El fin de semana pasado leía un artículo conmovedor de Carlos Herrera sobre Carmen Sevilla. Él, que la ha conocido bien, desgranaba los recuerdos que le habían dejado en la memoria las conversaciones que con ella había tenido. Y entonces he querido yo también hablar sobre ella, por ser alguien que nos ha acompañado durante tantos años.
La mayoría de la gente se ha quedado con su imagen presentando programas de escasa calidad como Cine de barrio, o el Cuponcito, que aumentaban su nivel gracias a su presencia y su buenhacer. Ella conseguía incrementar las audiencias, todo el mundo veía esos espacios televisivos no por sus contenidos sino por escuchar alguna de sus ocurrencias y admirar su todavía imperecedera belleza.
No en vano Carmen ha sido una de las mujeres más bellas del mundo, y como decía el periodista, esa combinación de hermosura e inocencia que siempre ha tenido fue irresistible para los hombres, aunque sólo dos compartieron su vida.
Carmen Sevilla ha sido la típica mujer española a la antigua usanza, recatada, inocente, sencilla, humilde, religiosa, con una gracia especial que parecen tener sólo las mujeres del sur. Ha vivido muchas experiencias, ha conocido a mucha gente, ha viajado a muchos sitios y trabajado en muchas cosas diferentes, pero nunca perdió sus señas de identidad, sus raíces, aquello que la hizo inconfundible, nunca se le subió la fama y el dinero a la cabeza. Su modestia y su bondad se lo impedían.
Siempre fue consciente de su valía, del efecto demoledor que su enorme belleza producía en los hombres, pero nunca se lo creyó mucho. Ella, como cualquier artista, sólo quería mostrar su arte y recibir el cariño del público. Ese reconocimiento lo era todo para ella, lo que más sentido dio a su existencia. Su humor tan peculiar, combinación maravillosa de ingenuidad y picardía, sus despistes, su falta de sentido del ridículo, la manera como mostraba su alma sin tapujos en todo momento, la convirtieron en una figura inconfundible que alcanzó un renovado éxito ya casi en la vejez.
Incombustible, muy trabajadora, siempre estaba dispuesta a afrontar nuevos retos. Quién no la recuerda bailando rap vestida con un chándal en un conocido concurso de baile en televisión. Nos sorprendía su buena forma física a pesar de la edad y los pequeños achaques. En muchos sentidos, a pesar de su educación tan tradicional, era más moderna que mucha gente que conozco con bastantes menos años. O quién ha olvidado sus despedidas de Nochevieja en la Puerta del Sol, que hacían que el nuevo año pareciera un poco más alegre, más luminoso.
En alguna ocasión ha recordado sus años de juventud, cuando cantaba en escenarios y películas con su voz tan bonita, en los que afirmaba haber pasado mucha hambre para mantener su figura, comiendo a base de lechuga y poco más. Por eso, aunque ahora engordó tanto, ya no le importa, con tal de no volver a pasar por aquellos sacrificios.
Cuando aparecía en el Cuponcito en zapatillas, se excusaba diciendo que los zapatos la mataban, y que había pedido que la sacaran de cintura para arriba. A veces se la notaba agotada, pero ella seguía trabajando.
En la época que popularizó las “ovejitas” de su finca, pues hablaba de todas sus cosas sin reparos, mucha gente se burlaba de ella, pero Carmen siempre hizo caso omiso a los criticones y envidiosos, fiel a sí misma, con mucha autoconfianza. Poco después apareció un perfume que lleva su nombre, en cuya caja se incluía una pequeña ovejita de peluche.
Carmen tan pronto reía como lloraba, siempre ha sido de lágrima fácil, muy sentimental. Viéndola se tiene la impresión de ser una persona que disfruta mucho con todo lo que hace, alguien que vive la vida con intensidad. Por eso, ahora que las sombras del Alzheimer se ciernen sobre ella, que ya casi no sale a la calle y está perdiendo la memoria, ahora que ya empieza a dejar de ser quien era, debemos conservar su recuerdo, todo lo bueno que nos ha dado, porque Carmen es la representante de una época, una sociedad y una generación que son los cimientos con los que está construido nuestro presente. Para ella nuestro amor y nuestro respeto.
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