lunes, 12 de marzo de 2007

11-M: el viaje a ninguna parte




11-M. Extrañas siglas que se han convertido en una referencia obligada al horror, a la parte del ser humano más insondable y oscura.


Sólo estaban cogiendo un tren.


Sólo iban al trabajo.


El Mal madruga mucho, surge muy temprano en la mañana, no tiene descanso ....


Y cuando aparece cómo sobrecoge, qué espanto, tan de repente, sin poder reaccionar.


Atrapados en una ratonera, sin escapatoria.


Víctimas de los horarios, de la cotidianeidad: si hubiera cogido otro tren, a otra hora ....., u otro transporte distinto por un día ......


Qué desgracia la nuestra la de vivir en un país en el que cumplir con tus obligaciones diarias está penado con la muerte y con la incapacidad de olvidar. Los ciudadanos de a pie nos sentimos indefensos.


¿Cuántas víctimas fueron? ¿191?. ¿Cuántos los heridos?. ¿Más de 1.500?. No es cierto: todos morimos un poco ese día, a todos nos provocaron heridas que no tienen cura.


Desde esa fecha tenemos el alma enferma, porque unos carniceros nos ofrecieron la muestra más selecta de las miserias a las que puede llegar el ser humano. Sólo las generaciones venideras podrán digerir este capítulo siniestro de nuestra Historia más reciente al no haber sido testigos directos de la masacre que cambió la vida de una ciudad y de un país entero.


Quiero hacer una referencia a Mª José Pedraza Pino, la amiga de mi hermana que dejó allí su vida, que lo dejó todo. Nadie debería poder obligar a nadie a dejarlo todo. Ella, buena, dulce, familiar, trabajadora, en lo mejor de su vida, tenía el billete de lotería con el premio gordo, como los 190 restantes que corrieron su suerte. A veces es mejor que no te toque esa lotería, que pase de largo. ¿En qué administración se puede comprar un billete así?.


Cómo lloraba mi hermana cuando me llamó poco después de suceder el desastre para decir que a Mª José no la encontraban. La línea del teléfono tenía interferencias constantes por el volumen de llamadas que hacía la gente, presa del pánico. Yo quise usar el móvil y no pude.


Tardaron varios días en identificarla, porque se había quedado sin cara, y sólo pudieron hacerlo por un anillo que llevaba en una de sus manos.


En su entierro sus muchos hermanos profirieron gritos e insultos contra ETA, mientras su madre, viuda desde no hacía mucho, se desplomaba sobre el féretro. Era muy reciente y aún no se sabía nada del integrismo islámico. Qué más da un terrorismo que otro, todo es lo mismo: se mueve por los mismos impulsos e intenciones, y acaba de la misma forma.


Y al fin y al cabo no se trata de cuántos muertos hubo, no hay más que recordar lo de las Torres Gemelas: con que un solo ser humano sea víctima de esta irracional monstruosidad, es suficiente para clamar JUSTICIA.
Es muy fuerte tener que decir que una amiga ha muerto asesinada, que ha muerto no por enfermedad, vejez o accidente como la mayoría de la gente. Asesinada ..... ¿En qué guerra estaba participando?. ¿En qué emboscada cayó como para que le quitaran la vida?.


Nos hemos tenido que familiarizar con nuevas formas de destrucción que venían acompañadas de objetos simples: quién nos iba a decir que una simple mochila podría causar tanto daño accionada por un móvil a distancia. Todavía hoy siguen causando psicosis las mochilas que aparecen sin dueño aparente en lugares públicos. Y la vigilancia en el metro en días señalados del mes en los que se podría pensar que va a haber un atentado. Vivir como si estuviéramos en estado de sitio.


Vemos estos días cómo unos cuantos miserables se sientan en el banquillo tres años después para ser juzgados. ¡Qué patético es!. ¡ Qué vergüenza da!. ¿Y los demás?. ¿Y la red internacional implicada que sigue funcionando en la sombra, como cualquier mafia que se precie?. El enemigo es colectivo, no tiene cara, no hay sitio suficiente en una sala de juicios para tantos psicópatas como tendrían que estar siendo juzgados. Viven con nosotros, pasan por nuestro lado y no lo sabemos. Y lo peor de todo es cómo utilizan los políticos este tema para ganar adeptos. Nadie preguntó a cada una de las víctimas qué ideología tenían. Se trataba de masacrarlas y ya está.


Cuando voy a Atocha, desde aquel 11-M, tantas veces visitada en mi infancia para coger el tren que nos llevaba a pasar el fin de semana al campo, siento un desasosiego extraño, y se que ya nunca voy a estar allí con completa confianza, aunque hayan querido modernizar la estación y hacer que parezca más bonita.


También se desde entonces que hay trenes en la vida que conviene perder, porque te llevan a un viaje a ninguna parte, y que en muchas ocasiones jamás se llega a hacer del todo justicia.


Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, dame fuerzas para seguir creyendo en Dios, en un ser superior cuyos designios no logramos entender, que nos deja a nuestro libre albedrío como hace el padre cuando crecen sus hijos. ¿Pero no te das cuenta, Dios mío, que no podemos estar solos?.
Mª José: no os olvidamos.

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