jueves, 14 de octubre de 2010

Concha Velasco

Cada vez que pienso en Concha Velasco últimamente me siento muy conmovida, porque es una mujer que con el paso de los años ha conseguido llegarme al alma, por su forma de ser, por su trayectoria artística y por los avatares de su vida personal.

Cuando era más jovencita, siempre tan inquieta, tan alegre, dispuesta para todo y para todos, se la veía empezando su carrera con unas ganas enormes de comerse el mundo, poniendo una ilusión desbordante en todo lo que hacía, tremendamente vital, con una ingenuidad y una frescura que ha mantenido de alguna manera a lo largo de los años. Tenía todo el futuro por delante, todo estaba por hacer, por descubrir. En aquel entonces tampoco era una artista que me llamara mucho la atención. Estaba en el candelero por su simpatía y su buenhacer, como tantos otros de moda en aquel momento, y porque sabía hacer un poco de todo. Lo de cantar nunca lo hizo demasiado bien, pero ella se ha atrevido con lo que le echaran. Resuelta, divertida, dinámica, entretenía a todos con películas blancas muy al uso en aquella época.

Según fue pasando el tiempo empezó a hacer papeles dramáticos. Es entonces cuando empezó a fascinarme. Encarnó a Santa Teresa, con una sensibilidad fuera de lo común. Hizo aquel papel tan desgarrador en los escenarios, Buenas noches, madre, y se atrevió a interpretar escenas subidas de tono en alguna película, mostrando su cuerpo maduro, siempre tan natural, tan ella misma, sin ningún artificio. Así descubrimos a una Concha Velasco en la plenitud de su vida y de su arte.

Su problema en este tipo de papeles, como el de algunos actores, es desembarazarse del personaje que en cada momento esté interpretando cuando acaba la función. Ella es de las que se lo llevan puesto, la acompañan en el resto de las horas del día, se meten dentro de ella tan adentro que por un tiempo pasan a formar parte de su persona, como si al encarnarlos no sólo les diera vida y les aportara cosas de sí misma, sino también se convirtieran en sustancia de su alma y ya no pudiera prescindir de ellos.

Dice que lo pasa muy mal interpretando papeles dramáticos, porque tarda mucho tiempo en abandonarlos o que la abandonen, tal es la forma como se posesionan de su persona. Yo sé de algún actor americano al que le pasaba esto, pero debía ser en grado tan profundo que necesitó ayuda psiquiátrica. Para las personas con una aguda y especial sensibilidad el proceso interpretativo puede convertirse en un juego peligroso, durante el cual se puede a llegar a perder la cordura. No es tan fácil ni tan divertido como nos puede parecer a los profanos meterse en la piel de otras personas y desdoblarse, como si se fuera realmente otro.

Concha Velasco se ha hecho mayor un poco repentinamente, porque aunque hace tiempo comenzara a envejecer, es ahora como si se le hubieran echado los años encima todos a la vez. Son sus circunstancias personales las que sin duda han tenido la culpa. Una separación después de tantos años de matrimonio y dos hijos, y la situación a la que se ha visto reducida, prácticamente en la ruina después de tantos años de trabajo, la han devastado profundamente, sobre todo porque ella es una mujer buena y muy sentimental. Pero nunca se ha dejado llevar por el rencor. Nadie sabe lo mucho que la comprendo. Ella no se lo merecía. Había llegado a una etapa de su vida en la que en lugar de poder recoger los frutos de su dilatada carrera y los de su largo matrimonio, cumplidas ya la mayoría de sus expectativas, sin comerlo ni beberlo se ha visto sola, desamparada, sin amor, una mujer como ella, que lo podía haber tenido todo si hubiera querido.
Pero Concha resurge de sus cenizas como el Ave Fénix. Ahora se la puede ver en una obra teatral tierna y desgarrada. En los carteles publicitarios aparece mirando de frente, con un gesto algo perplejo, quizá desolado, con una imagen distinta a todas las que habíamos visto de ella, tan camaleónica. Dice que es su última actuación, que se retira. Pero no puede irse, porque somos un público egoísta y no nos importa lo cansada que esté. ¿Qué vamos a hacer nosotros sin ella?. El panorama artístico se quedaría huérfano. Y además, ¿qué hará ella sin nosotros?. Porque nos necesita, y mucho. En más de una ocasión ha dicho que le inquieta y le entristece cuando no la han reconocido en los sitios públicos. A ella no le molesta que se le acerquen los fans, que se interesen los medios de comunicación por su persona. Todo lo contrario: para ella es tan necesario como el aire que respira sentir el calor y el cariño del público. Y lo va a tener siempre.

Porque ella ha sido y es grande, muy grande como artista, y muy grande como ser humano.

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