miércoles, 27 de marzo de 2013

Fotos que me gustan (XVII)


Estas fotos las encontré en Guiding Light, una página  con la  que topé por casualidad, como casi todo lo demás que busco en Internet, y que tiene el nombre de una ópera, de un programa de televisión y de una canción.







martes, 26 de marzo de 2013

Un poco de todo (XIV)


- Por fin empiezan a leerme en Asia. Últimamente aparecen en las estadísticas de mi blog países en los que me leen de vez en cuando, como Rusia, y otros que me leen cada vez más asiduamente, como Alemania y Francia. Ya no sólo estoy en América. Pero el resto de continentes nunca se habían interesado hasta ahora, hasta que he visto que me han leído en Japón.

No sé cómo serán las traducciones que haga Google de mis posts, bastante malas me imagino, pero bueno, el mío es también un blog visual: las imágenes que en él pongo no necesitan traducción, sólo un ojo sensible que sepa apreciar su significado.

- Hace tiempo descubrí que para darle nueva vida a las plantas es necesario, además de regarlas y procurar que les de la luz, remover la tierra. Lo había visto hacer, pero nunca pensé que ese fuera el remedio ideal para revigorizarlas cuando ninguna otra cosa parece eficaz. Aunque los resultados nunca habían sido tan llamativos como en esta última ocasión, en que con un pequeño cuchillo que tengo me he dedicado a remover, procurando no dañar las raíces.

Las cuatro macetas que tengo en casa languidecían a pesar de proporcionarles lo cuidados habituales. El recurso del abono es una solución demasiado radical que nunca me ha ido bien, está hecho con componentes abrasivos, muy ácidos, y creo que sólo debería ser manejado por expertos en jardinería.

Pero no fue necesario, con remover la tierra para que se oxigene es suficiente. Y entonces hice una de mis asociaciones mentales: las plantas son como los hijos. No sólo hay que cuidarlos dándoles sustento y cubriendo sus necesidades básicas, sino que también hay que jalearlos un poco. En el caso de ellos una reprimenda, algo que conmueva sus cimientos, para que no languidezcan o se adocenen en una rutina en la que el esfuerzo personal brille por su ausencia. No hay que aceptar sin más un estado de cosas, hay que tener afán de superación, intentar estar mejor de como se está, aunque eso suponga un gran cambio.

No hay nadie peor que yo para esto, no sirvo para administrar normas ni para sermonear, es algo que me aburre muchísimo, pero a veces no queda más remedio y, como en el caso de las plantas, suele dar muy buen resultado.

- Es alucinante cómo se siguen metiendo con la viuda de Lennon después de tantos años. Todavía continúan diciendo la tontería esa de que fue la causante de la disolución de los Beatles, o que le tenía a él "comido el coco" con su fuerte personalidad.

Lo cierto es que esta mujer, que ¡increíble! ha cumplido recientemente 80 años, sigue fiel a sí misma, dedicada a sus creaciones, pues ya era artista antes de conocer a John, y guardando con devoción la memoria del que fue su marido.

Me encanta verlos juntos en esas fotografías de hace años, imágenes que la locura de un demente congeló en el tiempo. Ella se encargó de que el asesino no pudiera salir de la cárcel, cuando se ha propuesto en alguna ocasión. Hay delitos que no tienen suficiente castigo nunca, y el homicidio premeditado es uno de ellos.
Cuando veo una historia de amor y de creación como esta, truncada de forma tan trágica, siento un gran pesar y mucha rabia. No es fácil conseguir lo que ellos tenían, y no me refiero a cosas materiales. Fueron una pareja singular, con suficientes vivencias maravillosas en común como para sostener toda una vida aún cuando uno de ellos ya no esté. La entereza de Yoko Ono es encomiable, él sigue viviendo en ella. En los países orientales se entiende el duelo de otra manera a como lo entendemos en Occidente. Espero que alguna vez la dejen en paz, que ya ha tenido bastante. 

lunes, 25 de marzo de 2013

Daniel Day-Lewis


Lleva las manos de sus hijos tatuadas en los brazos. Salta de la euforia a la depresión. Oye voces. Todo hollywood lo venera... Y lo teme. Él se llama a sí mismo "perverso". Los críticos, simplemente, "genio". Es Daniel Day-Lewis.

Si alguien piensa que Daniel Day-Lewis está en una nube después de ganar su tercer Óscar, algo que nadie había logrado como actor protagonista, se equivoca. A juzgar por los antecedentes, está desconsolado. No puede evitarlo.

«Siento una terrible tristeza. El último día de rodaje siempre es surrealista. Tu mente, tu cuerpo, tu espíritu no están preparados para aceptar que la experiencia se acaba... Me cuesta años superar el duelo», declaró en una de las raras entrevistas que concede. Le pasa con cada personaje. El abatimiento es cíclico y brutal. Necesita años para meterse en un papel... y años para abandonarlo. No interpreta, se deja poseer. Ahora está en pleno exorcismo. Y le va a costar Dios y ayuda que el fantasma de Lincoln abandone su cuerpo.

El director Paul Thomas Anderson dice que funciona con dos marchas: punto muerto y quinta. Off y on. Ahora está apagado. Y cuando está apagado, necesita perderse por Europa, poner la moto a doscientos... 'Pirarse'. ¿De qué huye? De la intensidad. La necesita para interpretar. Pero el desgaste es atroz. Envejeció con Lincoln. Se notaba a simple vista. Por eso tarda tanto en volver a rodar. El historiador del cine Leonard Martin dice que su fuerza reside en su indefinición. «No tiene una personalidad clara, por eso es tan buen actor». Daniel Day-Lewis es un lienzo en blanco capaz de borrar cualquier rastro de sí mismo y llenarlo del personaje. Da la impresión de que no se tiene en gran estima. Mide casi 1,90 y va como encogido. Viste vaqueros gastados, botas viejas... Su estilo es indefinible, como su personalidad.

Es hijo de un poeta laureado, Cecil Day-Lewis, y de la actriz Jill Balcon. Familia judía, culta y de izquierdas. Estudió en un colegio público. «Soy un chico bien que creció en un barrio duro. Era un salvaje. Parte de mí sigue siéndolo. Me identifico con la clase trabajadora, con los hijos de los que trabajan en los muelles. Sabía que no formaba parte de su mundo, pero me intrigaban. Tienen una manera distinta de comunicarse, lacónica. La gente a la que le encanta hablar suele utilizar la conversación para esconder lo que piensa». Aquel niño pijo que se juntaba con los más gamberros y que robaba en las tiendas acabó en un internado... Lo odiaba. Pero allí empezó a dar clases de teatro, su vía de escape.

Su padre murió cuando él tenía 15 años. «Me volví conflictivo. No quería estudiar. Vagabundeaba, buscaba trabajos de estibador, de albañil... Cuando decidí centrarme en la carrera de actor, mi madre respiró. Tenía miedo por qué iba a ser de mí. Yo me tenía muy poca fe. Y sigo siendo un juez durísimo conmigo mismo. Pero ella creyó en mí». Day-Lewis arrastraba cierta orfandad desde mucho antes de que su padre muriese. «Se encerraba en el despacho a trabajar y no podía ni acercarme». Su mujer, Rebecca Miller, es hija del dramaturgo Arthur Miller. «En realidad se enamoró de su suegro», se desahogó su última novia, Deya Pichardo, que se enteró de que Daniel había roto con ella por la prensa.

La figura paterna gravita en el incidente más comentado de su vida. Interpretaba a Hamlet en 1989 cuando sufrió una crisis de pánico y abandonó el escenario. Desde entonces no ha vuelto a hacer teatro. La leyenda dice que se le apareció el fantasma de su padre. El actor aún es incapaz de dar una explicación coherente de lo sucedido. «Probablemente me visitaba su espíritu cada tarde porque, cuando interpreto, exploro mi propia experiencia, pero no recuerdo haber visto su fantasma aquella noche espantosa».

Su flechazo con el cine fue a los 19 años: el trabajo de Robert de Niro en Taxi driver lo dejó atónito. «Fue una iluminación. La vi seis veces seguidas». Aunque cuando el neoyorquino empezó a hacer filmes por dinero, se le cayó del pedestal. Porque hay pocos actores más exigentes y selectivos que Day-Lewis. Rechazó El señor de los anillos, La lista de Schindler, El paciente inglés... «Soy un poquito perverso. Odio hacer lo que se supone que es obvio. Solo acepto un papel si creo que puedo aportar algo a la historia». Marlon Brando era su otro gran ídolo. Igual que a él, se lo considera un actor del método, etiqueta que le repatea. «¿Mi método? Me vale con ser yo mismo desde hace 55 años bromea. El método es una utopía. Se supone que cada vez que interpretas una escena debe ser como si fuera la primera vez, aunque la repitas mil veces».

A Day-Lewis no le gusta repetir una toma ni ensayar. No le hace falta. Mucho antes de que suene la claqueta él ya se ha metamorfoseado. En Mi pie izquierdo (1989) no se bajó de la silla de ruedas en todo el rodaje y se rompió dos costillas por la postura forzada que adoptaba. Aprendió a pintar con el pie y los compañeros de reparto lo llevaban y traían en volandas y le daban de comer.

En El último mohicano (1992) vivió un par de meses en el bosque, cazando y pescando. Desollaba animales y dormía con su fusil.

Antes de rodar En el nombre del padre (1993) pasó varios días en una celda. Le arrojaban cubos de agua helada.

Para preparar Gangs of New York (2002) trabajó de carnicero y aprendió a lanzar cuchillos...

No es extraño que Day-Lewis resulte tan intimidatorio para sus compañeros de reparto. Sobrevivirle es una hazaña. En los dos meses de rodaje de Pozos de ambición (2007) ni siquiera quiso conocer al actor que interpretaba a su antagonista, al que propinó una paliza. No resistió la presión y hubo que sustituirlo.

Y así va, huyendo de papel en papel. También en la vida real. «Me las he arreglado para crear un sentimiento de destierro en muchas parcelas de mi vida. Vivo en Irlanda, no en Inglaterra. Hago películas en Estados Unidos. Me exilié del teatro. Hui de Hamlet... Soy un hereje, un traidor». También huyó de pareja en pareja hasta que alcanzó la estabilidad en 1997 con la polifacética y perfectísima Rebecca Miller: bailarina, coreógrafa, escritora... Tienen dos hijos, de 10 y 14 años. Y las huellas de sus manos tatuadas en sus brazos. «No los animaría a ser actores. Por cada persona que se gana la vida con esto, hay mil que perecen espiritualmente. Es un mundo despiadado».

De su primer hijo, con Isabelle Adjani, no habla. Como si perteneciese a un personaje del que se libró hace tiempo. Quizá quien mejor captó esa ambigüedad, ese límite tan difuso entre la realidad de la que huye y la ficción que lo deja exhausto, fue su padre, que le dedicó un poema cuando nació: ¡Qué hombrecito he tenido! / ¡Qué potencia tiene! / ¡Aunque esté desnudo y sin fuerzas / como una nuez sin cáscara!

Su primer papel en el cine fue a los 15 años, de extra en Sunday bloody sunday, de John Schlesinger. De gamberro. «Me pagaron cinco libras por rayar con un cristal los coches aparcados. Fue como estar en el cielo».

Después de cada rodaje tiene periodos de aislamiento e incluso de depresión, aunque la película haya sido un éxito. Sobre esas épocas guarda un pulcro silencio, aunque no desmiente haber estado ingresado en una clínica psiquiátrica.

Recorrió España de norte a sur con lo que le cabía en una mochila. Se cruzó con la Vuelta Ciclista en Salamanca y siguió al pelotón. Se alojó en el mismo hotel que Miguel Induráin. Además del ciclismo, le gusta el motociclismo. Su ídolo es Valentino Rossi.

Conspiró para que su suegro, Arthur Miller, accediese a ver a su hijo, con síndrome de Down y al que había recluido desde bebé en una institución. El hijo, cuya existencia se mantenía en secreto, tenía 40 años cuando se produjo el reencuentro.

Además de la ebanistería, le fascinan los zapatos. Puede pasarse horas estudiando sus diseños en la tienda de Manolo Blahnik en Nueva York. Y estuvo de aprendiz de zapatero en Florencia. Le gusta trabajar con las manos.

Day-Lewis tiene una larga lista de mujeres seducidas y abandonadas: Juliette Binoche, Sinead O'Connor, Winona Ryder, Julia Roberts, Isabelle Adjani... Siempre ha roto con ellas sin dar una explicación, según dicen ellas. Esta última, con la que tiene un hijo, se enteró por televisión.
Leonardo DiCaprio le convenció para que encarnara a Lincoln. "Yo no pensaba que se pudiera dar vida al personaje de Abraham Lincoln. Me sentía muy intimidado por él. Por eso, cuando hice una prueba con Steven Spielberg para el personaje, en 2003, rechacé el papel. El proyecto estaba parado. Pero años después Leonardo DiCaprio, que la noche anterior había cenado con Spielberg, me llamó y me dijo que el guión merecía una oportunidad. Lo pensé de nuevo y desde el momento en que empecé a acercarme a Lincoln, a investigarlo, y existe un enorme caudal documental por sus propios escritos, por lo que escribieron sus contemporáneos y en las biografías, lo sientes inmediata y sorprendentemente accesible. Es el propio Abraham Lincoln el que tira de tí".

"Investigué durante más de un año y leí un centenar de libros sobre él. Una vez que se desata mi curiosidad por un personaje, es muy difícil frenarla: quiero saber más y más. Cuando me familiaricé con el pensamiento de Lincoln, le enviaba mensajes de móvil a la actriz Sally Field (que interpreta a la esposa del presidente). Los firmaba: «Atentamente, A». Ella me respondía que dejase de perder el tiempo y me dedicase a algo productivo. Durante todo ese tiempo también trabajé con el director de maquillaje para conseguir una apariencia física lo más fiel posible".

"Para conseguir su voz, me fijé en los relatos de la época. Dicen que tenía un registro más agudo y menos resonante de lo que creíamos. Más aflautada y dulce. Pero yo no descuartizo un personaje. No creo la voz por un lado, luego la forma de andar y así sucesivamente... Para mí, todo va unido. Dejo que las cosas sucedan lentamente durante un largo periodo de tiempo. Si tengo suerte y el personaje va creciendo dentro de mí, empiezo a oír una voz. Y no lo digo en un sentido sobrenatural. Empiezo a oír el sonido de una voz en mi interior. Y si me gusta el sonido y me acostumbro a él, luego puedo intentar reproducirlo. También hay que adaptar los diferentes acentos, las influencias que recibió a lo largo de su vida: su infancia en Kentucky e Indiana, su juventud en Illinois..."

"Fue un político excelente. Y sabía cómo hablarle a la gente, cómo hacerse accesible. Por mi forma de trabajar, me sentí muy solo durante una gran parte de mi experiencia. Pero era una soledad que necesitaba y que me ayudó mucho. Procuro ver más allá de mi propia perspectiva. Por eso pensé mucho sobre lo que debe sentir el presidente Obama en este momento. Ha envejecido visiblemente. Y siento que yo también envejecí interpretando a Lincoln. Esa responsabilidad es una carga que uno sólo puede explorar en su propia imaginación. Alguien que está en esa situación de poder debe sentirse muy solo en ocasiones". 


(Reportaje aparecido en XL Semanal el 10/3/13)

viernes, 22 de marzo de 2013

La misteriosa armonía de los fenómenos naturales


Todos los fenómenos naturales que tienen lugar en la Tierra son, por catastróficos que puedan parecernos, necesarios para la continuidad de la vida.

La serie de volcanes que existen en el fondo del Atlántico liberan, con sus erupciones, minerales que luego las corrientes marinas llevarán a todos los rincones del planeta, y alimentarán el placton, que es la base del sustento de muchas especies. Durante millones de años van emergiendo las sustancias que componen el núcleo de la Tierra, en una ascensión lenta y progresiva del magma hasta que termina saliendo por los cráteres volcánicos.

El hielo que se forma en la superficie del agua en los mares de los polos hace que se elimine la sal que ésta contiene, que cae al fondo del mar en forma de extrañas columnas blancas, arrastrando consigo oxígeno y alimentando a especies de todo tipo. Esos excedentes de sal y oxígeno serán también transportados por las corrientes a todos los rincones del planeta.

Si miramos de cerca el suelo del desierto del Sáhara, nos damos cuenta que está compuesto de minerales y restos marinos, pues donde ahora hay arena antes hubo un mar. El viento se encargará de llevar esos elementos a todos los lugares del Mundo. Donde creemos que no hay nada y que es difícil que se genere vida, hay infinitas posibilidades de regeneración.

Los incendios, que generalmente consideramos una calamidad, sirven para eliminar ecosistemas que muchas veces, por sí mismos y por saturación, no podrían regenerarse, como sucede en las selvas tropicales.

Los rayos que caen durante las tormentas sirven para eliminar la sobrecarga eléctrica y de humedad que se forma por la acumulación de nubes. Hay determinados puntos del planeta en los que se producen habitualmente miles de rayos, en tormentas que se generan con mucha frecuencia. Es un sistema conectado a gran escala, que enlaza el planeta entero y redistribuye las energías, lo que determina la climatología.

El campo magnético que rodea a la Tierra se divide en varios estratos, siendo el más alejado de ella el más grande. Sirve para que no nos afecte el contínuo choque de las ondas de energía de las tormentas solares, que a veces tienen picos muy altos. Cuando esto sucede, en la llamada eyección de masa coronal, el campo magnético no es suficiente para detener esas ondas, y lo atraviesan, momento en que tienen lugar las auroras boreales.

Es sorprendente el equilibrio que existe entre las diferentes velocidades a las que se desarrollan los distintos fenómenos naturales: los huracanes, la formación de tormentas, las corrientes marinas, el viento que viaja de una zona a otra de la Tierra, la lentitud con que rota el incandescente núcleo terrestre y la rapidez con que lo hace el planeta. Todo es un movimiento sucesivo e infinito, una inmensa coreografía en la que todo tiene un sentido y una misión. Sin esta armonía la Tierra no sería el lugar que todos conocemos.

jueves, 21 de marzo de 2013

Monólogos de cine (I): Presunto inocente


Hay monólogos de cine que han marcado a generaciones enteras por su profundidad, la certeza con la que han sido dichos o la verdad que encierran. En el caso de una película que siempre me ha encantado, Presunto inocente, el monólogo final es además desgarrador, cruento y espeluznante.

Se trata de la historia de una mujer que mata a la amante de su marido, un exitoso abogado, dato que sólo se descubre al final. Durante toda la cinta el protagonista, injustamente acusado del homicidio, tiene un doble sufrimiento, el dolor por la muerte de la persona a la que amaba, que ya no le correspondía, y el ocasionado por ser víctima, en lugar de ejecutor como estaba acostumbrado, de los oscuros e implacables engranajes del sistema legal.

Esta tragedia personal es magistralmente interpretada por un Harrison Ford que en aquel momento estaba en la plenitud de su madurez y de su carrera. Cuando descubre que ha sido su esposa la autora del asesinato, ésta pronuncia el monólogo que nos ocupa, más para sí misma que para él, trastornada como está, intentando justificar el motivo del crimen y expresar el tormento por el que ella también ha pasado. La deducción a la que llega, intentando dar un final feliz a esta historia, convertida ella en ejecutora de la justicia, el ángel vengador, es contradecida por su marido. Aunque quizá no le falte razón, pues ante ignonimias cada vez más frecuentes como son la infidelidad conyugal, no existe ley que infrinja castigo alguno.

El protagonista pronuncia la frase final, tras otro breve monólogo que no reproduzco en el que nos cuenta su incapacidad para acusar a su mujer, por lástima y porque el hijo de ambos necesita a su madre y no los quiere separar. Para un abogado que se precie ningún crimen debería quedar impune, sobre todo si se conoce la verdad, y si tenía una relación afectiva con la víctima.

Sólo tras presenciar el desarrollo de los acontecimientos, se puede llegar al clímax necesario para experimentar la conmoción que produce la revelación trágica, escalofriante, alucinada y penosa de la esposa, y comprender las motivaciones de todos.

En el monólogo ella habla de sí misma en 3ª persona, como si estuviera contando algo que le ha ocurrido a otra mujer. La pregunta final la hace su marido, y la última frase, como ya dije, es de él también.

Ya está hecho. He engañado a todos. Lo que ha ocurrido tenía que ocurrir. Lo que llega a hacer una mujer por su vida, por su marido que siempre la había ayudado, hasta que él cayó bajo el hechizo de otra mujer y ella quedó abandonada, como si estuviera muerta.

Hasta que empieza a soñar. En su sueño la destructora es destruida. Merece la pena vivir ese sueño. Y así, con toda sencillez, con toda claridad, todo encaja perfectamente. Tiene que ser un crimen que a su marido no lo haga sospechar. Cuando se descubra se archivará el caso entre los no resueltos.

Pero toda su vida sabrá que ha sido él, que él mantuvo una relación con esa mujer. Fue entonces cuando compra un juego de vasos. Una noche su marido bebe cerveza, ya tiene sus huellas. Luego, durante unos días, ella guarda el líquido que rezuma cuando se quita el diafragma. Lo mete en una bolsa y lo guarda en la nevera del sótano. Y espera.

Y llama a esa mujer y se cita con ella. La deja entrar. Cuando ella está de espaldas, saca el instrumento y la golpea varias veces. La destructora es destruida. Saca la cuerda que llevaba escondida y la ata como ha dicho su marido que hacen los pervertidos. Siente que tiene poder y control, se siente guiada por una fuerza muy superior.

Con una jeringuilla inyecta el contenido de la bolsa en la vagina de esa mujer, y deja el vaso.

Hasta que llega el juicio, y allí ve sufrir a su marido como ella jamás hubiera previsto. Está dispuesta a decir la verdad, a confesarlo todo. Pero, mágicamente, el caso es sobreseído. Están salvados.

¿Salvados?

Hubo un crimen, hubo una víctima… y hay un castigo.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Fotos que me gustan (XV)





África


Botswana




Templo de Debod





Surfista argentino Joaquín Azulay



Acelerador de partículas


Krakatoa


Hotel en Krakatoa


Krakatoa


martes, 19 de marzo de 2013

Fotógrafos (XIV): Bill Cunningham


Bill Cunningham lleva más de 50 años fotografiando las calles de Nueva York. Sus fotos no tienen un gran valor artístico en sí mismas, porque carecen de artificios técnicos. Son sencillas y con encuadres irregulares, pero vista en conjunto su obra, posee una fuerza y un significado fuera de lo común.

Bill ha sido siempre fiel a su estilo. Desde su juventud hasta la fecha actual, en que ya es un anciano octogenario, ha vestido con ropas de sport, cómodas y no siempre bonitas. Montado sobre su bicicleta, va por la Gran Manzana disparando su cámara colgada al cuello, captando la vida en una gran ciudad.
Su especialidad es la moda, y sus fotos han aparecido en las mejores revistas del mundo, como Vanity Fair, Harper´s Bazaar o Vogue. Su habilidad para capturar las instantáneas más significativas, ya sea de gente famosa como de personas anónimas, le ha granjeado un aura de prestigio que ha hecho que sea solicitado para muchas publicaciones.

En realidad, cuando se le conoce se da uno cuenta de que es un tipo sumamente sencillo, alguien con un estilo de vida muy personal, muy independiente a pesar de tener una amplia red social. Vive solo y nunca tuvo pareja. Él es feliz así, sin horarios, sin jefes, sin más obligaciones que las que él mismo se impone. Nunca echó de menos nada de lo que la gente más convencional ansía.

Se confiesa religioso, de los que van a Misa. Bill, que siempre está haciendo bromas, dice que es para escuchar la música de las iglesias. “Voy y me arrepiento…”, dice riendo. “Lo necesito, es importante para mí, no sé por qué”.

Come habitualmente en restaurantes baratos, no le importa la comida, es una rutina, una necesidad que hay que satisfacer y poco más.

Nunca ha tenido televisión en casa, pero ha ido mucho al cine. El cine es, como para el fotógrafo, otra manera de ver el mundo.

Viaja por compromisos profesionales, y París es una de sus ciudades favoritas. “Hay que ir a París a reeducar la vista”, dice.

Su aspecto, a pesar de estar tan interesado en la moda, es un sport descuidado. Habitualmente se pone una chaqueta azul, o un anorak azul en los días más fríos. “Si todo el mundo vistiera tan desaliñado como yo el mundo sería un lugar deprimente”, reconoce. “Pero ¿para qué vestir con chaquetas caras que luego se van a estropear con el trabajo?”. Es un hombre muy práctico, y muy económico también.

“No me gustan los lujos”, afirma, “lo cual es una contradicción, porque me encanta ver a todas esas mujeres tan bien vestidas”.

“No son importantes los famosos ni el espectáculo, la ropa es lo importante. El que busca belleza, la encuentra”. Realmente siente fascinación por el mundo de la moda.

Cuando va a las revistas para las que trabaja, todos le reciben con cariño y con bromas, y él se muestra encantado. En una de ellas le prepararon una fiesta sorpresa de cumpleaños. Parece un niño pequeño al que han sorprendido con un caramelo o un regalo inesperado. Está feliz, rodeado de gente que le quiere y valora su trabajo.
A veces se pelea, usando mucho sarcasmo, con algún editor de contenidos al que obliga a incluir más fotos de las que serían recomendables en una misma página. El aludido parece harto de tener que bregar siempre con él por los mismos temas, basándose en su condición de veterano, y como que a él es difícil que ya nadie pueda enseñarle nada. Bill se las arregla siempre para salirse con la suya. Es como un niño travieso con un poco de mal genio de vez en cuando.

“Ser sincero y directo en Nueva York es casi imposible. Yo siempre intento jugar limpio… “, dice en relación a su trabajo. No todo el que sale en una de sus fotos se gusta, pero el objetivo de una cámara es un ojo despiadado. “Será mejor que te calles Cunningham, que te muevas y te pongas a trabajar”, dice como para sí mismo. Sin duda, después de tantos años frecuentando ambientes de todas clases, sabe muchos secretos que seguramente nunca revelará. Es su ritmo de trabajo lo que lo mantiene tan en forma a pesar de su edad.

Bill Cunningham, aparentemente frágil sobre su bicicleta, pedalea incansable por las calles de la gran ciudad que es Nueva York, con la cámara siempre dispuesta para disparar. Nadie parece molestarse por ser objeto inesperado de su interés. Es ya una figura familiar allí, alguien imprescindible para entender cierta manera de vivir.

viernes, 15 de marzo de 2013

Pintura contemporánea (IV): Giuseppe de Nittis


Giuseppe de Nittis fue un pintor que vivió en el siglo XIX.

Nació en Italia, pero vivió y murió en Francia. En la Exposición de París de 1878 alcanzó un gran éxito.

Destaca en sus obras la perfección a la hora de recrear materiales (cristal, ropajes, vegetación), la delicadeza de los colores, de las escenas que representa, los brillos y reflejos, el uso de luces y sombras, la armonía y la paz que transmiten los momentos que recrea. Hay una gran elegancia en todos sus conjuntos, en los que paisaje y figuras parecen fundirse.


jueves, 14 de marzo de 2013

Un poco de todo (XXIII)


- En un reportaje fotográfico que he visto recientemente, he podido admirar la belleza del lugar que ha elegido Benedicto XVI para pasar lo que le quede de vida. No me extraña que se haya querido retirar allí, es un pequeño paraíso en la tierra, un convento rodeado de jardines preciosos, llenos de fuentes y verdor. Su despacho es imponente, amplio y luminoso, con una gran araña de cristal.

Me hizo gracia cuando leí que un intruso quiso colarse en la reunión preparatoria previa al cónclave, haciéndose pasar por un cardenal más. Me pregunto cómo habrá podido burlar la seguridad que yo suponía férrea en un lugar como ese. Le cogieron por la pinta que llevaba: sotana demasiado corta, fajín no reglamentario y cruz demasiado grande. Y es que todo lo que sucede en el Vaticano suscita una enorme curiosidad, por lo ancestrales que son sus costumbres y por las ceremonias tan particulares y secretas que allí se celebran cuando hay que elegir nuevo Papa.

Benedicto ha huido del mundanal ruido. Eso quisiera hacer yo también, con muchos menos años que él.

- Y habemus Papam, por fin. Como siempre, alguien muy mayor. Pocos son elegidos como Juan Pablo II con edad suficiente como para tener un largo mandato. Mi hija me preguntaba cuánto va a durar éste, como si yo tuviera una bola de cristal para adivinar el futuro. Seguramente ella, al verlos siempre tan ancianos, piensa que no les va a dar tiempo a llevar a cabo todo lo que tienen que hacer, y que ya están agotados y achacosos antes de haber empezado. Aunque el Papa entrante parece tener un aspecto jovial.

Veremos cómo resulta. Me ha sorprendido que fuera un hispanoparlante. Está bien que haya variedad. Sería un acierto que alguna vez se decidieran por alguien de otra raza. Y también que las mujeres pudieran acceder a esos estratos tan encumbrados de la Iglesia. Se habla mucho de ello últimamente. La polémica está servida.

- En la película que se hizo sobre la vida de Freud se comentaba una idea que yo creía que sólo existía en mi cabeza, por lo extraña y sorprendente que es, y a la que llegué más por intuición y mera observación que por constatación científica. Se trata de lo que Jung llamó “fenómeno de exteriorización catalítica”, que es la capacidad de mover objetos con el inconsciente, o más concretamente es la acción de liberar una cantidad extraordinaria de energía contenida que produce modificaciones en el entorno, objetos que se desplazan, que crujen.

Sé de alguien que durante el transcurso de una fuerte discusión liberó tal cantidad de energía que fue capaz de desprender una estantería de los clavos que la anclaban a la pared, y que no se había movido de ahí en años. Fue algo intenso, inusitado e inconsciente, desagradable de ver por la violencia del momento, pero interesante.

Cuántas cosas he imaginado o intuido, sin haberlas contrastado con información ninguna, y luego las he visto expuestas con todo lujo de detalles cuando menos lo esperaba. Es muy reconfortante saber que no siempre son extrañas las ideas que rondan mi mente, y muy esclarecedor.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Ping Fu


Cuando Michelle Obama invitó a Ping Fu a la Casa Blanca para tomar una copa, tras el discurso de su marido sobre el Estado de la Unión de 2010, a Ping le entró el pánico. “No entendía lo que quería decir. Me hice un lío con el idioma y pensé que me estaba invitando a una fiesta de pijamas”. Ping, de 54 años, una de las figuras empresariales del mundo digital con más éxito en EE.UU., se ríe con candidez. La entrevista se realiza en su espaciosa casa de Carolina del Norte. Lleva un vestido de seda negro con medias estampadas y su pelo de color azul eléctrico brilla con la luz que entra por los ventanales. Su empresa, Geomagic, que se dedica al desarrollo de programas en 3D, factura cada año 43 millones de euros, aunque ella no tiene nada que ver con la típica directora ejecutiva de Silicon Valley y es la primera en hablar de sus lagunas informáticas con sentido del humor.

Ping nació en Nankín (China) y sus primeros años de vida fueron idílicos, a pesar de que su madre biológica la había abadonado en casa de sus tíos, a los que creía sus auténticos padres. Pasó su infancia en una hermosa casa de Shanghai, bajo el amparo de una familia culta y cariñosa. En sus memorias, “Bend, not break” (“Doblar, no romper”, inéditas en España) evoca la estampa de aquella felicidad, cuando todas las mañanas su “madre” compraba ramitos de jazmín para adornar su blusa. Pero el paraíso fue efímero. Ping cumplió ocho años en mayo de 1966, al comienzo de la Revolución Cultural que Mao Tse Tung realizó contra los elementos capitalistas, tradicionales y culturales de la sociedad china. En ese momento, cualquier persona considerada burguesa (lo que incluía a la familia de Ping) debía ser “reeducada”. Así que sus padres y hermanos fueron internados en campos de trabajo, y a ella la mandaron a su ciudad natal, Nankín, para vivir en una residencia de niños “perdidos”, es decir, los hijos de la burguesía urbana represaliada.

En Nankín, la Guardia Roja la empujó a un cuarto desnudo, con otra niña que lloraba en el suelo. Era Hong, quien resultó ser su hermana biológica. A partir de ese momento, las dos fueron inseparables, y la habitación 202 su única casa. En aquel centro, a aquellos niños considerados como “ovejas negras”, se les lavaba el cerebro para poder “salvarlos”. A veces, se les obligaba a colgarse del cuello pizarras enumerando los “crímenes” de sus familiares, y a subirse a un escenario delante de un auditorio lleno para denunciar públicamente a sus padres. Si se negaban, los molían a palos. “Algunos días empezaba a creerme lo que decía encima de aquel escenario. Que yo no era nadie, que no existía”, recuerda Ping en sus memorias.

Poco tiempo después de su llegada, las hermanas fueron obligadas a ver cómo la Guardia Roja ejecutaba a dos profesoras. A una le cortaron la cabeza y la tiraron a un pozo. “La otra fue atada a cuatro caballos y destrozada mientra se le salían los sesos. Nos dijeron que si nos nos portábamos bien, acabaríamos igual”.

Alguna vez también ellas sufrieron vejaciones. Un día, un miembro de la Guardia Roja tiró a Hong a un río de las inmediaciones y se hubiera ahogado si Ping, que entonces tenía 10 años, no se hubiese lanzado a rescatarla. En el camino de vuelta a la habitación, ambas empapadas, las siguió una pandilla de unos 10 muchachos adolescentes. Su hermana logró huir pero Ping fue golpeada y violada por todo el grupo. “Me acuchillaron y me dejaron tirada”, recuerda con pasmosa serenidad. De algún modo, sobrevivió solo para soportar después abusos emocionales. “Me llamaban “zapato roto” (una expresión china que se usa para designar a la mujer que ha perdido la virginidad). Fue la peor etapa”, afirma Ping, quien todavía habla con fuerte acento chino. “Lo peor no fue la violación, sino el hecho de ser víctima de algo y, aun así, que te castiguen”. Su hermana le daba razones para aguantar. “Mi responsabilidad me mantuvo con vida... Quería rendirme, pero no tenía opción”.

En su libro cuenta también cómo, siendo niña, logró inhibirse del ruido de la propaganda que transmitían los grandes altavoces. “Hoy aún soy capaz de no escuchar nada que no quiera oír”. Parece que también se ha entrenado para cerrarle el paso al ruido de ciertas emociones. “Me llevó mucho tiempo darme cuenta de que no iba a volver a casa, a China, y cuando lo hice, fue durísimo de aceptar”.

Su madre biológica fue “liberada” cuando Ping tenía 13 años y se mudó con sus hijas a la habitación 202. “Pero no era muy cariñosa”. Ping ha contado cómo su madre, a la que apenas conocía, solía hacerle heridas físicas a base de pellizcos. En el libro, uno de los pasajes más perturbadores es cuando les dice a sus hijas que nunca quiso ser su madre. Las secuelas de este desafecto perduran todavía hoy pero, a pesar de todo, Ping Fu decidió hacerse cargo de su madre cuando se hizo mayor y ahora vive con ella en EE.UU. “Está en la planta de arriba . Tuve que superar mis conflictos”.

Hace 18 años, cuando regresó por su primera vez a China para ver a su familia, Ping tomó la decisión de enfrentarse a ella. “En Estados Unidos había consultado con un psicólogo que me dijo que le hablara de mis sentimientos. Pero él no sabía nada acerca del respeto a la familia en la cultura china. Al principio, adopté una postura de superioridad moral que no fue bien recibida en casa. Aún no era lo bastante madura para entender por todo lo que había pasado. Yo quería que dijese: “Lo siento” y “te quiero”, pero ella tampoco me comprendía a mí”.

Ping se emociona cuando habla de los últimos días de su madre adoptiva, su tía, con la que también se reencontró. “Sufrí mucho cuando murió. No pude hacer nada. Cuando la vi en el hospital, se me partió el corazón. Estaba en mis brazos y decía: “Ping, por favor, llévame a casa, quiero ir a casa...”. Pero no podía, y sus hijos tampoco podían cuidar de ella porque todos trabajaban... No quiero arrastrar remordimientos sobre mi otra madre. Quiero darle una vida mejor. Sus dos hijas vivimos en Estados Unidos (Hong vive en Arizona y tiene un negocio). No todo lo hago por ella; es también por mí misma. A pesar de los problemas, le agradezco que siempre haya tenido fe ciega en mi capacidad para hacer cualquier cosa, incluso cuando era niña”. Su fe en Ping Fu estaba justificada. Cuando se dio por concluida la Revolución Cultural en 1976, se reabrieron las escuelas y Ping consiguió una plaza en una de las pocas universidades del país.

Como estudiante de Literatura, se interesó por el periodismo y un profesor le sugirió que escribiese sobre la política china de hijo único. Su meticuloso informe, presentado tras meses de entrevistas con médicos, madres y comadronas, ponía en evidencia el asesinato generalizado de niñas. “Fui testigo con mis propios ojos de las terribles consecuencias... Las bebés eran ahogados en ríos; niñas recién nacidas asfixiadas con bolsas de plástico y arrojadas a los contenedores de basura”. El reportaje se publicó en el periódico más importante de Shanghai y atrajo la atención internacional. Aunque el nombre de Ping no aparecía en el artículo, las autoridades rastrearon la pista hasta dar con ella y fue detenida. “Pensé que me iban a ejecutar”.

Tres días después la sacaron de la celda y fue puesta en libertad pero obligada a abandonar China. Decidió exiliarse en EE.UU.: “Yo tenía una visión idílica de América. Mi primo me contó que era un sitio donde uno podía pisar sandías, golpearte con plátanos y llenarte la boca de cacahuetes al caer”, recuerda. La emoción del viaje brilla todavía en sus ojos. Ping aterrizó con 70 dólares en el bolsillo para pagar un taxi hasta Albuquerque y conociendo solo tres expresiones en inglés: “Gracias”, “hola” y “ayuda”. La última fue muy útil. Sobre todo, porque al llegar al aeropuerto, fue raptada por un hombre que se ofreció a llevarla en coche hasta la universidad, pero luego la encerró en su casa y se fue. Tres días después, los vecinos llamaron a la policía cuando escucharon sus gritos. “Sólo me podía pasar a mí”, dice, riéndose con distancia. Se apuntó a clases de inglés para extranjeros, mientras subsistía trabajando de niñera, limpiadora y camarera.

Tiempo después, estudió Informática y empezó a trabajar para una compañía de diseño de software, a la vez que iba completando sus estudios. En los cursos de doctorado de la Universidad de Illinois, se enamoró de un profesor, Herbert Edelsbrunner. Poco después se casaron y tuvieron una hija, Xixi, que hoy tiene 19 años. Luego Ping ingresó en el Centro Nacional de Aplicaciones de Supercomputación (NCSA, en sus siglas en inglés), un vivero de brillantes expertos en informática que trabajan en el campo de la realidad virtual y el procesamiento de imágenes. Una curiosidad: como parte de su trabajo, colaboró en la creción de los efectos especiales de la película Terminator 2.

Animada por sus jefes, tomó la decisión de poner en marcha su propia empresa junto a su marido. Y combinando la tecnología de imagen en 3D con fórmulas matemáticas, crearon Geomagic, especializada en la captura de imágenes y en su conversión a impresión tridimensional que genera modelos y prototipos. Fueron días apasionantes, igual que sus primeros años en Shanghai.

Con el tiempo, su empresa ha alcanzado tal éxito que cuando, en el año 2010, el presidente de EE.UU. reunió a 50 directores ejecutivos para recabar ideas sobre estrategias de negocio, Ping fue también invitada. Cuando Obama vio la primera lista de invitados se quejó: “Quiero diversidad, mujeres empresarias, inmigrantes de primera generación, líderes en el mundo de la tecnología, alguien que represente a una minoría”, le dijo a sus asesores. Ella cumplía todos los requisitos y, aunque era una completa desconocida, fue convocada. “En la reunión todos tenían grandes teorías sobre cómo motivar a sus empleados", afirma Ping, "pero yo dije: “A mí me gusta contar historias”. Al presidente le causó muy buena impresión: no había concluido aún su camino de vuelta cuando recibió una llamada de la Casa Blanca invitándola a compartir el palco de Michelle Obama en el discurso sobre el Estado de la Unión.

Poco después, fue nombrada 1ª presidenta del Consejo Nacional Consultivo de Innovación e Iniciativa Empresarial, un grupo que mantiene reuniones con Obama para desarrollar políticas que apoyen proyectos emprendedores. Cuando vuelve a China, Ping está bajo control. “Estoy en la lista de vigilados. Tengo esos puntos negros en mi expediente: anticomunista, antisocial, antitodo... Me encantaría ver una ceremonia de fuego, con todo mi expediente ardiendo en la pira”, dice aludiendo a un episodio de su infancia en el que la Guardia Roja quemó sus diarios privados.

“El año pasado, estando en China, recibí una llamada de la Casa Blanca. A los cinco minutos no podía consultar mis correos electrónicos y mi móvil se bloqueó. Le pedí el teléfono a mi primo pero, nada más cogerlo dejó de funcionar. Cambié mi billete y me largué ese mismo día. Da miedo”. De hecho, aclara Ping, por 1ª vez en su vida tiene la impresión de que puede tomarse un descanso. “Siempre he ido a toda velocidad. Siento como si ya hubiese llegado a mi destino. Fui nadie y siempre quise ser alguien”. Y añade con una sonrisa: “No siento que vaya a ser nadie nunca más.”

(Reportaje tomado de la revista Mujer Hoy, de 2/3/13)
 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes