Fue no hace mucho el cumpleaños de Pepa Flores, Marisol, y pudimos leer, una vez más, el pequeño repaso que hace la prensa a su biografía cada vez que es su onomástica. Las fotos de siempre, las mismas reseñas. La repentina desaparición de la escena pública de esta mujer me recuerda a la que protagonizó Greta Garbo en su momento, cuando decidió que ya era hora de dejar de estar en el ojo del huracán, sometida al escrutinio de millones de miradas que la juzgaban sin piedad.
Marisol hacía lo que le mandaban, era una niña y, por tanto, tenía que obedecer, su opinión personal poco importaba. En lugar de estar en el colegio o jugando con otros niños, que era lo que le correspondía por su edad, tenía que estar trabajando, porque su talento era rentable y así lo habían decidido quienes se ocupaban de ella. Luego le vendían la burra, para que no protestara, diciéndole que qué bien lo hacía, cuánta pasión despertaba, cuánto dinero ganaba, y que ya quisieran muchas tener esa suerte, debería estar agradecida por ver reconocida su valía. Sus padres, que eran gente modesta, debieron ver el cielo abierto.
A mí personalmente no me gustaba nada, me parecía una niña repipi que actuaba como si le hubieran dado cuerda, o una sobredosis de complementos energéticos que le producían una hiperactividad que no podía parar. Me ponía nerviosa su voz chillona, esa forma convulsa de moverse, casi epiléptica. Sé que era la moda de la época, el tipo de canción y de baile que se llevaban, pero incluso entonces me aburrían y me ponían de mal humor.
He leído que ya con 15 años quiso dejarlo, aquejada de una úlcera de estómago, pero que no la dejaron hasta 9 años después. Una infancia de trabajo, sin juegos, sin poder llevar la vida normal propia de los niños, es el origen de tantos otros desastres conocidos entre las estrellas precoces del mundo del espectáculo. Pequeños explotados por sus padres, que los hacían trabajar hasta la extenuación exprimiendo el limón al máximo posible, la gallina de los huevos de oro que nunca se debía agotar.
Michael Jackson, Judy Garland, Brooke Shields, y aquí en España más recientemente Arancha Sánchez Vicario, cuyo caso ha salido escandalosamente a la palestra pública, son algunos de los nombres de esta triste retahíla de niños que fueron figuras en su infancia y llegaron a la edad adulta con secuelas que ya nunca pudieron superar. Marisol, como Joselito a mayor escala, tiraron por la calle de en medio y abominaron de su pasado, de la manipulación de que fueron objeto con burdos fines económicos. A él le dio por las drogas y las armas, y ella se hizo comunista y se desnudó en una conocida revista, dispuesta a romper con la imagen estereotipada y beatífica que de su persona se tenía.
La edad que ha cumplido Marisol es la de la jubilación, aunque un titular que vi en prensa y que me llamó mucho la atención rezaba que en realidad llevaba 40 años jubilada de sí misma. Y es cierto. Si echa la vista atrás, no debe haber muchos buenos recuerdos que traer a la memoria, tiene que ser tremendo que otros te digan cómo tienes que ser y actuar, se inventen una imagen tuya y te exploten sin respetar tus pocos años, tus sentimientos y tu sensibilidad.
Dicen que todo este tiempo ha vivido de sus ahorros, y parece que no le ha ido mal. Puede que consiguiera una pequeña fortuna en su época de esclavitud, que le permitió “comprar” su libertad. Es una pobre compensación para algo que ya no tiene solución, pero así son las cosas a veces.
Estaría bien eso de desaparecer como han hecho ellas, como Marisol o Greta Garbo, y no tener que vivir de ningún trabajo en particular, sin horarios ni obligaciones, confundida en la masa sin que nadie te moleste. Quién pudiera hacer como ellas.
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