jueves, 15 de marzo de 2007

Mi padre

Qué podría decir de mi padre, todo lo que diga es poco: trabajador, honesto, bueno a más no poder, sencillo, sensible, tímido ...
Es un artista que aún no ha sido descubierto: los hay que con menos talento que él tienen reconocimiento público y son conocidos. Tanto en el diseño como en el dibujo artístico es un maestro. Tiene hechos bocetos de chalets, de decoración de interiores y hasta fachadas de palacios, iglesias y edificios antiguos que son auténticas obras de arte. Si hubiera explotado sus cualidades, quizá sería ahora millonario.
Mi padre es un hombre muy reservado, pero a través de las pocas palabras que dice se adivina, tras su aparente seriedad, un mundo de ternura y sensibilidad y un corazón de oro.
Cuando éramos niñas se daba pocas concesiones a la sonrisa: todo su afán era conservar la disciplina en casa, el mantener una apariencia de seriedad en la que no hubiera lugar a la discusión de las normas establecidas. Esa forma tan estricta de educar posiblemente vendría de la manera como a él a su vez le habían educado.
En aquella época le veíamos poco porque estaba pluriempleado y cuando él llegaba del trabajo, nosotras casi nos estábamos acostando. Era el fin de semana, sobre todo si íbamos al campo, cuando se permitía algún cambio en su forma de comportarse: recuerdo una foto en la que aparecemos mi hermana y yo subidas encima de él, que está a cuatro patas sobre la hierba, haciendo el caballito.
También en la época que intentábamos aprender a montar en bicicleta (cosa que he conseguido hacer hace tan sólo tres años), él nos cogía del sillín para que pudiéramos mantener el equilibrio, y cuando tomábamos velocidad, seguía el pobre sujetándonos. Una vez ví que se había hecho heridas en las manos, pero no dijo nada.
Él nunca se queja: si tiene un dolor o una preocupación, no lo manifiesta. Sólo te enteras a toro pasado, por algún comentario suelto que haga.
Mi padre nos enseñó a nadar, aunque en mi caso costó lo suyo: cuando medio desistió de seguir intentando enseñarme sin conseguirlo, me cogí un berrinche tremendo, porque cuando se me mete algo en la cabeza lo tengo que conseguir, es una cuestión de amor propio (aunque yo sólo tenía cinco años). A base de insistir fue como lo logré.
A mi padre sólo lo he visto llorar en dos ocasiones: la primera vez que se puso mi abuela mala (su madre) y cuando ella murió muchos años después y la estábamos enterrando. Yo cuando lo veo así se me parte el corazón.
También fue el único de sus tres hermanos que se sintió capaz de coger a su padre en brazos cuando murió (pesaba mi abuelo como una pluma ya al final), y meterse con él en el ascensor para llevarlo al hospital, donde habría menos problemas para certificar su defunción.
Recuerdo a mi padre besando la frente de mi abuela Pilar, su suegra, cuando ella ya agonizaba, a modo de despedida, cosa que yo no fuí capaz de hacer, y de lo que me arrepiento enormemente.
Él también tiene su lado gamberro, como cuando nos colamos en el Monasterio de El Escorial en una ocasión, de la veces que pasábamos el fin de semana en el campo, y nos dedicamos a fisgar en el refectorio de las religiosas y en la zona donde tendían su ropa interior para que se secara. Y cuando saltamos una tapia y nos acercamos a una cerca detrás de la cual había un toro, que se enfadó al vernos, embistió y salió corriendo detrás de nosotros. Había que vernos la velocidad a la que volvimos a subir la tapia para escapar. Más recientemente le da por imitar el sonido de las alarmas que tienen en las salidas los grandes almacenes por si alguien se lleva algo sin pagar. Todo el mundo se queda mirando sin saber de dónde viene el sonido, azorados por si alguien pueda pensar que son unos ladrones.
A mi abuela Pilar, aunque parecía tan seria, le gastaba alguna broma de vez en cuando, como cuando yendo en el autocar que nos llevaba en vacaciones a la playa pasamos por un túnel y él, como si aprovechara la oscuridad, le puso la mano en el muslo a ella. Se pudo oir cómo mi abuela, sin perder su parsimonia, le decía "Quietoooooo".
Mi padre, cuando no saca a relucir su lado gamberro, es un hombre con la educación de los hombres de antes, un caballero, siempre pendiente y atento con las mujeres: me viene a la memoria la forma tan especial que tuvo de ayudarme el día de mi boda con el vestido de novia, recogiendo mi cola con cuidado para que pudiera meterme en el ascensor de mi casa cuando ya iba camino de la iglesia.
En su trabajo era querido y respetado por todos: sabían que podían contar con él para todo lo que hiciera falta. Por su discreción nadie se atrevió nunca a irle con chismes, y si alguien hablaba de mala manera, con palabrotas, le llamaba la atención sea quien fuere, sobre todo si había mujeres delante.
Desde que es abuelo ha descubierto la paciencia y la dedicación que los niños necesitan y que con nosotras, por su trabajo, no pudo muchas veces desplegar en su momento.
Y, en fin, qué más podría decir de él: que es un manitas en casa, que le gustan las plantas, amante de la Naturaleza (el mar es su segundo elemento, no en vano nació en un puerto de mar), excelente cocinero, cinéfilo impenitente y melómano desde muy joven: si yo hubiera puesto un poquito de interés, sabría de música clásica tanto como él.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decirte que he tenido la suerte de que me tocara un padre como el mío, que es como pocos.

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