viernes, 29 de octubre de 2010

Ágora

Por fin vi Ágora. Por la polémica que suscitó cuando se estrenó, tenía curiosidad por saber cómo era. Al igual que todas las películas de Amenábar, tiene cosas notables y otras no tanto. Despliega un amplio repertorio de medios técnicos, que dan un gran realismo a la historia y hace que nos metamos en la acción como si estuviéramos allí, muy al estilo del cine norteamericano. Muy buena reconstrucción del ambiente de la época. Pero el argumento en sí resulta muy flojo.

He encontrado pocas cosas acerca de Hypatia cuando he querido buscar algo sobre su vida en Internet, y parece que Amenábar adolece también de esa falta de información sobre este personaje. La película entera es un corretear de aquí para allá de gente, unos perseguidos por otros, escenas de masacre y brutalidad constantes, y no creo que esto fuera así tampoco en realidad. Hay poca sustancia en los diálogos, y sobre todo en las elucubraciones científicas que se ponen en boca de Hypatia. Resultan simplistas y tediosas. La hace aparecer como una visionaria frígida e inflexible, perdida en su mundo de saber, ajena a lo que la rodeaba, admirada más por su belleza que por otra cosa.

El director se recrea en la vertiente mas oscura del tema, la vena sanguinaria de cierto sector del cristianismo, que ensombreció con sus actos el fundamento natural de los seguidores de Jesucristo, que no es otro que amar al prójimo como a ti mismo y poner la otra mejilla. Es muy propio de Amenábar detenerse en los aspectos más siniestros de la vida en general, y de la mente humana en particular, da igual el tema que trate.

El final de Hypatia, que yo desconocía, va muy en la línea de sus películas, en las que siempre deja el hecho más truculento y morboso para el final, en un afán efectista que resulta la mayoría de las veces desagradable y grotesco. Amenábar busca a toda costa sorprender al espectador, pero de una forma brutal.

Muchos han visto en la forma como ha llevado la trama con Ágora una venganza suya por el trato que según él recibió en el colegio religioso en el que estudió de niño. En realidad parece que sigue siendo un crío enfadado que se ha desfogado con una pataleta, incapaz de asimilar frustraciones pasadas y presentes. Si a él le sirvió para exorcizar sus demonios, pues mejor para él, pero la intención es malsana porque pretende llevarnos a su terreno, que todos pensemos como él, mostrándonos una realidad parcial. No vamos a juzgar a todo un colectivo como el cristiano por unos cuantos sucesos concretos que fueron, desde luego, deleznables. En nombre de Dios se cometieron en esa época y en otras posteriores muchas atrocidades, pero una gran mayoría de cristianos no se comporta así.

La figura de Hypatia no está lograda. Por las cosas que he leído sobre ella, debió ser una mujer más grande de como se la ha representado en esta película, una erudita a la que además de la inteligencia le acompañó la belleza, mucho más espectacular que la de la actriz que ha elegido para encarnarla, según algunos grabados de la época. Y también una determinación que no estuvo exenta de feminidad, porque tener carácter y personalidad no implica en una mujer ser un sargento de caballería ni una déspota. Al final lo único que me ha parecido interesante del film es el amor ardiente y frustrado que sentía su esclavo por ella, me ha gustado la forma como lo ha interpretado el actor que lo encarnó, hay una enorme carga de amor-odio en esa relación, una constante lucha de sentimientos encontrados. Es como el Heathcliff de Cumbres borrascosas pero en Alejandría, ligero de ropa y con una espada en la mano. Es muy conmovedor y muy perturbador. Me encanta.

Fue Hypatia sin duda alguien singular para el momento histórico que le tocó vivir, y como suele suceder con todos los que destacan y se diferencian del resto, despertó envidias y recelos, y sufrió las consecuencias de todo eso. Ella se habria merecido un retrato mas fidedigno de su persona y sus circunstancias, y no solo un buen logrado monton de efectos especiales.

jueves, 28 de octubre de 2010

Facebook: por un trozo del pastel

Sólo tiene seis años, pero Facebook, la red social con más éxito de la historia, ha convertido en millonarios a aquellos que de alguna manera participaron en su creación y que ahora se disputan su autoría.

La cabeza visible es Mark Zuckerberg, oficialmente el fundador y legalmente el accionista mayoritario. Obsesivo e introvertido, nadie duda de que sin su determinación y constancia Facebook no sería lo que es. Empezó viviendo en un apartamento tan pequeño y sucio que, según sus amigos, parecía el de un adicto al crack. Hoy, con 26 años, vive en una casa en S. Francisco, demasiado grande según su propia opinión. Nadie diría al verle, vestido siempre con camiseta y vaqueros, que es uno de los hombres más ricos del planeta. Está incluído en la lista Forbes como el multimillonario más joven que existe actualmente.

Las entrevistas que Zuckerberg concede son pactadas y limitadas al negocio actual de su red. Dicen que es un adicto al trabajo y a los ordenadores. Es brillante pero muy reservado y socialmente raro. Es un visionario y tiene la sensación de estar construyendo algo que sólo él puede hacer. Una película que se ha hecho sobre su vida le presenta como un jovenzuelo desagradable, obsesionado con el sexo, y se afirma que el proyecto nació de la sed de venganza del joven universitario tras una fuerte discusión con su novia de entonces. Tras el desengaño, Zuckerberg subió a Internet fotos de ella y unas compañeras de universidad. Casi lo echan, pero se dio cuenta de que había dado con algo que podía ser muy útil.

Pero según la versión de esta película, el empujón definitivo para que dicha red se convirtiera en lo que hoy es lo dio Sean Parker, que hoy tiene 30 años. En 2004, cuando empezó Facebook, era un crápula genial y fue el programador clave en su desarrollo. Descrito por quienes lo conocen como un genio y un visionario, tiene en su currículum personal haber sido detenido por el FBI a los 16 años por haberse introducido en las redes informáticas de diversas corporaciones multinacionales y del Pentágono. Aunque en el film Parker aparece como un individuo egocéntrico y manipulador, obsesionado con hacerse millonario a toda costa, en realidad no se corresponde en absoluto con el arquetipo de programador informático siempre encerrado entre cuatro paredes frente a la pantalla del ordenador. Antes al contrario, es conocido como un vividor con propensiones libertinas, un donjuán irresistible siempre vestido a la última, con el armario lleno de trajes de Tom Ford. En su lujosa residencia neoyorquina hay más de cien tipos de té, infusión a la que es adicto.

Parker es un superdotado sin un ápice de modestia que antes de Facebook ya había fundado Napster, la plataforma para compartir canciones entre los usuarios de Internet que puso patas arriba el negocio de la industria discográfica. Pero también es un hombre que ha tenido y tiene problemas por su tendencia a vivir la noche al límite: tan conocidas son sus detenciones por posesión de cocaína como los episodios en que no se presentó a alguna reunión decisiva o estuvo de juerga salvaje e ilocalizable durante varios días. Esto fue lo que precipitó su salida de Facebook, pero no pareció importarle, siguió inventando y ganando más dinero si cabe, sigue asombrando con sus propuestas. Según sus propias palabras “he contribuido a cambiar el mundo por lo menos tres veces”.

Pero hay un tercer hombre en juego, Dustin Moskovitz, que tiene la misma edad que Zuckerberg, y que fue su compañero de habitación en Harvard. Iba para piloto militar, pero Facebook cambió su vida. Desde el origen fue el vicepresidente, encargado de la gestión y organización de los equipos. Cuando se marchó hace dos años para montar su propia compañía, se llevó consigo el 6% de las acciones y un voto de silencio. En un periódico se le incluyó en la lista de los 50 judíos más influyentes del mundo.

Pero la lista de enemigos de Zuckerberg que quieren también un trozo del pastel no acaba aquí. Eduardo Saverin, un brasileño que por entonces era el mejor amigo de Zuckerberg y un genio para los negocios, fue el primer business manager de la red. Era el presidente de la Asociación de Inversiones de Harvard y se hizo un nombre por ganar una cuantiosa suma de dinero apostando en predicciones sobre el precio del petróleo. Encargado de la gestión financiera de Facebook en su origen, según su versión Zuckerberg le apartó de ella injustamente al llegar Parker, y acabó reduciendo su participación accionarial hasta un 5%, aunque esto le permita ser millonario de todas maneras. Demandó a su ex amigo y consiguió unos cuantos millones más y reconocimiento: que su nombre aparezca entre los fundadores de Facebook. A cambio, no puede volver a hablar del tema jamás, y por supuesto perdió a un amigo. Pero el libro que escribió sobre ello, y en el que está basado la película, le está reportando pingües beneficios y publicidad.
Otros implicados en la polémica son Divya Narendra y los hermanos gemelos Cameron y Tyler Winklevoss. Narendra, especialista en Matemática Aplicada, es un neoyorquino de 28 años de origen hindú, que en la actualidad está al frente de su empresa SumZero, pero reclama a Zuckerberg unos cuantos millones por haber creado el programa a partir del cual se desarrolló Facebook. Los Winklevoss, con 29 años, son gemelos idénticos que a los 13 años fundaron una empresa de diseño de páginas web. Ya en la universidad crean una red social interna, HarvardConnection que, según dicen, les copió Zuckerberg, al que contrataron para que les ayudara con su red y, según ellos, se apropió de su idea y creó unos meses después su propia red, llevándose de paso a su programador, Narendra. Lo han demandado y ya han conseguido unos cuantos millones de dólares con un acuerdo extrajudicial, pero quieren más. Corpulentos, deportistas y muy atractivos, participaron en los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, quedando sextos en la categoría de remo. Su costumbre de entrenar sin camiseta fue profusamente recogida por la prensa rosa. Ellos y Narendra basan pues su demanda en que crearon el código fuente, la tecnología necesaria para que Facebook funcione, lo cual en el caso de éste último es parcialmente cierto, porque fue contratado por Zuckerberg para crear ese sistema. Lo que nunca especificó es que por ello tuviese derecho a una parte de la empresa. 

Se ha creado en fin una trama en torno a un negocio tan aparentemente inocente como Facebook digna del culebrón más enrevesado que se haya visto nunca. Un grupo de jóvenes superdotados que lo tienen todo y que, no conformándose con ello, pugnan por seguir medrando hasta alcanzar el éxito absoluto. Todos quieren un trozo del pastel. Viendo la enorme revalorización que esta red social está teniendo, sobre todo en los dos últimos años, no sabemos hasta dónde podrán llegar.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Pintura hiperrealista (XIV): Rob Hefferan

Al principio de su carrera Rob Hefferan fue diseñador e ilustrador, e hizo trabajos tan dispares como campañas de publicidad y portadas de libros para niños.
Su estilo es muy intimista, lleno de sensualidad, elegante. Juega con las luces y las sombras.
La mujer es su figura central.



martes, 26 de octubre de 2010

Lech Walesa

Lech Walesa ha sido y es un personaje que marcó mi infancia y juventud por su forma de ser y de actuar, y todavía cuando alguna vez aparece en los medios de comunicación me acuerdo de cómo era él y de las cosas que hizo, que fueron buenas en su mayoría, a pesar de lo mucho que se le ha criticado siempre y de que le guste polemizar.

Le recuerdo siempre sonriente, enormemente vital, optimista, sencillo, cercano.

Nunca nadie pensó que un electricista, padre de familia numerosa, católico a ultranza, armado sólo con su fe hiciera tambalear el régimen polaco, el muro de Berlín y el imperio rojo.

Tanto que se ha hablado del papel de los sindicatos, cuyo crédito está tan depauperado, sobre todo últimamente, Walesa es para mí un modelo y un ejemplo a seguir en este tema. Un hombre con un origen humilde, que se ha hecho a sí mismo con gran esfuerzo y que nunca ha dejado de luchar con enorme energía y convicción personal por sus derechos y los de los demás, nos da una idea de su valor y su entrega, de su gran humanidad. Personas como él han hecho posible, precisamente a través de su labor sindical, que las condiciones de los trabajadores no sean tan deshumanizadas como hace unas pocas décadas. Gracias a él palabras como “Solidarnosc” se nos hicieron familiares y adquirieron pleno significado.

Siempre he creído que la lucha sindical es independiente de cualquier ideología política. Desde cuándo la defensa de los derechos humanos en general, y de los asalariados en particular, ha seguido los cauces de un determinado partido. Es algo que existe por sí mismo, una necesidad vital, y más en el caso de Polonia en los tiempos en que Walesa fundó Solidaridad, una federación de sindicatos. La acogida que ésta tuvo fue brutal: diez millones de polacos se adhirieron en poco tiempo.

Después fue el primer presidente democrático de su país tras la caída del comunismo en Europa, que puso fin a la guerra fría, pero al igual que se había revelado un hábil líder sindical, en su nuevo papel al frente de los destinos nacionales no resultó ser hábil.

Durante los años que siguieron a su cese como presidente, no ha dejado de hacer declaraciones públicas que han puesto en entredicho a sus sucesores. De Gorbachov dijo que era un político débil. En 2007 diputados del partido conservador en el poder lo denunciaron por insultar a uno de los gemelos Kaczynski, al frente del gobierno en aquel entonces. “Tenemos a un imbécil como presidente”, exclamó tras recibir un informe sobre el espionaje militar en la Polonia poscomunista. Más recientemente éste acusó a Walesa de haber sido agente de la era comunista en los años 70, por lo que le demandó. Los gemelos habían sido durante años estrechos colaboradores de Walesa.

Lech Walesa ha seguido figurando en la escena internacional, y muchas de sus afirmaciones continúan levantando ampollas. Hugo Chávez le ha prohibido entrar en Venezuela si intenta visitar el país para apoyar a grupos de la oposición.

Algunas de las cosas que ha dicho son: “Mi país está ubicado entre dos grandes pueblos, el alemán y el ruso, que hacían mucho turismo y se visitaban unos a otros, siempre pasando por Polonia”. O “Polonia está haciendo el ridículo en la escena internacional”.

Walesa cree que “un país no se puede gobernar contra la voluntad de los pueblos, que los derechos humanos son parte de la condición humana”.

En cuanto a Europa, recuerda la fuerza de los ideales gracias a los cuales en su momento surgió una nueva Polonia: “Europa necesita desesperadamente los valores que empujaron aquella revolución”.

Hemos ido viendo envejecer a Lech Walesa a lo largo de estos años y, aunque su apariencia ha cambiado, su actitud sigue siendo la misma. Seguiremos viéndole en los medios de comunicación, porque no puede permanecer callado ante ciertas cosas que suceden en la política internacional. Seguirá haciéndose oir para que no le olvidemos y porque para él es una forma de sentirse vivo.

lunes, 25 de octubre de 2010

Citas (XVI): las grandes cosas

- “Las cosas importantes se hacen cuando se sienten verdaderamente. Lo demás son encargos”.

- “Casi todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra algo, a pesar de algo: los dolores, la pobreza, la debilidad corporal, el vicio, la pasión” (Muerte en Venecia, de Thomas Mann).

- “La esencia de la grandeza radica en la capacidad de optar por la propia realización personal en circunstancias en que otras personas optan por la locura” (Tus zonas erróneas, del Dr. Wayne W. Dyer).

- “Parece que cada vez se tiene más miedo a ser grande. Porque la grandeza implica soledad y se huye de ésta como de una enfermedad vergonzosa. Llegaremos a Marte un día de éstos en forma de microbios”.

- “El que no renuncia a hacer grandes cosas se regocija porque otro las haga (…). Admiramos para justificar nuestro apego a la vida e inmortalizamos un poco a aciertos elegidos para que la inmortalidad tenga ya una primera deuda con nosotros”.

- “No hay más noble aventura que la que al fin se revela inútil” (Luis Mateo Díez, escritor).

- “Los grandes cambios personales se producen por razones profundas de matiz religioso”.

- “Todo reformismo se caracteriza por el utopismo de su estrategia y el oportunismo de su táctica”.

viernes, 22 de octubre de 2010

¿A quién ama Gilbert Grape?

¿A quién ama Gilbert Grape? es una de esas películas a las que no terminas de descubrir toda su esencia sino después de haberlas visto en más de una ocasión.

La 1ª vez que la vi me pareció extraña, anodina, desagradable incluso, sólo con algún momento bonito, una película fácilmente olvidable y que no pensaba volver a ver nunca más. Pero la 2ª, por alguna razón no pude de dejar de verla, aunque fuera por disfrutar con Johnny Deep, un actor interesante e inquietante donde los haya, y desde luego por la interpretación de Leonardo di Caprio, que aquí hizo su debut y que se metió en el papel como nadie he visto que haya hecho nunca jamás, impresionante.

En un principio parece una historia lacrimógena y vulgar, con un sentimentalismo facilón y exasperado. Pero la sórdida realidad en la que vive Gilbert Grape, por excesivos que puedan ser el resto de los personajes que le rodean, no son más que el contrapunto que permite adentrarnos en la vida de una persona que, pese a todas las dificultades que tiene que soportar,  posee un alma bondadosa en extremo y un sentido del deber casi heroico.

Gilbert se halla en una encrucijada, un callejón sin salida del que parece no poder salir. Su existencia transcurre en una permanente rutina hecha de tedio, desesperanza y angustia. A cargo de una madre minusválida debido a su tremenda obesidad, y de un hermano con discapacidad mental, lucha por sobrevivir en un pueblo aislado con un trabajo cualquiera que le permite ir tirando. Las únicas notas de maldad, si es que se le puede llamar así, provienen de su relación con una de sus dos hermanas, que constantemente le acosa con sus burlas y provocaciones.

De entre todos los miembros de su familia, destacan precisamente aquellos de los que tiene que cuidar, su madre y su hermano. Ella, deformada por una gordura sin límites, es una persona tremendamente tierna, llena de humanidad. Vive deprimida por su situación y porque se siente una carga para los demás, pero al mismo tiempo disfruta enormemente de su maternidad, porque quiere a sus hijos hasta la locura, y no deja pasar la oportunidad de besarlos y abrazarlos siempre que puede. La inmensidad de su bondad y su desesperación corren parejas a la inmensidad de su maltrecho cuerpo.

El hermano discapacitado vive perdido en una constante actividad física que no es capaz de controlar, repitiendo las mismas frases sin descanso, machacando la paciencia y la resistencia psíquica de todos los que le rodean. Uno de sus pasatiempos favoritos es desobedecer, poner al límite al resto de la gente. Pero bajo su aparente retraso mental se esconde una gran sensibilidad, un gran observador de lo que acontece a su alrededor, y un amor inquebrantable por aquellos que le cuidan. Cuando Gilbert pierda los estribos con él en una ocasión (la carga es excesiva) y le pegue, ambos lo sentirán después enormemente, cada uno a su manera. La escena de la reconciliación es muy significativa, pues el agredido se cobra una débil venganza en su agresor (sus reacciones son imprevisibles), cuando le pega a Gilbert con poca convicción, medio jugando, pues es algo nuevo que ha aprendido, ya que todo lo hace por imitación, para luego olvidarse de ello.

Con sus dos únicos amigos, Gilbert mantiene una relación superficial, no son personas con las que poder sincerarse. Él se aburre con ellos.

La llegada de una chica en una caravana, con la que recorre EE.UU. en compañía de su abuela, dará un giro radical a su vida. Ella representa la dulzura, la comprensión y el desenfado que han faltado siempre en su vida. Le enseñará a Gilbert a disfrutar de un atardecer sentados en el campo (el cuidado de su familia y el trabajo ocupan la mayor parte de sus horas), le mostrará la forma como tener confianza en sí mismo y el placer de poder confiarse a alguien que sabe de antemano que le va a entender. También a tratar a su hermano.

La vida en la casa familiar es un completo caos, con discusiones constantes a la hora de comer. Parece como si el delicado equilibrio que los une se fuera a romper bajo el peso de una incomprensión mútua tan enorme como el peso de la madre cuando hace crujir las tablas del piso cada vez que va a dar un paso, amenazando con derrumbarse todo. En esa familia todo parece estar a punto de venirse abajo. Gilbert no puede vivir ajeno a esta realidad, por más que intenta evadirse.

Leí un comentario en Internet sobre él que le describe muy fidedignamente: “Gilbert es alguien que antepone su inquebrantable amor hacia su familia y su hondo sentido de la responsabilidad a la más mínima tentativa de satisfacción personal”.

Cuando muere su madre, él y sus hermanos deciden dejarla en su habitación, sobre su cama, y prenderle fuego a la casa. El fuego purificador, cómo no. Esas llamas terminan con una etapa de su vida y así empieza otra.

La chica que ha conocido se tiene que marchar. “No tengo a dónde ir”, le susurra Gilbert al oído. Él tiene una enorme necesidad de ser amado. La falta de amor en su vida le causa una gran frustración. Al final se irá con ella, llevándose a su hermano consigo.

Nos queda en la memoria, sobre todo, la imagen de la madre, fuerte y frágil a la vez, llena de ternura y de tristeza. También la del hermano, perdido en su mundo, vulnerable, tierno, inocente. Son seres que aunque parecen grotescos son muy especiales, personas que hacen olvidar sus taras por lo intenso de sus personalidades.


Es ésta una película transparente, agridulce, llena de sensibilidad, que explora los laberintos de la mente y del alma humanas de una forma nunca antes vista, un soplo de aire fresco en la industria cinematográfica americana.

Al final descubrimos que Gilbert Grape ama a muchos.

jueves, 21 de octubre de 2010

Londres (III)

El regreso fue una odisea porque, por un exceso de confianza mío, perdimos el avión y tardamos mucho en poder coger otro. Además en el aeropuerto eran muy estrictos y me tiraron cosas que llevaba en una bolsa a parte: champú, gel, suavizante, crema, la gomina de mi hijo… La verdad es que le he cogido manía a estos sitios, pero no queda más remedio que pasar por ellos si se quiere viajar rápido, cuando todo sale bien, claro.

Londres me ha parecido un sitio curioso y acogedor, un lugar en el que no me sería difícil verme viviendo. La gente es amable, y te hace bromas aunque no te conozca, como cuando el dueño de un puesto de perritos les hizo bromas a mis hijos con guiños en los ojos y a mí me dijo a mí cuando iba a darle el dinero algo así como que qué pasaba conmigo, que había que pagar antes. Luego están los estirados, que en Inglaterra son proverbiales, como un empleado del metro al que le pregunté por una dirección y me contestó de forma muy secamente. Es una manera de ser.

Prescindí de la London Pass, porque es útil si vas a muchos museos y sitios culturales, pero viajando con mis hijos es poco probable que frecuente esos lugares.

Ir en metro tiene también su miga. Puedes sacar un billete para un día entero o para una semana, no hay término medio. Además tienen en cuenta la edad de los pasajeros, con lo que me ahorré un dinero. Las estaciones son antiguas, muchas carecen de escaleras mecánicas y se accede a los andenes con ascensores. Los bordes de los peldaños de las escaleras están cubiertos de una placa metálica para evitar deslizamientos. Los vagones aparecen por la derecha o por la izquierda según la línea que cojas y la dirección en la que vayas. Cuando se están abriendo las puertas una voz por megafonía repite incansablemente la misma frase que está escrita en el suelo, en el borde del andén, que tengamos cuidado con las puertas. Éstas se abren tanto de un lado como del otro del vagón dependiendo de la estación, cambian constantemente. Los asientos son de tela acolchados, muy confortables. La mezcla de razas se aprecia mucho más en estos espacios reducidos, aunque todo el mundo convive civilizadamente. Dentro de los vagones hay anuncios de cosas que aquí no es frecuente ver, como la inseminación artificial o el cuidado de niños con síndrome de Down.

Vi muchos matrimonios treinteañeros con un hijo o dos como mucho, en los que era el padre el que se encargaba del niño para casi todo menos para la alimentación. En el metro vi en dos ocasiones cómo era él el que lo sacaba de la silla y se lo daba a la madre para que le diera el biberón o el pecho. Vi una armonía y un respeto que no suelo encontrar fácilmente aquí. Las parejas encuentran tiempo para estar juntas y muy bien, da gusto.

Los ingleses son atrevidos cruzando la calle, por no decir temerarios, no suelen respetar los semaforos. En el suelo, al pie de las aceras, sobre el asfalto, esta escrito si hay que mirar a la derecha o a la izquierda cuando se va a cruzar. 

Las calles estaban muy limpias y eso que casi no había papeleras. Tampoco se veían apenas paseando perros, ni hay mendicidad ni nadie importunandote a cada paso para intentar venderte algo o para darte propaganda. Miguel Ángel se fijó en dos cosas a poco de llegar allí: que casi todo tenía la palabra “real” delante, hasta en las cabinas de teléfono había una corona dorada pegada en la parte de arriba (la monarquía tiene mucha importancia), y que no había niños solos por las calles, lo cual no creo que sea por un tema de seguridad sino más bien una signo de civilización. Vimos muchos niños en grupo con uniformes de todos los colores posibles, según el colegio, algunos con gorrito, los chicos con una corbatita a rayas.

Me encantaron las casas de dos plantas con su salida de servicio en la parte baja, muy del siglo XIX. En algunas ví placas en las que se decía que alguien famoso había vivido allí, como en Portobello, en una de cuyas casas había residido Aldous Huxley, y otra cerca del Imperial War Museum, en la que había vivido uno de los componentes del Bounty. También me fascina el estilo victoriano de las fachadas de los edificios más grandes.

En las tiendas de souvenirs había postales con la imagen de la reina y de Lady Di, era como si el resto de la familia real no existiera.

No me atreví a montar en ninguno de los famosos autobuses de dos pisos porque había que sacar el ticket en una máquina en la calle y pensé que no iba a saber hacerlo bien.

Mi ignorancia alcanzó extremos descabellados cuando me di cuenta en el hotel que los enchufes ingleses en nada tienen que ver con los del resto de Europa, por lo que no pudimos usar cosas tan corrientes como el secador, la plancha del pelo de mi hija o los cargadores de los móviles. Por cierto, que en el cajon de la mesilla de noche del hotel habia una Biblia. A lo mejor alli es costumbre, me parecio curioso.

Allí no se viste demasiado bien, nos acordamos de la elegancia y el estilo de la moda parisina, pero son ciudades muy diferentes y no se pueden comparar. De lo que sí me quejo es de que no tienen leche caliente para los desayunos, es siempre fría.

Mis hijos se mostraron dispares a la hora de dar su opinión sobre las dos ciudades del extranjero que conocen. A Miguel Ángel le gustó más París, la encuentra más elegante, más parecida a nosotros. También tiene más cosas culturales que ver. A Ana le gustó más Londres, la gente, el ambiente. Yo debo decir que París me dejó en el alma una sensación melancólica y sentimental, tiene algo muy especial, no sé si fue porque era el primer viaje que hacía con los niños fuera de España. Londres tiene muchos tesoros que ver, y sé que es un sitio en el que se puede disfrutar aún mucho más.

Es muy difícil conocer bien un lugar en tan sólo unos pocos días, pero fue una toma de contacto muy interesante que jamás voy a olvidar.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Londres (II)

El tercer día fue el más intenso de todos los que estuvimos allí. Atravesando el Green Park, precioso, no tardamos en llegar al palacio de Buckingham. No tenía idea de que estuviera tan cerca de la ciudad. Queríamos ver el cambio de guardia, y aguardamos impacientes tras las verjas en medio de una muchedumbre de turistas de todas las nacionalidades imaginables. Pero al cabo de un rato uno de los tres policías que estaba junto al edificio empezó a reirse mirando hacia los expectantes turistas. Era negro, y su blanca y burlona sonrisa refulgía desde lejos e hirió mi sensibilidad. Los otros dos eran los típicos británicos adustos, inmutables. Al final uno de ellos se acercó para decirnos que el cambio de guardia se había cancelado. Una señora dijo que había una maratón y no podía llegar. Le comenté a mi hijo que, según había podido leer en la guía que sobre Londres me había traído, esta particular atracción turística tiene lugar todos los días excepto algunos sábados, y yo añadí que además cuando venimos nosotros.

Mi hija se sintió un poco decepcionada por el palacio de Buckingham, porque le pareció que había edificios muchos más suntuosos y espectaculares en la ciudad, y aquel era poca cosa para ser la residencia de una reina, y la verdad es que compartí su opinión.

Saliendo del Green Park a continuación estaba el St. James Park, que es absolutamente maravilloso. Extensiones de césped rodeando un lago enorme lleno de aves de todas clases: patos, ocas, cisnes y hasta pelícanos. En una zona muy verde había tumbonas que se alquilaban para tomar el sol. Las ardillas se acercaban a la gente que les ofrecía algo de comer. Era un lugar apacible y armonioso, muy bello.
A la salida unos soldados montaban guardia a la manera como los ingleses suelen hacerlo, con paso rígido y portando un arma al hombro. Algunos permanecían inmóviles a los lados montados a caballo y la gente se hacía fotos con ellos que, imperturbables, soportaban estoicamente el asedio turístico. Todos lucían uniformes rojos con adornos dorados muy espectaculares, y cascos con penachos.

Cruzamos el Támesis a través del Golden Jubilee, que es un puente en el que por un lado transita la gente y por el otro pasa el tren. Le compramos un pequeño cuadro con una imagen de Londres a un vendedor que exponía allí sus obras. Desde allí había unas vistas increíbles, con el Big Ben a un lado y el London Eye al otro. Después de pasar una zona junto al río llena de estatutas vivientes y espectáculos musicales diversos, embarcamos en uno de los ferrys, e hicimos un pequeño recorrido por las turbias y turbulentas aguas del Támesis, cuyo nivel roza los límites de seguridad por lo alto que está. Recordé otro paseo parecido en los bateaux del Sena, pero aquel fue más bonito e interesante.

Al volver al puente, vimos la actuación de unos músicos que, con sus trompetas y una percusión hecha con un gran bidón de plástico vacío, tocaban una música parecida a la que se escuchaba en Chicago en los años 30-40. Una pareja salió a bailar aquel ritmo tan trepidante, a la que siguió una fila de niños vestidos con un uniforme verde con pañuelo al cuello que parecían de un campamento. Su monitor encabezó por un rato la danza frenética de los niños que, cogidos por la cintura unos detrás de otros, no paraban de bailar. Era como si no pudieran contenerse, como si una fuerza superior les arrastrara a seguir aquella música.

Volvimos al St. James Park para comer en la terraza al aire libre de un buffet que había cerca del lago. Por la tarde fuimos al Imperial War Museum, el único museo que visité porque a los niños no les interesan mucho en general, pero éste sabía que le gustaría a Miguel Ángel, tan interesado en los temas bélicos. Y la verdad es que nos impresionó a todos. En la planta baja, junto a unos cuantos tanques de variadas procedencias, con un lateral de cristal para que pudiéramos ver cómo eran por dentro, había lo que yo creí un cohete puesto de pie y que alcanzaba varios pisos. Mi hijo me dijo que era una bomba. Imaginé el daño que podía hacer una cosa de semejante tamaño. En los pisos de arriba había aviones de las dos guerras mundiales, y en uno de ellos te podías meter. Se oía una voz que simulaba la forma como se escuchaba por la radio las comunicaciones dentro del aparato. La verdad es que los pilotos volaban en unas condiciones penosas. Había aviones enormes que colgaban del techo del museo. Me recordó un poco al Smithsonian.

También había maquetas de barcos de guerra y una recreación del interior de un submarino, en la que se podía ver dónde dormían y los aparatos que manejaban, telescopio incluido.

El último piso estaba dedicado al holocausto, y Ana estuvo muy interesada en el tema porque ahora lo está estudiando. Yo pasé por allí con aprensión y dolor, lo más ligera que pude.

Por la noche recalamos en Picadilly Circus, todo luces de neón de colores y tiendas por doquier. Unos chicos hacían break dance junto a una fuente, rodeados por una gran concurrencia. Cuando se marchaban llegaban otros. Los comercios eran muy variopintos. Miguel Ángel se compró, entre otras cosas, unas delicias turcas, que incluso para nuestro paladar aficionado al dulce, resultaron muy empalagosas. Había una calle llena de teatros con los últimos espectáculos: Thriller, Los Miserables y unos cuantos más. No en vano Inglaterra es la cuna de la interpretación. Entramos en una tienda de peluches que estaba llena de árboles. La vegetación crecía a lo largo del techo, y era como la reproducción de una selva. En uno de los escaparates se podía ver un cocodrilo mecánico enorme, metido en una especie de estanque, que abría sus fauces varias veces emitiendo terribles sonidos cada vez que alguien le echaba monedas. Nos acercamos también al Soho, lleno de farolillos rojos y restaurantes chinos. Es muy bonito, muy luminoso, está lleno de vida.


  El último día fuimos a 
Portobello Road porque los niños tenían la ilusión de comprobar si es como aparecía en la película Mary Poppins, que tantas veces han visto desde que eran pequeños. Pero en nada se parecía: no vimos los puestos callejeros por todas partes, las calles llenas de gente, las fuentes de chocolate caliente manando ni el famoso fish and chips que comimos mientras estuvimos en Londres (lo hacen muy bueno), pero no allí. Era una calle muy larga con tiendas y algunos puestos en la calle, también de frutas y verduras, parecido al rastro de aquí. Ana se compró unas botas aterciopeladas en negro tipo mosquetero que le quedan muy bien, y Miguel Ángel unas deportivas. Me llamaron la atención algunas tiendas: una que era sólo de tiradores de puertas de todas clases, los de porcelana blanca decorada con flores eran especialmente bonitos. También una tienda de ropa, que debe ser de una cadena que existe allí, con el currioso nombre de All Saints, en cuyas paredes y escaparates se podían ver estantes metálicos llenos de máquinas de coser antiguas. Había cientos. Otra tienda era de porcelanas. Los juegos de café típicamente ingleses, decorados con flores fueron una tentación para mí, pero mi hija me dijo que a dónde iba con eso. Ya cuando terminábamos la calle, de regreso, encontré el capricho que yo me iba a llevar de recuerdo del viaje en forma de un pequeño peluche que reproducía un personaje que me encanta de los cuentos de Beatrix Potter, que descubrí el año pasado, la oca Carlota, que allí llaman Jemima. Estaba en una mesa puesta en la calle junto a la tienda, y un señor grueso con barba blanca, que bien podría haber sido un perfecto Santa Claus, nos explicó en un perfecto y melodioso inglés su historia y la de otros personajes de la misma escritora que tenía por allí. Ana me hizo notar cuando nos fuimos la voz tan cálida y tan bonita que tenía aquel hombre, como si fuera el narrador de una película que nos estuviera contando un cuento.

martes, 19 de octubre de 2010

Londres (I)

Hacía tiempo que quería conocer Londres, y pensé que este puente del Pilar era el momento adecuado para hacerlo.

Cuando llegamos, el aeropuerto de Gatwick aparecía cubierto por la niebla a esas horas de la mañana. La famosa niebla londinense era uno de mis temores, pero saliendo de allí ya no la volvimos a ver.

Desde el primer momento todo fue un aprendizaje. Para empezar coger un taxi a la salida del aeropuerto requería pasar antes por un mostrador donde según el recorrido que fueras a hacer te daban un ticket que tenías que pagar en destino. Ellos tienen su propia línea de taxis, y el taxista que nos tocó resultó ser el típico británico maduro, con su bigotito y poco pelo, la piel muy blanca sonrosada en los mofletes, que hablaba en un inglés muy fino, con una educación exquisita. Qué gusto oir una dicción tan perfecta, acostumbrados como estamos a la pronunciación americana, mucho más vulgar. Como yo vivo de las rentas, porque no he estudiado el idioma desde que estaba en el instituto, le entendía parte de lo que decía, sobre todo por lo deprisa que hablaba, pero fue mi hijo quien, al igual que pasó en París con el francés, comprendió todo lo que nos decía. En días posteriores fue también una gran ayuda cuando me tenía que entender con alguien. Me encanta saber que se le dan tan bien los idiomas.

Tras cruzar carreteras comarcales ladeadas por frondoso boscaje, una zona de chalets construidos a la manera tan deliciosa como los ingleses construyen, y luego una autopista que cruzaba por campos de un color tan verde como nunca antes había visto, llegamos a la ciudad. Y fue como entrar en un mundo muchas veces visto en la televisión, pero nunca antes experimentado: las tiendas tan coquetas y pequeñas, algunas iglesias de confesiones religiosas que aquí no se ven, las casas de pocas alturas, los famosos autobuses rojos de dos pisos y las cabinas de teléfono rojas y negras, que yo creo que ya casi nadie usa, aunque quedan para disfrute turístico, los taxis negros de diseño antiguo como aquel en el que íbamos…

Esa mañana antes de comer estuvimos por los alrededores del hotel. En un kiosco cambié por 1ª vez uno de mis flamantes billetes sin estrenar, preciosos como cromos. A cambio me dieron un montón de monedas diferentes a las que me costó un tiempo acostumbrarme. Los ingleses son tan suyos para sus cosas que no sólo circulan por distinto carril que la mayoría del resto del mundo, por no decir de dónde tienen el volante sus vehículos, sino que también quisieron que su moneda fuera la misma de toda la vida, sin querer equipararse a la del resto de Europa.

Estuvimos en un parque del tamaño de una gran manzana de casas, que fue el anticipo maravilloso de los demás parques que tuvimos ocasión de ver, con árboles inmensos y extensiones de césped bien cuidadas. El clima tan húmedo que hay allí lo propicia. Sentados en un banco, nos familiarizamos con las monedas recién adquiridas, 6 ó 7 diferentes, nos hicimos las primeras fotos y tracé un pequeño planning sobre los sitios que podríamos visitar después de comer. Luego nos acercamos a unas tiendas de souvenirs, regentadas todas por hindúes, al igual que las tiendas de comida. Ellos son el equivalente a los chinos aquí, aunque su integración en la sociedad inglesa data de hace décadas, cuando la Gran Bretaña tenía en la India sus colonias.

Y así fuimos a parar, después de tomarnos un buen respiro en el hotel (los madrugones nos matan), junto al Big Ben, del que me quedé absolutamente prendada. Ni siquiera las fotos que he visto ni en las películas en las que ha salido dan una idea de su belleza. Hay algo dorado en ella, con esa elegancia tan personal que ponen los británicos en sus obras arquitectónicas, que hace que no se pueda dejar de contemplar desde todos los ángulos posibles. En frente uno de los pubs, de los que en Londres hay unos cuantos con el nombre de St. James Tavern, de estilo clásico con muchas lámparas de cristal y forjados de hierro, absolutamente maravillosos.

En sus inmediaciones las Houses of Parliament, el Parlamento, un edificio que va a dar al Támesis y que es inmenso y precioso. También cerca la abadía de Westminster, donde se han coronado todos los reyes ingleses, que a esas horas de la tarde estaba cerrada.

Cruzando el puente se llega al County Hall, un edificio precioso que es centro de negocios y ocio, y al London Eye, noria panorámica que gira sin parar (hay que montarse en marcha), cuyo movimiento en más acusado en la parte de abajo y en la de arriba, pero que en los laterales es apenas perceptible. Antes de entrar unos vigilantes asiáticos pasaban unos detectores por el cuerpo de la gente. Cuando llegó a mí uno de ellos me preguntó: “¿Italian?”, a lo que yo respondí: “No, española”. Se sonrió y dijo socarronamente: “Españoles, no cuchillo, no cerveza”. Mi hijo se estuvo riendo un buen rato con la ocurrencia, y todavía hoy si le repito lo que dijo aquel hombre le vuelve a dar la risa. Desde las grandes cabinas acristaladas de la noria contemplamos cómo caía la tarde sobre Londres y cómo los edificios se iban iluminando. Era una vista magnífica.

Cenamos en un buffet oriental que había cerca, y en el que comí los rollitos de primavera más deliciosos de mi vida. De regreso, atravesando de nuevo el puente, compramos en un puesto ambulante a un señor un poco excéntrico que no paraba de decir tacos en inglés porque estaba enfadado por algo que le acababan de decir, un Big Ben de cristal y varias cabinas telefónicas rojas para regalar a la familia.

El 2º día visitamos la Torre de Londres, donde vivieron los reyes durante siglos, que es una posición fortificada llena de edificios almenados y zonas de césped. Con unos audioguías nos iban explicando la historia de Gran Bretaña en los últimos siglos. Vimos las joyas de la Corona, todas fastuosas e increíbles, una galería de armaduras y armas antiguas, y una torre donde torturaban y mataban a los reyes, aunque no había instrumentos que lo atestiguasen, a pesar del gran interés que mis hijos tenían en verlos. La visita fue larga y un poco agotadora.

Al salir comimos en una terraza al aire libre junto al Támesis, mientras sobre nuestras cabezas sobrevolaban montones de gaviotas, que se alimentaban de lo que dejaban los turistas y lo que encontraban en el río.
Caminamos después junto a él y vimos puestos de ostras y champán. Cruzamos por un puente precioso, blanco y azul, el Tower Bridge, para ver un buque de guerra atracado en la otra orilla que es un museo bélico. En el puente había otros puestos en los que se garapiñaban almendras.

lunes, 18 de octubre de 2010

Citas (XV): la paternidad, la maternidad

- “Ahora sé que mi padre está satisfecho si yo estoy satisfecho. Porque es la generosidad más que la sangre lo que hace padre a un hombre” (Antonio Gala, escritor).

- “Hay que crear como quien engendra un hijo: sin presentir su porvenir, ni su tamaño, ni el color de sus ojos, amando nada más” (id.).

- “Dicen que la marcha del padre enseña al hijo el camino de la muerte: “Porque, detrás de ti, voy yo”. Sentirse huérfano es, al fin, sentirse indefensamente joven” (Pilar Urbano, periodista).

- “Padre e hijo se unieron en largo y fuerte abrazo. Luego el hijo sintió entre sus brazos a su madre, pequeña y frágil, su rostro adorado perdido en su pecho, el llanto por fin desbordado, sus manos estrujando convulsas la tela de su chaqueta, aferrada como un niño desesperado” (De amor y de sombra, de Isabel Allende).

- “La madre no es una persona que sirve de apoyo, sino una persona que hace inncesario el apoyo” (Dorothy Canfield, escritora).

- “Un hombre hecho costumbre hablaba del mar con sus hijos” (El Dorado, de Fernando Sánchez Dragó).

viernes, 15 de octubre de 2010

Pintura hiperrealista (XIII): Paul S. Brown


Paul S. Brown es uno de los pintores hiperrealistas más reconocidos actualmente. Sus obras se exponen en algunos de los sitios más importantes de Norteamérica y Europa.
Nacido en EE.UU., cursó estudios de pintura en Italia, donde aprendió el realismo clásico. Desde hace unos años vive en Londres.
Él prepara los lienzos a mano, usando las mejores telas, y selecciona los pigmentos que luego muele mezclados en aceite de linaza, prensado en frío, con lo que obtiene su propia gama de colores.
También realiza murales y pinta retratos, bodegones y algunos paisajes.
Aquí vemos un desnudo maravilloso, en deliciosos tonos miel, con el que consigue un realismo casi perfecto en la representación de la piel y el cabello, en contraste con las texturas brillantes y sedosas de los tejidos.

jueves, 14 de octubre de 2010

Concha Velasco

Cada vez que pienso en Concha Velasco últimamente me siento muy conmovida, porque es una mujer que con el paso de los años ha conseguido llegarme al alma, por su forma de ser, por su trayectoria artística y por los avatares de su vida personal.

Cuando era más jovencita, siempre tan inquieta, tan alegre, dispuesta para todo y para todos, se la veía empezando su carrera con unas ganas enormes de comerse el mundo, poniendo una ilusión desbordante en todo lo que hacía, tremendamente vital, con una ingenuidad y una frescura que ha mantenido de alguna manera a lo largo de los años. Tenía todo el futuro por delante, todo estaba por hacer, por descubrir. En aquel entonces tampoco era una artista que me llamara mucho la atención. Estaba en el candelero por su simpatía y su buenhacer, como tantos otros de moda en aquel momento, y porque sabía hacer un poco de todo. Lo de cantar nunca lo hizo demasiado bien, pero ella se ha atrevido con lo que le echaran. Resuelta, divertida, dinámica, entretenía a todos con películas blancas muy al uso en aquella época.

Según fue pasando el tiempo empezó a hacer papeles dramáticos. Es entonces cuando empezó a fascinarme. Encarnó a Santa Teresa, con una sensibilidad fuera de lo común. Hizo aquel papel tan desgarrador en los escenarios, Buenas noches, madre, y se atrevió a interpretar escenas subidas de tono en alguna película, mostrando su cuerpo maduro, siempre tan natural, tan ella misma, sin ningún artificio. Así descubrimos a una Concha Velasco en la plenitud de su vida y de su arte.

Su problema en este tipo de papeles, como el de algunos actores, es desembarazarse del personaje que en cada momento esté interpretando cuando acaba la función. Ella es de las que se lo llevan puesto, la acompañan en el resto de las horas del día, se meten dentro de ella tan adentro que por un tiempo pasan a formar parte de su persona, como si al encarnarlos no sólo les diera vida y les aportara cosas de sí misma, sino también se convirtieran en sustancia de su alma y ya no pudiera prescindir de ellos.

Dice que lo pasa muy mal interpretando papeles dramáticos, porque tarda mucho tiempo en abandonarlos o que la abandonen, tal es la forma como se posesionan de su persona. Yo sé de algún actor americano al que le pasaba esto, pero debía ser en grado tan profundo que necesitó ayuda psiquiátrica. Para las personas con una aguda y especial sensibilidad el proceso interpretativo puede convertirse en un juego peligroso, durante el cual se puede a llegar a perder la cordura. No es tan fácil ni tan divertido como nos puede parecer a los profanos meterse en la piel de otras personas y desdoblarse, como si se fuera realmente otro.

Concha Velasco se ha hecho mayor un poco repentinamente, porque aunque hace tiempo comenzara a envejecer, es ahora como si se le hubieran echado los años encima todos a la vez. Son sus circunstancias personales las que sin duda han tenido la culpa. Una separación después de tantos años de matrimonio y dos hijos, y la situación a la que se ha visto reducida, prácticamente en la ruina después de tantos años de trabajo, la han devastado profundamente, sobre todo porque ella es una mujer buena y muy sentimental. Pero nunca se ha dejado llevar por el rencor. Nadie sabe lo mucho que la comprendo. Ella no se lo merecía. Había llegado a una etapa de su vida en la que en lugar de poder recoger los frutos de su dilatada carrera y los de su largo matrimonio, cumplidas ya la mayoría de sus expectativas, sin comerlo ni beberlo se ha visto sola, desamparada, sin amor, una mujer como ella, que lo podía haber tenido todo si hubiera querido.
Pero Concha resurge de sus cenizas como el Ave Fénix. Ahora se la puede ver en una obra teatral tierna y desgarrada. En los carteles publicitarios aparece mirando de frente, con un gesto algo perplejo, quizá desolado, con una imagen distinta a todas las que habíamos visto de ella, tan camaleónica. Dice que es su última actuación, que se retira. Pero no puede irse, porque somos un público egoísta y no nos importa lo cansada que esté. ¿Qué vamos a hacer nosotros sin ella?. El panorama artístico se quedaría huérfano. Y además, ¿qué hará ella sin nosotros?. Porque nos necesita, y mucho. En más de una ocasión ha dicho que le inquieta y le entristece cuando no la han reconocido en los sitios públicos. A ella no le molesta que se le acerquen los fans, que se interesen los medios de comunicación por su persona. Todo lo contrario: para ella es tan necesario como el aire que respira sentir el calor y el cariño del público. Y lo va a tener siempre.

Porque ella ha sido y es grande, muy grande como artista, y muy grande como ser humano.
 
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