jueves, 30 de julio de 2015

En la playa


Antesdeayer tuvimos a mi tía Carmen durmiendo con nosotros, en el piso donde pasamos las vacaciones, porque se había estropeado la cerradura de su puerta, en los apartamentos cercanos donde está ella, y al volver yo de un paseo me la encontré charlando con mi madre en la terraza. Qué agradable sorpresa. Compartimos con ella una sesión de cine nocturna, pues pusieron La proposición en televisión. Es raro que nos reunamos todos en torno a la tele, pero la ocasión era propicia. Me recordó a los tiempos en que compartimos techo allá en mi niñez, cuando veraneábamos en Torrevieja.

Hoy se nos acaban las vacaciones y ayer, para ser el penúltimo día, el mar no ha estado precisamente limpio. Muchos días han sido los que ha aparecido con suciedad: bolsas de plástico, papeles, algas, tiritas y otros desperdicios. Hasta el día 9 el agua estaba limpia y transparente. Hubo un día en que la barcaza de limpieza no paró de pasar, y le costó horas dejar el mar sin basura. Hoy lo que más había era una masa aceitosa que se desplazaba por efecto de las corrientes y que es una de las cosas que más asco me da en una playa. Alguien nos dijo que son vertidos que provienen de Sierra Helada, unas montañas cercanas. Es un problema que nos afecta desde hace años y no sé por qué no ha sido denunciado y se han tomado cartas en el asunto.

Aunque la playa de Poniente de Benidorm es mucho mejor que la de Levante, que es la que aparece siempre en televisión, sin embargo le faltan muchas cosas para ser ideal. No tiene duchas, los aseos y la casa de socorro están sólo en la zona de los hoteles, y no hay terrazas como en la playa de Alicante, tipo lounge bar, estilosas, nada de chiringuitos. Tampoco tiene wifi, algo que ya es factible desde el año pasado. Esta playa, aunque llevo casi toda la vida en ella, y antes nunca reparé en sus deficiencias, sigue teniendo muchos atractivos para mí.

Me gustó la de Santa Eulalia en Ibiza, con su limpieza extrema y la temperatura perfecta del agua, y otra que no recuerdo el nombre, también de la isla, con sus terrazas, y sus duchas y aseos cubiertos con techos, paredes y suelos de madera oscura. No hay nada que más me guste que sentir la madera bajo mis pies descalzos. Y las playas de Formentera, que son medio salvajes. Me encanta ese aire agreste, sin edificios, sin contaminación de ninguna clase.  

Hoy hemos visto una medusa, seguramente porque el agua está más caliente y ya se prepara para agosto. Pasó a mi lado con el tiempo justo para retirarme y que no me picara. Era del tamaño de mi mano, blanquecina y con el borde inferior malva oscuro. Flotaba dejando una parte del cuerpo fuera del agua, inflada.

Hace unos días, curioseando en internet sobre la fauna acuática de esta zona, vi una noticia que tuvo lugar en agosto del año pasado en la que daban cuenta de un suceso acaecido precisamente en esta playa, cuando una mujer fue atacada por una especie “no identificada”, mientras se bañaba con su familia a 8 metros de la orilla. Sufrió desgarros importantes en una pierna. Dijo haber visto a un animal con aleta. Cierto que hay pequeños tiburones en la isla de Benidorm, pero nunca se habían acercado a la playa. En el artículo se menciona la anjova, una especie carnívora bastante voraz que mide un metro y pesa 6 kilos y que también ha atacado a gente en Salou. Recomiendan no nadar solo en aguas profundas, justo lo que hago yo siempre, aunque después de esto ya se me han quitado las ganas. Menos mal que me he enterado casi al final porque habría dejado de hacer toda la natación que necesito. El caso es que cuando me encuentro en alta mar siempre tengo la impresión de que algo parecido a un tiburón puede aparecer y atacarme, pero eso es el maldito Spielberg y su película que creó esa psicosis en la gente.

Es la playa lo que más echaremos de menos cuando regresemos a Madrid, a pesar de la posible amenaza de diversas especies acuáticas. No sé si sabrán apreciar lo que tienen los que viven en la costa. 


miércoles, 22 de julio de 2015

De vacaciones


Necesitaba unas vacaciones de un mes entero en la playa para sentirme lo suficientemente descansada. Los 2 últimos años no lo hice así y luego lo he notado en la salud. Al contrario que en mi niñez y juventud, en que se me hacía largo, ahora se me hace corto. Necesitaría pasar el verano entero aquí para poder decir que he veraneado realmente. Quizá sea porque cada año tengo más maltrechos el cuerpo y la mente y necesito más tiempo para recuperarlos.

Hace 4 décadas que venimos a Benidorm, con algún que otro año de ausencia, y en cada ocasión nos sorprende algo nuevo. Esta vez el Ayuntamiento se ha descolgado con una acera nueva por todo el paseo sólo en el lado de la playa, en el otro la han dejado como estaba, lo que hace un poco raro. Ya sabíamos de esto por la prensa y la televisión, que cubrieron la inauguración hace unos meses a bombo y platillo, una maniobra de propaganda electoral a la que nos tienen acostumbrados todos los partidos. Es un suelo este que han puesto rojizo y rugoso, parecido al terrazo, que resulta un poco estridente. Al otro lado de la carretera han pintado un carril bicicleta que utilizan también los que hacen footing. La esquina del hotel Delfín está desconocida, pues enfrente han ensanchado la acera y la han llenado de bancos, algunas palmeras y demasiadas señales de tráfico.

Las pastelerías-cafeterías Yago que desde hace tantos años hacían las delicias de los que en esta playa veraneamos ya no existen como tal, pues sus locales los llevan otras personas que nada tienen que ver, aunque conserven el nombre para no gastar en remodelaciones de los locales. Creo que quedan un par de ellas en el centro. Adiós a mis milhojas de crema, además de otras delicatessen. Es como si el Benidorm que conocíamos estuviese perdiendo sus señas de identidad.

El cine Suyma ha bajado su nivel casi hasta el subsuelo. Lleva todo el mes echando películas de animación, con excepción de 2 de reciente estreno tan malas que no creo que merezca la pena gastar el dinero ni tratándose de un cine de verano. Espero que de aquí a final de mes pongan algo digno de ver, porque no tener al menos una sesión de cine al aire libre sería una lástima para mí. Aunque me acribillen los mosquitos y los asientos sean duros como piedras, me encanta poder mirar las estrellas, que aquí sí se ven, mientras me como un bocata y me bebo un refresco, además de degustar un helado en el descanso. Los pequeños placeres de la vida. Quiero ir en Madrid al cine al aire libre pero las películas que suelen poner son una auténtica castaña, y además allí no se ven las estrellas.

Playa de Poniente, La Cala
Como cosa curiosa mencionar varios apagones en La Cala, algo que no se había dado aquí nunca. El primer día que llegamos Miguel Ángel, mi hijo, y yo ya se produjo el 1º. Como estamos en un piso 14 y tenemos unas vistas impresionantes de toda la playa, el efecto se asemejó a lo que vemos en una película cuando van desapareciendo las luces de los edificios gradualmente. Aquí han construído muchas torres, aunque no tantas como en la playa de Levante, y era como presenciar el apagón de un Nueva York en miniatura. Al cabo de un rato iban volviendo para volverse a apagar por zonas. El final de La Cala, aquella noche, tardó mucho en recuperar el fluído eléctrico. Para colmo de irregularidades hemos visto las farolas del paseo encendidas durante largo rato a las 12 de la mañana en varias ocasiones. No sabemos qué puede pasar, aunque mi padre lo atribuye a sabotajes electoralistas y demás maniobras políticas. Yo ya no le discuto nada porque hace poco dijo que las corrientes frías que notábamos cuando estamos en el mar se debían a un próximo cambio de tiempo y tenía razón. A veces ciertos hechos tienen explicaciones insospechadas.

Coblanca
El piso que ocupamos este año lo disfruté el año pasado sólo una semana. Hasta que no se vive en una casa un tiempo no se puede saber todas las ventajas e inconvenientes que alberga. Lo comparamos con el que alquilábamos los últimos años, aunque no tengan nada que ver. Este es más pequeño, aunque sea grande también, es más lujoso y está mejor acondicionado, decorado con más gusto. Es un piso tan alto, el 14 en un edificio de 16 plantas, que no se pasa calor ni siquiera los días de calma chicha. La panorámica es increíble desde la gran terraza, el mar tan azul no sólo te inunda la vista si no que parece que va a inundar la casa. La distribución de las habitaciones hace que ningún ruido moleste, son muy independientes, y los muros tan sólidos que aunque alguien se esté duchando en cualquiera de los dos cuartos de baño apenas se oye nada en el dormitorio de al lado. Por contra, en el que ocupamos Miguel Ángel y yo en la parte de atrás tenemos que aguantar ruido de tráfico. En el anterior apartamento podía oir el ruido del mar al irme a dormir y el sonido de las gaviotas por la mañana temprano. Era muy relajante. Lo malo que tenía es que el suelo estaba lleno de arena da igual las veces que se barriera, mientras que en el actual parece siempre limpio aunque no pasemos tanto la escoba.

Ahora puedo ver desde mi cama las montañas, no demasiado lejos, obviando alguna torre, y el hecho de verlas cambiar de color según va amaneciendo me hace sentir una privilegiada, porque gozar de paisajes naturales no es algo habitual para los que vivimos en la gran ciudad.

En la playa han puesto muchas redes de voleibol, y en una determinada zona tan pronto se organizan campeonatos como clases para los más pequeños. Hace unos días montaron un pequeño escenario en el que dos chicas hacían aerobic al ritmo de una música trepidante, mientras la gente, sobre todo niñas, se movían en la arena delante de ellas imitando sus movimientos. Al final de La Cala vimos mi cuñado Ángel y yo, una tarde paseo, un partido de voleibol muy reñido entre españoles y rusos en el que ganaron estos últimos. Muchos de sus compatriotas, familias enteras, les vitoreaban. Este año hay gran cantidad de rusos por aquí, y en esa zona deben alojarse muchos de ellos.

Hace un par de noches vimos un globo de fuego, de esos que se elevan por el aire a una altura impresionante. Luego, cuando se va apagando poco a poco, desciende majestuosamente hasta caer en cualquier sitio. Sería bellísimo poder ver un lanzamiento multitudinario en la playa, un espectáculo nocturno de luz inolvidable.

De todos los maravillosos paisajes que he podido contemplar desde la terraza estas semanas, se me ha quedado grabado en la memoria el de la tarde que fui a Misa. Acababa de volver cuando lanzaron unos cohetes en un extremo de la playa y una bandada de gaviotas asustadas iniciaron un vuelo en dirección contraria, pasando muy cerca de la terraza y recortándose contra un mar azul pálido y rosa, reflejo de las nubes rosadas del ocaso. Era como estar viendo un documental.

Restaurante Vimi
Hemos tenido dos celebraciones familiares: la 1ª fue el cumpleaños de mi madre y la 2ª el santo de mi tía Carmen, su hermana, que veranea en unos apartamentos cercanos. En el aniversario de mamá vinieron mi tío Ricardo, su hermano, y Maribel su mujer. Nuestra terraza se llenó de familia, mientras la homenajeada recibía un ramo de flores que mi hermana encargó en internet y soplaba las velas de una tarta de moka que mi padre había comprado. Maribel grabó un video que luego hizo en Power Point con música de fondo que quedó muy bien. Mi tío Ricardo y Maribel se marcharon después, pues iban de camino hacia otro sitio, y los demás nos fuimos a cenar al restaurante de siempre, que este año tiene actuación musical en vivo, algo que no nos gustó mucho, porque era estruendosa. El día que cenamos allí por el santo de mi tía Carmen se pusieron flamencos y eso nos gustó más: no hay nada como dar unas palmas y hacer percusión en las mesas siguiendo el ritmo para animar la reunión. La dueña del restaurante, que ya nos conoce, le dijo a mi madre lo bien que la encontraba, que tenía mejor aspecto que el año pasado. A ver si sus problemas de salud se van solucionando poco a poco. Esa noche también hubo varios apagones, y la dueña, que es muy graciosa, alzaba la voz en la oscuridad diciendo que ella pagaba el recibo de la luz.

Anita, mi hija, estuvo sólo una semana y se fue ayer. Se ha pasado el tiempo entre la piscina y la playa, y se ha ido bastante más morena de como vino, lo cual ella sabe lo mucho que la favorece. Al poco de venir bajamos a la piscina, que es grande, limpia y poco concurrida, una delicia, y estuvimos haciendo carreras, 1º nadando de espaldas, que gané yo, y luego a crol, que ganó ella, y bromeando con Miguel Ángel, que aquí sí se anima a practicar todos los estilos de natación que sabe y que en el mar ya no se atreve a practicar, hasta el punto que creí que los habría olvidado. Se le ve muy relajado y le están sentando muy bien las vacaciones. Una mañana que bajaron solos los vi, al volver yo de la playa desde la terraza de atrás, haciendo una armoniosa coreografía en el agua, algún baile y música de moda. Anita sociabiliza en la piscina con todo el mundo. Varias personas de la torre charlaban con ella cuando se la encontraban en el ascensor, cuando por lo general son algo estirados, quizá porque son gente de dinero. Habló con la hija del que fue maravilloso actor Luis Prendes y su marido, que viven todo el año aquí. A Anita les gustó, dijo que eran muy agradables.

La noche que celebramos el santo de mi tía Carmen, como hacía calor, Anita y Ángel, el marido de mi hermana, decidieron bañarse de noche en el mar. Nunca lo habían hecho. Yo tampoco, y estuve tentada de unirme a la fiesta, pero me sigue dando reparo meterme en el agua en la oscuridad y sin luna. Desde la terraza se veían sus cabezas, pequeñas, como flotando en un líquido negro. Anita me dijo que se veía el fondo del agua transparente, con la luminotecnia nocturna del paseo, y que los edificios parecían como sacados de una postal. Una especie de gusano le picó en la nunca y se lo quitó enseguida sin darle más importancia. Son bichitos que salen por la noche, cuando ya no hay nadie que les moleste. Puede que en otra ocasión me anime, porque hace mucho tiempo que quiero bañarme en el mar en horas nocturnas.

Por las tardes la playa con mis hijos me gusta más que por las mañanas. Hay una quietud en el ambiente que no se percibe a otras horas, y el agua está más caliente. Anita y yo intercambiábamos confidencias. Ha sido un gusto tenerla por aquí, contagiándonos con su alegría natural. La echo de menos cuando no está pero sé que tiene que hacer su vida. Dentro de poco cumplirá ya 18 años, es toda una mujer. Le dije que en las familias adineradas se acostumbraba a hacer una puesta de largo cuando las hijas alcanzan la mayoría de edad. En lugar de parecerle algo estirado y demodé, le encantó la idea de una fiesta y lucir un vestido elegante. Va a Madrid a celebrar el cumple de una de sus mejores amigas, y pocos días después se irán todas al festival que anualmente se celebra en Burriana, Castellón. Harán camping, disfrutarán de la música pop e indie, se bañarán en la playa, conocerán gente y, en fin, disfrutarán como la juventud sabe hacerlo. La quiero mucho, lo mismo que a su hermano.

Tampoco faltan las jornadas gastronómicas: la paella que hace mi madre, que es diferente a cualquier otra que haya comido y que siempre es un placer degustar; la del restaurante cercano que encargamos en los cumpleaños, deliciosa; las pizzas caseras que hacen mi hermana y mi cuñado, en las que compran la base y todo lo demás se lo añaden ellos, cosas muy ricas y muy bien cocinadas; y una tarta de manzana que piensa hacer mi hermana, aprovechando que este apartamento en el que nos alojamos está muy bien equipado: horno potente, microondas industrial, lavavajillas...

En los ratos libres disfruto mucho con la autobiografía de Charles Chaplin que cogí de la biblioteca municipal antes de venir aquí. Es una maravilla leer cosas de la vida de un hombre como él escritas de su puño y letra. Se expresa con el sentimiento y la hondura, y con el humor, que sólo alguien de su talante podría hacerlo. Es excepcional. Estoy alargando su lectura todo lo que puedo porque es de esos libros que no quiero que se acaben nunca. Una gozada.

Dentro de unos días será mi cumpleaños. Pocas ganas tengo de celebrarlo, pero como es costumbre arraigada en la familia no me puedo negar. A partir de cierta edad no debería darse importancia a las onomásticas, o dejarlo a la libre elección del interesado. Estoy de vacaciones hasta de cumplir años. Seguiremos disfrutando lo que nos queda


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martes, 21 de julio de 2015

Misa en S. Juan Bautista


Cala de Finestrat
El domingo pasado decidí dar un largo paseo por la tarde. Apenas recorremos Benidorm últimamente, pues son tantos los años que hace que venimos aquí a veranear que parece que todo está muy visto. Pero a mí no me cansa, me gusta dejarme caer por los mismos sitios de siempre, ver los lugares que han formado parte de mi vida desde donde la memoria se pierde. Son como mis puntos de referencia, saber que siguen ahí me da estabilidad. En esta ocasión me fui hasta la Cala de Finestrat.

En mi camino de vuelta pasé cerca de la parroquia de S. Juan Bautista, donde se casaron mi hermana y mi cuñado. Hizo 9 años el día 15. Nada que ver con lo que fue hace mucho tiempo, cuando había bancos de piedra entre pinos y suelo de piedrecitas. Las hormigas se subían por las piernas mientras se escuchaba Misa. Después lo acristalaron todo, pusieron dos techos abovedados atravesados por vigas de madera y suelo de gres. El altar se amplió y llenó de blanco sus paredes, de las que cuelgan a ambos lados imágenes de la Virgen y S. José con el Niño. Es un conjunto luminoso, sencillo y bello. Me impresiona la gran corona de hierro que pende del techo principal, a semejanza de la que Jesús llevó en su crucifixión, atravesada por 4 grandes clavos, los de la Cruz, y colgando de una cadena de hierro forjado. Hay también 4 ventiladores de techo con aspas de madera que estaban parados, pues funcionaba el aire acondicionado, cuyas ráfagas de aire frío aliviaban el calor que yo traía tras el largo paseo.

El lugar estaba lleno de personas mayores, y a todos se les veía cara de paz. En la homilía el sacerdote, casi sesentón y muy de la tierra, bajito y fuerte, nos aburrió con sus quejas acerca de sus inexistentes vacaciones (inconvenientes de vivir en la costa, dijo, y algunas cosas más acerca de las altas instancias que le impiden cogérselas, aunque como lo dijo deprisa casi no se le entendió). Estaban sus palabras fuera de lugar, pero luego se rehizo al cambiar de tercio y afirmar que éramos los pastores de nuestros rebaños, las familias que hemos creado, abuelos, padres, hijos, y que eso es un don de Dios, algo que debemos cuidar por encima de todo.

A la hora de la Eucaristía apareció por el lado de la sacristía el padre Antonio, el que casó a mi hermana y mi cuñado. Se le había encanecido el pelo. Se acercó al Sagrario y sacó los cálices con el vino y las sagradas formas consagrados. Él se situó cerca de donde yo estaba, mientras el otro sacerdote daba la comunión por el lado del altar. El padre Antonio miraba con gesto pícaro por encima de sus pequeñas gafas, como hacía siempre, e inició un cántico que al momento secundamos todos. Me fijé que muchas personas se acercaban a comulgar con niños pequeños, a los que el padre hacía la señal de la Cruz en la frente, pues no puede dársela hasta que no reciban el sacramento. Es algo que no había visto hacer nunca y que me llamó la atención y me gustó.

Cruz de la Sierra Helada en Benidorm
Voy a Misa muy de vez en cuando, pero aquí que tengo tiempo y se está en un ambiente tan relajado y agradable me gusta especialmente ir. Es muy reconfortante entonar las mismas oraciones de siempre y los mismos cánticos que ensanchan el corazón. Algunas personas, entre ellas el matrimonio que tenía a mi derecha, rezaban el Padrenuestro levantando las manos con las palmas extendidas hacia arriba. Es una costumbre que no suelo ver en Madrid.

A la salida unas señoras mayores tenían sobre unas mesas llaveros y otros souvenirs con imágenes de la Virgen, de Jesús y de santos. Un cartel anunciaba el nº de la lotería de Navidad por si alguien quería comprarlo, y que el párroco mencionó muy oportunamente al final del oficio.

Echo de menos cómo era aquel lugar cuando yo era niña, sobre todo por los seres queridos que lo frecuentaban conmigo y que ya no están, pero también me gusta cómo es ahora. Renovarse o morir, como se suele decir. Siento que, independientemente de cómo se transforme con el paso del tiempo, tendrá siempre algo especial para mí, y me hará sentir bien cada vez que lo visite.  



sábado, 11 de julio de 2015

En el mar


Ayer fue uno de esos días en los que estar en la playa es una delicia. La brisa suave y fresca hacía que el sol no quemase, ni una sola nube ensombrecía el cielo, y el mar estaba tranquilo. Si habitualmente me gusta dedicar un rato a la natación, con más motivo dadas las apetecibles circunstancias.´

El único inconveniente que encontré fue que el agua estaba un tanto sucia. Según nadaba me tropezaba contínuamente con plásticos y grandes trozos de algas, posiblemente arrancadas por grandes tormentas en alta mar. Todos los años por estas fechas suele venir suciedad desde lugares lejanos. Luego desaparece.

Una barcaza de limpieza transitaba despacio, con un ruido de motor lento y viejo, a lo largo de la línea de costa, conducida por un hombre joven que llevaba gafas de espejo, tan de moda este año. Estas embarcaciones están abiertas por delante y van recogiendo todo lo que encuentran a su paso. En cierto momento paró, no muy lejos de mí, y se puso a regar la cubierta, recalentada por el sol, y a ordenar en un rincón grandes bolsas azules de basura llenas hasta los topes.

A mí me faltaba poco para llegar a la "zona oscura", que es como yo llamo a la parte en que el mar se vuelve casi negro porque empieza el campo de algas. No me gusta nadar en aguas con fondos oscuros, donde no se puede ver lo que hay allá abajo, a muchos metros de profundidad, es como flotar en un abismo insondable en el que cualquier peligro puede llegar inesperadamente sin que de tiempo a advertirlo. Un patinete, de los pocos que hay porque con la crisis casi ya no se alquilan, pasó muy cerca con dos chicas en topless pedaleando mientras sus parejas, de espaldas a ellas, contemplaban medio adormecidos el paisaje. El mar tiene ese efecto sedante, el vaivén de las pequeñas olas es como si te acunara y te relaja.

Unos cuantos peces casi del tamaño de mi mano nadaban cerca de mis pies. Eran de un hermoso amarillo pálido, con una franja verde claro por abajo. Pensé que podrían mordisquearme, como esos pececillos que ponen en recipientes de cristal para que metas los pies y se coman los pellejos. Lo hacen los de río. Hace años me bañaba en un río de Navaluenga y si te quedabas muy quieta no tardaban en acudir y mordisquear lo que te sobraba de piel. Era una sensación extraña, no del todo agradable. Qué poco acostumbrados estamos los urbanitas a la Naturaleza. Nadar en compañía de animales, aunque sean pequeños, nos produce temor. Probablemente sólo sientan curiosidad, pues estaba invadiendo su hábitat.

Al cabo de un rato de estar dándole vueltas, me decidí a traspasar la zona oscura. Además se encontraba cerca el de la barcaza, por si hubiera algún contratiempo y necesitara ayuda. Y para terminar de convencerme evoqué una escena de una película que me encanta, El último samurái, en la que un joven guerrero japonés le dice a un confuso Tom Cruise que para enfrentarse a la batalla, y en general, a todo lo que a uno le asuste en la vida, lo mejor es no pensar, dejarse llevar por el instinto, por los impulsos primarios, sin que el cerebro participe. Algo que es sumamente difícil, en realidad.

Nadar en la zona de algas no resultó tan mal. No es tan oscuro el abismo como yo creía, y hasta el agua parecía rozar mi piel más suavemente y estar más limpia. Me fuí acercando a una boya, que fue la meta que me puse, y vi que sobre ella descansaba una gaviota. Cuando se dio cuenta de que llegaba inició un vuelo semicircular para ver quién se aproximaba, volviéndose a posar en el lugar que estaba. Como me fui acercando más, miró para atrás, y voló cerca hasta posarse sobre el mar. Luego se dejó llevar por la corriente. Tenía el cuerpo gris claro y el cuello y la cola marrón oscuro. Los animales gozan de una libertad que los humanos no tendremos nunca aunque creamos que sí.

No muy lejos un velero grande y tres pequeños surcaban las aguas empujados por el viento. Uno de ellos se bamboleaba con muy poca estabilidad. Desde una zodiac dos hombres les lanzaban gritos dando instrucciones. Era una clase de navegación.

Volví despacio, dejándome llevar por las mareas. En alta mar una lancha arrastraba a dos personas suspendidas en el aire por un paracaídas multicolor. Ya en la orilla vi a lo lejos un windsurf, que hace años invadían el mar. Ahora sólo se ve alguno de vez en cuando, igual que las cometas, que antes adornaban con sus vivos colores y formas el paisaje de la playa y ahora sólo en raras ocasiones.

En el mar el cuerpo se transforma, se relaja, los sentidos gozan y los horizontes parece que se ensanchan. Debería ser el lugar en el que siempre habitáramos, o un sitio al que siempre volver. 


 
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