Cala de Finestrat |
El domingo pasado decidí
dar un largo paseo por la tarde. Apenas recorremos Benidorm últimamente, pues
son tantos los años que hace que venimos aquí a veranear que parece que todo
está muy visto. Pero a mí no me cansa, me gusta dejarme caer por los mismos
sitios de siempre, ver los lugares que han formado parte de mi vida desde donde
la memoria se pierde. Son como mis puntos de referencia, saber que siguen ahí
me da estabilidad. En esta ocasión me fui hasta la Cala de Finestrat.
En mi camino de vuelta
pasé cerca de la parroquia de S. Juan Bautista, donde se casaron mi hermana y
mi cuñado. Hizo 9 años el día 15. Nada que ver con lo que fue hace mucho
tiempo, cuando había bancos de piedra entre pinos y suelo de piedrecitas. Las
hormigas se subían por las piernas mientras se escuchaba Misa. Después lo
acristalaron todo, pusieron dos techos abovedados atravesados por vigas de
madera y suelo de gres. El altar se amplió y llenó de blanco sus paredes, de
las que cuelgan a ambos lados imágenes de la Virgen y S. José con el Niño. Es
un conjunto luminoso, sencillo y bello. Me impresiona la gran corona de hierro
que pende del techo principal, a semejanza de la que Jesús llevó en su
crucifixión, atravesada por 4 grandes clavos, los de la Cruz, y colgando de una
cadena de hierro forjado. Hay también 4 ventiladores de techo con aspas de
madera que estaban parados, pues funcionaba el aire acondicionado, cuyas
ráfagas de aire frío aliviaban el calor que yo traía tras el largo paseo.
El lugar estaba lleno de
personas mayores, y a todos se les veía cara de paz. En la homilía el
sacerdote, casi sesentón y muy de la tierra, bajito y fuerte, nos aburrió con
sus quejas acerca de sus inexistentes vacaciones (inconvenientes de vivir en la
costa, dijo, y algunas cosas más acerca de las altas instancias que le impiden cogérselas, aunque como lo dijo deprisa casi no se le entendió). Estaban sus palabras
fuera de lugar, pero luego se rehizo al cambiar de tercio y afirmar que éramos
los pastores de nuestros rebaños, las familias que hemos creado, abuelos,
padres, hijos, y que eso es un don de Dios, algo que debemos cuidar por encima
de todo.
A la hora de la
Eucaristía apareció por el lado de la sacristía el padre Antonio, el que casó a
mi hermana y mi cuñado. Se le había encanecido el pelo. Se acercó al Sagrario y
sacó los cálices con el vino y las sagradas formas consagrados. Él se situó cerca de
donde yo estaba, mientras el otro sacerdote daba la comunión por el lado del
altar. El padre Antonio miraba con gesto pícaro por encima de sus pequeñas
gafas, como hacía siempre, e inició un cántico que al momento secundamos todos. Me fijé que muchas personas se acercaban a comulgar con niños
pequeños, a los que el padre hacía la señal de la Cruz en la frente, pues no
puede dársela hasta que no reciban el sacramento. Es algo que no había visto
hacer nunca y que me llamó la atención y me gustó.
Cruz de la Sierra Helada en Benidorm |
Voy a Misa muy de vez en
cuando, pero aquí que tengo tiempo y se está en un ambiente tan relajado y
agradable me gusta especialmente ir. Es muy reconfortante entonar las mismas
oraciones de siempre y los mismos cánticos que ensanchan el corazón. Algunas
personas, entre ellas el matrimonio que tenía a mi derecha, rezaban el
Padrenuestro levantando las manos con las palmas extendidas hacia arriba. Es
una costumbre que no suelo ver en Madrid.
A la salida unas señoras
mayores tenían sobre unas mesas llaveros y otros souvenirs con imágenes de la
Virgen, de Jesús y de santos. Un cartel anunciaba el nº de la lotería de
Navidad por si alguien quería comprarlo, y que el párroco mencionó muy
oportunamente al final del oficio.
Echo de menos cómo era
aquel lugar cuando yo era niña, sobre todo por los seres queridos que lo frecuentaban conmigo y que ya no están, pero también me gusta cómo es ahora. Renovarse
o morir, como se suele decir. Siento que, independientemente de cómo se
transforme con el paso del tiempo, tendrá siempre algo especial para mí, y me
hará sentir bien cada vez que lo visite.
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