He sabido hace poco de la muerte del escritor J.G.Ballard, al que nunca he leído, pero que me interesó inmediatamente en cuanto supe que era el autor de “El imperio del sol”, relato autobiográfico (también lo desconocía), y en el que narra unos años de su vida, durante el tránsito de la niñez a la madurez, que fueron particularmente duros e inciertos.
A todos nos vienen a la memoria las escenas de la película que Spielberg rodó basándose en este libro. Nunca la vida de un niño dio un giro tan grande y tan terrible en tan poco tiempo, nunca antes vi tan magníficamente descritas todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar, a veces tan descabelladas que parecen imposibles.
Quién no recuerda al protagonista, un muchacho de buena familia, mimado y protegido, que llevaba una existencia acomodada y placentera hasta que la 2ª Guerra Mundial le separa de sus padres y le aparta para siempre de todo lo que él ha sido.
Su manera de entrar en la adolescencia no puede ser más brutal, testigo de hechos y víctima de la malicia ajena, que hasta ese momento escapaban a su imaginación. Solo frente al mundo, desamparado, subsistiendo en la mansión abandonada en la que vivía con los restos de comida que aún quedaban, intentando jugar como si no pasara nada montado en su bicicleta dando vueltas por el jardín, en torno a la piscina medio vacía y sucia, esperando infructuosamente el regreso de su familia.
El campo de refugiados japonés al que las circunstancias le llevan, el instinto de supervivencia que hace que aprenda rápido y esté siempre alerta, la búsqueda en vano de la más mínima muestra de afecto y protección, el miedo constante que ya no le abandonará nunca, son el entorno en el que transcurrirá su vida hasta que termine la contienda y sea finalmente rescatado por los suyos, aunque esté casi irreconocible, tan poco queda del que fue.
Ausente de sí mismo, ensimismado en un mundo personal y atormentado, habita en un pequeño infierno hecho a la medida de alguien que se ha hecho mayor a la fuerza, prematuramente, y que parece querer conservar contra viento y marea, más allá de lo irracional y la locura, algunos de los rasgos de su perdida niñez.
El resto de la producción literaria de J.G.Ballard parece distinta de esta novela autobiográfica, tan estremecedora y tan conmovedora, pues se dedicó a la temática de ciencia-ficción, con argumentos apocalípticos y catástrofes medioambientales (predijo el calentamiento global a principios de los 60), relatos variados, ensayos y algo de novela negra reescrita.
Según he podido leer, su imaginación es portentosa, visionaria, aunque lo que más llama la atención es la forma como aborda el tema del sexo, pues se le ha tachado de obsceno, explícito. “Sexo reiterativo, infatigable […], narcótico imprescindible en el largo proceso de asimilación de un vacío personal imposible de colmar”, según he podido leer.
Sus textos son turbadores, brutales, ásperos y hermosos a un tiempo, un revulsivo para las conciencias. Su mirada social es lúcida, implacable.
J.G.Ballard fue un hombre polifacético que probó un poco de todo: inició estudios de medicina, fue redactor en un periódico, piloto de la RAF, y escritor. La peripecia vital por la que pasó en su infancia le marcó para el resto de su vida, y ahora que sé que el que fuera aquel niño ha muerto, me llena de tristeza. “El imperio del sol” es un grito de protesta contra el maltrato de los niños y la crueldad y lo absurdo de la guerra, el testimonio desolado de un periodo de nuestra Historia que nunca debía haber tenido lugar.
A todos nos vienen a la memoria las escenas de la película que Spielberg rodó basándose en este libro. Nunca la vida de un niño dio un giro tan grande y tan terrible en tan poco tiempo, nunca antes vi tan magníficamente descritas todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar, a veces tan descabelladas que parecen imposibles.
Quién no recuerda al protagonista, un muchacho de buena familia, mimado y protegido, que llevaba una existencia acomodada y placentera hasta que la 2ª Guerra Mundial le separa de sus padres y le aparta para siempre de todo lo que él ha sido.
Su manera de entrar en la adolescencia no puede ser más brutal, testigo de hechos y víctima de la malicia ajena, que hasta ese momento escapaban a su imaginación. Solo frente al mundo, desamparado, subsistiendo en la mansión abandonada en la que vivía con los restos de comida que aún quedaban, intentando jugar como si no pasara nada montado en su bicicleta dando vueltas por el jardín, en torno a la piscina medio vacía y sucia, esperando infructuosamente el regreso de su familia.
El campo de refugiados japonés al que las circunstancias le llevan, el instinto de supervivencia que hace que aprenda rápido y esté siempre alerta, la búsqueda en vano de la más mínima muestra de afecto y protección, el miedo constante que ya no le abandonará nunca, son el entorno en el que transcurrirá su vida hasta que termine la contienda y sea finalmente rescatado por los suyos, aunque esté casi irreconocible, tan poco queda del que fue.
Ausente de sí mismo, ensimismado en un mundo personal y atormentado, habita en un pequeño infierno hecho a la medida de alguien que se ha hecho mayor a la fuerza, prematuramente, y que parece querer conservar contra viento y marea, más allá de lo irracional y la locura, algunos de los rasgos de su perdida niñez.
El resto de la producción literaria de J.G.Ballard parece distinta de esta novela autobiográfica, tan estremecedora y tan conmovedora, pues se dedicó a la temática de ciencia-ficción, con argumentos apocalípticos y catástrofes medioambientales (predijo el calentamiento global a principios de los 60), relatos variados, ensayos y algo de novela negra reescrita.
Según he podido leer, su imaginación es portentosa, visionaria, aunque lo que más llama la atención es la forma como aborda el tema del sexo, pues se le ha tachado de obsceno, explícito. “Sexo reiterativo, infatigable […], narcótico imprescindible en el largo proceso de asimilación de un vacío personal imposible de colmar”, según he podido leer.
Sus textos son turbadores, brutales, ásperos y hermosos a un tiempo, un revulsivo para las conciencias. Su mirada social es lúcida, implacable.
J.G.Ballard fue un hombre polifacético que probó un poco de todo: inició estudios de medicina, fue redactor en un periódico, piloto de la RAF, y escritor. La peripecia vital por la que pasó en su infancia le marcó para el resto de su vida, y ahora que sé que el que fuera aquel niño ha muerto, me llena de tristeza. “El imperio del sol” es un grito de protesta contra el maltrato de los niños y la crueldad y lo absurdo de la guerra, el testimonio desolado de un periodo de nuestra Historia que nunca debía haber tenido lugar.