Hace muchos años que escucho a Bono y a su grupo U2 y, aunque su música no ha sido nunca tan comercial como tantas otras que han estado en el candelero y han terminado siendo moda fugaz que ya casi nadie recuerda, su permanencia en la escena mundial da fe de su gran talento por encima de gustos pasajeros y de los imperativos estéticos que cada década parece tener.
Siempre me llamó la atención aquella anécdota, legendaria, en la que se contaba que no terminaban de redondear su interpretación durante unos ensayos. Alguien sugirió que lo que tocaban parecía tener fuego católico, y lo que debían tener en realidad era fuego protestante. En su país de origen, Irlanda, la religión es el sustrato de la sociedad, algo muy importante que nunca olvidan y que está presente en todas las acciones de su vida. Se llegó a la conclusión de que para conseguir ese fuego protestante lo mejor era tocar desnudos. Y así lo hicieron. Por lo visto, el sonido protestante es más contundente, más contestatario, y el hecho de despojarse de todo, vestimenta incluida, hizo que liberasen todas sus trabas y fueran más auténticos, más ellos mismos, sin tapujos, sin adornos. Simbólicamente, claro.
Pero lo que más me ha sorprendido de Bono últimamente es su faceta humanitaria. Hace mucho que se dedica a la ecología y a todas aquellas causas que considere justas y para las que no exista la debida atención pública. Lo que no sabía era hasta qué punto este hombre se entrega a ellas. Ha montado una empresa sin ánimo de lucro, compuesta por un montón de personas que se dedican a labores administrativas y de relaciones públicas, que le organizan los viajes y los encuentros que tiene con líderes de todas las partes del mundo. Allá donde haya un motivo de preocupación social, va presto para entablar conversaciones yo diría que más que diplomáticas, pues aunque en realidad él no tiene ninguna labor política, es exclusivamente un artista, sabe desplegar un abanico de recursos dialécticos y humanos que derriban todas la barreras que se va encontrando a su paso.
En sus apariciones luce un look muy estudiado, siempre moderno, y le gusta combinar el color de las gafas de sol que siempre lleva con el de la chaqueta que se haya puesto en cada momento.
Escuché algunas de las declaraciones que suele hacer ante un público que siempre le escucha, atento a todo lo que pueda decir, y la verdad es que es la envidia de muchos prohombres de los que tenemos hoy en día, que ni se saben comunicar ni saben hablar ni son convincentes. El discurso de Bono es dinámico, vivaz, lleno de fuerza y, al mismo tiempo, encantador, sencillo, auténtico. Plantea los problemas sin ambages, pero apelando a la generosidad, a la caridad, a esa parte del corazón humano que aún no hace oídos sordos a las necesidades ajenas. No señala culpables, no demoniza, sólo expone la cruda realidad y dice socorro. Cuando está cara a cara con los líderes políticos es cálido, simpático, muy agradable, y habla muy bien, su oratoria es aplastante, directa, tiene muchísima labia.
Otro gran músico, Bob Geldof, al que escuché como telonero de lujo de Génesis hace muchos años, se une a él en estas causas. Le recuerdo siendo joven defendiendo el Amazonas y a sus habitantes. Actualmente parece que ha abandonado el mundo de la música para dedicarse únicamente a la denuncia social. Pero, a diferencia de Bono, Geldof no es diplomático, habla sin pelos en la lengua y señala culpables, y cuando no se le abren las puertas de los círculos de poder por su falta de tacto, monta en cólera y despotrica, se deja llevar por la indignación. Bono es mucho más inteligente, porque aunque todas las causas son justas y merecen ser escuchadas, cuando vas a pedir hay que ir con contención, con humildad casi. Al fin y al cabo el dinero lo tienen los otros, por más que el orgullo haga que nos fastidie tener que andar pidiendo y rogando.
Bono sigue haciendo música y dando conciertos, porque es su vida y su profesión, pero encuentra tiempo para patrocinar productos comerciales de todas clases y los beneficios que obtiene los dona a las causas por las que lucha. También tiene una empresa de ropa, diseñada por su mujer, que ha abierto fábricas en los países del Tercer Mundo y que se encarga de que a sus trabajadores se les pague un salario digno. El producto de lo que saquen les revierte a ellos.
Bono es un hombre muy rico para el que el dinero no es ya ningún problema, y que quiere dar sentido a su vida de otras maneras. Atrás quedaron sus años de juventud, cuando formó su grupo y tocaban en el garaje de la casa en la que vivía con sus padres, en su Irlanda natal. Atrás quedaron aquellos años de incertidumbre, de caos interior, de desorientación, perdido en los abismos de las drogas y el alcohol. Mucho tiempo le ha costado convertir en pasado todo aquello.
Si quería pasar a la posteridad, lo hará no sólo por su música sino también por su humanidad.
Pero lo que más me ha sorprendido de Bono últimamente es su faceta humanitaria. Hace mucho que se dedica a la ecología y a todas aquellas causas que considere justas y para las que no exista la debida atención pública. Lo que no sabía era hasta qué punto este hombre se entrega a ellas. Ha montado una empresa sin ánimo de lucro, compuesta por un montón de personas que se dedican a labores administrativas y de relaciones públicas, que le organizan los viajes y los encuentros que tiene con líderes de todas las partes del mundo. Allá donde haya un motivo de preocupación social, va presto para entablar conversaciones yo diría que más que diplomáticas, pues aunque en realidad él no tiene ninguna labor política, es exclusivamente un artista, sabe desplegar un abanico de recursos dialécticos y humanos que derriban todas la barreras que se va encontrando a su paso.
En sus apariciones luce un look muy estudiado, siempre moderno, y le gusta combinar el color de las gafas de sol que siempre lleva con el de la chaqueta que se haya puesto en cada momento.
Escuché algunas de las declaraciones que suele hacer ante un público que siempre le escucha, atento a todo lo que pueda decir, y la verdad es que es la envidia de muchos prohombres de los que tenemos hoy en día, que ni se saben comunicar ni saben hablar ni son convincentes. El discurso de Bono es dinámico, vivaz, lleno de fuerza y, al mismo tiempo, encantador, sencillo, auténtico. Plantea los problemas sin ambages, pero apelando a la generosidad, a la caridad, a esa parte del corazón humano que aún no hace oídos sordos a las necesidades ajenas. No señala culpables, no demoniza, sólo expone la cruda realidad y dice socorro. Cuando está cara a cara con los líderes políticos es cálido, simpático, muy agradable, y habla muy bien, su oratoria es aplastante, directa, tiene muchísima labia.
Otro gran músico, Bob Geldof, al que escuché como telonero de lujo de Génesis hace muchos años, se une a él en estas causas. Le recuerdo siendo joven defendiendo el Amazonas y a sus habitantes. Actualmente parece que ha abandonado el mundo de la música para dedicarse únicamente a la denuncia social. Pero, a diferencia de Bono, Geldof no es diplomático, habla sin pelos en la lengua y señala culpables, y cuando no se le abren las puertas de los círculos de poder por su falta de tacto, monta en cólera y despotrica, se deja llevar por la indignación. Bono es mucho más inteligente, porque aunque todas las causas son justas y merecen ser escuchadas, cuando vas a pedir hay que ir con contención, con humildad casi. Al fin y al cabo el dinero lo tienen los otros, por más que el orgullo haga que nos fastidie tener que andar pidiendo y rogando.
Bono sigue haciendo música y dando conciertos, porque es su vida y su profesión, pero encuentra tiempo para patrocinar productos comerciales de todas clases y los beneficios que obtiene los dona a las causas por las que lucha. También tiene una empresa de ropa, diseñada por su mujer, que ha abierto fábricas en los países del Tercer Mundo y que se encarga de que a sus trabajadores se les pague un salario digno. El producto de lo que saquen les revierte a ellos.
Bono es un hombre muy rico para el que el dinero no es ya ningún problema, y que quiere dar sentido a su vida de otras maneras. Atrás quedaron sus años de juventud, cuando formó su grupo y tocaban en el garaje de la casa en la que vivía con sus padres, en su Irlanda natal. Atrás quedaron aquellos años de incertidumbre, de caos interior, de desorientación, perdido en los abismos de las drogas y el alcohol. Mucho tiempo le ha costado convertir en pasado todo aquello.
Si quería pasar a la posteridad, lo hará no sólo por su música sino también por su humanidad.