una vez y no se le ocurre otra cosa que meter su mano para arrastrar al bebé más cerca del canal del parto, hecho pavoroso por lo inesperado y por el dolor añadido que causa.
Cuando llegó el momento de la expulsión, el peor de todos, fue como algo inesperado: no hacía mucho que había pasado la matrona y había dicho que aún faltaba un buen rato. En un instante las contracciones fueron tan dolorosas y seguidas que casi no podía respirar. Llamé al timbre como pude y me llevaron en mi cama corriendo al paritorio. De ahí tener que pasar a la camilla donde se alumbra fue una odisea. Nunca creí que un movimiento tan sencillo pudiera ser tan difícil, teniendo los músculos agarrotados como los tenía por un dolor incontrolable.
Tuvo que venir el médico, que sólo aparece en situaciones apuradas, y hacer lo que en las clases de preparación al parto nos dijeron que teníamos que evitar: que él tuviera que apoyarse con todo el peso de su cuerpo sobre su antebrazo colocado por encima de mi vientre para presionar una y otra vez y así facilitar la salida del bebé.
Recuerdo que me decían que apretara con todas mis fuerzas, pero a mí me parecía que me iba a partir en dos. Pensé que me iba a morir, fue una certeza tan grande la que tuve que, aunque agotada después de tantas horas de parto con respiraciones aprendidas en las clases de preparación y que sólo me sirvieron para quedarme sin fuerzas, me dije que aunque fuera la última cosa que hiciese en mi vida aquello tenía que salir bien. Y dí el empujón final, momento que aprovecharon para hacerme la episetomía, cuchillada en la zona vaginal casi hasta la zona anal, y que yo casi no sentí por el enorme dolor que ya estaba pasando.
Cuando creí que todo había acabado y empezaba a respirar aliviada, vinieron de repente unas contracciones aisladas mucho más agudas que las anteriores. Eran los "entuertos", que sirven para expulsar la placenta. En mi caso fue laborioso porque está sujeta en el interior del útero por cuatro membranas, y una no terminaba de salir.
Cuando pregunté cuántos puntos me estaban dando, no me lo quisieron decir. Aquello debía estar quedando como un mapa.
Ver salir a mi hijo me impresionó muchísimo, por lo grande que me pareció y por la cantidad de sangre y grasa que lo cubría. Me lo mostraron, con el cordón umbilical aún sin cortar, medio encogido con los brazos cruzados sobre sí mismo, tal y como debía estar mientras lo tuve dentro de mí.
Se lo llevaron enseguida allí cerca, lo lavaron y lo pusieron debajo de la lámpara de rayos ultravioleta. Mientras, el médico, un hombre encantador por cierto, le pasó el brazo por encima del hombro a la matrona que me atendió, de espaldas a mí ambos, mientras contemplaban a mi niño. Parecían muy cansados, pero satisfechos. Pensé que la labor de estas personas, como la de cualquiera que se dedique a la profesión médica, no está suficientemente valorada ni pagada.
Luego se llevaron a mi hijo (qué raro me pareció decir eso al principio), y creí lo típico en estas ocasiones, que podría desaparecer o cambiarlo por otro. Me angustié un poco.
Cuando me lo trajeron a la habitación en una cuna pequeña y transparente, no me lo podía creer: observaba todos sus gestos, sus movimientos, que me parecieron muy lentos, y su fragilidad.
Aprender a ponerlo al pecho también me apuró mucho, porque no lo conseguía. Tuve que recurrir a una enfermera, así como para saber cuánto había que abrigarle y cuándo se sabía si el pañal tenía bastante orina para cambiarlo. Son cosas que podrían enseñar en las clases de preparación, porque tan importante es saber afrontar el alumbramiento como los cuidados del bebé.
La última tortura infringida vino en forma de médico, un señor que parecía a punto de jubilarse y que acudió al día siguiente a primera hora de la mañana para, sin previo aviso, practicarme un "registro", sin tener en cuenta el estado en que me había quedado después de la considerable cantidad de puntos que me dieron. Se puede decir que vi materialmente las estrellas, y cuando me quejé levemente le faltó tiempo para decirme en un tono despectivo que no me lamentara, que sabía que no me estaba haciendo ningún daño. Pensé que alguien así estaría muy bien en los campos de exterminio nazis.
El dolor insoportable de la episetomía me acompañó en la cuarentena que siguió y algún tiempo después. Quizá existen calmantes que no impiden amamantar a tu hijo, pero nadie me informó de su existencia.
Con mi hija todo duró la mitad de tiempo, no me tuvieron que dar casi puntos, y al ser de madrugada y estar el "nido" cerrado, me la "llevé puesta" desde el paritorio directamente a mi habitación. La matrona, una andaluza muy graciosa y cariñosa, me dijo admirada que hay que ver con qué ganas había apretado. Ya tenía la lección aprendida y quería acabar cuanto antes.
Con el tiempo he llegado a la conclusión de que si me hubieran dejado me habría puesto de parto yo sola, ¿ por qué esa rigidez en todo?. Y todas esas prácticas carniceras sobran. Hace años no se hacían y todo resultaba más natural. Lo único que sí querría y no solicité en su momento es la anestesia epidural. Yo la pondría obligatoria, porque nadie tiene por qué sufrir innecesariamente.
Hace poco leí que había mujeres que estaban pagando grandes cantidades de dinero para poder parir en sus casas, como se hacía no hace tanto. Me parece bien, pero gratis.
Y el momento de la expulsión debería ser en cuclillas, no medio tumbada en el potro de tortura en el que nos ponen. Como las mujeres de las tribus de la selva, por qué no, a lo mejor somos nosotros los atrasados y los salvajes.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, tengo que decirte que la memoria del dolor desapareció al cabo de una semana, y que sólo me quedaron las sensaciones y los pensamientos que me acompañaron en aquellos momentos. Por más que intento recordar cómo era ese dolor, distinto a cualquier otro que yo hubiera conocido, no lo consigo. La naturaleza es sabia.
No hay nada comparable a traer una nueva vida a este mundo.

viernes, 23 de marzo de 2007

El amo

A semejanza del AMA
del pobre Gabriel Galán
te voy a escribir un verso
que te pueda recordar
mi cariño tan INMENSO.
Estos versos ¡vida mía!
que yo vuelvo a recordar
alimentaron mi alma
como si fuera "maná".
Quiero dibujar tu rostro
¡Quién supiera dibujar!,
guardarte como un "icono"
que yo pueda venerar.
Eres perfecto en tu sexo,
te sales ..... de lo vulgar.
Tú eres .... un punto y aparte
y me tienes ..... "trastorná"
Estos versos se los dedicó mi madre a mi padre

jueves, 22 de marzo de 2007

Espaldas mojadas

Espaldas mojadas, balseros..... Curiosas palabras para referirnos a una triste realidad que se asoma al noticiero nacional casi a diario.
Podrían llamarse también almas desesperadas, vidas maltrechas, corazones desarraigados....
Muchas veces me he preguntado qué clase de impulso interior empuja a tantísimas personas a dejarlo todo y embarcarse (nunca mejor dicho) en un viaje incierto, lleno de peligros, y del que no saben si saldrán con bien.
Hombres y mujeres jóvenes (los mayores parecen resignarse a la suerte que les ha tocado en su país), niños ...., todos de raza negra, negra como la noche en la que pretenden la mayoría de las veces enconderse para alcanzar su destino sin ser vistos.
Se trata de una prueba de resistencia hercúlea en todos los sentidos: el cuerpo, que a unos les aguanta y a otros no, la mente, puesta en un solo objetivo. Y mientras el pánico, el hambre y la sed, el frío helador, el paso interminable del tiempo en un mar abierto a la nada.
Los que no sobreviven durante el trayecto son lanzados por la borda, como en un naufragio cualquiera.
Y luego, si son descubiertos, se los envía de vuelta de donde hayan venido, eso si no se los hacina en campamentos improvisados que no reúnen las condiciones mínimas de salubridad hasta que se decida lo que hacer con ellos. Al final tanto sacrificio para nada. Pero seguramente lo volverán a intentar en cuanto tengan ocasión, es la persistencia de la desesperación, que no cede ante ningún peligro, nisiquiera ante la oscura cercanía de la muerte que acecha en esa siniestra aventura.
Lo que nosotros vemos en televisión es su llegada, cuando son atendidos por los equipos de socorro que les proporcionan algo de comida y bebida y ropa de abrigo, hombres como torres tirados por el suelo al borde de la extenuación, con los ojos casi en blanco.
Debe ser un negocio redondo para los que se encargan de suministrar las "pateras" y organizar los "viajes", a cambio de grandes cantidades de dinero. Estas pobres personas, después de reunir como pueden el precio abusivo que se les pide, pagan por un suicidio casi seguro en condiciones lamentables. De todo se hace negocio, y de las desgracias y la necesidad ajenas todavía más que de ninguna otra cosa.
Algo deben encontrar en nuestro país cuando tantísima gente es capaz de jugarse la vida por venir aquí. Y no hace tanto que podíamos considerarnos también nosotros tercermundistas: las mujeres yendo al río con la ropa, cargadas como burras, rompiendo el hielo en invierno si hacía falta para poder lavar, porque salvo en la ciudad (y no siempre) no había agua corriente en las casas. O trabajando en el campo de sol a sol por dos duros, los hombres con callos que ya no les caben en las manos, ellas arrastrando por la tierra el vientre de embarazadas, con los hijos cargados a la espalda. Por no hablar de los niños que dejaban su infancia en las minas.
Y la analfabetización tan grande que había y que muchos sólo podían superar cuando hacían el servicio militar (las mujeres ni esa salida tenían).
Y pasar por una guerra, que lo arrasa todo, y que aunque ya distante en el tiempo, todavía nos la siguen recordando con libros y películas.
Qué país éste, convertido en refugio de desesperados, en paraíso de personas de todas las razas, en la 2ª casa de millones de seres. ¿Habrá cabida para todos?. ¿No dicen las enseñanzas cristianas que hay que dar posada al peregrino?. Si se puede convivir todos juntos, que así sea.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero que pidamos otra forma de llegar al lugar que uno decida ir sin pateras, sin espaldas mojadas, sin miedo. Y que los gobiernos de esos países en los que no quiere nadie estar desaparezcan y se muten en otros que sean medianamente aceptables. Que si quiere uno marcharse de su tierra natal sea para hacer turismo, no empujado por la miseria, la mala vida y la desesperación.

martes, 20 de marzo de 2007

La butaca de la abuela

Tapizada de rojo escarlata
ahí se encuentra "La butaca".
Tiene tanto privilegio
por sentarse allí la abuela
que los otros dos sillones
la miran con gran desprecio
pues... tienen envidia de ella.
¡No te quedes nunca sola!,
que descanse en tí tu dueña
y repose de sus males,
ayúdala siempre a ella.
Pero si un día faltase
y nos quitan su presencia,
nunca podría olvidar
"la butaca de la abuela".
Esta poesía se la dedicó mi madre hace bastantes años, como bien se puede leer, a la butaca donde se sentaba su abuela Carmen

jueves, 15 de marzo de 2007

Mi padre

Qué podría decir de mi padre, todo lo que diga es poco: trabajador, honesto, bueno a más no poder, sencillo, sensible, tímido ...
Es un artista que aún no ha sido descubierto: los hay que con menos talento que él tienen reconocimiento público y son conocidos. Tanto en el diseño como en el dibujo artístico es un maestro. Tiene hechos bocetos de chalets, de decoración de interiores y hasta fachadas de palacios, iglesias y edificios antiguos que son auténticas obras de arte. Si hubiera explotado sus cualidades, quizá sería ahora millonario.
Mi padre es un hombre muy reservado, pero a través de las pocas palabras que dice se adivina, tras su aparente seriedad, un mundo de ternura y sensibilidad y un corazón de oro.
Cuando éramos niñas se daba pocas concesiones a la sonrisa: todo su afán era conservar la disciplina en casa, el mantener una apariencia de seriedad en la que no hubiera lugar a la discusión de las normas establecidas. Esa forma tan estricta de educar posiblemente vendría de la manera como a él a su vez le habían educado.
En aquella época le veíamos poco porque estaba pluriempleado y cuando él llegaba del trabajo, nosotras casi nos estábamos acostando. Era el fin de semana, sobre todo si íbamos al campo, cuando se permitía algún cambio en su forma de comportarse: recuerdo una foto en la que aparecemos mi hermana y yo subidas encima de él, que está a cuatro patas sobre la hierba, haciendo el caballito.
También en la época que intentábamos aprender a montar en bicicleta (cosa que he conseguido hacer hace tan sólo tres años), él nos cogía del sillín para que pudiéramos mantener el equilibrio, y cuando tomábamos velocidad, seguía el pobre sujetándonos. Una vez ví que se había hecho heridas en las manos, pero no dijo nada.
Él nunca se queja: si tiene un dolor o una preocupación, no lo manifiesta. Sólo te enteras a toro pasado, por algún comentario suelto que haga.
Mi padre nos enseñó a nadar, aunque en mi caso costó lo suyo: cuando medio desistió de seguir intentando enseñarme sin conseguirlo, me cogí un berrinche tremendo, porque cuando se me mete algo en la cabeza lo tengo que conseguir, es una cuestión de amor propio (aunque yo sólo tenía cinco años). A base de insistir fue como lo logré.
A mi padre sólo lo he visto llorar en dos ocasiones: la primera vez que se puso mi abuela mala (su madre) y cuando ella murió muchos años después y la estábamos enterrando. Yo cuando lo veo así se me parte el corazón.
También fue el único de sus tres hermanos que se sintió capaz de coger a su padre en brazos cuando murió (pesaba mi abuelo como una pluma ya al final), y meterse con él en el ascensor para llevarlo al hospital, donde habría menos problemas para certificar su defunción.
Recuerdo a mi padre besando la frente de mi abuela Pilar, su suegra, cuando ella ya agonizaba, a modo de despedida, cosa que yo no fuí capaz de hacer, y de lo que me arrepiento enormemente.
Él también tiene su lado gamberro, como cuando nos colamos en el Monasterio de El Escorial en una ocasión, de la veces que pasábamos el fin de semana en el campo, y nos dedicamos a fisgar en el refectorio de las religiosas y en la zona donde tendían su ropa interior para que se secara. Y cuando saltamos una tapia y nos acercamos a una cerca detrás de la cual había un toro, que se enfadó al vernos, embistió y salió corriendo detrás de nosotros. Había que vernos la velocidad a la que volvimos a subir la tapia para escapar. Más recientemente le da por imitar el sonido de las alarmas que tienen en las salidas los grandes almacenes por si alguien se lleva algo sin pagar. Todo el mundo se queda mirando sin saber de dónde viene el sonido, azorados por si alguien pueda pensar que son unos ladrones.
A mi abuela Pilar, aunque parecía tan seria, le gastaba alguna broma de vez en cuando, como cuando yendo en el autocar que nos llevaba en vacaciones a la playa pasamos por un túnel y él, como si aprovechara la oscuridad, le puso la mano en el muslo a ella. Se pudo oir cómo mi abuela, sin perder su parsimonia, le decía "Quietoooooo".
Mi padre, cuando no saca a relucir su lado gamberro, es un hombre con la educación de los hombres de antes, un caballero, siempre pendiente y atento con las mujeres: me viene a la memoria la forma tan especial que tuvo de ayudarme el día de mi boda con el vestido de novia, recogiendo mi cola con cuidado para que pudiera meterme en el ascensor de mi casa cuando ya iba camino de la iglesia.
En su trabajo era querido y respetado por todos: sabían que podían contar con él para todo lo que hiciera falta. Por su discreción nadie se atrevió nunca a irle con chismes, y si alguien hablaba de mala manera, con palabrotas, le llamaba la atención sea quien fuere, sobre todo si había mujeres delante.
Desde que es abuelo ha descubierto la paciencia y la dedicación que los niños necesitan y que con nosotras, por su trabajo, no pudo muchas veces desplegar en su momento.
Y, en fin, qué más podría decir de él: que es un manitas en casa, que le gustan las plantas, amante de la Naturaleza (el mar es su segundo elemento, no en vano nació en un puerto de mar), excelente cocinero, cinéfilo impenitente y melómano desde muy joven: si yo hubiera puesto un poquito de interés, sabría de música clásica tanto como él.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decirte que he tenido la suerte de que me tocara un padre como el mío, que es como pocos.

Mamina

Si paso por Alameda
no dejo de recordar
a mamina, que me espera
y me tiene que narrar
cosas .... de su edad primera.
Ella vive de recuerdos,
de recuerdos de su infancia,
de su madre, de sus hijos
y ¡ay que ver con qué elegancia
se colocaba sus rizos!.
Tiene todo el pelo blanco,
como la más pura nieve
y yo creo que ahí reside
todo su mayor encanto.
Descansa de sus fatigas,
de su mucho caminar,
rodeada de sus hijos
que la cuidan con afán.
Es el premio a sus desvelos
por querer bien a los suyos,
hasta el gato en un murmullo
la mima, con tierno anhelo.
Este poema se lo dedicó mi madre a su abuela Carmen, a la que llamaban "mamina".

martes, 13 de marzo de 2007

La Reina




La Reina forma parte de mi historia personal como de la de millones de españoles. Nunca pensaría una mujer de otro país como era ella venir aquí a sentarse en un trono y vivir entre nosotros. Por su buenhacer y su permanencia nunca ha sido extranjera. Dice que al principio no lo tenían nada claro, pues reimplantar una monarquía en los albores de una democracia no era cosa sencilla, pero ahí están.


Hija de reyes exiliados, su infancia y juventud no fueron precisamente un camino de rosas.


El destino de los Reyes en democracia es reinar sin gobernar, pero la Reina, por encima de todo eso, es además un icono para todas las mujeres por su serenidad, su discreción, su bondad sin límites, su naturalidad.


Desde niña la recuerdo, cuando ella era más joven, con sus hijos, madre ante todo, como cualquier persona. Como esposa ha sido siempre una mujer prudente y paciente, en exceso quizá, pero el estar ocupando una posición como la suya le debe hacer mirar más fuera de sí misma que dentro, anteponiendo a sus deseos personales la imagen pública que se supone que una monarquía tiene que dar, cosa que como bien es sabido no ocurre en otros países.


Debe ser muy duro vivir en un escaparate permanente, expuesto a las miradas y las críticas de todo el mundo. Yo creo que no podría, no hay cosa que me moleste más que tener que dar explicaciones y que me juzguen.


A lo largo de estos años la hemos visto crecer (envejecer no me gusta). Ha recorrido medio mundo representándonos a todos, a veces en sitios bonitos y placenteros, otras en lugares donde habían ocurrido catástrofes. Siempre con una sonrisa en la boca, una mano extendida, los ojos comprensivos y acogedores. Por su posición se ha visto obligada a asistir a todo tipo de actos tediosos, y otros llenos de dolor, conteniendo las lágrimas (en los últimos años ya casi no puede), a duras penas, intentando mantener su dignidad.


La imagen de ella que más me ha impactado siempre es cuando está junto al Rey en los funerales del padre de éste. Al principio se contuvo mientras pudo, pero en esa imagen, cuando mira a su marido y lo ve deshecho en llanto, comienza ella también a llorar. En las escenas de televisión se ve cómo luego da un paso atrás bajando la cabeza, y las mujeres que están con ella la rodean para consolarla, desoladas porque es muy raro verla así, sobre todo en público. A la Reina esa imagen suya llorando junto al Rey no le gusta nada, porque se ve fea y como si hubiera perdido la compostura. Yo quiero decirle que es la imagen más humana y tierna de ella que tenemos, y que a mí me conmueve profundamente cada vez que la veo.


La Reina, ahora que es abuela, vuelve a desplegar sus recursos amorosos de cuando fue madre, y cuando se la ve rodeada de tantos nietos como tiene, siempre pendiente de todos sin excepción, es evidente que es la mujer más feliz del mundo.


Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero rendir un tributo de admiración y respeto por la Reina, porque siempre ha estado ahí acompañándonos, viviendo el pulso de nuestro país con todos nosotros, y siempre cercana. Con independencia de la opinión que la monarquía nos pueda merecer, tema polémico donde los halla, todos tenemos un papel en la sociedad, y ella se desenvuelve en el suyo como pocas reinas del resto de Europa hacen.

A mi madre

Cuando leas este verso
yo sé que vas a llorar,
pero no puedo por menos
de volverte a recordar
lo mucho que yo te quiero.
¡Mamá, eres para mí
lo más querido del mundo
y es mi cariño profundo
lo que me hace sentir
este goce, esta alegría,
estas ganas de vivir!.
Tú me entregaste a la vida,
me diste el ser, madre mía,
yo como era tan pequeña
no te supe agradecer
el favor que tú me hacías.
Pero ahora, siendo mayor,
espero con ..... impaciencia
que otro niño como yo
quiera ..... nacer al Amor
de la madre que al tenerlo
los dolores .... soportó
Este poema fue escrito por mi madre al poco de casarse, cuando aún no se había quedado embarazada de mí (pero en eso estaba).

lunes, 12 de marzo de 2007

11-M: el viaje a ninguna parte




11-M. Extrañas siglas que se han convertido en una referencia obligada al horror, a la parte del ser humano más insondable y oscura.


Sólo estaban cogiendo un tren.


Sólo iban al trabajo.


El Mal madruga mucho, surge muy temprano en la mañana, no tiene descanso ....


Y cuando aparece cómo sobrecoge, qué espanto, tan de repente, sin poder reaccionar.


Atrapados en una ratonera, sin escapatoria.


Víctimas de los horarios, de la cotidianeidad: si hubiera cogido otro tren, a otra hora ....., u otro transporte distinto por un día ......


Qué desgracia la nuestra la de vivir en un país en el que cumplir con tus obligaciones diarias está penado con la muerte y con la incapacidad de olvidar. Los ciudadanos de a pie nos sentimos indefensos.


¿Cuántas víctimas fueron? ¿191?. ¿Cuántos los heridos?. ¿Más de 1.500?. No es cierto: todos morimos un poco ese día, a todos nos provocaron heridas que no tienen cura.


Desde esa fecha tenemos el alma enferma, porque unos carniceros nos ofrecieron la muestra más selecta de las miserias a las que puede llegar el ser humano. Sólo las generaciones venideras podrán digerir este capítulo siniestro de nuestra Historia más reciente al no haber sido testigos directos de la masacre que cambió la vida de una ciudad y de un país entero.


Quiero hacer una referencia a Mª José Pedraza Pino, la amiga de mi hermana que dejó allí su vida, que lo dejó todo. Nadie debería poder obligar a nadie a dejarlo todo. Ella, buena, dulce, familiar, trabajadora, en lo mejor de su vida, tenía el billete de lotería con el premio gordo, como los 190 restantes que corrieron su suerte. A veces es mejor que no te toque esa lotería, que pase de largo. ¿En qué administración se puede comprar un billete así?.


Cómo lloraba mi hermana cuando me llamó poco después de suceder el desastre para decir que a Mª José no la encontraban. La línea del teléfono tenía interferencias constantes por el volumen de llamadas que hacía la gente, presa del pánico. Yo quise usar el móvil y no pude.


Tardaron varios días en identificarla, porque se había quedado sin cara, y sólo pudieron hacerlo por un anillo que llevaba en una de sus manos.


En su entierro sus muchos hermanos profirieron gritos e insultos contra ETA, mientras su madre, viuda desde no hacía mucho, se desplomaba sobre el féretro. Era muy reciente y aún no se sabía nada del integrismo islámico. Qué más da un terrorismo que otro, todo es lo mismo: se mueve por los mismos impulsos e intenciones, y acaba de la misma forma.


Y al fin y al cabo no se trata de cuántos muertos hubo, no hay más que recordar lo de las Torres Gemelas: con que un solo ser humano sea víctima de esta irracional monstruosidad, es suficiente para clamar JUSTICIA.
Es muy fuerte tener que decir que una amiga ha muerto asesinada, que ha muerto no por enfermedad, vejez o accidente como la mayoría de la gente. Asesinada ..... ¿En qué guerra estaba participando?. ¿En qué emboscada cayó como para que le quitaran la vida?.


Nos hemos tenido que familiarizar con nuevas formas de destrucción que venían acompañadas de objetos simples: quién nos iba a decir que una simple mochila podría causar tanto daño accionada por un móvil a distancia. Todavía hoy siguen causando psicosis las mochilas que aparecen sin dueño aparente en lugares públicos. Y la vigilancia en el metro en días señalados del mes en los que se podría pensar que va a haber un atentado. Vivir como si estuviéramos en estado de sitio.


Vemos estos días cómo unos cuantos miserables se sientan en el banquillo tres años después para ser juzgados. ¡Qué patético es!. ¡ Qué vergüenza da!. ¿Y los demás?. ¿Y la red internacional implicada que sigue funcionando en la sombra, como cualquier mafia que se precie?. El enemigo es colectivo, no tiene cara, no hay sitio suficiente en una sala de juicios para tantos psicópatas como tendrían que estar siendo juzgados. Viven con nosotros, pasan por nuestro lado y no lo sabemos. Y lo peor de todo es cómo utilizan los políticos este tema para ganar adeptos. Nadie preguntó a cada una de las víctimas qué ideología tenían. Se trataba de masacrarlas y ya está.


Cuando voy a Atocha, desde aquel 11-M, tantas veces visitada en mi infancia para coger el tren que nos llevaba a pasar el fin de semana al campo, siento un desasosiego extraño, y se que ya nunca voy a estar allí con completa confianza, aunque hayan querido modernizar la estación y hacer que parezca más bonita.


También se desde entonces que hay trenes en la vida que conviene perder, porque te llevan a un viaje a ninguna parte, y que en muchas ocasiones jamás se llega a hacer del todo justicia.


Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, dame fuerzas para seguir creyendo en Dios, en un ser superior cuyos designios no logramos entender, que nos deja a nuestro libre albedrío como hace el padre cuando crecen sus hijos. ¿Pero no te das cuenta, Dios mío, que no podemos estar solos?.
Mª José: no os olvidamos.

Epitafio a papá

¡Cuán triste y cuán desvaído
dejó él mi corazón!,
era mi padre querido,
tan bueno y caritativo
que perdimos la razón.
Sentimos que se nos iba
cuando menos lo esperaba,
era Dios ..... que lo llamaba
y en su seno lo acogía.
¡¡ Mi padre, mi padre bueno,
por qué me lo arrebataste !!,
¿pero no ves, Jesús mío,
el daño que tú nos haces?.
Te lo llevaste Señor,
en tus brazos lo dejamos,
cuídalo ..... como tú sabes,
así te lo encomendamos.
Era valiente y gallardo
en el campo de batalla,
mataba a sus enemigos
pero en el fondo "los perdonaba".
Nos quería ¡el pobre! tanto
y a mamá, él, la adoraba,
éramos una familia
tan unida, tan cristiana,
que los lazos de la muerte
sólo podían separarla.
Este poema fue escrito por mi madre a la muerte de su padre. Todos los que han perdido a su progenitor, sobre todo si ha sido a una edad temprana, podrán imaginar siquiera un poco lo que se siente

viernes, 9 de marzo de 2007

Mi madre

Qué podría decir de una madre que no se haya dicho ya: entrega, renuncia, abnegación, la mujer que te da la vida.... Ella es una mujer de carácter, pero al mismo tiempo llena de ternura y sentimiento, sensible, inteligente y muy sentimental, con un gran sentido del humor.
Cuando yo nací, como no existían las ecografías, pensó que iba a ser un niño porque decía que durante el embarazo le daba patadas muy fuertes.
Desde el mismo día de mi nacimiento su vida, como la de cualquier mujer que es madre por primera vez, cambió por completo. Sus cinco sentidos se concentraron en atenderme y cuidarme: comidas, baños, sueño ......, toda esa sucesión interminable de obligaciones cotidianas.
Luego llegó mi hermana, y se preocupó por si no iba a tener suficiente tiempo para seguir atendiéndome a mí.
Ella ha sido madre para las dos, sin distinciones. A ambas nos ha enseñado las mismas cosas, nos ha tratado a cada una según nuestra forma de ser, pues somos muy distintas. Se adaptó a nuestro crecimiento, dándonos en cada etapa lo que nuestra edad requería. Nos ayudó con las tareas del colegio, nos tomó siempre la lección, nos apoyó en nuestros esfuerzos. Procuraba crear en casa un ambiente de estudio para que nada nos distrajera de nuestras obligaciones.
Mi madre nos abrió las puertas al mundo llevándonos a todas partes. Nos enseñó a apreciar las delicias de la Naturaleza (el campo, el mar ...), y los valores de la familia y de la religión (las celebraciones de Navidad en casa forman parte de mi memoria más entrañable).
De vez en cuando nos deleitaba, y lo sigue haciendo, con algún plato exquisito, que sólo mi hermana sabe repetir, ya que yo no me siento capaz.
Por no decir de su maestría a la hora de coger la pluma o los pinceles: pocas personas saben escribir los versos y pintar los óleos que pinta ella.
A ella el único pesar que la ha acompañado siempre es la prematura muerte de su padre, tragedia irreparable donde las haya, pero al recordarlo y mencionarlo casi a diario ha hecho que siga presente, y con eso hemos podido conocerle los que no tuvimos la suerte de tratarlo en vida.
Muchas son las anécdotas de su infancia y juventud con las que nos ha deleitado mi madre, con esa forma tan especial que tiene de contar las cosas, como si fueran cuentos, y que han llenado nuestros ratos de ocio de vida y emoción.
Desde que es abuela, se puede decir que es dos veces madre, por cómo cuida de sus nietos, siempre pendiente de sus necesidades.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decirte que doy gracias a Dios por haber tenido madre todos estos años, y le pido poder seguir teniéndola por muchos más. No todo el mundo tiene esa fortuna.

jueves, 8 de marzo de 2007

Tip y Coll


Ahora que el genial humorista Coll ha muerto, pensamos que se ha reunido por fin con su compañero y amigo en el cielo. Ellos eran la pareja más atípica y especial que hayamos visto dedicada al humor.

Todos recordamos uno de sus diálogos más famosos, aquel en que pretendían, sin llegar a conseguirlo, llenar un vaso con una jarra de agua. Tip utilizaba un francés macarrónico (él lo dominaba perfectamente), que producía verdadera hilaridad. Decía Coll: "Comenzamos", respondía Tip: "comansó", "Empezamos", "Empezón".
También recordamos el programa radiofónico que hacían con otros muchos humoristas, bajo la batuta del magnífico Luis del Olmo, el "Estado de la Nación". Todas las mañanas lo oía yo en el trabajo, siendo jovencita, y me hacían reir a más no poder, cada uno aportando su granito de arena con sus ocurrencias, sin apenas guión.

Trabajaron juntos muchos años, haciendo compatibles sus ingenios, Tip más nervioso y disparatado, Coll algo más tranquilo y sensato (no mucho), capaces de improvisar con las frases más increíbles e inteligentes.

Sólo verles, Tip tan alto y delgado con su chistera, Coll tan bajito y algo rechonchete con su bombín, era un contraste enorme.

Incluso sus ideologías políticas eran opuestas, Tip conservador, Coll de izquierdas, pero la educación y la amistad estuvieron siempre por encima de todas las diferencias.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te digo que quiero recordarlos tal como eran, desternillantes con su humor imprevisible, alambicado y original, siempre juntos, dispuestos a hacernos reir hasta la extenuación y a hacernos pasar un buen rato.

Mujer y madre

Mujer y madre,
de tí depende
casi todo el destino de este mundo.
Eres capaz de acompañar al hombre,
darle unos hijos
y saber quererle.
En el hogar eres la intermediaria,
la que le explica al marido aconteceres,
del por qué sacaron buenas notas en los deberes,
luciendo como antorcha luminaria .....
Tu mente al servicio de los tuyos,
toda para ellos, exclusivamente,
sin pararse a pensar si es lucrativo,
si este esfuerzo de amor es compartido
y si algún día se acordará de tí
toda tu gente.
Este poema fue escrito por mi madre hace algunos años. Ahí queda para regocijo de las esposas y madres que en el mundo son y han sido....

lunes, 5 de marzo de 2007

La abuela Luisa

Hablar de mi abuela Luisa, la madre de mi padre, es hablar de una mujer siempre alegre, simpática, charlatana, muy extrovertida.
Su aspecto era aparentemente frágil. Decían que de joven parecía una porcela china por su belleza y su delicadeza.
Cuando conoció al abuelo era muy joven, casi una niña, por lo que tuvieron que pedir permiso a los padres para casarse. Al ser militar, en los primeros años de casados iban a bailar a las fiestas que organizaban los oficiales, algo con lo que la abuela disfrutó mucho.
Al venir a vivir a Madrid, ya los hijos grandes, se dedicó a ser abuela. Somos 16 nietos, de los cuales las dos últimas, mis primas mellizas, nacieron después de que muriera el abuelo, y supuso para ella un alivio del alma tras el dolor inmenso de perder al ser amado: era como si se hubiera ido uno pero vinieran dos.
Transcurrido un tiempo desde que falleciera el abuelo, decía que a veces, en la cama, al despertar, alargaba la mano hacia el lado donde él dormía porque aún no se había hecho a la idea de que él no estaba ya, y se le olvidaba. No faltó nunca un retrato de él sobre su mesilla de noche.
Aunque éramos tantos nietos, jamás olvidaba un cumpleaños, y siempre tenía preparado un dinerito para regalarnos, aunque su pensión de viuda no daba para mucho, generosa hasta el extremo.
La abuela Luisa tenía un don natural para la cocina, con cualquier cosa podía hacer auténticas maravillas. Aún recuerdo los plumcakes que hacía para hijos y nietos, riquísimos. No he vuelto a comer nunca más una cosa así. El horno de su casa no daba abasto. Y también sus manos para las labores de costura, tejiendo ropa de punto para mi hermana y para mí, e incluso para nuestras muñecas.
Cuando iba a su casa tenía una sensación de paz que en pocos sitios he sentido. Ella hacía que el lugar donde estuviese resultara acogedor, era algo que se percibía en el ambiente, difícil de explicar, algo que no se veía pero que todo el que estuviera con ella notaba.
No sé por qué recuerdo especialmente una noche de verano, era el día de mi cumpleaños, sentadas mi hermana y yo sobre una manta en la pequeña terraza de su casa, observando a lo lejos el tráfico nocturno de la ciudad. Era una delicia estar allí, sintiendo un poco de brisa en el calor de la noche.
A veces nos contaba recuerdos de su infancia y juventud, como cuando su padre en alguna ocasión, estando rodeado de sus hijas (eran seis, y dos hijos además), les decía que si él tuviera suficiente dinero querría que ninguna se tuviera que casar y que estuvieran siempre con él. O cuando, ya casada, se ponía a bailar con el abuelo incluso aunque no hubiera música.
Lo que más profundamente se conserva en mi memoria fueron dos veranos que pasó con nosotros en el apartamento en la playa. Se levantaba por la mañana con su salto de cama sobre el camisón, siempre tan coqueta, y cogía sus cosas de aseo y sus perfumes del neceser. Incluso siendo ya tan mayor no perdía su feminidad.
En aquellos dos veranos todavía me parece ver el dulce que solía hacer, cómo vertía la leche caliente sobre los bizcochos y el flan, cómo extendía la nata y espolvoreaba el chocolate rallado. Esos aromas se mezclaban con los olores que veían del mar, la brisa y el sol que entraban por la terraza. Y era como si el dulce fuera ella misma, algo suave y placentero, como la ternura y el calor maternal.
Aquel primer verano estaba encantada de pasar el tiempo con nosotros, conviviendo todos juntos. Como era tan cariñosa, necesitaba en todo momento expresar su afecto físicamente: aún me parece sentir su cuerpo contra el mío en un abrazo muy fuerte que me dió, el primero que me habían dado en mi vida ( y yo ya tenía 17 años).
Quisiera poder olvidar los muchos años que pasó en residencias de ancianos cuando se puso mala y ya no se pudo valer por sí misma. Fue increíble las ganas de vivir que tenía, cómo sobrevivió a su delicadísima salud y a sus circunstancias durante tanto tiempo.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero gritarte que no es justo lo que pasó con ella, que no lo tenía que haber consentido, que me la tenía que haber llevado conmigo a casa pasando por encima de la voluntad de sus hijos (menos mi padre, que tampoco quería eso para ella) y no haber dejado que estuviera en sitios como aquellos. Y eso es algo que me pesa como una losa. Perdónanos abuela.
Te quiero abuela.
 
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