lunes, 25 de marzo de 2013

Daniel Day-Lewis


Lleva las manos de sus hijos tatuadas en los brazos. Salta de la euforia a la depresión. Oye voces. Todo hollywood lo venera... Y lo teme. Él se llama a sí mismo "perverso". Los críticos, simplemente, "genio". Es Daniel Day-Lewis.

Si alguien piensa que Daniel Day-Lewis está en una nube después de ganar su tercer Óscar, algo que nadie había logrado como actor protagonista, se equivoca. A juzgar por los antecedentes, está desconsolado. No puede evitarlo.

«Siento una terrible tristeza. El último día de rodaje siempre es surrealista. Tu mente, tu cuerpo, tu espíritu no están preparados para aceptar que la experiencia se acaba... Me cuesta años superar el duelo», declaró en una de las raras entrevistas que concede. Le pasa con cada personaje. El abatimiento es cíclico y brutal. Necesita años para meterse en un papel... y años para abandonarlo. No interpreta, se deja poseer. Ahora está en pleno exorcismo. Y le va a costar Dios y ayuda que el fantasma de Lincoln abandone su cuerpo.

El director Paul Thomas Anderson dice que funciona con dos marchas: punto muerto y quinta. Off y on. Ahora está apagado. Y cuando está apagado, necesita perderse por Europa, poner la moto a doscientos... 'Pirarse'. ¿De qué huye? De la intensidad. La necesita para interpretar. Pero el desgaste es atroz. Envejeció con Lincoln. Se notaba a simple vista. Por eso tarda tanto en volver a rodar. El historiador del cine Leonard Martin dice que su fuerza reside en su indefinición. «No tiene una personalidad clara, por eso es tan buen actor». Daniel Day-Lewis es un lienzo en blanco capaz de borrar cualquier rastro de sí mismo y llenarlo del personaje. Da la impresión de que no se tiene en gran estima. Mide casi 1,90 y va como encogido. Viste vaqueros gastados, botas viejas... Su estilo es indefinible, como su personalidad.

Es hijo de un poeta laureado, Cecil Day-Lewis, y de la actriz Jill Balcon. Familia judía, culta y de izquierdas. Estudió en un colegio público. «Soy un chico bien que creció en un barrio duro. Era un salvaje. Parte de mí sigue siéndolo. Me identifico con la clase trabajadora, con los hijos de los que trabajan en los muelles. Sabía que no formaba parte de su mundo, pero me intrigaban. Tienen una manera distinta de comunicarse, lacónica. La gente a la que le encanta hablar suele utilizar la conversación para esconder lo que piensa». Aquel niño pijo que se juntaba con los más gamberros y que robaba en las tiendas acabó en un internado... Lo odiaba. Pero allí empezó a dar clases de teatro, su vía de escape.

Su padre murió cuando él tenía 15 años. «Me volví conflictivo. No quería estudiar. Vagabundeaba, buscaba trabajos de estibador, de albañil... Cuando decidí centrarme en la carrera de actor, mi madre respiró. Tenía miedo por qué iba a ser de mí. Yo me tenía muy poca fe. Y sigo siendo un juez durísimo conmigo mismo. Pero ella creyó en mí». Day-Lewis arrastraba cierta orfandad desde mucho antes de que su padre muriese. «Se encerraba en el despacho a trabajar y no podía ni acercarme». Su mujer, Rebecca Miller, es hija del dramaturgo Arthur Miller. «En realidad se enamoró de su suegro», se desahogó su última novia, Deya Pichardo, que se enteró de que Daniel había roto con ella por la prensa.

La figura paterna gravita en el incidente más comentado de su vida. Interpretaba a Hamlet en 1989 cuando sufrió una crisis de pánico y abandonó el escenario. Desde entonces no ha vuelto a hacer teatro. La leyenda dice que se le apareció el fantasma de su padre. El actor aún es incapaz de dar una explicación coherente de lo sucedido. «Probablemente me visitaba su espíritu cada tarde porque, cuando interpreto, exploro mi propia experiencia, pero no recuerdo haber visto su fantasma aquella noche espantosa».

Su flechazo con el cine fue a los 19 años: el trabajo de Robert de Niro en Taxi driver lo dejó atónito. «Fue una iluminación. La vi seis veces seguidas». Aunque cuando el neoyorquino empezó a hacer filmes por dinero, se le cayó del pedestal. Porque hay pocos actores más exigentes y selectivos que Day-Lewis. Rechazó El señor de los anillos, La lista de Schindler, El paciente inglés... «Soy un poquito perverso. Odio hacer lo que se supone que es obvio. Solo acepto un papel si creo que puedo aportar algo a la historia». Marlon Brando era su otro gran ídolo. Igual que a él, se lo considera un actor del método, etiqueta que le repatea. «¿Mi método? Me vale con ser yo mismo desde hace 55 años bromea. El método es una utopía. Se supone que cada vez que interpretas una escena debe ser como si fuera la primera vez, aunque la repitas mil veces».

A Day-Lewis no le gusta repetir una toma ni ensayar. No le hace falta. Mucho antes de que suene la claqueta él ya se ha metamorfoseado. En Mi pie izquierdo (1989) no se bajó de la silla de ruedas en todo el rodaje y se rompió dos costillas por la postura forzada que adoptaba. Aprendió a pintar con el pie y los compañeros de reparto lo llevaban y traían en volandas y le daban de comer.

En El último mohicano (1992) vivió un par de meses en el bosque, cazando y pescando. Desollaba animales y dormía con su fusil.

Antes de rodar En el nombre del padre (1993) pasó varios días en una celda. Le arrojaban cubos de agua helada.

Para preparar Gangs of New York (2002) trabajó de carnicero y aprendió a lanzar cuchillos...

No es extraño que Day-Lewis resulte tan intimidatorio para sus compañeros de reparto. Sobrevivirle es una hazaña. En los dos meses de rodaje de Pozos de ambición (2007) ni siquiera quiso conocer al actor que interpretaba a su antagonista, al que propinó una paliza. No resistió la presión y hubo que sustituirlo.

Y así va, huyendo de papel en papel. También en la vida real. «Me las he arreglado para crear un sentimiento de destierro en muchas parcelas de mi vida. Vivo en Irlanda, no en Inglaterra. Hago películas en Estados Unidos. Me exilié del teatro. Hui de Hamlet... Soy un hereje, un traidor». También huyó de pareja en pareja hasta que alcanzó la estabilidad en 1997 con la polifacética y perfectísima Rebecca Miller: bailarina, coreógrafa, escritora... Tienen dos hijos, de 10 y 14 años. Y las huellas de sus manos tatuadas en sus brazos. «No los animaría a ser actores. Por cada persona que se gana la vida con esto, hay mil que perecen espiritualmente. Es un mundo despiadado».

De su primer hijo, con Isabelle Adjani, no habla. Como si perteneciese a un personaje del que se libró hace tiempo. Quizá quien mejor captó esa ambigüedad, ese límite tan difuso entre la realidad de la que huye y la ficción que lo deja exhausto, fue su padre, que le dedicó un poema cuando nació: ¡Qué hombrecito he tenido! / ¡Qué potencia tiene! / ¡Aunque esté desnudo y sin fuerzas / como una nuez sin cáscara!

Su primer papel en el cine fue a los 15 años, de extra en Sunday bloody sunday, de John Schlesinger. De gamberro. «Me pagaron cinco libras por rayar con un cristal los coches aparcados. Fue como estar en el cielo».

Después de cada rodaje tiene periodos de aislamiento e incluso de depresión, aunque la película haya sido un éxito. Sobre esas épocas guarda un pulcro silencio, aunque no desmiente haber estado ingresado en una clínica psiquiátrica.

Recorrió España de norte a sur con lo que le cabía en una mochila. Se cruzó con la Vuelta Ciclista en Salamanca y siguió al pelotón. Se alojó en el mismo hotel que Miguel Induráin. Además del ciclismo, le gusta el motociclismo. Su ídolo es Valentino Rossi.

Conspiró para que su suegro, Arthur Miller, accediese a ver a su hijo, con síndrome de Down y al que había recluido desde bebé en una institución. El hijo, cuya existencia se mantenía en secreto, tenía 40 años cuando se produjo el reencuentro.

Además de la ebanistería, le fascinan los zapatos. Puede pasarse horas estudiando sus diseños en la tienda de Manolo Blahnik en Nueva York. Y estuvo de aprendiz de zapatero en Florencia. Le gusta trabajar con las manos.

Day-Lewis tiene una larga lista de mujeres seducidas y abandonadas: Juliette Binoche, Sinead O'Connor, Winona Ryder, Julia Roberts, Isabelle Adjani... Siempre ha roto con ellas sin dar una explicación, según dicen ellas. Esta última, con la que tiene un hijo, se enteró por televisión.
Leonardo DiCaprio le convenció para que encarnara a Lincoln. "Yo no pensaba que se pudiera dar vida al personaje de Abraham Lincoln. Me sentía muy intimidado por él. Por eso, cuando hice una prueba con Steven Spielberg para el personaje, en 2003, rechacé el papel. El proyecto estaba parado. Pero años después Leonardo DiCaprio, que la noche anterior había cenado con Spielberg, me llamó y me dijo que el guión merecía una oportunidad. Lo pensé de nuevo y desde el momento en que empecé a acercarme a Lincoln, a investigarlo, y existe un enorme caudal documental por sus propios escritos, por lo que escribieron sus contemporáneos y en las biografías, lo sientes inmediata y sorprendentemente accesible. Es el propio Abraham Lincoln el que tira de tí".

"Investigué durante más de un año y leí un centenar de libros sobre él. Una vez que se desata mi curiosidad por un personaje, es muy difícil frenarla: quiero saber más y más. Cuando me familiaricé con el pensamiento de Lincoln, le enviaba mensajes de móvil a la actriz Sally Field (que interpreta a la esposa del presidente). Los firmaba: «Atentamente, A». Ella me respondía que dejase de perder el tiempo y me dedicase a algo productivo. Durante todo ese tiempo también trabajé con el director de maquillaje para conseguir una apariencia física lo más fiel posible".

"Para conseguir su voz, me fijé en los relatos de la época. Dicen que tenía un registro más agudo y menos resonante de lo que creíamos. Más aflautada y dulce. Pero yo no descuartizo un personaje. No creo la voz por un lado, luego la forma de andar y así sucesivamente... Para mí, todo va unido. Dejo que las cosas sucedan lentamente durante un largo periodo de tiempo. Si tengo suerte y el personaje va creciendo dentro de mí, empiezo a oír una voz. Y no lo digo en un sentido sobrenatural. Empiezo a oír el sonido de una voz en mi interior. Y si me gusta el sonido y me acostumbro a él, luego puedo intentar reproducirlo. También hay que adaptar los diferentes acentos, las influencias que recibió a lo largo de su vida: su infancia en Kentucky e Indiana, su juventud en Illinois..."

"Fue un político excelente. Y sabía cómo hablarle a la gente, cómo hacerse accesible. Por mi forma de trabajar, me sentí muy solo durante una gran parte de mi experiencia. Pero era una soledad que necesitaba y que me ayudó mucho. Procuro ver más allá de mi propia perspectiva. Por eso pensé mucho sobre lo que debe sentir el presidente Obama en este momento. Ha envejecido visiblemente. Y siento que yo también envejecí interpretando a Lincoln. Esa responsabilidad es una carga que uno sólo puede explorar en su propia imaginación. Alguien que está en esa situación de poder debe sentirse muy solo en ocasiones". 


(Reportaje aparecido en XL Semanal el 10/3/13)

No hay comentarios:

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes