martes, 27 de abril de 2010

Mendigos


No hace mucho que Pérez Reverte hablaba en uno de sus artículos de algunos mendigos que suele ver por las zonas de Madrid donde él suele moverse, que son curiosamente las mismas por las que siempre me he movido yo, según él las mejores de Madrid: inmediaciones del Palacio Real, centro y barrio de los Austrias.
A mí también me impacta el tema de la mendicidad. Ver por la calle a personas que no tienen techo ni sustento no es precisamente agradable, y el hecho de encontrarlos a diario tirados por la calle no hace que nos habituemos a verlos y pasemos a su lado casi sin verlos, no yo por lo menos. Pero sí es verdad que hay muchas clases de pobreza: los vagabundos de toda la vida, normalmente entregados al alcohol y con el entendimiento perdido la mayoría de las veces, absolutamente abandonados físicamente, que duermen al raso tapados con cartones; los que piden limosna exhibiendo alguna tara; las gitanas rumanas que utilizan a sus hijos para inspirar compasión, y sus hombres, que van con falsas muletas a todas partes y se ponen en los semáforos; y los negros que venden kleenex o La Farola.
Por los mendigos tradicionales poco se puede hacer, pues el dinero que se les de lo gastarán en bebida. Son personas que han llegado a esta situación por diversas circunstancias: problemas familiares, pérdida del empleo, aislamiento social… A nadie importan, nada les importa. Son los que a mí más me conmueven, su vida debe ser como una película de terror.
Los que muestran defectos corporales por lo general son utilizados por bandas para recaudar dinero a cambio de protección y cuidados. Por la Puerta del Sol y la calle Preciados suele haber una mujer de las que han nacido con los brazos y las piernas muy cortas, una anciana completamente encorvada cubierta con harapos y un pañuelo en la cabeza, y un hombre joven al que le faltan los brazos y hace sonar con estruendo el gran vaso de plástico que sujeta con la boca lleno de monedas, mientras da voces ininteligibles. A éste le he visto sentado con unos tipos con pinta de chulos en una terraza de la plaza de Jacinto Benavente, y le estaban dando algo de comer y de beber.
Las gitanas rumanas suelen ir en metro con sus hijos a cuestas, niños que pasan horas de aquí para allá sin descanso y que van casi siempre medio dormidos, dicen que porque los drogan para que no protesten. Las encuentro execrables.
En cuanto a los negros, desconozco por qué son los únicos inmigrantes de todos los que nos visitan que tienen que mendigar. No se ve a chinos ni sudamericanos pidiendo por las calles.
Luego hay algunos que piden por no tener que ponerse a trabajar, y para dar credibilidad a su supuesta miseria hacen lo que haga falta. Había uno que se ponía de rodillas con la espalda inclinada hacia abajo y los brazos extendidos, en actitud muy teatral, que pedía limosna profiriendo unas voces lastimeras que se oían a larga distancia. Sólo por no tener que estar en una posición tan incómoda durante tanto tiempo y quedarme afónica de tanto gritar preferiría ponerme a trabajar.
Los que mendigan para drogarse son los que más me inquietan. A mi hermana hace tiempo le abordó uno cuando estaba esperando en la parada del autobús para volver a casa. Le fue pidiendo a todos los que estaban en la cola y nadie le dio, pero al llegar a mi hermana y negarse también, la tomó con ella y le dijo con tono despreciativo "Burguesita de mierda". El colmo, vamos.
Los que piden por la calle mostrando su arte no los incluiría en la categoría de mendigos. Cuando ves a músicos maravillosos tocando sus instrumentos tan bien piensas en lo injusta que puede ser la vida, que reconoce a unos talentos y a otros no les da ni la oportunidad. Es famoso el caso de un violinista muy conocido que se puso a tocar durante varias horas en el metro y sólo consiguió unas pocas monedas, casi nadie le hacía caso al pasar, mientras que cuando se sube a un escenario llena auditorios y se pagan cifras astronómicas por una entrada para alguno de sus conciertos.
Las estatuas vivientes también los metería entre los que se dedican a ganarse la vida mostrando su arte en la calle. El mérito no está tanto en su capacidad de mantenerse inmóviles durante mucho tiempo como en la imaginación que derrochan a la hora de disfrazarse y pintarse. El vaquero que emite silbidos y dispara su revólver cada vez que le echan una moneda es de los que más éxito han tenido siempre, y el que figura ser un hombre al que el viento echa para atrás la gabardina, el pelo y el paraguas ya ha salido en televisión varias veces. Últimamente me encanta uno que en lugar de cabeza lleva un sombrero y unas gafas de sol, como si fuera invisible. El otro día le vi hablando con otro que se había disfrazado de torero, con su capote y todo. Formaban un duo muy original.
Hay épocas que las calles de Madrid parecen Calcuta, por la cantidad de mendigos que hay. Es un problema que parece que nunca va a dejar de existir, un lamentable drama social y humano.

lunes, 26 de abril de 2010

Brigitte Bardot o el amor a los animales


Qué particular me ha parecido siempre la figura de Brigitte Bardot. Una mujer que de joven era bellísima y escultural (sigue conservando parte de su antigua belleza), con mucho encanto, que lo tenía todo para ser feliz y, sin embargo, hubo un momento que rechazó todo aquello y decidió dedicarse a otra cosa, lejos del acoso de los fans y de la prensa, que en su fascinación por ella se ensañaban en los detalles no sólo de su vida pública sino también privada.
En una época en que estaba mal visto que una mujer quisiera vivir la vida a su manera, sin ceñirse a los convencionalismos sociales tradicionales, librepensadora, con mucha personalidad, Brigitte Bardot estuvo en el punto de mira de muchos sectores, que la llegaron a tachar poco menos que de loca.
El amor ha marcado profundamente su existencia, pero las ataduras conyugales fueron insoportables para ella, y de ellas escapó como quien huye de un incendio. La primera vez que se quiso casar su familia se lo impidió debido a su juventud, y ella cayó en una depresión que le llevó a intentar suicidarse. A su hijo, con el que estuvo muy unida mientras era pequeño y al que quiere mucho, no lo ve desde hace una década.
En la cumbre de su carrera, agobiada por la persecución de sus admiradores, cansada de ser zarandeada por multitudes cada vez que hacía una aparición pública, en momentos en los que ni los que estaban encargados de su protección podían hacer prácticamente nada para evitar esos atropellos, quiso apartarse del cine y de todo lo que ello conllevaba, para poder tener una vida más tranquila, sin la mirada indiscreta y despiadada de los medios a su intimidad.
Pero es muy difícil que alguien como ella pueda pasar desapercibida. Sus numerosos romances, su forma tan libre de vivir, su denonada defensa de los animales a lo largo de muchos años, ha hecho que siga apareciendo en las revistas de papel couché y en los titulares de la prensa.
La primera vez que reparé en ella, siendo yo una niña, no fue tanto por sus películas como por su labor protectora del género animal. Cuando abría una revista, no era raro verla posando tumbada en la nieve, junto a maravillosas focas de pelo blanco y mirada dulce. Años después, cuando ya empezó a envejecer, se la podía ver en su casa, sentada en un sofá rodeada de perros de todas las razas y tamaños, a los que acariciaba.
Utiliza la fuerza evocadora de su antigua fama para seguir promoviendo campañas que contribuyan a impedir la masacre de especies en peligro de extinción. Aparece en ruedas de prensa, caminando dificultosamente ayudada por unas muletas debido a la artrosis, impecablemente vestida, peinada y maquillada, y entonces sale a relucir su pasado de actriz, interpretando para todos un monólogo que es a veces cómico, para distendir el ambiente, y a veces trágico, con el fin de dar a conocer con toda su crudeza la situación real de esos pobres animales. Si es necesario, derrama algunas lágrimas.
Algunas veces intenta entrevistarse con altos dignatarios de países extranjeros para hablarles de estos temas, y cuando no la reciben les deja un sobre grande con información que puede interesarles, o algún objeto original que les haga recordar que ella ha estado allí.
Parece muy cansada. Su porte conserva aún los restos de una singular belleza, con su larga y espesa cabellera recogida en un moño grande y un poco suelto, sus ojos sombreados y la oscura sombra de sus ojeras que le hacen tener una mirada tan profunda e interesante, sus arrugas, llevadas con naturalidad, su gran boca siempre pintada, tan expresiva, tan llena de vida toda ella. Es como si sintiera que aún tiene mucho por hacer.
Alguien como Brigitte Bardot, que podía haber llevado la vida regalada de las actrices mundialmente conocidas, que podía haber sido la perfecta mujer casada, convencional, madre y esposa dedicada a su hogar pero con éxito en su profesión, decidió que aquello no era suficiente para dar sentido a su vida, que aquello no iba con su forma de ser. La extinción del amor en su relación de pareja y la persecución de los fans le hacían sentir soledad y desamparo, y quiso romper con todo. Levantó un muro entre la curiosidad pública y ella, se protegió de la única manera que supo hacerlo, y se entregó a una causa justa y buena que halló auténtica, la de los animales, quizá desengañada del género humano.
Ella dice esperar con tranquilidad a que le llegue la muerte, no tiene miedo, y mientras procura que su paso por el mundo no sea en vano.

viernes, 23 de abril de 2010

Pintura hiperrealista (VI): Marcos Rey Vicente




Este artista gallego, treinteañero, no ha estudiado nunca pintura. Aprendió con lo que veía en los libros y siguiendo su propia intuición creadora.
Son muchos los retratos que ha hecho, pero me quedo con estos dos de una niña. No hace falta el color para reflejar la belleza y la pureza. Perfeccto recreando la profundidad de la mirada, la fisonomía humana.

jueves, 22 de abril de 2010

Un poco de todo (V)




- Si hay un personaje famoso que me ha caido siempre muy mal ese es Andy Warhol. Será que no entiendo su arte, si es que se le puede llamar así.
Famoso por su recreación (cuando no fijación) de las latas de sopa Campbells y por los retratos repetidos de la misma cara en el mismo cuadro de gente muy conocida, en diferentes colores chillones, entre otras cosas, su actividad artística parece que se caracteriza por su “originalidad” y su forma tan personal de ver el mundo y la sociedad del momento.
Dicen que fue el iniciador del por art, basado en imágenes tomadas de la cultura popular, como anuncios publicitarios y cómics, resaltando el aspecto banal o kitsch de los objetos e ironizando con ello.
Metido en todos los saraos sociales habidos y por haber, se fotografió con mucha gente famosa e importante. Posar junto a él era símbolo de prestigio, de estar en la onda.
Pero poco se ha hablado de su afición a rodar películas caseras en las que aparecían gente que se prestaba voluntariamente para que la maltrataran físicamente. Le fascinaba el sado maso, la representación del dolor, los límites de la resistencia del ser humano.
Yo lo encuentro siniestro, de un gusto más que dudoso, totalmente underground, y por eso me complace poner una foto suya ahogándose en una de sus famosas latas.

- Hace poco leí en una revista que hay medusas que están alcanzando los dos metros y los 200 kgs., debido al aumento de las capturas de las especies que solían depredarlas. Ahora por lo visto, libres de enemigos, campan por sus respetos y engordan que es un primor. Se veía una foto de un submarinista observando uno de estos ejemplares y la verdad es que daba pavor. Si te coge una seguro que no lo cuentas. A mí que me han picado en varias ocasiones les tengo auténtica fobia. Nunca imaginé que hubiera medusas con obesidad mórbida.

- Es bastante probable que la raza blanca sea la única que hace uso de la cirugía estética como medio para alterar los rasgos y estar más bellos, más a la moda. No creo que la raza negra ni ninguna otra se opere los pómulos, los labios o los glúteos, ni utilice bótox ni ninguna otra sustancia parecida.
Las orientales sí he leído que quieren ahora asemejarse a las occidentales dándose unos cortes en la línea de los ojos para no tenerlos rasgados. Si nos fijamos en los dibujos “manga” japoneses veremos que todos los tienen redondos y enormes.
No dejan de ser aberraciones, ultrajes que unos y otros llegamos a perpetrar contra nuestro cuerpo. Cambiar lo que es defectuoso sí, pero no lo que es normal y sólo por las tendencias de la moda nos pueda parecer feo. Además se nota mucho cuando algo es artificial y eso sí que es horrendo.

miércoles, 21 de abril de 2010

Mis actores favoritos (I): Charlton Heston


Charlton Heston está en mi memoria cinematográfica desde la noche de los tiempos. Nunca un actor reunió en sí mismo tantas cualidades como él, pues a un físico perfecto unía una inteligencia, una sensibilidad y un talento interpretativo fuera de lo corriente.
Cuando de niña veía sus películas basadas en personajes bíblicos e históricos, pensaba que nadie mejor que él podía meterse en la piel de esas personas y mostrarnos los hechos en los que se vieron inmersos y los sentimientos y emociones que posiblemente debieron tener.
Charlton Heston pertenece a una escuela de actores que ya no existe. Es un actor clásico que fue capaz de expresar como nadie cada uno de los estados de ánimo de que es capaz el ser humano. Supo en cada momento reflejar la actitud adecuada. Nos introducía con naturalidad en los detalles de un universo particular, el del protagonista que estuviera encarnando en cada ocasión, y lo hacía intensamente, a lo largo de un proceso creativo que iba in crescendo hasta culminar con el desenlace final.
Su apostura constituyó un icono de belleza masculina en su época. No en vano fue modelo cuando aún no conseguía encontrar trabajo como actor. Alto, fuerte, guapo, sus cualidades físicas no le convirtieron, sin embargo, en una persona engreída. Su sencillez y elegancia, el magnetismo que emanaba, su educación, discreción y prudencia, su equilibrio personal, lejos de los escándalos habituales en Hollywood, le hacían ser el actor ideal en todos los sentidos. Su profesionalidad y talento eran garantía suficiente para saber que cada película en la que participara sería un éxito.
Incluso medió para que un director fuera contratado en contra de la opinión de los estudios, o para que otro pudiera hacer su labor sin que se interviniera en el montaje final, cambiando su punto de vista, algo que era muy corriente entonces.
Charlton Heston fue capaz de lidiar con personajes de todas clases, tanto los bíblicos e históricos que ya he mencionado antes, como de aventuras, ciencia ficción o películas de catástrofes, que frecuentó mucho durante los 70, y algunos westerns. Su talento dramático sacaba adelante con brillantez cualquier propuesta que se le planteara, no había obstáculos interpretativos para él.
No hay otro Ben Hur o Moisés como los que él hizo suyos, no hay otro atormentado Miguel Ángel, ni hay otro hombre perdido en “El planeta de los simios” como él, ni otro colono enfrentado a la marabunta que destruía su plantación. Su forma de expresar el drama, esa manera de caer de rodillas agachando la cabeza, la pesadumbre, la desesperación, el llanto, el desgarro, esa manera de comunicar con todo el cuerpo sin caer en el exceso ni descomponer la figura, sin sobreactuaciones, es un estilo personal que no ha tenido parangón con ningún otro. Y lo mismo si interpretaba la emoción de la fe o una escena de amor, con su tierna, penetrante y apasionada mirada azul, su forma de abrazar y de besar. Cuánto hemos suspirado muchas mujeres intentando imaginarnos en los brazos de un hombre así.
Sus últimos años, ya retirado del cine y la televisión, estuvieron salpicados por la polémica, al ser el presidente de una asociación que defendía la venta libre de armas. Las radicales declaraciones públicas que hizo en este sentido nos hicieron pensar que estábamos ante un hombre distinto, cambiado, trastornado.
Una enfermedad mental degenerativa se lo llevó de este mundo hace un par de años, siendo ya muy mayor. Pero nos queda ese Charlton Heston único, inimitable, irrepetible, que seguirá haciéndonos disfrutar con esas películas que rodó hace tanto tiempo y cuyo valor es ya inalterable, eterno, historias que poblaron nuestros sueños de infancia y juventud y se nos quedaron grabados para siempre.

martes, 20 de abril de 2010

Ballard y el Imperio del Sol


He sabido hace poco de la muerte del escritor J.G.Ballard, al que nunca he leído, pero que me interesó inmediatamente en cuanto supe que era el autor de “El imperio del sol”, relato autobiográfico (también lo desconocía), y en el que narra unos años de su vida, durante el tránsito de la niñez a la madurez, que fueron particularmente duros e inciertos.
A todos nos vienen a la memoria las escenas de la película que Spielberg rodó basándose en este libro. Nunca la vida de un niño dio un giro tan grande y tan terrible en tan poco tiempo, nunca antes vi tan magníficamente descritas todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar, a veces tan descabelladas que parecen imposibles.
Quién no recuerda al protagonista, un muchacho de buena familia, mimado y protegido, que llevaba una existencia acomodada y placentera hasta que la 2ª Guerra Mundial le separa de sus padres y le aparta para siempre de todo lo que él ha sido.
Su manera de entrar en la adolescencia no puede ser más brutal, testigo de hechos y víctima de la malicia ajena, que hasta ese momento escapaban a su imaginación. Solo frente al mundo, desamparado, subsistiendo en la mansión abandonada en la que vivía con los restos de comida que aún quedaban, intentando jugar como si no pasara nada montado en su bicicleta dando vueltas por el jardín, en torno a la piscina medio vacía y sucia, esperando infructuosamente el regreso de su familia.
El campo de refugiados japonés al que las circunstancias le llevan, el instinto de supervivencia que hace que aprenda rápido y esté siempre alerta, la búsqueda en vano de la más mínima muestra de afecto y protección, el miedo constante que ya no le abandonará nunca, son el entorno en el que transcurrirá su vida hasta que termine la contienda y sea finalmente rescatado por los suyos, aunque esté casi irreconocible, tan poco queda del que fue.
Ausente de sí mismo, ensimismado en un mundo personal y atormentado, habita en un pequeño infierno hecho a la medida de alguien que se ha hecho mayor a la fuerza, prematuramente, y que parece querer conservar contra viento y marea, más allá de lo irracional y la locura, algunos de los rasgos de su perdida niñez.
El resto de la producción literaria de J.G.Ballard parece distinta de esta novela autobiográfica, tan estremecedora y tan conmovedora, pues se dedicó a la temática de ciencia-ficción, con argumentos apocalípticos y catástrofes medioambientales (predijo el calentamiento global a principios de los 60), relatos variados, ensayos y algo de novela negra reescrita.
Según he podido leer, su imaginación es portentosa, visionaria, aunque lo que más llama la atención es la forma como aborda el tema del sexo, pues se le ha tachado de obsceno, explícito. “Sexo reiterativo, infatigable […], narcótico imprescindible en el largo proceso de asimilación de un vacío personal imposible de colmar”, según he podido leer.
Sus textos son turbadores, brutales, ásperos y hermosos a un tiempo, un revulsivo para las conciencias. Su mirada social es lúcida, implacable.
J.G.Ballard fue un hombre polifacético que probó un poco de todo: inició estudios de medicina, fue redactor en un periódico, piloto de la RAF, y escritor. La peripecia vital por la que pasó en su infancia le marcó para el resto de su vida, y ahora que sé que el que fuera aquel niño ha muerto, me llena de tristeza. “El imperio del sol” es un grito de protesta contra el maltrato de los niños y la crueldad y lo absurdo de la guerra, el testimonio desolado de un periodo de nuestra Historia que nunca debía haber tenido lugar.

lunes, 19 de abril de 2010

Mohamed Ali


Hay personas que, por alguna razón, es difícil que sus vidas sigan el ritmo habitual del resto de la gente, seres que nunca podrán pasar desapercibidos y que se convierten en un símbolo para muchos. Este es el caso de Mohamed Alí.
Poco se puede decir que no se haya dicho ya sobre él. Su conversión a la religión musulmana, el cambio de su nombre, su forma de hablar y de pelear en el ring…
Pero hace poco vi un reportaje en el que muchos de los mejores boxeadores que se enfrentaron con él daban su visión personal del controvertido gigante del cuadrilátero. Es increíble cómo recordaban minuto a minuto todo lo acontecido en combates que habían tenido lugar hacía décadas, cuando le asestaron tal golpe, cómo les respondió, lo que pasó de principio a fin en cada asalto. Un deporte como éste, defenestrado por la mayoría por la violencia que implica y el triste final de muchos de los que lo han practicado, es sin embargo un espectáculo único por la crudeza de su desarrollo y la entrega física y psíquica que lleva consigo.
Todos aquellos antiguos boxeadores, todos de raza negra menos uno, rememoraban con el gesto de sus puños y con palabras, lo que habían sentido mientras se enfrentaban a Mohamed Alí. Casi todos habían perdido, después de un duro combate, pero el hecho de luchar con él les había ofrecido la oportunidad de lucirse y de darse a conocer. Todos salían de la pobreza y muchos de la delincuencia hasta que decidieron dedicarse al boxeo. Conseguir hacerse un nombre en un mundo como ese requería dar muchos golpes y recibirlos. Había uno que casi no se le entendía lo que decía por las secuelas que le habían quedado después de años de combates, pero su mente funcionaba perfectamente a la hora de hablar de Mohamed Alí, era casi poesía.
Hablaban de la elegancia de Mohamed Ali, de la rapidez de sus movimientos para ser un hombre que medía 1,90 y pesaba tanto. Mencionaron su técnica de “rope a dope”, que consistía en apoyarse en las cuerdas y dejarse golpear hasta cansar al contrincante, momento en el que lanzaba su contraataque. Y sobre todo, la limpieza de su forma de boxear, pues cuando el oponente cae al suelo normalmente se le suele rematar con un gancho final, y él no lo hacía.
Pasaron algunas escenas de la vida de Mohamed Ali, en las que se le ve hablando en público, muy deprisa, casi sin expresión en el rostro, y lo hacía bien. Tenía mucho que decir y quería decirlo alto y claro. Primero abogando por la raza negra, siempre perseguida y defenestrada. Luego con la causa musulmana, y después oponiéndose a la guerra de Vietnam, a todas las guerras en general, a la que no quiso ir cuando fue reclutado, lo que le valió estar más de tres años sin poder boxear. Se le tachó de extremista, de exaltado, pero consiguió para los suyos que se sintieran orgullosos de ser negros.
Antes de los combates, cuando él y el contrincante de turno aparecían conjuntamente para hablar a la prensa, solía amenazar al otro y hasta insultarlo. Hacía versos burlescos y mostraba muñecos, como un pequeño mono de goma, con lo que pretendía ponerlo en ridículo. Los otros casi no respondían, molestos y un tanto acobardados por lo que el nombre de Mohamed Ali suponía. Eran bravuconadas, formas de dar más espectáculo, de crear más emoción.
Cuando estos viejos boxeadores hablaban de él, lo hacían con respeto y admiración, porque todos habían conseguido algo enfrentándose al más grande, y porque se habían identificado con su forma de actuar y todo en lo que creía. “Yo le tenía rabia porque encima era guapo”, dijo uno de ellos, bromeando.
Al final, todos se emocionaron al pensar en la situación actual de Mohamed Ali, perdido en los abismos del Parkinson. “Él no se merecía eso”, dijo uno de ellos, “ahora podría vivir como lo hacemos nosotros, disfrutando de lo que conseguimos”. El único boxeador blanco de todos los que hablaron sobre él afirmó haber estado presente cuando se le diagnosticó por primera vez la enfermedad. El médico dijo que era consecuencia de su profesión, que había recibido demasiados golpes en la nuca, zona en la que se generan las sustancias necesarias para que el sistema nervioso funcione bien.
Mohamed Ali sigue recibiendo el reconocimiento del público por sus hazañas pugilísticas y su labor de denuncia social. Controvertido en sus declaraciones, valeroso tanto en el ring como fuera de él, siempre creyó que su preeminencia pública debía servir para alentar causas que él consideraba buenas. Bajo ese barniz de hombre duro y combativo que exhibía, se escondía en realidad la figura de una persona tierna que necesitaba ser querido y admirado por los demás. Y así ha sido.

viernes, 16 de abril de 2010

Pintura hiperrealista (VI): Jose Mª Madrid





Este madrileño empezó haciendo acuarela, hasta que hace poco se inició en el óleo.
Es fundador de una comunidad de pintores hiperrealistas formada por gente de todas partes de España.
Su estilo no es siempre el mismo, pinta de diversas maneras. Sólo hay que ver en los cuadros que he elegido de qué maneras tan distintas recrea el agua, la luz y los paisajes naturales.

jueves, 15 de abril de 2010

Evocaciones




A veces vienen a la memoria, sin motivo aparente, escenas del pasado que se nos han quedado grabadas por alguna razón y que son como un collage de imágenes que, juntas, constituyen las piezas de ese gran puzzle que es nuestra vida. Mis evocaciones son variadas e intempestivas, surgen la mayor parte de las ocasiones sin que yo las llame, y corresponden a todas las épocas de mi pretérita existencia. Expongo algunas.

- La imagen de mi abuela Pilar y de mi tía Carmen despidiéndonos asomadas a la barandilla, a través del hueco de la escalera, los días de invierno, mientras bajábamos las escaleras de su casa, después de haber estado de visita. Siempre nos decían desde arriba: “Abrigaros bien que hace frío”. Si no lo decían era como si nos retrasáramos un poco en nuestro descenso hasta que lo decían, y después nos reíamos todos por esta curiosa costumbre.



- La gente que va en el autobús con cepillos y cubos de fregar, en las líneas de transporte público que van al cementerio de La Almudena. Para limpiar las tumbas de sus seres queridos.



- Un hombre muy gordo, vagabundo, que cayó primero de rodillas y después de bruces sobre el suelo mientras vomitaba y se hacía sus necesidades, junto a la estación de Atocha.



- Una niña de unos tres años que en Salzburgo, durante mi viaje de luna de miel, en brazos de su madre, sentada en el asiento justo delante de mí del autobús en el que íbamos. Giraba la cabeza para mirarme y llevaba en una mano una figura de papel pegada a un palo fino. Se lo cogí suavemente y me escondía detrás del juguete para luego volver a aparecer. A ella le encantó, nos reímos mucho las dos. Era un encanto.



- La melodía de un hombre que tocaba el arpa e interpretaba el tema central de “Titanic” mientras yo ascendía con mis hijos la gran escalinata que conduce al Sacre Couer, en nuestra estancia en París. El momento no podía ser más sublime.



- Dos policías de asalto protegiéndose detrás de sus escudos transparentes de los objetos que les arrojaban un grupo de hinchas, en la parte de atrás de mi casa, un día de partido. Intentan no retroceder, pero es imposible, ellos son muchos más, y se nota que tienen miedo. El desprotegimiento de los que nos protegen.



- El abrazo de mi abuela Luisa en el dormitorio del apartamento que ocupábamos en las vacaciones. Era la primera vez que veraneaba con nosotros y estaba muy contenta. Y yo también.



- Mis primas mellizas, las más pequeñas de la familia, que nacieron sin haberlas buscado sus padres. Eran preciosas, tan rubias y con la piel tan blanca, tendidas juntas sobre una cama en su casa. Si lloraban se ponían muy rojas. Me parecían tan delicadas que pensaba que cualquier contratiempo podría hacerlas daño, y eso me inquietaba.



- La primera vez que hablamos mi mejor amiga del colegio y yo, cuando le recogí del suelo el sacapuntas que se le había caído, estando en el primer curso.



- La primera vez que nos citamos el compañero de la facultad con el que salí, el primer hombre de los únicos dos con los que he salido en mi vida. Estuvimos hablando tanto mientras paseábamos que, habiendo quedado en la puerta de El Corte Inglés de Sol, nos plantamos sin darnos cuenta en la plaza de toros de Las Ventas. La primera sorprendida fui yo: nunca anduve tanto sin cansarme tan poco, nunca se me había pasado el tiempo tan deprisa, casi sin sentir.



- La primera vez que vi a mi mejor amiga, Mª José, cuando entró en la oficina de personal de uno de los sitios en los que he trabajado, el día que tomaba posesión de su nuevo puesto. Con el tiempo me diría que se creyó que aquel despacho no era tal si no un almacén, por lo destartalado que le pareció.



- Al nacer mis hijos, estando en el paritorio, cuando por fin salieron de mí. Qué impresión, cuánta emoción, qué hecho tan simple, básico y salvaje para una ocasión tan importante.



- Las veces que mi ex marido me decía cosas bonitas, preciosas, que casi no me parecía que las hubiera pensado él, siempre cuando estábamos de vacaciones en la playa, nunca en ningún otro momento.



- Un niño del colegio, cuando estaba en párvulos, Juan, que era un poco extraño, parecía un robot cuando hablaba, y comía el donut que le ponía su madre muy serio, con las piernas muy abiertas para que las migas no le cayeran sobre el pantalón. Como no le daba a nadie un poco de su desayuno aunque le pidieran, se metían con él cantando en tono de burla: “Juanito banana, se mea en la cama”. A mí me daba apuro por él pero él ni se inmutaba.

miércoles, 14 de abril de 2010

El caso Madoff




Es increíble la cantidad de gente que se ha visto afectada por la estafa de Madoff, personas de todas las procedencias y ocupaciones que han quedado arruinadas por uno de los mayores timos de la historia.
He leído hace poco la historia de una señora que se ha quedado sin los ahorros de toda una vida. Acostumbrada a llevar un ritmo de gasto vertiginoso y a todo tren, tras años de trabajos en revistas de prestigio en el ámbito de la economía y la moda, se ve ahora viviendo prácticamente de la caridad de sus amigos. Se la ve en una foto, con los rastros de una antigua sofisticación que parecen quedarle aún, algo extravagante, como ha debido ser siempre, con un espectacular abrigo de visón, un vaquero, unas zapatillas deportivas y un bolso muy caro. Igual impone esta moda de mezclar lo costoso y lo barato. Ya ha vendido algunos de sus bolsos de Hermés en Internet para subsistir. Ni siquiera conocía a Madoff, había invertido por consejo de un amigo. Se la ve perdida, asustada, como si no consiguiera recuperarse del shock.
También se ha hecho famoso el caso de una modelo, Carmen dell’Orefice que está ya casi en la ochentena, que sí era amiga de Madoff, a la que la estafa ha obligado a ponerse a trabajar de nuevo. Por mucho photoshop que haya querido hacerse asombra, al ver las imágenes en que ella aparece, la sempiterna juventud que tiene esta mujer, que se ha atrevido a estas alturas de su vida a volver a las pasarelas y a posar para interminables sesiones fotográficas, como ha hecho siempre. Dice no sentir miedo, pues toda su existencia ha sido una lucha contínua, y ya de niña pasó hambre durante la Gran Depresión. La fragilidad de sus huesos no le impide emprender con energía este nuevo derrotero que ha tomado su vida. Dice que el secreto de su belleza es un ungüento veterinario que sirve para hidratar las ubres de las vacas y dar lustre a las crines de los caballos. El haberse dedicado a la danza antes de ser modelo ha moldeado y disciplinado su cuerpo, pero tuvo que abandonar esta gran pasión suya por culpa de las lesiones. Su ejemplo es un camino abierto a seguir por los que en un momento dado se ven en apuros y desconfían de sus propias fuerzas y su capacidad.
El perfil de Madoff no cuadraba mucho con el típico ejecutivo frío y calculador que suele ser habitual. Antes al contrario, daba una imagen muy cordial y cercana, de una persona desenvuelta y perspicaz que se dedicaba al negocio del dinero como por hobby, porque se le daba bien. Moviéndose en los círculos de gente muy rica e influyente, no le era difícil captar a sus víctimas en ambientes informales donde se hablaba de finanzas como quien habla del último par de zapatos con el que te has encaprichado y que te apetece comprar. Su eterna sonrisa y su trato inspiraban confianza.
Este hombre parece haberse erigido en el único culpable de la ruina de miles de personas. El resto de su familia se ha librado de toda responsabilidad ante los tribunales, aunque no de toda sospecha. Sus hijos dicen no haber estado nunca al tanto de ninguno de los negocios fraudulentos de su padre, y su esposa permanece medio escondida y sólo se deja ver en contadas ocasiones, con gesto huidizo y despavorido. Dicen que retiró importantes sumas de dinero en dos ocasiones cruciales: poco antes de que tuviera lugar el atentado a las Torres Gemelas, y cuando estaba a punto de destaparse el escándalo de su marido. También ha hecho desaparecer cuadros y objetos de mucho valor de sus casas, con el fin de evitar que fueran utilizados para indemnizar a los damnificados. Madoff ratifica la inocencia de su familia desde la cárcel, en la que se supone que permanecerá hasta el día de su muerte, teniendo en cuenta la cantidad de años a los que ha sido condenado.
Cada día surgen nuevos nombres de personas afectadas, sobre todo del mundo del espectáculo. Del último que he tenido noticia es del actor John Malkovich, que ha tenido que dedicarse a hacer trabajos “extras” para poder salir de la bancarrota, por lo que no es raro verle anunciar todo tipo de productos en spots publicitarios. No rechaza nada de lo que pueda ofrecérsele.
Lo que sí es cierto es que la capacidad de fabulación de ciertos individuos es legendaria. Cómo es posible que Madoff engañara a tanta gente durante tanto tiempo. Ni siquiera sus más allegados sabían lo que realmente se traía entre manos.
Ahora aparece con gesto contrito, y sigue sin perder ese aura de humanidad y calidez que siempre le ha caracterizado. Casi mueve a compasión, como si tuviéramos que tenerle pena. Se presenta como víctima y sin rastro de arrepentimiento. Supongo que es perfectamente consciente del inmenso daño que ha causado a tantísimas personas, pero como suele suceder con los delincuentes acostumbrados a estar fuera de la ley, no creo que esto sea algo que perturbe su sueño.
Se publican muchas viñetas caricaturizándolo, aludiendo a su situación en la cárcel y a la posibilidad de que incluso allí siga timando a todo el que se deje. A lo mejor el fraude se ha convertido en una nueva adicción.

martes, 13 de abril de 2010

Periódicos antiguos


Hace poco ha editado el ABC la reproducción de un número suelto que se debía vender con el periódico que data del 5 de abril de 1910. Me ha gustado siempre ver prensa antigua, porque la encuentro curiosa y con una presentación muy cuidada y primorosa.
Este número suelto costaba 5 céntimos. En la portada aparece una foto a toda página del rey Alfonso XIII firmando el acta de comienzo de las obras de la Gran Vía.
Ya en el interior lo primero que aparece es un folletín llamado “La dama enlutada” que es continuación de una historia iniciada en números anteriores. Me llama la atención que el suplemento arranque con un relato por entregas, algo que hoy en día se considera un género menor y ocuparía un lugar menos relevante, aunque en aquella época parece que se los apreciaba mucho.
Siguen columnas de opinión política, ecos de sociedad, notas de actualidad, “ecos militares” (jura de bandera de los alumnos de la Academia de Ingenieros de Guadalajara), apuntes culturales (reseña de un libro que acaba de ser publicado), noticias internacionales y nacionales.
En el apartado de espectáculos se hace mención a un teatro para niños en Bilbao, y a los toros en Madrid.
Un titular casi al final que reza “Al cerrar la edición”, encabeza noticias de última hora en provincias, notas de la tarde, sucesos, Bolsa y anuncios. También hay una columna llamada “Reparto de Socorros”, en los que se relacionan los soldados de varios regimientos de Infantería que han recibido ayudas económicas, especificando la cuantía de éstas y haciendo un suma y sigue que continuará en un número posterior.
Los sucesos merecen capítulo a parte: una noticia titulada “Armonías conyugales” da nombres y apellidos de un matrimonio que durante una acalorada discusión llegaron a las manos y tuvo que intervenir la Policía y la Casa de Socorro, “donde fueron asistidos de algunos “chichones” que se causaron…”, según se puede leer.
Se habla también de un señor, cuyo nombre, apellidos y domicilio se cita (curiosamente vivía en la misma calle que mi abuela Pilar, en el barrio más castizo de Madrid), al que timaron 50 pesetas “por el consabido proceso del “portugués”, junto al Museo de Pinturas”.
Una de las últimas páginas está dedicada casi por entero a lo que llama “Correspondencia particular”, en la que los lectores contestan misivas aparecidas en números anteriores, utilizando nombres sueltos, pseudónimos, siglas y frases alusivas, y cuyo contenido nos puede parecer absurdo porque no estamos al tanto de lo que se están diciendo, y además un tanto pueril, pues hablan de amores, remedios de botica, versos, usando una fraseología remilgada que en aquel entonces debía parecer muy fina.
Hay una “Hoja de anuncios”, y en la siguiente página “Anuncios por palabras (secciones)”, muy similar a los que se publican hoy en día.
En la última hoja por una cara están las necrológicas con el título de “Mortuorias y aniversarios” (se ha querido dejar lo fúnebre para el final) y en la contraportada aparecen más anuncios con profusión de ilustraciones.
La publicidad salpica casi todas las páginas, empezando por la empresa que edita el propio periódico, en el que llegan a hacer constar su capital, el Presidente del Consejo de Administración, el Director Gerente y el domicilio social.
La mayoría de los anuncios que aparecen mueven a la risa, aunque en su momento la gente los tomaría muy en serio. He aquí algunos:
“Es Vd. gotoso? […] es que vivís fuera de época, pues hoy en día el URICURE, moderno y verdadero remedio cura expulsando infaliblemente el ácido úrico”. Primero guarda el tratamiento de cortesía al lector y luego lo tutea. Uso de adjetivos rimbombantes.
El mejor para fumar Zig-Zag”.
“Cápsulas Clin al Fosfotal. Tisis, resfriados, descuidados”.
“Belleza natural para todos. Jabón de verbena calendulado”.
“Dentófilo infantil Santoyo. Efectos admirables, sin ningún peligro, en niños martirizados por dentición. Descansan y dejan descansar”.
“Cura sin operar de la matriz”.
“Rizadores eléctricos West. El peinado de mañana bautizado ya “turbante parisien”.
“¡Cuidado señora!. Vd. empieza a engordar. Tome Thyroidine Bouty y su talle volverá a ser esbelto”.
“Fábrica de sombreros de paja para caballeros y niños. Últimos modelos”.
“Novias. No darle vueltas. Para comprar barato utensilios de cocina, cubiertos, […] acudid al almacén mejor surtido…”
Se utilizan palabras que en la actualidad están en desuso, pero que siempre es agradable ver de nuevo. Hay anuncios para todo el mundo y para todos los gustos.
Ha sido una delicia hojear este suplemento centenario, parece transportarnos a otro tiempo ya muy lejano que no conocimos ni conoceremos ya.

lunes, 12 de abril de 2010

Hermano mayor


Es tremenda la realidad de muchas familias que tienen hijos ya adultos con comportamientos antisociales. En “Hermano mayor” se ve cómo Pedro García Aguado, antiguo deportista de reconocido éxito, ayuda a jóvenes a superar situaciones de violencia doméstica a las que han llegado por una serie de circunstancias.
Tan sólo he visto un capítulo del programa, y ya me impactó. En él aparece una chica de 18 años que maltrata de palabra y a veces de obra a su madre. No estudia ni trabaja y sale con un chico que fue drogadicto y que dice estar rehabilitado. Las contestaciones salpicadas de insultos y palabras soeces, los empujones, tirarle cosas a la cabeza a su progenitora, se suceden sin cesar.
Cuando llega Hermano mayor todo empieza a cambiar. Se sientan juntos y cada uno expone sus razones. A la chica se la lleva a la playa para que trabaje con las mariscadoras, pues la acción transcurre en Galicia. Mientras tiene que coger una especie de gran tenedor que debe clavar en la arena del fondo del mar y moverla con fuerza durante horas, para hacer las capturas, una de las trabajadoras, aleccionada por los responsables del programa, la increpa constantemente diciendo que las ha visto más rápidas, que qué poco esfuerzo hace, ella que siendo joven tendría mucho que dar de sí. La chica hace su trabajo pero no deja de renegar.
Después se sienta a hablar con una psicóloga que la orienta en temas de relaciones sexuales. Ella prácticamente no utiliza métodos anticonceptivos ni se hace revisiones ginecológicas.
Luego la llevan a unos establos y tiene que recoger con pala los excrementos de las vacas. Un señor mayor la increpa porque dice no trabajar con la suficiente energía, y afirma que si tuviera que ganarse la vida con este oficio, como él desde que era pequeño, levantándose casi de madrugada, no conseguiría obtener el dinero suficiente para sustentarse.
Pero la forma como le habla, muy cercana, diciéndole que siente pena por ella porque lleva una vida cómoda y lo tiene todo para ser feliz y no lo es, hace que la chica se emocione y le abrace llorando. Las barreras psicológicas van cayendo.
Más tarde Hermano mayor le enseña en un portátil los videos grabados en su casa con todas las veces que discute con su madre y las cosas que hace mientras esto sucede. Se asusta de sí misma especialmente cuando se ve zarandeando a su abuelo. Ella se deja llevar y no repara en el alcance de sus actos. De repente, al mirarse en la pantalla, cae en la cuenta de la violencia que crea en torno a sí. En esta ocasión el arrepentimiento y la angustia pueden más que ella y se echa a llorar desconsoladamente.
Cuando madre e hija hablan cara a cara al final, sale a la luz la causa de todos aquellos desastres: la madre abandonó el hogar cuando la niña tenía dos años, por los problemas que tenía con su marido y aquejada de una profunda depresión. Hasta los 13 años vivió con su padre, que se desentendía de ella y la trataba mal. En ese momento decidió irse a vivir con su madre, pero fue con ella con quien descargó sus frustraciones, el rencor acumulado por años de ausencia cuando más la necesitaba, convencida de que era porque no la quería, y por la hostilidad del padre hacia ella. Hermano mayor dice que su madre también se fue de casa cuando él era pequeño, y que no entendió sus razones hasta mucho tiempo después, cuando se sentaron a hablar un día y se lo explicó todo. Le venía a decir que las cosas no suceden porque sí sino que para todo hay una razón, aunque a veces sea muy duro y cueste superar el momento, y que nunca hay que juzgar a nuestros progenitores pues la labor de los padres es ardua y no necesariamente comprendida ni acertada.
Es muy interesante el proceso emocional que se sigue a lo largo de todo el programa, hasta que la chica logra recapacitar. Contado con palabras no es lo mismo que viendo las imágenes y escuchando a sus protagonistas. Y es que la mayor parte de los problemas que se pueden plantear en el seno de una familia tienen una base afectiva que no se ha resuelto.
Pedro García Aguado, el Hermano mayor, fue campeón del mundo de waterpolo y medallista olímpico. Deportista de élite que muy joven cayó en las garras de las drogas y el alcohol, de los que se recuperó al cabo de muchos años. Se especializó en adicciones y se reconvirtió en terapeuta en el mismo centro donde se rehabilitó. Asesorado por un grupo de psicólogos, este programa de televisión es una forma más que tiene, junto con los libros que ha escrito, de ayudar a los demás. Con su manera de tratar los temas, siempre inteligente, y de hablar, firme y contundente pero sin agresividad y sin paternalismos, es el mediador insustituible para solucionar los conflictos que se van planteando. Además, el hecho de haber vivido en su propia piel muchas de las cosas tan tremendas que aquí aparecen, le dan una experiencia y una credibilidad como pocos podrían tener.
Lo mejor de aquel capítulo que vi fue el final, cuando abraza a un abuelo lloroso, y cuando la madre besa a la hija y se funden en un abrazo. No sabemos cuánto durará el efecto de la terapia, pero las bases de una relación familiar gratificante y saludable están ya sentadas.

viernes, 9 de abril de 2010

Barack Obama


Hace poco he visto un reportaje sobre Barack Obama en el que se hablaba de algunos detalles de su vida que ya conocía por un correo electrónico que me mandaron hace tiempo. Ya hablé sobre él cuando fue elegido presidente.
Es bien cierto que su historia familiar es todo menos convencional: hijo de un economista africano que gustaba de vestir las ropas tradicionales de su país y que no tardó mucho en abandonarles a él y a su madre para retornar a sus orígenes.
También sabía que su madre se había vuelto a casar, esta vez con un hombre indonesio, con el que tuvo una hija, y que no tardaron en separarse también.
La biografía personal de Barack Obama es una mezcla multirracial muy poco común, y aunque él creció siendo un niño sin padre, gordito, en una escuela de blancos, nunca perdió la sonrisa pese a sentirse diferente. Incluso ahora sigue llamando la atención por su singularidad. Tanto por su personalidad y su forma de hablar, como por su idealismo y determinación, no recuerdo haber visto nunca antes a un presidente americano que fuera como él, y parece además tener fuertes convicciones porque no ha variado su rumbo desde que comenzó su mandato.
Cuando se está dirigiendo al público es curiosa su manera de comportarse, la forma como recibe los aplausos tan serio muchas veces, tan concentrado, con la mirada perdida en un punto indeterminado o abstraída en los papeles que tenga delante. Pero cuando saca a relucir su blanca y enorme sonrisa es un placer.
Su familia es su principal punto de apoyo, y especialmente su esposa. Cuando él le pidió una cita y ella se negó porque era su jefa (resultaba poco profesional mezclar trabajo y amor), amenazó con renunciar a su puesto y marcharse. Se preguntaba qué hombre tan alto, delgado y peculiar era aquel, con esa extraña procedencia, pero al mismo tiempo le resultaba terriblemente interesante. Ella dice estar muy orgullosa del punto al que su marido ha conseguido llegar en la vida, pero le duele verle siempre tan ensimismado y tan preocupado. El peso del poder y la responsabilidad puede ser muy abrumador. Hay que hacer honor a la palabra dada, cumplir con todas las promesas hechas en su pugna por la carrera presidencial.
Pero han sacado ventaja en una cosa desde que es presidente: antes su mujer e hijas casi no le veían, pues trabajaba en un despacho alejado de su hogar y en una actividad que también le ocupaba la mayor parte de su tiempo. Su esposa llegó a plantear la existencia de una crisis como pareja que, de no hallarle solución, podía acabar con su matrimonio. Ahora, como el trabajo y la casa están en el mismo sitio, pueden estar más tiempo juntos, a la hora del desayuno por ejemplo, aunque pueda parecer una tontería. Realmente constituyen la familia más convencional que se haya visto nunca en la Casa Blanca, han procurado que sus costumbres no cambiaran con los nuevos acontecimientos, e incluso se llevaron a vivir a la abuela materna para restarle frialdad oficial a su nueva residencia.
Sigue el presidente deslumbrándonos con su verbo magnánimo salpicado de ribetes poéticos, en unos discursos que se nos hacen cortos por largos que puedan ser, y en los que despliega como siempre ha hecho su enorme capacidad para tocar los corazones y las mentes de los que le escuchan con figuras alegóricas y adjetivos contundentes que apelan al mismísimo epicentro del idealismo humano. Dicen que en lo que lleva de mandato hasta ahora se ha perdido en retoricismos y ha relegado las cuestiones prácticas, mucha palabra y poca acción. La concesión del Premio Nobel de la Paz no ha modificado mucho esta opinión, y para desacreditarle y burlarse de él usan subterfugios tan peregrinos como hacer cambalaches con su nombre, o afirmar que no es lo suficientemente negro (los de su raza no empezaron a apoyarle hasta que no vieron que lo hacían los blancos), ni lo suficientemente blanco (el racismo era inevitable, en un país que se ha nutrido en el pasado con el sudor y la sangre de los esclavos africanos).
El hecho de no pertenecer a ninguna saga política ni a una familia acomodada parecía convertirle en un advenedizo. Incluso el no ser 100% americano por tener ancestros de otro continente era como si le restara valía como candidato, y más por el hecho de que él cambió su nombre, Barry, por el de Barack, y así poder conservar y mostrar a todos sus orígenes.
Para colmo, se ha dicho que nunca hubiera ganado las elecciones si se hubieran presentado candidatos blancos y jóvenes, como solía ser habitual. Una mujer y un anciano no eran serios competidores. Que la gente le haya preferido a él no le ha impedido reclutar a su rival femenina durante la carrera electoral para su causa.
Los prejuicios y la pobreza mental es lo que tiene. Cuándo se ha visto un presidente americano que no de algún tipo de escándalo, ya sea político, financiero o sexual. Casi parece que les molesta su rectitud moral. Aún no se han enterado en aquellos lares de la suerte inmensa que es poder contar con alguien como él para regir sus destinos, no se lo merecen. Ya quisiéramos en otros lugares poder decir lo mismo.

jueves, 8 de abril de 2010

El Campo del Moro







A veces hay lugares que frecuentamos en una época y a los que no volvemos sino al cabo de los años. Son rincones hermosos en los que siempre es un placer perderse de vez en cuando buscando paz y belleza, o simplemente para tomar el sol y disfrutar de la primavera, ahora que de nuevo ha extendido su reino entre nosotros.
Uno de estos sitios es el Campo del Moro. Sabes que cuando vas allí el paseo va a merecer la pena. Internarse por sus veredas, caminar por el paseo central, frente al Palacio Real, siempre magnífico, dejarse invadir por el aroma de las flores, el verde de la hierba fresca, el canto de mil pájaros distintos que vuelan de un lado a otro posándose en las ramas de los árboles…. Es fácil encontrarse con pavos reales que de vez en cuando despliegan su cola multicolor para goce de los visitantes.
A mí me gusta sentarme en uno de los bancos que están junto a la gran fuente principal. Desde allí se puede contemplar una vista incomparable del Palacio, la arboleda que hay alrededor y el paseo que desciende hasta la puerta principal.
Algunas esculturas y grandes maceteros de piedra con flores adornan los rincones y le dan un aire de jardín decadente, como de otra época. Hay una zona, arriba a la izquierda, que es un rincón recoleto precioso, con un banco de piedra, un riachuelo que fluye a su lado, árboles frondosos por cuyos troncos trepan las enredaderas, unas pequeñas escaleras hechas con piedras invadidas de hierba y musgo, un macetero enorme lleno de flores que se asemeja a una de esas bañeras antiguas que se sujetaban con patas de león, y una gran jaula de hierro que tiempo atrás debió contener algún ave exótica pero que siempre he visto vacía.
Si se coge el camino que hay arriba a la derecha te encuentras al final con otro rincón poco visitado, presidido por una estatua y cerca de una casa muy bonita que está siempre cerrada. Desde allí se llega a una rotonda con una pequeña fuente central que casi nunca mana agua, varios bancos de madera alrededor, setos y una pérgola que se llena de rosas en primavera. Es una de las zonas más silenciosas del parque, allí la quietud es absoluta. Hace unos días, cuando estuve, había florecido también un almendro, que estaba lleno de pequeñas flores de un tono rosa pálido.
Unas escaleras de piedra conducen desde esa parte a otra en la que está el estanque. Recuerdo mucho haberlo visitado con frecuencia en mi niñez con mis padres, y después con mis amigas. Está dividido por un puente y en sus aguas se sumerge un árbol sobre cuya tierra hay una rana metálica con la boca abierta a la que la gente intenta acertar tirándole monedas. Dicen que si las tiras en el estanque y pides un deseo se cumple. A mi hija, de pequeña, la inquietaron los patos que acosaban a una hembra hasta casi ahogarla, una de las veces que estuvimos allí. Me hacían comprar una barra de pan para poderles echar pedazos. Les encantaba ver cómo acudían en tropel desde los puntos más lejanos para comer. El otro día cuando pasé había dos cisnes negros maravillosos con un pico de un color rojo desgastado que parecía de esas maderas teñidas y envejecidas. Tienen también unas pequeñas casas circulares ancladas en el agua con tejadillo de paja donde reposan.
Por cualquier lugar por el que se pasee en el Campo del Moro se encuentra motivo para el deleite de los sentidos. Ningún sitio mejor para una lectura plácida, para embriagarse de perfumes florales y sonidos de la Naturaleza.
Visita obligada de turistas, romántico paseo para los enamorados, pequeña excursión para las familias, remanso de paz para todo el mundo. Un paraíso en medio de Madrid, uno de los pulmones de la ciudad.

miércoles, 7 de abril de 2010

Pintura hiperrealista (V): Pedro Campos











Pedro Campos, madrileño coetáneo mío, restaurador de obras de arte e ilustrador.
Perfecta su recreación de ciertos materiales que son particularmente difíciles de representar, como el metal, el plástico, los reflejos en un cristal, las texturas de la fruta.
Prodigioso. Un placer para la mirada.

martes, 6 de abril de 2010

Vampiros


No es extraño que se haya puesto de moda la tan vetusta historia del conde Drácula y los vampiros chupasangres. En un tiempo en el que imperan el mal gusto y la truculencia, relatos como éstos tienen el campo abonado.
Pero los siniestros personajes que aparecen en las películas últimamente no se parecen mucho a lo que estábamos acostumbrados hace años: antes el protagonista de esta inquietante saga solía ser un señor maduro, muy alto, de porte elegante, muy interesante, que aparecía en la ventana del dormitorio de bellas mujeres a las que despertaba de sus tranquilos sueños y, por efecto de una llamada mental hipnótica, las hacía levantar de la cama, vestidas eso sí con vaporosos y sugerentes camisones. Aunque ellas tenían miedo, no podían sustraerse a la extraña atracción que sentían, y ofrecían su blanco cuello al conde para que clavara en él unos feísimos colmillos que de repente aparecían en su boca. Había un trasfondo sexual en todo aquello, pues se trataba al fin y al cabo de una forma de posesión, trágica, con mucho morbo. Dormir con cruces y rodeada de cabezas de ajo era una solución para evitar estas incursiones nocturnas, pero aún así nadie estaba seguro. Sólo la luz del día, que hacía que el vampiro se convirtiera en polvo, o clavarle una estaca en el corazón mientras dormía en su féretro (demasiada brutalidad, pero era necesario), podían acabar con la amenaza.
Ahora los vampiros han perdido parte de su glamour y, más que chupar, dan bocados salvajes, derramando sangre por todas partes. Suelen ser chicos jóvenes, con mucha iniciativa, y sus víctimas son indistintamente individuos de ambos sexos. Cualquier lugar es bueno para montar el numerito, se pasean de aquí para allá aunque sea de día, y tienen poderes que los hacen ser extraordinariamente fuertes y resistentes. Son seres que pasan de la violencia a la tristeza y viceversa, pues se ven obligados a vivir una existencia eterna, oscura y marginal, abocados a un destino siniestro y sufriente del que no se pueden librar. Algunos son héroes y otros son villanos, y en este sentido no difieren mucho de la gente “normal”.
Es curioso el éxito que estas historias macabras tiene entre el público juvenil. Ahora nos vamos a volver todos góticos, vistiendo ropajes negros y llevando maquillajes blancos, marcadas ojeras y barras de labios oscuras. Ya de por sí la gente joven parece que vive como los vampiros, más de noche que de día, en una interminable marcha nocturna.
Pero la verdadera historia de Drácula es mucho más horrible que todo lo que se han inventado después: un aristócrata sanguinario, bastante feo por cierto, que gustaba de torturar a los enemigos caídos en las batallas, ya fuera empalándolos para que agonizaran durante varios días o inspeccionando los lugares donde se habían desarrollado las batallas para rematar in situ a los que aún dieran señales de vida. Sus hijos fueron tan sanguinarios como él, y fueron una familia en la que todos se odiaban y procuraban acabar unos con otros. Algún descendiente actual he visto en alguna foto de revista y parece una persona muy normal, pero cualquiera se fía, que la genética transmite ciertas características de generación en generación.
En Transilvania, por lo visto, viven casi exclusivamente del interés turístico por conocer los lugares donde vivió el conde Drácula, aunque el castillo que todo el mundo visita no tiene nada que ver con este señor. Se ve su retrato grabado en las fachadas de los edificios, y cabezas de ajo colgando por todas partes, para dar más ambiente. Hay que explotar el filón. Siempre me ha parecido curioso y algo horripilante que se haga negocio con lugares donde han tenido lugar matanzas y torturas, como pasa con los campos de concentración nazis, no comprendo cómo puede haber alguien que tenga interés en ver semejantes sitios que, al contrario, deberían caer en el olvido por lo ignominiosos que fueron.
Lo que nunca imaginaría este personaje es lo mucho que se hablaría de él en los siglos venideros y el entusiasmo que despierta el relato de sus hazañas. Y es que en gustos no hay nada escrito.

sábado, 3 de abril de 2010

Bono


Hace muchos años que escucho a Bono y a su grupo U2 y, aunque su música no ha sido nunca tan comercial como tantas otras que han estado en el candelero y han terminado siendo moda fugaz que ya casi nadie recuerda, su permanencia en la escena mundial da fe de su gran talento por encima de gustos pasajeros y de los imperativos estéticos que cada década parece tener.
Siempre me llamó la atención aquella anécdota, legendaria, en la que se contaba que no terminaban de redondear su interpretación durante unos ensayos. Alguien sugirió que lo que tocaban parecía tener fuego católico, y lo que debían tener en realidad era fuego protestante. En su país de origen, Irlanda, la religión es el sustrato de la sociedad, algo muy importante que nunca olvidan y que está presente en todas las acciones de su vida. Se llegó a la conclusión de que para conseguir ese fuego protestante lo mejor era tocar desnudos. Y así lo hicieron. Por lo visto, el sonido protestante es más contundente, más contestatario, y el hecho de despojarse de todo, vestimenta incluida, hizo que liberasen todas sus trabas y fueran más auténticos, más ellos mismos, sin tapujos, sin adornos. Simbólicamente, claro.
Pero lo que más me ha sorprendido de Bono últimamente es su faceta humanitaria. Hace mucho que se dedica a la ecología y a todas aquellas causas que considere justas y para las que no exista la debida atención pública. Lo que no sabía era hasta qué punto este hombre se entrega a ellas. Ha montado una empresa sin ánimo de lucro, compuesta por un montón de personas que se dedican a labores administrativas y de relaciones públicas, que le organizan los viajes y los encuentros que tiene con líderes de todas las partes del mundo. Allá donde haya un motivo de preocupación social, va presto para entablar conversaciones yo diría que más que diplomáticas, pues aunque en realidad él no tiene ninguna labor política, es exclusivamente un artista, sabe desplegar un abanico de recursos dialécticos y humanos que derriban todas la barreras que se va encontrando a su paso.
En sus apariciones luce un look muy estudiado, siempre moderno, y le gusta combinar el color de las gafas de sol que siempre lleva con el de la chaqueta que se haya puesto en cada momento.
Escuché algunas de las declaraciones que suele hacer ante un público que siempre le escucha, atento a todo lo que pueda decir, y la verdad es que es la envidia de muchos prohombres de los que tenemos hoy en día, que ni se saben comunicar ni saben hablar ni son convincentes. El discurso de Bono es dinámico, vivaz, lleno de fuerza y, al mismo tiempo, encantador, sencillo, auténtico. Plantea los problemas sin ambages, pero apelando a la generosidad, a la caridad, a esa parte del corazón humano que aún no hace oídos sordos a las necesidades ajenas. No señala culpables, no demoniza, sólo expone la cruda realidad y dice socorro. Cuando está cara a cara con los líderes políticos es cálido, simpático, muy agradable, y habla muy bien, su oratoria es aplastante, directa, tiene muchísima labia.
Otro gran músico, Bob Geldof, al que escuché como telonero de lujo de Génesis hace muchos años, se une a él en estas causas. Le recuerdo siendo joven defendiendo el Amazonas y a sus habitantes. Actualmente parece que ha abandonado el mundo de la música para dedicarse únicamente a la denuncia social. Pero, a diferencia de Bono, Geldof no es diplomático, habla sin pelos en la lengua y señala culpables, y cuando no se le abren las puertas de los círculos de poder por su falta de tacto, monta en cólera y despotrica, se deja llevar por la indignación. Bono es mucho más inteligente, porque aunque todas las causas son justas y merecen ser escuchadas, cuando vas a pedir hay que ir con contención, con humildad casi. Al fin y al cabo el dinero lo tienen los otros, por más que el orgullo haga que nos fastidie tener que andar pidiendo y rogando.
Bono sigue haciendo música y dando conciertos, porque es su vida y su profesión, pero encuentra tiempo para patrocinar productos comerciales de todas clases y los beneficios que obtiene los dona a las causas por las que lucha. También tiene una empresa de ropa, diseñada por su mujer, que ha abierto fábricas en los países del Tercer Mundo y que se encarga de que a sus trabajadores se les pague un salario digno. El producto de lo que saquen les revierte a ellos.
Bono es un hombre muy rico para el que el dinero no es ya ningún problema, y que quiere dar sentido a su vida de otras maneras. Atrás quedaron sus años de juventud, cuando formó su grupo y tocaban en el garaje de la casa en la que vivía con sus padres, en su Irlanda natal. Atrás quedaron aquellos años de incertidumbre, de caos interior, de desorientación, perdido en los abismos de las drogas y el alcohol. Mucho tiempo le ha costado convertir en pasado todo aquello.
Si quería pasar a la posteridad, lo hará no sólo por su música sino también por su humanidad.

jueves, 1 de abril de 2010

En esto del amor


En esto del amor, como en todo lo demás en la vida, cada uno se toma el asunto como mejor le parece, y es bien cierto que aunque las experiencias y los sentimientos son comunes para casi todos los mortales, cada cual los interioriza y los expresa de manera diferente.
Y así es que el otro día, cuando llegué a casa después del trabajo y me encontré una rosa metida en un vaso con agua en la cocina, supe que a mi hija le había salido un pretendiente, enamorado o rendido admirador, no sabría cómo decirlo, entre sus compañeros de clase del instituto. Por más que la inquirí sobre el asunto, pues nunca antes ningún chico había dado tales muestras de romanticismo con ella y me comía la curiosidad, Ana no le daba más importancia al asunto y no quería hablar mucho del tema.
Ese día, después del recreo, se había encontrado dos pétalos de rosa colocados dentro de la funda transparente con la que protege su agenda. Cuando la abrió, había dentro un pequeño papel doblado que decía "Para Ana" con un mensaje escrito: “Querida Ana: no te puedo decir quién soy, sólo te digo que te amo y que desde el primer día que te vi me enamoré profundamente de ti. Te dejo esta rosa, aunque no es nada comparado con tu belleza. Firmado: Anónimo”.
Cuando miró en su mochila, había una preciosa rosa de esas que tienen olor, no como la mayoría de las que venden ahora, que no huelen a nada y casi parecen de plástico.
Ana me dijo que en realidad sí sabía de quién se trataba. Se llama Rubén, y me enseñó su foto en el Tuenti con otros amigos, porque están en la misma pandilla. Un chico bien parecido por cierto, con pinta de ser dulce y educado, aunque dicen que no hay que fiarse de las apariencias.
Pero lo curioso para mí del caso era la escasa trascendencia que le daba Ana al asunto. No todos los días surgen admiradores que te declaran su amor y menos de una manera tan romántica. O a lo mejor a ella sí, porque ayer, cuando abrió su Tuenti, tenía un mensaje de otro chico que había escrito un letrero con letras grandes en las que se podía leer “Te amo” y dibujaba al lado un gran corazón. “El pesado éste”, dijo cuando lo vio, esbozando una media sonrisa. “Dios mío”, pensé, “tengo en casa una castigadora, una femme fatal”.
Por lo visto Rubén hace tiempo que le tira los tejos, y a ella dice que le gustaba al principio, pero ahora ya no. Sentí lástima por él, porque me lo imaginé rechazado, ignorado por Ana, y me pareció que sufriría por ello, pues los males de amores son muy malos. Pero ella pasaba por encima de todas estas consideraciones como quien aparta una mosca que revolotea alrededor y no para de molestar.
A lo mejor exagero y el muchacho no se lo toma tan a mal. Los hombres parece que hacen un mundo de las cosas del amor y luego sienten mucho menos de lo que quieren aparentar. Quizá mi hija, con sus doce años, sabe más de la vida y de estas cosas que yo, que no me he terminado nunca de caer del guindo. Parece llevar este tipo de situaciones con mucha seguridad, sabiendo siempre lo que quiere, con personalidad, no dejándose llevar por el primer lánguido aspirante a novio que le salga al paso.
Sin embargo Ana se siente halagada, y cuando salen a relucir estos pormenores, pone unos ojillos y una sonrisa especiales. En el fondo le gusta despertar pasiones, que la quieran, la admiren o incluso diría yo la deseen, pero es pudorosa a la hora de mostrar sus emociones. Puede que se explaye sólo con sus amigas, con las que compartirá formas de pensar y sentir que conmigo no tiene.
Yo a la edad de Ana ya me había enamorado dos veces: una de un primo mío, que era guapísimo, cuando tenía yo ocho años más o menos, y otra de un compañero de clase que se llamaba precisamente Rubén, un exótico cubano muy guapo también que llegó al colegio cuando yo tenía diez años, si no recuerdo mal, y al que nunca hice mucho caso hasta que un día me llamó y al mirarle tenía esa cara de pazguato que se le pone a los hombres cuando se supone que les gustas mucho o están enamorados de ti. Recuerdo que me sentí un poco confundida y algo sonrojada.
Pero nunca me regalaron nada, ni me escribieron mensajes. Fueron los míos amores platónicos, muy blancos y muy tiernos, sin deseos carnales de por medio, al menos por mi parte. Yo los idealizaba, me parecían los más perfectos, los más divertidos, los más especiales. Mi profunda timidez no daba para más, pero aunque nunca llegamos a nada para mí fueron importantes por mi sentimentalismo y mi romanticismo innatos, que me han impedido tener un sentido práctico de la vida y poder disfrutar más de según qué cosas.
Para mí los sentimientos ajenos fueron siempre muy importantes, y me sentía dichosa y afortunada por despertar esos anhelos y por que despertaran también en mí. Cualquier otra cosa habría sido una crueldad, y sigo pensando lo mismo.
Ana tiene su propio criterio y se ha descubierto como una rompecorazones a la que, con un poco de suerte, será difícil que ningún hombre pueda hacer sufrir.
En esto del amor, como en casi todo lo demás en la vida, siempre somos yo y mis circunstancias.
 
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