Señor, tú sabes mejor que yo que me voy haciendo mayor y que algún día seré vieja.
Guárdame del hábito fatal de creer que siempre tengo que decir algo sobre todos los asuntos y en todas las situaciones.
Libérame de empeñarme en arreglarles la vida a los demás.
Hazme reflexiva pero no maniática, dispuesta a ayudar pero no a ser mandona.
Con un arsenal de sabiduría como el mío, parece una lástima no usarlo todo, pero tú sabes Señor que quiero conservar algunos amigos hasta el final.
Mantén mi mente libre del recital de detalles interminables. Dame alas para ir derecha al grano. Sella mis labios a mis angustias y dolores. Crecen como los hongos, y el desplegarlos le va resultando a una cada vez más dulce con el paso de los años.
No me atrevo a pedir la gracia suficiente para escuchar con interés las historias de los males ajenos, pero ayúdame a soportarlas con paciencia.
No me atrevo a pedir mejor memoria, pero sí una humildad creciente y no tanta seguridad cuando mis recuerdos parecen estar en conflicto con los de otros.
Enséñame la gloriosa lección de que a veces es posible que esté equivocada.
Manténme razonablemente dulce. No quiero ser santa.
Es difícil convivir con algunas de ellas, pero una vieja gruñona es una de las más logradas obras maestras del diablo.
Dame la capacidad de buscar cosas buenas en lugares inesperados, y talentos en personas insospechadas.
Ayúdame a extraer de la vida toda la diversión posible. Nos rodean tantas cosas divertidas que no quiero perderme ninguna.
Y dame, Señor, la gracia de decírtelo.
Amén.
Parece ser que esta oración fue escrita por una monja del s. XVII. Se nos podría aplicar a todas las mujeres y en cualquier época y lugar. Yo me la he tomado en clave de humor. Me gustaría encontrar algo así pero referido a los hombres. No estaría mal...
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