A veces hay lugares que frecuentamos en una época y a los que no volvemos sino al cabo de los años. Son rincones hermosos en los que siempre es un placer perderse de vez en cuando buscando paz y belleza, o simplemente para tomar el sol y disfrutar de la primavera, ahora que de nuevo ha extendido su reino entre nosotros.
Uno de estos sitios es el Campo del Moro. Sabes que cuando vas allí el paseo va a merecer la pena. Internarse por sus veredas, caminar por el paseo central, frente al Palacio Real, siempre magnífico, dejarse invadir por el aroma de las flores, el verde de la hierba fresca, el canto de mil pájaros distintos que vuelan de un lado a otro posándose en las ramas de los árboles…. Es fácil encontrarse con pavos reales que de vez en cuando despliegan su cola multicolor para goce de los visitantes.
A mí me gusta sentarme en uno de los bancos que están junto a la gran fuente principal. Desde allí se puede contemplar una vista incomparable del Palacio, la arboleda que hay alrededor y el paseo que desciende hasta la puerta principal.
Algunas esculturas y grandes maceteros de piedra con flores adornan los rincones y le dan un aire de jardín decadente, como de otra época. Hay una zona, arriba a la izquierda, que es un rincón recoleto precioso, con un banco de piedra, un riachuelo que fluye a su lado, árboles frondosos por cuyos troncos trepan las enredaderas, unas pequeñas escaleras hechas con piedras invadidas de hierba y musgo, un macetero enorme lleno de flores que se asemeja a una de esas bañeras antiguas que se sujetaban con patas de león, y una gran jaula de hierro que tiempo atrás debió contener algún ave exótica pero que siempre he visto vacía.
Si se coge el camino que hay arriba a la derecha te encuentras al final con otro rincón poco visitado, presidido por una estatua y cerca de una casa muy bonita que está siempre cerrada. Desde allí se llega a una rotonda con una pequeña fuente central que casi nunca mana agua, varios bancos de madera alrededor, setos y una pérgola que se llena de rosas en primavera. Es una de las zonas más silenciosas del parque, allí la quietud es absoluta. Hace unos días, cuando estuve, había florecido también un almendro, que estaba lleno de pequeñas flores de un tono rosa pálido.
Unas escaleras de piedra conducen desde esa parte a otra en la que está el estanque. Recuerdo mucho haberlo visitado con frecuencia en mi niñez con mis padres, y después con mis amigas. Está dividido por un puente y en sus aguas se sumerge un árbol sobre cuya tierra hay una rana metálica con la boca abierta a la que la gente intenta acertar tirándole monedas. Dicen que si las tiras en el estanque y pides un deseo se cumple. A mi hija, de pequeña, la inquietaron los patos que acosaban a una hembra hasta casi ahogarla, una de las veces que estuvimos allí. Me hacían comprar una barra de pan para poderles echar pedazos. Les encantaba ver cómo acudían en tropel desde los puntos más lejanos para comer. El otro día cuando pasé había dos cisnes negros maravillosos con un pico de un color rojo desgastado que parecía de esas maderas teñidas y envejecidas. Tienen también unas pequeñas casas circulares ancladas en el agua con tejadillo de paja donde reposan.
Por cualquier lugar por el que se pasee en el Campo del Moro se encuentra motivo para el deleite de los sentidos. Ningún sitio mejor para una lectura plácida, para embriagarse de perfumes florales y sonidos de la Naturaleza.
Visita obligada de turistas, romántico paseo para los enamorados, pequeña excursión para las familias, remanso de paz para todo el mundo. Un paraíso en medio de Madrid, uno de los pulmones de la ciudad.
Uno de estos sitios es el Campo del Moro. Sabes que cuando vas allí el paseo va a merecer la pena. Internarse por sus veredas, caminar por el paseo central, frente al Palacio Real, siempre magnífico, dejarse invadir por el aroma de las flores, el verde de la hierba fresca, el canto de mil pájaros distintos que vuelan de un lado a otro posándose en las ramas de los árboles…. Es fácil encontrarse con pavos reales que de vez en cuando despliegan su cola multicolor para goce de los visitantes.
A mí me gusta sentarme en uno de los bancos que están junto a la gran fuente principal. Desde allí se puede contemplar una vista incomparable del Palacio, la arboleda que hay alrededor y el paseo que desciende hasta la puerta principal.
Algunas esculturas y grandes maceteros de piedra con flores adornan los rincones y le dan un aire de jardín decadente, como de otra época. Hay una zona, arriba a la izquierda, que es un rincón recoleto precioso, con un banco de piedra, un riachuelo que fluye a su lado, árboles frondosos por cuyos troncos trepan las enredaderas, unas pequeñas escaleras hechas con piedras invadidas de hierba y musgo, un macetero enorme lleno de flores que se asemeja a una de esas bañeras antiguas que se sujetaban con patas de león, y una gran jaula de hierro que tiempo atrás debió contener algún ave exótica pero que siempre he visto vacía.
Si se coge el camino que hay arriba a la derecha te encuentras al final con otro rincón poco visitado, presidido por una estatua y cerca de una casa muy bonita que está siempre cerrada. Desde allí se llega a una rotonda con una pequeña fuente central que casi nunca mana agua, varios bancos de madera alrededor, setos y una pérgola que se llena de rosas en primavera. Es una de las zonas más silenciosas del parque, allí la quietud es absoluta. Hace unos días, cuando estuve, había florecido también un almendro, que estaba lleno de pequeñas flores de un tono rosa pálido.
Unas escaleras de piedra conducen desde esa parte a otra en la que está el estanque. Recuerdo mucho haberlo visitado con frecuencia en mi niñez con mis padres, y después con mis amigas. Está dividido por un puente y en sus aguas se sumerge un árbol sobre cuya tierra hay una rana metálica con la boca abierta a la que la gente intenta acertar tirándole monedas. Dicen que si las tiras en el estanque y pides un deseo se cumple. A mi hija, de pequeña, la inquietaron los patos que acosaban a una hembra hasta casi ahogarla, una de las veces que estuvimos allí. Me hacían comprar una barra de pan para poderles echar pedazos. Les encantaba ver cómo acudían en tropel desde los puntos más lejanos para comer. El otro día cuando pasé había dos cisnes negros maravillosos con un pico de un color rojo desgastado que parecía de esas maderas teñidas y envejecidas. Tienen también unas pequeñas casas circulares ancladas en el agua con tejadillo de paja donde reposan.
Por cualquier lugar por el que se pasee en el Campo del Moro se encuentra motivo para el deleite de los sentidos. Ningún sitio mejor para una lectura plácida, para embriagarse de perfumes florales y sonidos de la Naturaleza.
Visita obligada de turistas, romántico paseo para los enamorados, pequeña excursión para las familias, remanso de paz para todo el mundo. Un paraíso en medio de Madrid, uno de los pulmones de la ciudad.