jueves, 31 de mayo de 2012

Un poco de todo (XV)


- Mis agradecimientos a Sarah como nueva seguidora de este humilde blog.

- Y por fin se celebró el concierto de Coldplay al lado de mi casa. No me habría importado ir porque es un grupo que me encanta, pero las entradas estaban ya vendidas muchos meses antes. Luego el tiempo tampoco acompañó, porque fue una tarde bastante lluviosa y se retrasó una hora hasta que amainó un poco, estuvieron a punto de suspenderlo.

Qué distinta forma de desenvolverse tienen los grupos según qué estilo sea el suyo. Cuando han venido grupos de rock, que es casi siempre, han traído tráilers tuneados, pintados con llamaradas y cabezas de caballo con las crines al viento, horterísimas, con colores chillones. Llegaban y se ponían a trabajar a toda prisa, invadiéndolo todo.

En esta ocasión, con el grupo inglés, vinieron tráilers negros brillantes y gris metalizado, sin tunear. Los operarios han trabajado con calma y han procurado molestar lo menos posible. Con la misma parsimonia que llegaron se fueron.

Me pregunto si echaremos de menos este follón cuando se lleven el estadio, entre partidos de fútbol y conciertos. Los conciertos seguro que sí, porque es un lujo escuchar en directo y desde casa a ciertas voces que nos han visitado. Me parece un lujo que gente como Génesis, Michael Jackson, los Rolling Stones o Bruce Springsteen, por decir algunos, hayan estado tan cerca, me parece increíble, mágico.

- Hay una tienda cerca de mi barrio que llama mucho la atención al pasar. Mi padre compra allí todos los días el pan y otras cosas. Su dueño, un gallego muy moreno y cuarentón, tenía antes un local muy corriente un poco más allá, pero a base de trabajar mucho consiguió ahorrar dinero suficiente para prosperar. Hoy su tienda destaca con diferencia respecto a los demás comercios por su amplitud y el buen gusto con el que está decorada. Tiene pan, bollería, dulces, empanadas rellenas de cosas poco corrientes (berberechos, pulpo), embutido, conservas, fruta y verdura. Todo de excelente calidad. Cuando entras se oye una musiquilla de fondo con melodías de su tierra, para ambientar el local y no olvidar sus raíces. Su mujer y sus hijos le ayudan, sobre todo con el horno, que está en la planta de abajo.
Mi padre me trae a veces cosas que compra allí. Son deliciosas las enormes trenzas rellenas de chocolate, las masas fritas espolvoreadas con azúcar y los hojaldres. Las palmeras de chocolate no me gustan porque están muy resecas y la cobertura no es muy buena.

Con mi padre ha hecho muy buenas migas este hombre, hasta el punto de darle un recordatorio de la Primera Comunión de su hija, que fue el año pasado, que mi padre tiene en una estantería en el comedor.

Me gustaría vivir en una zona donde los comercios estuvieran montados con tan buen gusto como este. Siempre es agradable pasear por sitios cuidados y bonitos.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Decisiones


Se preguntaba mi hijo hace unos días cuál es la opción profesional más adecuada para él, pues a sus 16 años ha llegado a un momento de su vida en que ya tiene que tomar algunas decisiones propias de la edad adulta.

En septiembre u octubre, si todo va bien, le darán el alta en el Hospital de Día donde sigue sus terapias psicológicas, pero el más de año y medio que se ha tirado de baja en el instituto ha sido una larga interrupción en su trayectoria académica. Ha perdido el ritmo de estudio, si es que alguna vez lo tuvo realmente, y sus posibilidades laborales se ven, si no reducidas, sí orientadas a tareas para las que creo que se desperdiciaría su inteligencia y sus capacidades.

Y me refiero a los oficios. Miguel Ángel habló en un cierto momento de mecánico de aviones en el Ejército. La milicia sigue siendo su meta, pero para alistarse hay que haber aprobado hasta 2º ESO, que era lo que antes se consideraba bachiller elemental. La inminencia de tener que hacer una elección profesional, para que no quede ningún año en blanco hasta que sea mayor de edad, parece que le avoca a aprender algún oficio. Me han comentado que los mecánicos de avión del Ejército ganan bastante dinero, pues se encargan de supervisar el buen estado de los aparatos antes de cada despegue, y esa enorme responsabilidad se paga. Pero aunque lo del sueldo cuantioso le atrae, él necesita acción.

Y entonces sigue indeciso. Unos días dice una cosa aparentemente muy convencido, y otros días dice otra desdiciéndose de lo anterior. No sabe lo que quiere realmente, está hecho un lío. Y es que esa incapacidad para tomar las riendas de su propia vida forma parte de los síntomas que llevan consigo los trastornos de la personalidad, como el suyo. Y también su juventud e inmadurez tienen mucho que ver. “Cualquier decisión que tomes no tiene por qué ser definitiva, prueba una cosa, otra, hasta que encuentres lo que más te guste”, le digo para aminorar la presión que le atosiga. A veces parece que nos jugamos la vida a una sola carta, y no es así.

Alistarse sin más, sin aprender ningún oficio, parece que ya no le convence tanto como antes. “¿Y qué pasará cuando tenga que matar a alguien?”, me dice. “Creía que eso no sería ningún problema para ti, a juzgar por el gusto con el que matas gente en tus videojuegos”, le contesté para ver cómo reaccionaba ante esa idea. “Hay que estar muy mal de la cabeza para que a alguien le pueda gustar matar”, me responde muy serio. Entre otras cosas que se le han despertado a Miguel Ángel con sus tratamientos está la humanidad. Aunque pueda parecer mentira, antes le era casi imposible ponerse en la piel del otro. Esa nueva conciencia nacida en él me produce una secreta emoción y un gran alivio: qué seríamos si no compartiéramos con los demás como mínimo el respeto por la vida ajena, nos convertiríamos en mercenarios, en psicópatas.

“No te preocupes, allí te entrenan para el combate, te dan unas nociones de autodefensa y te mentalizan para lo que vas a hacer. No se trata de llegar y ponerse a pegar tiros sin ton ni son, así en frío. Todo tiene una motivación, y la del militar es defender a su nación”, le comenté. Pero llegados a este punto me asaltaron las dudas: una guerra como la de Afganistán, donde todos los días hay combates, heridos y hojas de servicio como la que hace poco publicó Pérez Reverte en su sección del XL Semanal, donde se da cuenta de heridos, acciones de soldados y jefes, y descripción de maniobras bélicas destinadas a repeler los ataques enemigos, por alguna razón está siendo silenciada. En casos así parece incluso vergonzoso jugarse la vida por tu país, pues los hechos que acontecen en esta guerra son ocultados a la opinión pública como si fueran algo execrable.

Antes era un honor y un orgullo formar parte del Ejército y partirse el pecho por tu nación. No todo el mundo es capaz de cotas semejantes de valor. Pero hoy en día ocurre todo lo contrario. Si realmente es tan vergonzoso participar en un conflicto bélico, ya que las guerras están más que denostadas y parecen propias de países con escaso desarrollo, lo cual es cierto, pues entonces no participemos en ninguna, pero no digamos que no lo estamos haciendo si es así. Enviar al campo de batalla a nuestros soldados en secreto es negarles la consideración que les es debida, el reconocimiento a una labor peligrosa para la que el dinero o las medallas no es recompensa suficiente.

Supongo que el auténtico militar hace las cosas por convicción personal, sin esperar nada a cambio. Ciertos valores que parecen en desuso, un sentido muy estricto del deber y del sacrificio son combustible suficiente para mover el motor de sus aspiraciones. Los desfiles, las condecoraciones y el resto de la parafernalia intrínseca al estamento castrense no bastan para que una persona desarrolle con cierto aprovechamiento una profesión como esa. Pero no deja de ser una triste gracia que además halla que esconderse como si se fuese casi un delincuente o un apestado. 

“¿Pero qué es lo que te gusta del Ejército Miguel Ángel?”, le pregunté a mi hijo. “No sé, no es nada en concreto, siempre me ha gustado, desde que era pequeño”, me contestó. Algo en ese ambiente, el compañerismo, la camaradería, el hacer algo importante por los demás, la actividad (él necesita quemar adrenalina, y no con cualquier cosa), o todo un poco, es lo que le atrae. Pero miro a lo que está pasando en Afganistán, y no entiendo lo que hacen nuestras autoridades, este sinsentido oficial. Y me adolezco por Miguel Ángel, que quiere partirse el pecho por un país que no reconoce a los corderos que manda al sacrificio.

No saben quizá los gobernantes, sean del signo que sean, que la generación que nos precede viene pisando fuerte y tienen el mundo en sus manos. Los jóvenes se merecen todas las oportunidades posibles, sin mentiras, sin escatimar medios, sin miserias. Y en medio de toda esta incertidumbre acerca del futuro está mi hijo, intentando tomar decisiones.

martes, 29 de mayo de 2012

Astronomía (III): las galaxias de Antennae


Fueron descubiertas en el siglo XVIII por William Herschel. Su nombre se debe a las largas líneas de estrellas, gas y polvo que recuerdan las antenas de un insecto. Están experimentando una colisión galáctica, es decir, los núcleos de ambas galaxias se están uniendo para formar una supergalaxia probablemente de tipo elíptica. Las colas terminarán por romperse e independizarse, formando galaxias satélite menores.

Las dos galaxias comenzaron a unirse hace unos cientos de millones de años, y en este tiempo se han producido dos brotes estelares en ellas: uno hace 600 millones de años y otro tiene lugar en la actualidad. Las galaxias con brote estelar son aquellas en las que tiene lugar una tasa de nacimiento de estrellas muy superior a la de una galaxia normal. Estos brotes sólo pueden ser vistos con telescopios de infrarrojos. La galaxia, en una palabra, está convirtiendo el gas (hidrógeno) en estrellas.

Se cree que el brote estelar que está teniendo lugar actualmente es relativamente modesto, y que el más potente se producirá en el futuro, cuando las dos galaxias acaben por fusionarse completamente, lo que las hará convertirse en una galaxia infrarroja ultraluminosa, cuya luminosidad es 100 superior a la de una galaxia normal como la Vía Láctea.

En 2004 se detectó una supersona, que es una explosión estelar que se manifiesta como una luz intensísima que puede durar desde varias semanas hasta varios meses, y en 2007 se detectó otra, que permitió recalcular la distancia a la que se hallan las galaxias Antennae.  


lunes, 28 de mayo de 2012

Mujeres y hombres: diferentes pero no desiguales


Otro correo reciente ha vuelto a ser motivo de reflexión para mí. En esta ocasión, las diferencias que se han creado en torno a mujeres y hombres, injustas para ambos, son el eje central de unas afirmaciones que ponen de manifiesto la brecha abierta entre ambos sexos. Quizá estas palabras sirvan para poner en claro esta situación, para cicatrizar heridas, para hacer más llevadero nuestro caminar juntos por el mundo.

Por cada mujer fuerte cansada de aparentar debilidad, hay un hombre débil cansado de aparentar ser fuerte.

Por cada mujer cansada de tener que actuar como una tonta, hay un hombre agobiado por tener que aparentar saberlo todo.

Por cada mujer cansada de ser calificada como sensiblona y llorona, hay un hombre al que se le ha negado el derecho a llorar y a ser “delicado”.

Por cada mujer calificada como poco femenina cuando compite, hay un hombre obligado a competir para que no se dude de su masculinidad.

Por cada mujer cansada de ser un objeto sexual, hay un hombre preocupado por su potencia sexual.

Por cada mujer que no ha tenido acceso a un trabajo o a un salario satisfactorio, hay un hombre que debe asumir la responsabilidad económica de otro ser humano.

Por cada mujer que desconoce los mecanismos del automóvil, hay un hombre que no ha aprendido los secretos del arte de cocinar.

Por cada mujer que da un paso hacia su propia liberación, hay un hombre que redescubre el camino hacia la libertad.

Necesitamos una nueva HUMANIDAD.

Las diferencias que se han establecido entre nosotros son sólo culturales. Estamos condenados a entendernos. Y como rezaba un cartel que he visto mientras buscaba imágenes para este post, mujeres y hombre, hombres y mujeres, somos diferentes pero no desiguales.

viernes, 25 de mayo de 2012

Carmen Sevilla

El fin de semana pasado leía un artículo conmovedor de Carlos Herrera sobre Carmen Sevilla. Él, que la ha conocido bien, desgranaba los recuerdos que le habían dejado en la memoria las conversaciones que con ella había tenido. Y entonces he querido yo también hablar sobre ella, por ser alguien que nos ha acompañado durante tantos años.

La mayoría de la gente se ha quedado con su imagen presentando programas de escasa calidad como Cine de barrio, o el Cuponcito, que aumentaban su nivel gracias a su presencia y su buenhacer. Ella conseguía incrementar las audiencias, todo el mundo veía esos espacios televisivos no por sus contenidos sino por escuchar alguna de sus ocurrencias y admirar su todavía imperecedera belleza.

No en vano Carmen ha sido una de las mujeres más bellas del mundo, y como decía el periodista, esa combinación de hermosura e inocencia que siempre ha tenido fue irresistible para los hombres, aunque sólo dos compartieron su vida.

Carmen Sevilla ha sido la típica mujer española a la antigua usanza, recatada, inocente, sencilla, humilde, religiosa, con una gracia especial que parecen tener sólo las mujeres del sur. Ha vivido muchas experiencias, ha conocido a mucha gente, ha viajado a muchos sitios y trabajado en muchas cosas diferentes, pero nunca perdió sus señas de identidad, sus raíces, aquello que la hizo inconfundible, nunca se le subió la fama y el dinero a la cabeza. Su modestia y su bondad se lo impedían.

Siempre fue consciente de su valía, del efecto demoledor que su enorme belleza producía en los hombres, pero nunca se lo creyó mucho. Ella, como cualquier artista, sólo quería mostrar su arte y recibir el cariño del público. Ese reconocimiento lo era todo para ella, lo que más sentido dio a su existencia. Su humor tan peculiar, combinación maravillosa de ingenuidad y picardía, sus despistes, su falta de sentido del ridículo, la manera como mostraba su alma sin tapujos en todo momento, la convirtieron en una figura inconfundible que alcanzó un renovado éxito ya casi en la vejez.

Incombustible, muy trabajadora, siempre estaba dispuesta a afrontar nuevos retos. Quién no la recuerda bailando rap vestida con un chándal en un conocido concurso de baile en televisión. Nos sorprendía su buena forma física a pesar de la edad y los pequeños achaques. En muchos sentidos, a pesar de su educación tan tradicional, era más moderna que mucha gente que conozco con bastantes menos años. O quién ha olvidado sus despedidas de Nochevieja en la Puerta del Sol, que hacían que el nuevo año pareciera un poco más alegre, más luminoso.

En alguna ocasión ha recordado sus años de juventud, cuando cantaba en escenarios y películas con su voz tan bonita, en los que afirmaba haber pasado mucha hambre para mantener su figura, comiendo a base de lechuga y poco más. Por eso, aunque ahora engordó tanto, ya no le importa, con tal de no volver a pasar por aquellos sacrificios.

Cuando aparecía en el Cuponcito en zapatillas, se excusaba diciendo que los zapatos la mataban, y que había pedido que la sacaran de cintura para arriba. A veces se la notaba agotada, pero ella seguía trabajando.

En la época que popularizó las “ovejitas” de su finca, pues hablaba de todas sus cosas sin reparos, mucha gente se burlaba de ella, pero Carmen siempre hizo caso omiso a los criticones y envidiosos, fiel a sí misma, con mucha autoconfianza. Poco después apareció un perfume que lleva su nombre, en cuya caja se incluía una pequeña ovejita de peluche.

Carmen tan pronto reía como lloraba, siempre ha sido de lágrima fácil, muy sentimental. Viéndola se tiene la impresión de ser una persona que disfruta mucho con todo lo que hace, alguien que vive  la vida con intensidad. Por eso, ahora que las sombras del Alzheimer se ciernen sobre ella, que ya casi no sale a la calle y está perdiendo la memoria, ahora que ya empieza a dejar de ser quien era, debemos conservar su recuerdo, todo lo bueno que nos ha dado, porque Carmen es la representante de una época, una sociedad y una generación que son los cimientos con los que está construido nuestro presente. Para ella nuestro amor y nuestro respeto.

jueves, 24 de mayo de 2012

Ilustradores (VII): Emily Gravett


Ilustradora inglesa que pasó ocho años de su vida viajando de un lado a otro hasta que decició establecerse y estudiar ilustración en Brington.

Ha ganado numerosos premios ya desde la 1ª vez que se dió a conocer.

Sus dibujos recrean escenas cotidianas, el mundo de los animales, utilizando colores muy suaves. Sus temáticas son muy tiernas, delicadas y dulces.



miércoles, 23 de mayo de 2012

Un poco de todo (XLV)


- Hay una oleada de novedades editoriales últimamente con más fines comerciales que pretensiones literarias. Todo el mundo se ha puesto a escribir libros sobre su vida, especialmente si hay cosas truculentas en ella que contar.

Hace poco nos sorprendía Isabel Sartorius con unas desoladoras memorias en las que narraba sin tapujos sus desdichas en la infancia y juventud, cuyas secuelas psicológicas aún no ha superado. Experiencias personales que jamás hubiéramos sospechado, que nos han provocado estupor y tristeza, y que sin duda habrán servido a su autora de catarsis.

Nada hay más liberador que compartir las cargas del alma, los secretos pesares, exponer a la opinión pública los trapos sucios para dejar libres a los fantasmas que llenan de oscuridad nuestro mundo interior. Hay un momento en la vida en que te puedes permitir el lujo de hacer y decir lo que te de la gana, o casi. Es como si hubiéramos conseguido entender el pudor de forma diferente, y le damos más importancia a otras cosas.

Poco después le tocó el turno de exhibición de las propias miserias a Javier Sardá con su Mierda de infancia. También en esta ocasión nos dejamos invadir por la sorpresa y la pena cuando el periodista nos narra las muertes de sus seres queridos más cercanos. Inadaptado en el colegio, en la mili… Posicionamiento político feroz. Siempre vi en Sardá, detrás de su sonrisa casi permanente y su gesto amable, una rabia, un sarcasmo pertinaz, que la fama ha parecido acrecentar. Con su hermana tengo la misma impresión.
Lo cual viene a querer decir que, independientemente de la posición social en la que se haya nacido o el éxito profesional que se haya conseguido alcanzar, las luces y las sombras están presentes en el pasado de todos, y probablemente son las sombras las que determinan con más fuerza nuestra trayectoria vital.

- Hay una escena en Postales desde el filo que siempre me ha encantado. Cuántas escenas de tantas películas se nos han quedado grabadas en la memoria la 1ª vez que las vimos y han sido una referencia en ciertos momentos de nuestra vida. En la que traigo a colación se ve a una madre (la gran Shirley MacLaine) y una hija (la inefable Meryl Streep), en el hospital porque aquella ha tenido un accidente de coche, nada que sea de importancia, una herida en la cabeza. La hija acaba de llegar, asustada, y abraza a su madre. Habían tenido recientemente una de sus múltiples discusiones, ambas llevan una vida difícil a causa de sus tóxicas dependencias, y tienen una relación complicada, aunque se quieran. La hija, mientras la madre habla, una charla intrascendental acerca de cosas del pasado y del presente, salpicada de humor, va devolviendo a su progenitora su aspecto habitual.

Primero la maquilla un poco, luego le pone las pestañas postizas, después el colorete. La madre se pinta los labios mientras la hija le cubre la cabeza, sin apenas pelo, con un pañuelo rosa. Se perfila los labios mirándose en un espejito, mientras la hija le pone los pendientes. Ella ha sido y es aún una estrella que cantaba y bailaba con mucho éxito. Nos adolecemos por los estragos que el paso del tiempo ha hecho en ella, pues se ve que debió ser una mujer muy bella. Pero ella libra su particular batalla contra el deterioro de la vejez, y no se arredra. Cuando ya está lista para atender a la prensa, que la espera fuera con sus cámaras y sus voraces micrófonos, se detiene un momento cerca de la cama del otro enfermo con el que comparte habitación, que protesta humorísticamente por tanta charla, le pone una mano en la cara y dice: “Este hombre es una verdadera dinamo en la cama. Ya sabes, manos frías…” Luego se pone un espectacular abrigo de piel, mientras la hija guarda en su bolso la peluca que suele utilizar y que ahora está manchada de sangre. Una escena, que podría resultar desagradable o truculenta, se convierte en algo cotidiano, natural.

Asistimos a la transformación de una mujer que, por su cualidad de artista, pasa por infinitos estados de ánimo. Al principio desvalida, llorosa y quejicosa cuando llega su hija, luego, como si dejara atrás la mala experiencia reciente, va recobrando su dulzura y su temple, para terminar convirtiéndose en la mujer que ha sido siempre, irónica, desenfadada, coqueta, con un toque sofisticado. Shirley MacLaine es capaz de transmitirnos todo ese proceso con enorme sutileza, siempre magistral, única.

Asistimos también a la especial relación de una madre y una hija que no lo han tenido fácil en la vida para llegar a ser quienes son, y a las que sin embargo unen unos lazos invisibles cuya fuerza no se puede explicar con palabras.

Parece querer decirnos que hay que vivir el presente, que hay que dejar atrás los fantasmas del pasado, aunque sepamos que están ahí y nunca se van a ir, y disfrutemos de la vida lo más plenamente posible.

martes, 22 de mayo de 2012

Marilyn fotografiada por Sam Shaw






Sam Shaw fue un fotógrafo y productor neoyorquino que entre los años 50 y 60 fotografió a casi todos los artistas del Hollywood de entonces. Marilyn fue una de sus modelos predilectas, y la acompañó durante toda su carrera. Él fue quien creo la famosa imagen de la actriz sobre la rejilla del metro, y muchas de sus fotos se han convertido en un icono cultural.

Le gustaba trabajar sin posados ni maquillaje, y animaba a sus modelos a divertirse e improvisar. Las sabía tratar, las conocía bien, y no tardó en  ganarse la confianza de Marilyn, lo cual no siempre era fácil. Ella se encontraba muy a gusto trabajando con él.

En una época en la que aún no existía el photoshop, la artista ha quedado inmortalizada en toda su belleza, con total naturalidad. Era de esas personas de las que se dice que la cámara la quería. Sus fotos transmiten mucho encanto, vitalidad, y una luz, una energía especial que emanaba de su persona sin aparente esfuerzo.


lunes, 21 de mayo de 2012

Chris Mccandless: el viaje hacia la libertad


Me quedé muy conmocionada el otro día cuando ví una película, dirigida por el siempre sorprendente e inesperado Sean Penn, sobre Chris Mccandless. En EEUU debe ser una figura muy conocida, pero por aquí creo que no sabíamos gran cosa de él hasta ahora.

Un chico que, con 22 años y recién salido de la universidad, en la que había conseguido notas excelentes, decide renunciar a una vida de comodidades, romper con todo y emprender un viaje, una aventura que le llevará a recorrer varios estados y para la que sólo querrá llevar lo imprescindible, una mochila con algunas cosas y poco más, ni  un mapa siquiera.

La infancia de Chris y su hermana había sido un tormento, al ser testigos sufridores e impotentes de las contínuas peleas de sus padres, que se maltrataban de palabra y muchas veces de obra. El padre, un ingeniero de la NASA, estaba obsesionado con el dinero, con llevar un tren de vida lo más alto posible, algo que también compartía su esposa. Pero las tensiones entre ambos eran crecientes, y los niños soportaron ese desequilibrio y fueron víctimas también del mal carácter, especialmente del padre.

Chris llegó a adulto colmado de bienes materiales pero sin ningún afecto paterno. Sólo su hermana, con la que tenía una comunicación que iba más allá de las palabras, le comprende y comparte sus sentimientos. Tras la ceremonia de graduación, y cuando lo están celebrando en un restaurante, el padre le dice que le va a comprar un coche nuevo, que el que tiene está muy viejo. Chris monta en cólera: “Sólo compráis cosas, tenéis cosas”. A él le hace falta algo más.

Al comenzar su viaje decide sacar todo el dinero que tiene ahorrado en el banco y donarlo a la beneficencia. Quema los pocos billetes que aún tenía, rompe las tarjetas de crédito y tira a la basura la foto de sus padres. Se lleva consigo una mochila con algunas cosas imprescindibles para la supervivencia y algunos libros. Chris es un lector empedernido.

A lo largo del camino conocerá a varias personas que le llegarán a tomar un gran cariño por su simpatía y su forma de ver la vida, incluso un señor mayor querrá adoptarlo como si fuera un hijo. Todos le recomiendan que llame a su familia, para que por lo menos tengan noticias de él, pero no hace caso a nadie. El perdón no entra en sus cálculos, y su única obsesión es demostrarse a sí mismo y al mundo que es capaz de sobrevivir con muy poco.

Atraviesa zonas desérticas, se desliza en piragua por los rápidos y por un pequeño mar en donde estará rodeado de cachalotes. En los bosques aprende sobre la marcha a cazar, siempre piezas menores, menos una vez que consigue abatir un alce, pero la carne se le pudre cuando intenta ahumarla. No todas las cosas las puedes aprender en los libros ni con los consejos que te da la gente.

También se interna en las ciudades, para buscar trabajo y conseguir algo de dinero con el que continuar su expedición. Vive como un vagabundo, acudiendo a comedores sociales, durmiendo en cualquier lado, sin apenas asearse. Pero el hábitat natural de Chris parece ser la Naturaleza, y pasa más tiempo en zonas agrestes que en las urbes.

Durante el film se oye la voz de fondo de su hermana, que hace las veces de narradora, hablando todo el tiempo de él. Nadie le conoce mejor que ella. Nos cuenta sobre su determinación, su obstinación, su enorme inteligencia y sensibilidad, su valor. Se pregunta por qué ni siquiera a ella la escribe ni la llama. Siente una gran preocupación. Sus padres, desesperados, se preguntan qué han hecho mal. Sus lágrimas serán en vano.

Al querer pasar a Alaska, su meta final, para la que se ha estado entrenando en la escalada, se lo impide un gran río de aguas turbulentas. Decide refugiarse en un autobús abandonado allí cerca, pero la zona es muy árida y no encontrará nada para cazar. Para no morirse de hambre come pequeños frutos, pero algunos son venenosos. Se da cuenta cuando empieza a sentirse mal y consulta desesperado un libro que lleva sobre plantas.

Cuando se le pasan los efectos, al cabo de mucho tiempo, está tan débil que no se atreve a alejarse de su refugio. Escribe febrilmente en su diario, como ha hecho a lo largo de los casi dos años que ha invertido en su periplo. Al ver que se está muriendo, dejará una nota en la que dice que ha sido muy feliz y bendice a todo el mundo.

En la película no se ve, pero fue encontrado por unos cazadores al cabo de dos semanas. Apenas pesaba 30 kg. Había muerto de inanición.

Sean Penn estuvo 10 años intentando comprar los derechos de autor para hacer la película. En cuanto leyó el libro de Jon Krakauer sintió la necesidad imperiosa de llevar esa historia al cine. Empezó a rodar por el final, porque el actor protagonista tenía que adelgazar mucho para interpretar los últimos días de la vida de Chris, y es más sencillo perder peso que tener que volverlo a ganar.

Son impresionantes las imágenes de él dentro del autobús, su angustia, su pánico, su progresivo deterioro hasta su muerte. Por el aspecto que tenía daba auténtico miedo verle. Me encantaron esas escenas en las que Chris, en sus últimos momentos, se tumba boca arriba y mira el cielo, las nubes y un sol radiante a través de unas aberturas que hay en el deteriorado techo del autobús. Su mirada es sobrehumana, y una sonrisa extraña y feliz se dibuja en su rostro cuando expira.

La película tiene un ritmo muy bueno, a ratos está rodada como un documental con episodios de gran crudeza, como cuando descuartiza al alce. Las imágenes de la Naturaleza en estado puro acompañan y dan sentido en todo momento a la trama. Llegamos a comprender lo que siente Chris en esos lugares, la paz que se puede encontrar en ellos. Le siguen atormentando los recuerdos de las miserias de su familia, pero parece superarlos con cada nuevo reto que lleva a cabo con éxito. Su soledad es muy grande, pero como es buscada no resulta tan devastadora.

Todo el mundo cree que la intención de Chris era regresar, y que lo que le ocurrió fue un error de cálculo. Si hubiera llevado mapa o se hubiera informado mejor habría sabido que cerca de donde estaba había un transbordador que le hubiera llevado a la otra orilla del río que no pudo cruzar. Habría sabido en qué sitios acampar donde hubiera más caza y otros alimentos. Fue como si se volviera loco con su aventura: se lió la manta a la cabeza y, gracias a su enorme resistencia física, acometió las mayores pruebas con todas sus fuerzas, sin concederse algunas comodidades que le hubieran facilitado la vida. Una energía incontenible, un impulso ciego le movía.
Desde entonces, y ya hace dos décadas, el autobús se convirtió en un lugar de visita turística, y se puede ver a muchos jóvenes que quieren emular en solitario, como hizo Chris, su experiencia eremita en busca de la paz interior y de la libertad.

Me conmociona casi comprobar hasta qué punto las experiencias vividas en la infancia determinan nuestra vida. Y de todas formas, quién no ha deseado alguna vez romper con todo e ir en busca de la libertad absoluta, aunque en el caso del protagonista esta pulsión sea llevada al extremo.

Hay algo en la desesperación de Chris Mccandless, en su determinación, en su forma tan particular de ver la vida, en su radical sentido de la independencia, en su exacerbado idealismo y su sentido de la justicia, en su ingenua felicidad mientras experimenta su aventura, con los que es muy difícil no sentirse identificado. Muchos lo han sentido también así.

viernes, 18 de mayo de 2012

Descubrimiento

Me han mandado hace unos días un video en el que se podía ver cómo, en 1976, el equipo del explorador Jean-Pierre Dutilleaux entró por primera vez en contacto con la tribu primitiva de los Toulambis (Papua, Nueva Guinea), cuyos miembros nunca habían visto a seres humanos de piel blanca.

En aquella selva sólo estaban el cámara y el citado explorador. Los miembros de la tribu se disponían a cruzar un río de aguas turbulentas cuando se toparon con ellos. Dutilleaux estaba preparando una cámara fotográfica sobre un trípode. Al verlos se quedó parado donde estaba y comenzó a hablarles y a tenderles sus manos en señal de amistad.

Los recién llegados, dos hombres de casi 40 años, unas cuantas mujeres y bastantes niños, con la nariz atravesada por unos largos huesos y unas pequeñas plumas blancas y rojas en la cabeza, les miraban con infinita sorpresa y temor desde el otro lado de la orilla. Con sus arcos apuntaban hacia ellos preparados para un posible ataque.

Cruzaron después lentamente el río caminando por encima de un vacilante tronco. Sus ojos estaban abiertos como platos por el asombro. Miraban alternativamente a la cámara fotográfica, como si fuera un arma peligrosa, al explorador y al cámara que tomaba las imágenes, que también les tendió la mano que le quedaba libre.

Los indígenas miraban miedosos, desconfiados, y junto a los arcos y flechas seguían blandiendo sus armas dispuestos a defenderse, unas hachas muy rústicas. No entendían las palabras que se les dirigían, pero sí los gestos. Con gran temor acercaron sus dedos a una de las manos que les tendía Ditilleaux, pero los retiraron enseguida sin casi rozarlos con un respingo. Otro de los nativos hizo lo propio con el cámara. Parecía reinar el desconcierto general.

Pero pronto consiguieron vencer su aprensión. Empezaron a tocar los brazos del explorador, su pecho, su cabeza, sus muslos. Se miraban a sí mismos y lo miraban a él sin comprender la diferencia de color en la piel. En su mente no cabía imaginar que hubiera otros seres humanos con apariencia distinta a la de ellos.

El explorador les empezó a enseñar objetos que, sin duda, tampoco habían visto nunca. Una caja de cerillas, haciendo Ditilleaux una demostración encendiendo una, para asombro y curiosidad de los nativos. Un enorme machete, con el que hizo otra demostración cortando el tronco de un árbol caído. Un pequeño cuchillo, con el que uno de los nativos hizo unos cortes en una ramita. La cámara de fotos también les llamó mucho la atención.

Pero lo que más les impactó fue cuando les mostró un pequeño espejo. Al mirarlo se asustaron muchísimo. Lo cogían poniendo una hoja verde encima como para protegerse de sus posibles efectos. Quizá sólo se habían visto a sí mismos en alguna imagen reflejada en el agua, pero nunca con tanta nitidez. Puede que no se reconocieran, que no supieran cómo eran ellos realmente. Miraban por detrás del objeto por si salía de allí lo que veían.

Ditilleaux les ofreció arroz blanco cocido con una cuchara. El primero que lo probó lo degustó unos instantes pero luego lo escupió con asco. No suele ser fácil acostumbrarse a los nuevos sabores. Pero eso no le arredró, quiso seguir intentándolo, y esta vez cogió él mismo del puchero con sus manos. Los demás siguieron su ejemplo, y al final a todos les gustó, a juzgar por la avidez con que comían.

Después otro de los nativos, con un niño en los brazos, se acercó al campamento que los expedicionarios tenían montado. Tocaba con mucha suavidad los objetos que allí encontró, cogía botellas y vasos de plástico de muchos colores. Esas formas, esas texturas, le eran desconocidas.

Se pusieron a cantar y a bailar como para darles la bienvenida ya sin reparos, y los condujeron a su asentamiento, en donde había más hombres y de más edad. Ditilleaux les dio una grabadora, en donde uno de los nativos, el que parecía encabezar al grupo todo el tiempo, grabó un pequeño e improvisado discurso que provocó la hilaridad de todos cuando fue reproducido. Los niños miraban asombrados y sonreían.

Me conmovió la ingenuidad con que lo miraban y tocaban todo, el primer contacto con otra raza, con otra cultura. Se les podría considerar seres puros, aún no contaminados con las lacras de la sociedad moderna, libres de malicia. Me conmovió también su temor, como los niños que se asoman a mundos desconocidos de los que no saben qué pueden esperar. Ellos no tenían ipod, ni portátil, ni ningún otro artilugio puntero de los que ahora parece que no podemos prescindir. Y sin embargo se los veía felices.  

Todo un descubrimiento.

jueves, 17 de mayo de 2012

Publicidad creativa (I)







He aquí algunas muestras de lo que el medio publicitario puede llegar a idear para promocionar todo tipo de productos.

Se juega con la imaginación del consumidor, con imágenes equìvocas, impactantes, chocantes muchas veces, y que dan qué pensar.

Es ésta una forma de hacer publicidad distinta, muy original, y que a nadie deja indiferente.



miércoles, 16 de mayo de 2012

Origami (I): Román Díaz


Nacido en Uruguay, desde hace algunos años vive dedicado a este curioso arte del plegado de papel con el que consigue hacer todo tipo de formas, que en japonés se denomina origami, y en el cual ha resultado ser muy prolífico.

Ha escrito algunos libros sobre el tema y acude con frecuencia a convenciones por todo el mundo, donde muestra sus habilidades. He aquí algunas de sus creaciones.
















lunes, 14 de mayo de 2012

La aventura de ir al médico


Hay ciertos aspectos de la Sanidad que han mejorado con el paso del tiempo. Las listas de espera se han reducido en la mayoría de las especialidades, puedes elegir el médico de familia que quieras y el hospital que más te convenga, por poner algunos ejemplos, pero en otras cosas seguimos estando a nivel africano.

Sin ir más lejos, debido a mi recientemente descubierta artrosis me he visto embarcada en el típico vía crucis sanitario en el que eres rebotada de un médico a otro como si de un partido de tenis se tratara. La doctora de familia me mandó a la reumatóloga, ésta a la rehabilitadora, que me hizo las mismas exploraciones que la anterior, diciéndome que volviera a pedir cita con mi médico de familia de nuevo, y ésta me dio un papel para que pidiera cita para fisioterapia. Me la daban para cuando estoy de vacaciones este verano, y como la agenda de agosto aún no la tienen abierta, tengo que volver el próximo mes para volver a pedir cita. Lo dicho, un via crucis.

Todo esto cuesta dinero a la Sanidad pública. Se podían haber ahorrado el trámite de la rehabilitadora y que me hubieran mandado directamente a fisio, en lugar de tener que estar dando tantas vueltas. Buena estaría si mi dolencia me restara movilidad, si encima tengo que ir de aquí para allá como un pollo descabezado no creo que fuese precisamente bueno para mi salud.

Mi médico de familia además es la pera. Hace poco que estoy con ella, porque mi anterior doctora, que era estupenda, se tuvo que marchar porque era interina y el titular tenía que ocupar su plaza. Le dimos al recién llegado un voto de confianza, pero sus modales de oso cavernario, que su apariencia confirmaba, provocó la huida en masa a otros médicos, y a su vez la protesta de una de las dos mujeres que dan citas y atienden peticiones diversas en el mostrador, que son bordes como ellas solas. "No se puede cambiar de médico todo el mundo a la vez. Su petición puede ser revisada". En lugar de solucionar el problema, arremeten contra el paciente. Y es que la gente no quiere trabajar, y hasta el último mono se cree con derecho a decirle a los demás lo que tienen que hacer con tal de currar menos. Menos mal que tenemos la normativa en la mano, aunque la que protestó se la quisiera pasar por el forro del carnet de identidad.

Mi médico de cabecera, como decía, no tiene desperdicio. Treintañera, con buena apariencia, más bien repipi. El otro día le quise hacer varias consultas, ya que no suelo ir mucho y quería aprovechar, y me dijo toda azorada, la barbilla altiva y el gesto displicente: “La próxima vez me dice desde el principio cuántas cosas me va a preguntar para controlar el tiempo que debo hablar sobre cada una. Tengo que estar 5 minutos con cada paciente, y no me puedo permitir el lujo de estar más”. Que suene la campana, se acabó el round.
Aún recuerdo a un antecesor suyo, que ocupaba esa misma consulta, que se tiraba entre 3 cuartos de hora y una hora con cada uno. Se jactaba de escuchar a la gente y de atender mejor que nadie a todo el que venía. La sala de espera rugía de enfermos a los que se les había puesto más que a prueba la paciencia. Una leve insinuación mía un día acerca de este pequeño detalle acabó en una inesperada explosión de cólera, que me hizo pensar que el señor estaba bastante mal de la cabeza. Afortunadamente era interino y se terminó marchando. Por lo que se ve, o se pasan o no llegan.

Mi doctora, Dolores, nombre apropiadísimo para una profesión como la suya, escucha sólo la mitad de lo que le dices, como si sólo estuviera escuchando un serial radiofónico, y hace comentarios extraños y fuera de lugar sobre las cosas más inopinadas. Después de pasarse todo el tiempo llamándome de usted, va y se descuelga diciéndome, al mirar mis radiografías en su ordenador: “Estás ya muy changada para la edad que tienes ¿no?”. "Otra chiflada", pensé. “No te hacen falta los análisis de sangre, seguro que no tienes anemia con ese buen color”, me dijo. Suelo repetírmelos cada 6 meses porque tras dejar el tratamiento de hierro siempre recaigo, independientemente de lo sonrojada que esté mi cara, pues vivo en un sonrojo permanente en los sitios donde hay calefacción.

A veces me pregunto cómo han conseguido el título universitario, y más en una carrera tan difícil como esa. Ya sé que no hace falta tener muchas luces para ser médico de cabecera, cuyas funciones se limitan a dar volantes para el especialista, extender recetas y hacer alguna que otra exploración, pero se supone que también han tenido que cursar estudios superiores.
Y luego están los de enfermería. Mi doctora tiene asignada una enfermera que vive como si estuviera bajo los efectos de algún narcótico, en constante somnolencia. A veces la sustituye un chico que, sobre todo cuando vamos mi hija y yo, le da por acalorarse y a empezar a quitarse ropa hasta que se queda en camiseta de manga corta. Luego hay otro por ahí que es un andaluz maduro y sarasa, elegante, con un plumón extraordinario, que a mí me produce una mezcla de repelús e hilaridad, pues suele ser muy gracioso y ocurrente y es un hacha con las extracciones de sangre, lo cual es muy de agradecer.

En fin, que acudir al consultorio médico puede llegar a convertirse en una auténtica aventura, no muy agradable muchas veces, pues nunca sabes dónde te vas a meter, es como internarse en una selva en la que sabes que vas a encontrar seres exóticos a cuyo peculiar criterio expones tu salud.

 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes