- En un reportaje fotográfico que he visto recientemente, he podido admirar la belleza del lugar que ha elegido Benedicto XVI para pasar lo que le quede de vida. No me extraña que se haya querido retirar allí, es un pequeño paraíso en la tierra, un convento rodeado de jardines preciosos, llenos de fuentes y verdor. Su despacho es imponente, amplio y luminoso, con una gran araña de cristal.
Me hizo gracia cuando leí que un intruso quiso colarse en la reunión preparatoria previa al cónclave, haciéndose pasar por un cardenal más. Me pregunto cómo habrá podido burlar la seguridad que yo suponía férrea en un lugar como ese. Le cogieron por la pinta que llevaba: sotana demasiado corta, fajín no reglamentario y cruz demasiado grande. Y es que todo lo que sucede en el Vaticano suscita una enorme curiosidad, por lo ancestrales que son sus costumbres y por las ceremonias tan particulares y secretas que allí se celebran cuando hay que elegir nuevo Papa.
Benedicto ha huido del mundanal ruido. Eso quisiera hacer yo también, con muchos menos años que él.
- Y habemus Papam, por fin. Como siempre, alguien muy mayor. Pocos son elegidos como Juan Pablo II con edad suficiente como para tener un largo mandato. Mi hija me preguntaba cuánto va a durar éste, como si yo tuviera una bola de cristal para adivinar el futuro. Seguramente ella, al verlos siempre tan ancianos, piensa que no les va a dar tiempo a llevar a cabo todo lo que tienen que hacer, y que ya están agotados y achacosos antes de haber empezado. Aunque el Papa entrante parece tener un aspecto jovial.
Veremos cómo resulta. Me ha sorprendido que fuera un hispanoparlante. Está bien que haya variedad. Sería un acierto que alguna vez se decidieran por alguien de otra raza. Y también que las mujeres pudieran acceder a esos estratos tan encumbrados de la Iglesia. Se habla mucho de ello últimamente. La polémica está servida.
- En la película que se hizo sobre la vida de Freud se comentaba una idea que yo creía que sólo existía en mi cabeza, por lo extraña y sorprendente que es, y a la que llegué más por intuición y mera observación que por constatación científica. Se trata de lo que Jung llamó “fenómeno de exteriorización catalítica”, que es la capacidad de mover objetos con el inconsciente, o más concretamente es la acción de liberar una cantidad extraordinaria de energía contenida que produce modificaciones en el entorno, objetos que se desplazan, que crujen.
Sé de alguien que durante el transcurso de una fuerte discusión liberó tal cantidad de energía que fue capaz de desprender una estantería de los clavos que la anclaban a la pared, y que no se había movido de ahí en años. Fue algo intenso, inusitado e inconsciente, desagradable de ver por la violencia del momento, pero interesante.
Cuántas cosas he imaginado o intuido, sin haberlas contrastado con información ninguna, y luego las he visto expuestas con todo lujo de detalles cuando menos lo esperaba. Es muy reconfortante saber que no siempre son extrañas las ideas que rondan mi mente, y muy esclarecedor.
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