lunes, 26 de abril de 2010

Brigitte Bardot o el amor a los animales


Qué particular me ha parecido siempre la figura de Brigitte Bardot. Una mujer que de joven era bellísima y escultural (sigue conservando parte de su antigua belleza), con mucho encanto, que lo tenía todo para ser feliz y, sin embargo, hubo un momento que rechazó todo aquello y decidió dedicarse a otra cosa, lejos del acoso de los fans y de la prensa, que en su fascinación por ella se ensañaban en los detalles no sólo de su vida pública sino también privada.
En una época en que estaba mal visto que una mujer quisiera vivir la vida a su manera, sin ceñirse a los convencionalismos sociales tradicionales, librepensadora, con mucha personalidad, Brigitte Bardot estuvo en el punto de mira de muchos sectores, que la llegaron a tachar poco menos que de loca.
El amor ha marcado profundamente su existencia, pero las ataduras conyugales fueron insoportables para ella, y de ellas escapó como quien huye de un incendio. La primera vez que se quiso casar su familia se lo impidió debido a su juventud, y ella cayó en una depresión que le llevó a intentar suicidarse. A su hijo, con el que estuvo muy unida mientras era pequeño y al que quiere mucho, no lo ve desde hace una década.
En la cumbre de su carrera, agobiada por la persecución de sus admiradores, cansada de ser zarandeada por multitudes cada vez que hacía una aparición pública, en momentos en los que ni los que estaban encargados de su protección podían hacer prácticamente nada para evitar esos atropellos, quiso apartarse del cine y de todo lo que ello conllevaba, para poder tener una vida más tranquila, sin la mirada indiscreta y despiadada de los medios a su intimidad.
Pero es muy difícil que alguien como ella pueda pasar desapercibida. Sus numerosos romances, su forma tan libre de vivir, su denonada defensa de los animales a lo largo de muchos años, ha hecho que siga apareciendo en las revistas de papel couché y en los titulares de la prensa.
La primera vez que reparé en ella, siendo yo una niña, no fue tanto por sus películas como por su labor protectora del género animal. Cuando abría una revista, no era raro verla posando tumbada en la nieve, junto a maravillosas focas de pelo blanco y mirada dulce. Años después, cuando ya empezó a envejecer, se la podía ver en su casa, sentada en un sofá rodeada de perros de todas las razas y tamaños, a los que acariciaba.
Utiliza la fuerza evocadora de su antigua fama para seguir promoviendo campañas que contribuyan a impedir la masacre de especies en peligro de extinción. Aparece en ruedas de prensa, caminando dificultosamente ayudada por unas muletas debido a la artrosis, impecablemente vestida, peinada y maquillada, y entonces sale a relucir su pasado de actriz, interpretando para todos un monólogo que es a veces cómico, para distendir el ambiente, y a veces trágico, con el fin de dar a conocer con toda su crudeza la situación real de esos pobres animales. Si es necesario, derrama algunas lágrimas.
Algunas veces intenta entrevistarse con altos dignatarios de países extranjeros para hablarles de estos temas, y cuando no la reciben les deja un sobre grande con información que puede interesarles, o algún objeto original que les haga recordar que ella ha estado allí.
Parece muy cansada. Su porte conserva aún los restos de una singular belleza, con su larga y espesa cabellera recogida en un moño grande y un poco suelto, sus ojos sombreados y la oscura sombra de sus ojeras que le hacen tener una mirada tan profunda e interesante, sus arrugas, llevadas con naturalidad, su gran boca siempre pintada, tan expresiva, tan llena de vida toda ella. Es como si sintiera que aún tiene mucho por hacer.
Alguien como Brigitte Bardot, que podía haber llevado la vida regalada de las actrices mundialmente conocidas, que podía haber sido la perfecta mujer casada, convencional, madre y esposa dedicada a su hogar pero con éxito en su profesión, decidió que aquello no era suficiente para dar sentido a su vida, que aquello no iba con su forma de ser. La extinción del amor en su relación de pareja y la persecución de los fans le hacían sentir soledad y desamparo, y quiso romper con todo. Levantó un muro entre la curiosidad pública y ella, se protegió de la única manera que supo hacerlo, y se entregó a una causa justa y buena que halló auténtica, la de los animales, quizá desengañada del género humano.
Ella dice esperar con tranquilidad a que le llegue la muerte, no tiene miedo, y mientras procura que su paso por el mundo no sea en vano.
 
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