jueves, 22 de marzo de 2007

Espaldas mojadas

Espaldas mojadas, balseros..... Curiosas palabras para referirnos a una triste realidad que se asoma al noticiero nacional casi a diario.
Podrían llamarse también almas desesperadas, vidas maltrechas, corazones desarraigados....
Muchas veces me he preguntado qué clase de impulso interior empuja a tantísimas personas a dejarlo todo y embarcarse (nunca mejor dicho) en un viaje incierto, lleno de peligros, y del que no saben si saldrán con bien.
Hombres y mujeres jóvenes (los mayores parecen resignarse a la suerte que les ha tocado en su país), niños ...., todos de raza negra, negra como la noche en la que pretenden la mayoría de las veces enconderse para alcanzar su destino sin ser vistos.
Se trata de una prueba de resistencia hercúlea en todos los sentidos: el cuerpo, que a unos les aguanta y a otros no, la mente, puesta en un solo objetivo. Y mientras el pánico, el hambre y la sed, el frío helador, el paso interminable del tiempo en un mar abierto a la nada.
Los que no sobreviven durante el trayecto son lanzados por la borda, como en un naufragio cualquiera.
Y luego, si son descubiertos, se los envía de vuelta de donde hayan venido, eso si no se los hacina en campamentos improvisados que no reúnen las condiciones mínimas de salubridad hasta que se decida lo que hacer con ellos. Al final tanto sacrificio para nada. Pero seguramente lo volverán a intentar en cuanto tengan ocasión, es la persistencia de la desesperación, que no cede ante ningún peligro, nisiquiera ante la oscura cercanía de la muerte que acecha en esa siniestra aventura.
Lo que nosotros vemos en televisión es su llegada, cuando son atendidos por los equipos de socorro que les proporcionan algo de comida y bebida y ropa de abrigo, hombres como torres tirados por el suelo al borde de la extenuación, con los ojos casi en blanco.
Debe ser un negocio redondo para los que se encargan de suministrar las "pateras" y organizar los "viajes", a cambio de grandes cantidades de dinero. Estas pobres personas, después de reunir como pueden el precio abusivo que se les pide, pagan por un suicidio casi seguro en condiciones lamentables. De todo se hace negocio, y de las desgracias y la necesidad ajenas todavía más que de ninguna otra cosa.
Algo deben encontrar en nuestro país cuando tantísima gente es capaz de jugarse la vida por venir aquí. Y no hace tanto que podíamos considerarnos también nosotros tercermundistas: las mujeres yendo al río con la ropa, cargadas como burras, rompiendo el hielo en invierno si hacía falta para poder lavar, porque salvo en la ciudad (y no siempre) no había agua corriente en las casas. O trabajando en el campo de sol a sol por dos duros, los hombres con callos que ya no les caben en las manos, ellas arrastrando por la tierra el vientre de embarazadas, con los hijos cargados a la espalda. Por no hablar de los niños que dejaban su infancia en las minas.
Y la analfabetización tan grande que había y que muchos sólo podían superar cuando hacían el servicio militar (las mujeres ni esa salida tenían).
Y pasar por una guerra, que lo arrasa todo, y que aunque ya distante en el tiempo, todavía nos la siguen recordando con libros y películas.
Qué país éste, convertido en refugio de desesperados, en paraíso de personas de todas las razas, en la 2ª casa de millones de seres. ¿Habrá cabida para todos?. ¿No dicen las enseñanzas cristianas que hay que dar posada al peregrino?. Si se puede convivir todos juntos, que así sea.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero que pidamos otra forma de llegar al lugar que uno decida ir sin pateras, sin espaldas mojadas, sin miedo. Y que los gobiernos de esos países en los que no quiere nadie estar desaparezcan y se muten en otros que sean medianamente aceptables. Que si quiere uno marcharse de su tierra natal sea para hacer turismo, no empujado por la miseria, la mala vida y la desesperación.

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