martes, 27 de abril de 2010

Mendigos


No hace mucho que Pérez Reverte hablaba en uno de sus artículos de algunos mendigos que suele ver por las zonas de Madrid donde él suele moverse, que son curiosamente las mismas por las que siempre me he movido yo, según él las mejores de Madrid: inmediaciones del Palacio Real, centro y barrio de los Austrias.
A mí también me impacta el tema de la mendicidad. Ver por la calle a personas que no tienen techo ni sustento no es precisamente agradable, y el hecho de encontrarlos a diario tirados por la calle no hace que nos habituemos a verlos y pasemos a su lado casi sin verlos, no yo por lo menos. Pero sí es verdad que hay muchas clases de pobreza: los vagabundos de toda la vida, normalmente entregados al alcohol y con el entendimiento perdido la mayoría de las veces, absolutamente abandonados físicamente, que duermen al raso tapados con cartones; los que piden limosna exhibiendo alguna tara; las gitanas rumanas que utilizan a sus hijos para inspirar compasión, y sus hombres, que van con falsas muletas a todas partes y se ponen en los semáforos; y los negros que venden kleenex o La Farola.
Por los mendigos tradicionales poco se puede hacer, pues el dinero que se les de lo gastarán en bebida. Son personas que han llegado a esta situación por diversas circunstancias: problemas familiares, pérdida del empleo, aislamiento social… A nadie importan, nada les importa. Son los que a mí más me conmueven, su vida debe ser como una película de terror.
Los que muestran defectos corporales por lo general son utilizados por bandas para recaudar dinero a cambio de protección y cuidados. Por la Puerta del Sol y la calle Preciados suele haber una mujer de las que han nacido con los brazos y las piernas muy cortas, una anciana completamente encorvada cubierta con harapos y un pañuelo en la cabeza, y un hombre joven al que le faltan los brazos y hace sonar con estruendo el gran vaso de plástico que sujeta con la boca lleno de monedas, mientras da voces ininteligibles. A éste le he visto sentado con unos tipos con pinta de chulos en una terraza de la plaza de Jacinto Benavente, y le estaban dando algo de comer y de beber.
Las gitanas rumanas suelen ir en metro con sus hijos a cuestas, niños que pasan horas de aquí para allá sin descanso y que van casi siempre medio dormidos, dicen que porque los drogan para que no protesten. Las encuentro execrables.
En cuanto a los negros, desconozco por qué son los únicos inmigrantes de todos los que nos visitan que tienen que mendigar. No se ve a chinos ni sudamericanos pidiendo por las calles.
Luego hay algunos que piden por no tener que ponerse a trabajar, y para dar credibilidad a su supuesta miseria hacen lo que haga falta. Había uno que se ponía de rodillas con la espalda inclinada hacia abajo y los brazos extendidos, en actitud muy teatral, que pedía limosna profiriendo unas voces lastimeras que se oían a larga distancia. Sólo por no tener que estar en una posición tan incómoda durante tanto tiempo y quedarme afónica de tanto gritar preferiría ponerme a trabajar.
Los que mendigan para drogarse son los que más me inquietan. A mi hermana hace tiempo le abordó uno cuando estaba esperando en la parada del autobús para volver a casa. Le fue pidiendo a todos los que estaban en la cola y nadie le dio, pero al llegar a mi hermana y negarse también, la tomó con ella y le dijo con tono despreciativo "Burguesita de mierda". El colmo, vamos.
Los que piden por la calle mostrando su arte no los incluiría en la categoría de mendigos. Cuando ves a músicos maravillosos tocando sus instrumentos tan bien piensas en lo injusta que puede ser la vida, que reconoce a unos talentos y a otros no les da ni la oportunidad. Es famoso el caso de un violinista muy conocido que se puso a tocar durante varias horas en el metro y sólo consiguió unas pocas monedas, casi nadie le hacía caso al pasar, mientras que cuando se sube a un escenario llena auditorios y se pagan cifras astronómicas por una entrada para alguno de sus conciertos.
Las estatuas vivientes también los metería entre los que se dedican a ganarse la vida mostrando su arte en la calle. El mérito no está tanto en su capacidad de mantenerse inmóviles durante mucho tiempo como en la imaginación que derrochan a la hora de disfrazarse y pintarse. El vaquero que emite silbidos y dispara su revólver cada vez que le echan una moneda es de los que más éxito han tenido siempre, y el que figura ser un hombre al que el viento echa para atrás la gabardina, el pelo y el paraguas ya ha salido en televisión varias veces. Últimamente me encanta uno que en lugar de cabeza lleva un sombrero y unas gafas de sol, como si fuera invisible. El otro día le vi hablando con otro que se había disfrazado de torero, con su capote y todo. Formaban un duo muy original.
Hay épocas que las calles de Madrid parecen Calcuta, por la cantidad de mendigos que hay. Es un problema que parece que nunca va a dejar de existir, un lamentable drama social y humano.
 
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