lunes, 24 de noviembre de 2008

Sal y pimienta (V)




- P: ¿ Cuál es una de las razones por la que no tengo perro?.
- R: No tener que recoger los excrementos aún calientes en la calle con la mano metida en una bolsita.

- P: ¿Y por qué no tengo una cotorra?.
R: Porque no quiero que nadie se entere de las cosas que digo cuando no estoy en antena.

- P: ¿Qué necesitaría tener en mi casa?.
R: Muchos hombres Balay como esos del anuncio que se pelean por ayudar a una mujer en las tareas domésticas sin que se de cuenta.

- P: ¿Qué programa de televisión me impactó más?.
R: Una de las ediciones de “La isla de los famosos”, en la que se veía a la hija del difunto Joaquín Prats comiéndose unos testículos de mono crudos, en una de las pruebas que les pusieron, y sin apenas inmutarse. Me sorprendió mucho por su valor, aunque cuando se tenga hambre se sea capaz de todo. La creía más pija.

- P: ¿Qué fantasía romántico-festiva me asaltaba en la infancia-adolescencia con más frecuencia?.
R: Una historia tipo “El lago azul” pero con el chico que me gustara en ese momento.

- P: ¿Qué actores que suelen ser taquilleros a mí sin embargo me caen fatal?.
R: Nicolas Cage, Matthew McConaughey, Matthew Broderick, Woody Harrelson, Brendan Fraser, Steve Martin.

- P: ¿Qué personajes del pasado me gustaría que volvieran?.
R: Los afiladores, con su armónica musical, aunque alguno queda. Y esos señores que se subían en las estaciones y repartían estampitas y pequeños objetos que llevaban colgados de todas partes a cambio de la voluntad cuando íbamos en el tren al Escorial.

- P: ¿Por qué prefiero en el teatro el drama a la comedia?.
R: Porque en la comedia siempre suele haber situaciones equívocas y malos entendidos, algo me que saca de quicio. En el drama hay dolor y viaje a lo más profundo del ser humano, y eso mola.

- P: ¿Por qué se ha implantado en España la fiesta de Halloween?.
R: Porque a la gente le gusta ser como fantasmas y brujas, y que les den calabazas.

- P: ¿Y por qué no se ha implantado en EEUU el entierro de la sardina?.
R: Quizá porque allí no tengan sardinas.

- P: ¿Por qué todas las festividades en España se celebran con dulces, roscones, huesos de santo, rosquillas, etc.?.
R: Para darme gusto a mí.

- P: ¿Por qué tienen tanto éxito los monólogos?.
R: Porque cada vez hay más gente que habla sola y sólo se escucha a sí misma.

- P: ¿Cuál fue la situación más ridícula que vi cuando me estaba examinando del carnet de conducir?.
R: Una chica, que se examinaba conmigo, que con los nervios olvidó echar el freno de mano, y cuando el coche empezó a irse para atrás se metió por la ventanilla de un salto (era muy menuda y llevaba minifalda) y se quedó con las piernas colgando en el aire.

- P: ¿A quiénes le quitaría la custodia de los hijos?.
R: A los drogadictos, a los maltratadores, a los gitanos y a los que los usan para mendigar. Los esterilizaría.

- P: ¿Por qué me gusta más la sidra que el champán?.
R: Porque es más suave y dulce, da igual que sea más barato, el precio de las cosas es el que uno le pone.

- P: ¿Por qué tengo la sensación de que disfruto de vacaciones de jubilados?.
R: Porque voy siempre a Benidorm.

- P: ¿Por qué hay tantos hombres ahora que les da por raparse la cabeza?.
R: Porque así se creen que parecen más duros, y lo que parecen es más brutos. Si es para parecerse a Kung-Fu les faltan muchas más cosas, ya quisieran.

- P: ¿A qué le daría de palos?.
R: A una piñata.

- P: ¿A qué hombres detestaré toda mi vida?.
R: Al director de mi colegio, al primer chico que salió con mi hermana, y al primer jefe que tuve.

- P: ¿Qué ambiente me parece más romántico y bonito para estar en pareja?.
R: Una habitación en penumbra llena de velas pequeñas encendidas y con pétalos de rosas por todas partes. De cine, claro.

- P: ¿Y qué imagen romántico-erótica que he visto en más de una película me gustaría para mí?.
R: Hacer el amor sobre una alfombra peluda y confortable frente a una chimenea encendida. Lo de hacerlo sobre la mesa de la cocina embadurnándome de harina es más incómodo. Aunque va a ser difícil ambas cosas, porque ni tengo chimenea ni mesa en la cocina.

- P: ¿Cuál fue la jefa más original que he tenido?.
R: Una que tenía muchas pelas pero le daba de vez en cuando por llenarse los bolsillos con material de oficina.

- P: ¿Y qué hacía otra jefa que tuve que también era muy original?.
R: Cada vez que se cabreaba, lo cual sucedía casi todos los días, daba botes en el asiento utilizando el reposapiés para darse impulso. Como estaba muy gorda se le subía la falda o el vestido y producía un efecto verdaderamente amedrentador.

- P: ¿Y el jefe más guarro que tuve?
R: Uno que cuando volvía de desayunar se pasaba luego todo el rato regurgitando las porras que se había comido.

- P: ¿Y el jefe más loco?.
R: Uno que colgó los datos del personal en Internet. El descontento laboral se manifiesta a veces de forma muy extraña.

- P: ¿Cuál fue uno de los compañeros de trabajo más pelota que tuve?.
R: Uno que salía de los despachos de los jefes como los orientales, sin darles nunca la espalda y haciendo reverencias sin parar.

- P: ¿Por qué las mujeres gritan tanto en las fiestas de boys?.
R: Para asustar al chico del escenario, el pobre. Qué malas son.

viernes, 21 de noviembre de 2008

En honor a la verdad (VII)


- Me ha gustado y no me ha gustado la nueva versión de “Dulce noviembre” que protagonizaron Charlize Terón y Keanu Reeves. Recuerdo la que se hizo a finales de los 60, con una Sandy Dennis siempre frágil e intensa. La forma de hacer cine de entonces no se recreaba como ahora en las truculencias de la vida, si no que dejaba entrever, más que descubría, las penas y miserias humanas, pues se dejaba al entendimiento del espectador y a su sensibilidad el conocimiento de lo que todos sabemos y de lo que no solemos hablar abiertamente. Es por eso que la primera versión me gusta más que esta última.
La protagonista es una chica que está enferma y “adopta” cada mes a un hombre que tiene problemas en su vida, pues ayudándolo a él encuentra una motivación que fundamente su existencia, el tiempo que esa persona le da es tiempo de más para ella en su lucha contra un destino inexorable. A ninguno de ellos desvela que padece una enfermedad que la aproxima cada vez más a la muerte, a ninguno menos al que escogió en noviembre.
En esta segunda versión ella le enseña a él a darse un respiro, a valorar la vida desde otro punto de vista: le esconde el móvil, le tira el reloj al agua de fregar los platos, le venda los ojos para que aprenda a desenvolverse con cautela, sin prisas, y para que aprenda a confiar. Él, estresado hasta el límite, creativo publicitario de éxito, agresivo y con un futuro profesional más que brillante, le dice que no a todo ésto cuando empieza a darse cuenta de la clase de gente que le rodeaba hasta entonces y la forma de vivir que llevaba.
Pero no se puede quedar más allá de un mes, como le pasó al resto. Noviembre resulta, más que dulce, agridulce, porque supone un amor roto y una muerte que nunca se llega a ver pero se imagina.
Siempre me gustó esta película, por lo original de la historia que cuenta, y por su final inacabado, como suspendido en el tiempo.

- Ahora que hay una exposición sobre el Titanic en Madrid, diría que no sé qué despierta más curiosidad en lo que a este tema se refiere, si la exhibición de objetos de la época que hace que parezca que el tiempo se hubiera detenido, o la tragedia que envolvió el fatal destino de este transatlántico. Quién le iba a decir a los que perecieron allí que algún día iban a recrear aquellos acontecimientos tan dramáticos para entretenimiento del gran público. De todo se hace negocio.
Sin embargo, es un tema que sigue fascinando.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Josephine Baker







Quién no ha oído hablar alguna vez de Josephine Baker, la mítica estrella del music-hall afroamericana que durante medio siglo llenó los escenarios con su presencia, además de ser actriz, modelo fotográfico y cantante.
Hija de un percusionista de vaudeville que les abandonó siendo aún una niña, tuvo que dejar la escuela para ganar con sus hermanos el sustento de su familia, trabajando como doméstica, niñera y vendiendo el carbón que recogían en la zona de los ferrocarriles. Buscaban comida entre los desechos de los mercados.
Josephine creció en el periodo de las peores revueltas racistas vividas en Saint Louis.
Con trece años empezó a bailar y aunque era sólo una adolescente llamó poderosamente la atención del público por su cuerpo espectacular, que mostraba sin pudor, y su personal forma de moverse. Estas primeras actuaciones venían acompañadas de ribetes cómicos, algo que con los años daría paso a números mucho más elaborados y sofisticados.
Su exótica forma de interpretar la danza, su sexualidad desinhibida, la fascinación que producía cada uno de sus movimientos, su magnetismo y plasticidad, la novedad de su talento artístico, su buen humor (decían que tenía una “risa cegadora”) y su belleza salvaje se unieron para dar como resultado el nacimiento de una estrella del espectáculo singular.
Combinaba los ritmos palpitantes y repetitivos de la música africana con el mambo y la rumba que aprendió en sus viajes a Cuba, y con la música que se llevaba en los años 20 y 30. A ella se debe el éxito del charleston en Europa.
Se hizo famoso el número que hacía en el que aparecía cubierta únicamente por una falda hecha con plátanos. Le gustaba mostrar su sensual cuerpo cubierto con extravagantes trajes. En ocasiones la acompañaba una pequeña leopardo ataviada con un collar de diamantes. El animal, que a veces se escapaba del escenario, le otorgaba a la representación un elemento adicional de tensión.
Amaba las mascotas y llegó a tener además de la leopardo, un chimpancé, una culebra, un cerdo, una cabra, una lora, un perico, peces, gatos y perros.
Según pasaron los años sus facultades innatas, su voluntad de trabajo, sus conocimientos técnicos, su disciplina física, la autocrítica, su sencillez y su elegancia a pesar de sus orígenes tan humildes, se hicieron más que patentes.
La empezaron a llamar de muchas formas: la Venus Negra, la Perla Negra, Diosa Criolla, Diosa de ébano…
Los críticos la calificaban como osada, soberbia, indómita. Su arte producía encantamiento en el público, placer para los sentidos. “Quién no bailaría con una música así, eso sí que puede llamarse ritmo”, decían.
Su cuerpo enajenado (parecía que perdía la razón cuando bailaba, tal era el paroxismo al que llegaba, entregada por completo a su trabajo) y su capacidad para la improvisación no conocían límites. Tenía además una voz privilegiada para el jazz.
Era digno de ver el voluminoso equipaje con el que recorría el mundo entero, entre docenas de zapatos, piezas de vestuario de teatro, pieles, vestidos y ¡64 kgs. de polvos de tocador!.
En 1927 era la artista mejor pagada de Europa. En Francia, donde vivía, producía éxtasis y adoración entre el público. En su tierra no tuvo nunca la misma acogida, pues en Norteamérica era inaceptable que una mujer negra disfrutara de ese poder y esa sofisticación. En algún hotel se negaron a alojarla por este motivo. Toda su vida fue víctima de discriminación racial, lo que le llevó a secundar en su momento el movimiento norteamericano por los derechos civiles de los negros y a apoyar a Martin Luther King. En su representaciones exigía que el público estuviera integrado, que no hubiera distinción entre negros y blancos.
Ninguno de estos avatares le impidió actuar en los sitios más importantes del mundo, como el Folies Bergère o el Cotton Club.
El compositor Henri Sauget dijo de ella: “Es adorable (…). Cada una de sus apariciones es un milagro de fina gracia y tacto (…). Es deslumbrante (…), brillante, espontánea, con un encanto único”.
Formó parte de la vanguardia parisina y logró sintonizar con el clima de innovación artística de aquel momento. Fue precursora del “art decó”.
Con motivo de la inauguración de su 2º night club en París, ofreció un concierto que, con un programa diseñado por Picasso y Cocteau, estuvo dedicado a recaudar fondos para los niños españoles víctimas de la guerra civil que había comenzado el año anterior.
Durante la 2ª Guerra Mundial fue voluntaria de la Cruz Roja y trabajó en el servicio secreto del Ejército Francés Independiente.
Su vida privada fue también muy intensa: se casó en cuatro ocasiones, la primera a los catorce años, y se divorció otras tantas. Con su última pareja no se llegó a casar, pero estuvieron unidos hasta el final de sus días.
Debido a un aborto mal practicado quedó estéril y decidió adoptar niños huérfanos, hasta un total de doce, de todas las razas. Los llamó “la tribu del arco iris” por la diversidad de su color. Con ellos fue a todas partes. A partir de entonces para ella fueron lo más importante de su vida y les dio todo de lo que ella había carecido en su infancia.
Para mantener a su numerosa prole tuvo que actuar siendo ya mayor. La recuerdo en esa época apareciendo en televisión sobre el escenario, luciendo unas piernas largas, finas y tersas a pesar de la edad, legado de su pasada belleza.
Cuando murió, poco después de conmemorar su medio siglo en el mundo del espectáculo, era una persona muy querida y respetada. Su talla como artista sólo es comparable con su humanidad y servicio a los demás.
Josephine Baker careció por completo de prejuicios morales o de ninguna otra clase. La exhibición que hacía de su cuerpo desnudo en sus actuaciones era un afán de mostrar el arte sin tapujos, igual que si se contemplara una estatua de Miguel Ángel. No había malicia en ella, ni segundas intenciones. La opinión ajena le tenía sin cuidado, sólo quería ser valorada por su trabajo. Quizá todo ésto fue producto de una infancia carente de los rígidos corsés de la educación convencional. Se dejaba llevar por sus instintos, su comportamiento podría parecer incluso selvático, pero su guía fue siempre hacer el bien y disfrutar de la vida sin hacer daño a nadie.
La desinhibición sobre el escenario se extendía a su vida privada. Algún conocido la encontró desnuda durmiendo la siesta en el camarote durante alguno de sus viajes transoceánicos. No tenía pudor, veía a la gente tal como era, sin dejarse engañar por las apariencias, y quería que la conocieran a ella tal como era también, no tenía nada que ocultar y pensaba que los demás tampoco tenían por qué. Y en este sentido fue un ejemplo para todos.

martes, 18 de noviembre de 2008

La insoportable levedad del ser


Intento ponerme en el lugar de los niños de hoy en día y no lo consigo. Recuerdo cómo era yo de pequeña y cómo era la sociedad de entonces y me parece que poco tiene que ver con lo que se ve actualmente.
En mi infancia, como bien retrata la serie “Cuéntame”, había platos de Duralex, se llevaban las faldas escocesas muy cortas, las familias permanecían unidas contra viento y marea, y la televisión era el centro de reunión y de información de todo el mundo.
Recuerdo que no existía el descontento y la crispación social que se ve ahora, no se veía mendicidad por las calles y podías salir hasta tarde sin temor a que te pasara nada malo. No había problemas de extranjería, ni pateras. No se conocían los contratos basura, aunque los sueldos eran más modestos que ahora y había menos comodidades en general, algo que tampoco se echaba mucho en falta.
No había drogadictos, ni sexo precoz, ni problemas de alcoholismo y tabaquismo a edad temprana.
La gente disfrutaba como enanos con sólo dos canales de televisión. Había sesión doble en los cines por el mismo precio. Se tomaban los alimentos sin desconfianza porque no se conocían las vacas locas, ni la gripe aviar, ni el aceite de colza.
Las hamburguesas no habían implantado su feudo en la dieta juvenil, ni la comida rápida. En las casas olía a guisos y las madres no se tenían que preocupar de si podrían amamantar y cuidar de sus hijos el tiempo suficiente antes de tener que incorporarse al trabajo, ya que ahora hay que pagar la hipoteca hasta más allá de la edad de jubilación, y como el divorcio está a la orden del día tampoco una mujer se puede permitir el lujo como antes de depender económicamente del marido.
Se iba a Misa cada domingo y se vestía con buen gusto (aún no se había inventado la moda “grunge”). Las familias numerosas proliferaban: las casas, las calles y los colegios estaban llenos de niños.
No había violencia en las películas ni en los telediarios, ni sexo explícito, y menos en franja horaria infantil. La censura servía, más que nada, para preservar la inocencia de los niños y no dañar su sensibilidad, porque cada cosa ha tenido siempre su momento. Se tenía muy en cuenta la salud psíquica del colectivo social, había una delicadeza para con todo el mundo que ahora no se ve. Y no es que antaño se tratara de mantener a la gente en la ignorancia. Ahora sabemos mucho de todo, la información corre a raudales por todas partes, pero sabemos cosas que no nos ayudan precisamente a vivir mejor, cosas que no aportan nada a nuestras vidas, que no nos enriquece como personas si no todo lo contrario.
Conceptos como “violencia de género”, que tampoco se llamaba de esta manera tan singular, se referían a casos aislados de gente tarada y de baja extracción, había un respeto por la mujer, una deferencia que ha desaparecido prácticamente.
Los bebés no eran abortados a cientos cada años en lugares legalmente reconocidos. La gente joven se amoldaba a una paga que se le daba en casa, normalmente modesta, y a los extras que se sacaran con algún trabajo eventual, y lo pasaban en grande con pocas cosas. No disfrutaban de los lujos y caprichos de la juventud actual, que además parece no tener nunca suficiente. Nadie les ha enseñado que no es más feliz el que más tiene si no el que menos necesita.
Había ilusión, inocencia, esperanza en un mañana en el que la vida sonreía a todos en mayor o menor medida. La televisión de hoy en día hace imposible todo eso, te muestra sin piedad una violación a las cuatro de la tarde, o las relaciones extramatrimoniales de varias parejas casadas como la cosa más normal.
Los ejemplos que nos enseñan con estos programas sacan a relucir lo peor del ser humano, todas sus lacras. Estamos enfermando porque nos inoculan a diario un veneno que nos produce angustia, desesperación, escepticismo, desesperanza. Parece que vivimos una era postnuclear sin haber estallado aún ninguna bomba atómica de las que tanto dicen que acabará con el mundo conocido.
Aún no estamos en un planeta dominado por los simios, ni nos encontraremos ninguna Estatua de la Libertad medio destruida y abandonada en cualquier playa para recordarnos que antes hubo una civilización hecha por ser humanos que aún tenían principios, que aún tenían valores que fundamentaran sus vidas.
Nos estamos autodestruyendo y no hace falta ningún Nostradamus que venga para recordárnoslo. No sé por qué el Mal puede cada vez más al Bien, no sé qué pretendemos con todo ésto y a dónde vamos a llegar.
Me niego a verme inmersa en un Universo vacío y sin sentido, en una pesadilla kafkiana, en una existencia surrealista. Para qué he traído hijos al mundo, no será para vivir esta realidad precaria y absurda, no para ser conducidos a un destino desolado, deshumanizado y descreído de todo.
Por qué será que siempre el ser humano acaba con todos los Paraísos, por qué nos gusta refocilarnos en la inmundicia. Ahora encontramos divertida la grosería y el mal gusto, nos reimos cuando vemos la reputación de los demás destruida con cuatro palabras crueles y falsas en cualquier medio de comunicación. Lo necio y lo mezquino es lo que se lleva.
Detengamos esta máquina demoledora, no sé a quién se le ocurrió ponerla en marcha. Siento que la raza humana vive pendiente de un hilo, en perpetuo estado de alarma, esperando y al mismo tiempo permitiendo que llegue un peligro que parece inminente y que no se sabe de cuál de los muchos frentes que hay abiertos va a proceder.
Es la insoportable levedad del ser, esa fragilidad y esa debilidad que tenemos las personas fruto de la extraña tendencia que mostramos, sobre todo últimamente, hacia la autodestrucción. Tentamos a la muerte de mil maneras, conduciendo a gran velocidad, bebiendo y fumando continuamente, practicando sexo indiscriminadamente y sin tomar precauciones, consumiendo drogas porque lo prohibido nos fascina, haciendo deportes de riesgo porque es lo que está de moda….
Atrapados en esta bola azul que flota en la negra nada que es la Tierra, da igual que queramos escaparnos con cohetes a otros planetas, mucho más feos que el nuestro hasta el momento. Da igual que nos empeñemos en conocer gente que nunca hemos visto y que posiblemente nunca veremos y que se supone existe en otros mundos, en lugar de intentar conocer mejor a los que nos son cercanos.
Verdaderamente esta levedad del ser resulta a veces insoportable. O quizá esta creciente mediocridad que nos invade.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Amistad

La primera amiga que tuve fue en el colegio, con 6 años. Un día, a poco de empezar el curso, se me cayó un sacapuntas al suelo y ella se agachó a recogérmelo. Yo venía de otro colegio, del que tuve que salir porque la directora hizo un desfalco, y me encontraba un poco perdida. Así empezamos a hablar. En el curso siguiente ya éramos amigas inseparables.
Angelines era la niña más educada de la clase, pero tirando a cursi. Las dos lo éramos en realidad. Tenía los ojos verdes, la piel muy blanca y el pelo rubio, largo y ondulado. Era muy alta y delgada. Yo admiraba su pelo, y como lo sabía me regaló en una ocasión un mechón. Recuerdo que pensaba que si alguna vez tenía una hija, quería que tuviese el pelo como el de ella, y así ha sido.
Con cualquier cosa nos divertíamos. A veces jugábamos a ver quién conseguía soltar lágrimas con más facilidad. Siempre ganaba yo, porque empezaba a pensar en cosas muy tristes. Ella probablemente no tenía por entonces en su mente nada que fuera lo bastante triste como para que le produjera ese efecto. Un compañero de clase se nos quedó mirando una vez y fue enseguida a la profesora para decirle que estábamos llorando. Ella nos miró preocupada y nos entró la risa.
Nuestros mapa físicos de España del tercer curso eran la admiración de algunos compañeros por la forma como los coloreábamos, usando distintas tonalidades de un mismo color: qué verdes eran aquellos valles, qué marrones las montañas, a veces un poco blancas las cumbres, y qué azules los ríos.
Éramos muy pulcras, cuidábamos mucho los libros y los cuadernos. Daba gusto con nosotras.
A veces usábamos alguna prenda de vestir muy parecida, como un gorro peludo tipo bola de nieve atado al cuello que nos poníamos en invierno, y al que lo único que distinguía era el color, el mío blanco y el de ella crema.
Angelines y yo no teníamos secretos entre nosotras y nos relacionábamos con el resto de los compañeros de clase con cierta distancia, como si estuviéramos en un estrato superior: todos nos parecían sucios, maleducados y vulgares.
Ella no era demasiado buena estudiante y solían quedarle asignaturas pendientes en junio y septiembre. Tenía que soportar la comparación con su hermano, casi diez años mayor que ella, que también había pasado por allí y había sido un alumno brillante.
Me gustaba ir a su casa porque me parecía muy acogedora. Su madre nos dejaba jugar con sus cacharros en la enorme cocina que tenían. Recuerdo que un día vi sobre una mesa una hermosa tarta de manzana. En su habitación, que era muy coqueta y estaba siempre muy ordenada, había una jaula con un pajarito al que llamaba “Pichí”, como el de Heidi. Se encaramaba a los dedos de la mano como si subiera una escalera según se los ibas poniendo. A veces íbamos a la habitación de sus padres y nos poníamos una especie de velo en la cabeza mientras nos mirábamos a un espejo, como si fuéramos novias.
Cuando hice la 1ª Comunión, ella me prestó su vestido y se acercó a verme a la salida de la parroquia. Aparece en las películas que mi padre cogía con el tomavistas en aquella época, colocándome el pelo por debajo de la toca.
Nos gustaba jugar en la calle, a la salida del colegio, al “escondite inglés” y en el parque con otros niños de clase. Mi hermana solía estar con nosotras, pero entre ellas se tenían celos y Angelines solía relegarla, para su fastidio.
Pasábamos tanto tiempo juntas y estábamos tan compenetradas que teníamos telepatía: a las dos se nos ocurrían las mismas cosas a la vez, pensábamos al mismo tiempo casi todo, lo que no dejaba de sorprendernos y gustarnos.
Como ella sí jugaba en la calle en sus ratos libres, sabía muchas canciones para acompañar con juegos de manos, y aún me acuerdo de algunas.
A veces juntábamos mucho las caras frente a frente, tapábamos los laterales haciendo hueco con las manos para que no entrara la luz y nos mirábamos fijamente a los ojos repitiendo sin parar “calavera” muchas veces. Llegábamos a ver una calavera blanca reflejada en los ojos de la otra, tanta era la sugestión, y cuando eso sucedía nos separábamos entre asustadas y divertidas.
En los cursos superiores nos hicimos muy amigas de otra niña, Raquel. Era un poco masculina, extremadamente inteligente y muy estudiosa. Hacía unos dibujos maravillosos, de hecho de mayor montó exposiciones. Siempre la estaba haciendo reir con mis ocurrencias. Las tres nos divertíamos mucho juntas, sin embargo la afinidad con Angelines fue siempre mayor, quizá porque era mi primera amiga.
El único defecto que tenía Angelines es que era muy mentirosa, mentía constantemente y sin ninguna necesidad. Yo a veces se lo hacía notar, porque es algo que siempre me ha molestado mucho, pero ella se hacía de nuevas. Se ve que no lo podía remediar.
Nuestra amistad se enfrió los dos últimos años del colegio y ya prácticamente no nos volvimos a ver al terminar porque ella no pasó al instituto, si no que decidió ir a una academia a aprender informática. Alguna vez, siendo adolescente, la vi por la calle paseando de la cintura con algún chico y ya por entonces me pareció una extraña.
Por la madre de Raquel supe que Angelines se casó y tuvo una niña, que debe ser dos o tres años mayor que mi hijo.
De ella conservo una bolita de cristal tallado prendida de un hilo blanco, que cuando se pone a la luz del sol cerca de una ventana refleja un arco iris por todas partes, y unas postales que nos escribimos desde la playa en vacaciones.
Guardo también el grato recuerdo de haber sido la primera vez que disfruté de la amistad. Dudo mucho que ella se acuerde de mí con el mismo afecto, quizá porque no era tan sentimental como yo y porque valoro las cosas y me dejan huella mucho más profundamente de lo normal.
Ella fue y será siempre la primera amiga que tuve.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El viaje interior


Cuántas veces sucede que sólo llegamos a conocernos realmente a nosotros mismos cuando realizamos, por circunstancias de la vida, un viaje interior al que normalmente no llegamos con plena consciencia, y para el que no solemos estar preparados, o eso creemos.
Que sólo usamos una pequeña parte de las capacidades de nuestro cerebro es una gran verdad, pero con el corazón pasa lo mismo: hay cientos de emociones que observamos en otros y que pensamos que no vamos a experimentar personalmente nunca. Pero el ser humano, sumergido en esta marea cambiante que es el Universo, es impredecible. Nosotros mismos somos los primeros sorprendidos ante nuestras propias reacciones. Puede que llevemos dentro de nosotros mundos que sólo necesitan una pequeña motivación para que afloren, o simplemente que aprendemos a lo largo de nuestra existencia de lo que vemos alrededor y lo colocamos en nuestro almacén mental, dispuestos a utilizar esa información cuando la ocasión lo requiera.
Este viaje interior empieza desde el mismo momento que somos concebidos. En el seno materno nos desarrollamos conforme a unos parámetros genéticos, el genoma humano, que nos determinan, y más adelante surgirán otras características que no serán heredadas si no intrínsecas a nosotros y de nuestra propia cosecha, todo ello mezclado de tal forma que llegamos a ser extremadamente complicados y a veces ni nosotros mismos nos entendemos.
Pero el viaje alcanza su plenitud en el momento que un acontecimiento de vital importancia cambia nuestras vidas. Es ahí donde el vehículo que hasta el momento conducíamos a un ritmo más o menos homogéneo y en una dirección concreta, de repente comienza a moverse a gran velocidad y en un sentido que a veces escapa a nuestro control. Podría ser un viaje que acabara como en “Thelma y Louise”, saltando con el coche por un precipicio en un arrebato de desesperación (la muerte es a veces tan liberadora), o sólo tratarse de un viaje en el que, como sucedía en “Rainman”, nuestro coche atravesara imponentes y solitarios parajes, desconocidos hasta entonces, ya porque nunca antes los habíamos recorrido, ya porque conociéndolos los vemos ahora con otros ojos. Éste es el viaje más interesante, aquel que hacemos seguros, confiados, algo pequeños e indefensos en medio de lugares tan inmensos, pero esperanzados porque es casi seguro que al final del camino nos conoceremos completamente y nos aceptaremos y querremos tal como somos, y a los demás también. Así es como se disfruta de las cosas mucho más.
Es importante saber quién conduce ese coche, porque a veces nos dejamos llevar y a veces somos nosotros los que conducimos. Ambas formas de viajar son factibles, pero la primera es mejor que sea de vez en cuando: en realidad este viaje sólo puede hacerlo uno mismo.
El paisaje que aparece retratado en “Rainman” refleja, con su enormidad, su quietud y su luz, la apertura de nuestra mente y nuestra alma, el deseo de conocer y de ser libres. Es una gozada ver esa carretera interminable, vacía, por la que uno puede desplazarse a gran velocidad si encontrar obstáculos, un camino que te puede llevar a cualquier parte y a ninguna.
Realmente este viaje no concluye hasta el mismo momento de nuestra muerte, porque mientras vivamos no dejarán de sucedernos cosas, de experimentar nuevas sensaciones que añadan escalas en ese recorrido hacia nuestro yo más profundo, en esa exploración hacia nuestra selva interior salvaje y recóndita, que en gran medida aún continúa virgen pese a las circunstancias tan diversas por las que pasamos.
No siempre podremos llegar al final con un pleno conocimiento de nosotros mismos, pero confiamos encontrar lo que buscamos, aunque sea una pequeña parte. Todo depende de hasta dónde seamos capaces de llegar, hasta dónde estemos dispuestos a atrevernos.
El viaje interior, el más importante que uno hace en la vida.

martes, 11 de noviembre de 2008

En honor a la verdad (VI)


- Qué horribles son esos programas de la televisión norteamericana en los que un ”predicador” se dedica a vender su idea de la religión y de Dios como si con esas cosas se pudiera mercadear. Son charlatanes de feria que por ponerse un clerigman y un alzacuellos se creen portavoces de no sé qué Iglesia y en posesión de la verdad absoluta. Eso sí, a cambio de donativos sustanciosos: uno puede pagarse su salvación, da igual los pecados que se tenga. Todo es perdonado a golpe de talonario, con dinero puedes hacer tu reserva en el cielo, como si fuera un hotel. Cuanto más se desembolse, más contento se pondrá Dios y mejor te tratará cuando abandones este mundo. Es parecido a lo que hacían en las culturas primitivas, cuando ofrecían sacrificios a la divinidad para hacerse perdonar las malas acciones.
Da miedo cómo prolifera en EEUU este tipo de programas, están en docenas de canales. Y el dineral que mueven. Cómo puede la gente caer en esas trampas, cuánta ignorancia. Hace poco me mandaron un correo electrónico en el que se podía ver la mansión que se había hecho construir uno de estos predicadores con la fortuna que había conseguido a costa de la ingenuidad y el temor de la gente. Un prodigio de derroche y de mal gusto, por cierto.
El cielo va a ser al final para algunos como el Oeste americano, cuando salían de estampida con caballos y caravanas por un territorio que no tenía dueño y clavaban una bandera en el trozo de tierra que se creyera mejor para poder iniciar una nueva vida y ver realizados todos los sueños. Nos gusta llegar, conquistar, tomar posesión, decir que algo es de uno y de nadie más, hacer reservas en todo, mirando nada más que al porvenir, a lo que aún no ha llegado.

- Me acabo de comprar lo último que ha sacado Madonna, que como todo lo suyo, está pegando fuerte, y me doy cuenta que hace más de veinte años que estoy comprando su música. Me admira la capacidad que tiene esta mujer para reinventarse a sí misma, agarrada con uñas y dientes a un trozo de ese enorme pastel que es la industria discográfica, peleando por su derecho a figurar en el ámbito musical internacional pese a los años y las modas cambiantes. Aunque su sonido se ha adaptado a los tiempos que corren, mantiene su toque personal procaz y provocador que ha sido su seña de identidad desde el primer vinilo que sacó. Sus facciones se han refinado gracias a la cirugía estética y la forma de maquillarse, pero el gesto de su cara y la actitud son básicamente los mismos, descarado, retador, como vicioso. No hay más que verla en la portada de su último cd, mirando de reojo con la boca y las piernas abiertas.
La forma de vestir mantiene el gusto por los corpiños y los sujetadores cónicos. No sé hasta qué punto tiene sentido continuar con la misma imagen de cuando era una jovencita. En su caso, pasar de la cincuentena no le ha restado creatividad y energía. La forma de moverse (siempre ha bailado bien) es todavía más exhibicionista que antes. El aire ramplón no se le va a terminar de quitar nunca. Pero bien por ella, porque sigue marcando tendencias y porque la música que hace y la repercusión social que tiene ya la quisieran para sí muchos cantantes de reciente hornada.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Acoso


Aunque el acoso ha existido desde los primeros pobladores de la tierra, que se pasaban el tiempo persiguiéndose unos a otros para darse caza y poderse alimentar, hoy en día seguimos persiguiéndonos pero ya como pasatiempo, desarrollando muy variadas formas: mobbing, bulling, burnout, etc.
El acoso que ha padecido mi hijo hace unos días y que afortunadamente no tuvo mayores consecuencias porque se tomaron las medidas oportunas, es un ejemplo a pequeña escala de la falta de respeto, educación y humanidad a la que cualquier persona puede llegar sólo con que se reúna con un grupito y se anime un poco.
Cuando era estudiante no existía la palabra “bulling” para denominar este tipo de situaciones. Yo misma he sido víctima de él, con la connivencia de alguna que otra profesora que, si bien en su trabajo era de las mejores que había, en el terreno humano dejaba mucho que desear. Sé que con los años esta señora acabó dando clase en un instituto lleno de chicos extranjeros, algo que ha debido ser un gran sufrimiento para ella, pues estaba llena de prejuicios raciales y sociales.
También he sido testigo de “bulling” a más de un compañero por aquel entonces, y ahora lamento profundamente mi falta de valor por haber hecho lo que hace la mayoría en estos casos: ver, oir y callar, que cada palo sujete su vela que ya bastante tenemos con nuestros propios problemas.
El “mobbing” ha sido una constante en mi vida laboral, con alguna excepción. Desde el primer jefe que tuve, un señor muy mayor y un auténtico ceporro que se aprovechaba de mi inexperiencia para machacarme con gritos y palabras humillantes, pasando por una jefa que me tenía envidia y era una auténtica verdulera que encima presumía de pedigrí, que también era ofensiva al hablarme y que buscó infructuosamente la connivencia de los compañeros. Recuerdo una mañana que me encontré la mesa llena de boletines, que parecía una trinchera, y me dijo de mala manera que los tenía que ordenar. Más le habría valido hacerlo ella misma en lugar de tener que acarrearlos desde su mesa a la mía. Por lo menos hizo algo de gimnasia, que buena falta le hacía a su obesidad. Suelen ser éstas personas con pocas luces y mucha mala leche. En realidad tenía problemas con todo el mundo y todos la detestaban por alguna cosa mala que les hubiera hecho.
Mi jefa de ahora hace algo parecido sólo que guardando las apariencias y revistiéndolo de mucha educación. Cuando nos quedamos a solas es cuando aflora su verdadero carácter, aunque yo la veo más bien como una persona que necesita urgente y prolongado tratamiento psiquiátrico. Me imagino que la que peor lo tiene que pasar es ella teniendo que aguantarse a sí misma.
El peor caso que he conocido fue en mi anterior trabajo, cuando tuve que ayudar a una compañera y amiga que estaba padeciendo un “mobbing” salvaje desde hacía varios meses. Había detrás un entramado organizado por jefes militares digno de una auténtica película de terror, y que abarcaba acoso sexual, laboral y personal. Cuando ella vino un día llorando presa de un ataque de ansiedad al que llegó cuando ya no pudo más, me encaré con su jefe, que intentó luego meterme un expediente disciplinario basado en mentiras. Un auténtico delincuente. Una persona influyente que conocía mi compañera lo detuvo todo.
Cuando me afilié al CSIF para sentirme un poco protegida en aquellas circunstancias, lo primero que me preguntaron era si tenía alguna cosa que decirles. Debía ser muy corriente que la gente se sindicalice cuando tiene problemas de acoso, y en la sede del sindicato había un enorme tablón de anuncios lleno de casos parecidos en prensa de “mobbing”, muchos denunciados y resueltos gracias a la intervención sindical.
Hay gente que no quiere dar importancia a estas cosas. Recuerdo a una conocida que trabaja en las oficinas de una constructora inmobiliaria cerca de mi casa, que me contaba hace algunos años que su jefe solía darle azotes en el trasero cada vez que pasaba ella. “Si es el hijo del dueño, un hombre joven, son chiquilladas, no hay que tomárselo en cuenta”, decía. Ella, una mujer educadísima, casada y madre de un niño con problemas de movilidad, creía que su trabajo peligraría si protestaba, aunque nunca lo admitió.
Quién no ha sufrido un acoso alguna vez, hasta en las familias, en la propia a partir del momento que no sigues las normas establecidas, o en la de tu pareja que, como en mi caso, nunca llegaron a aceptarme y con los años fue cada vez peor.
¿Cuál es la finalidad del acoso?. Pues destruir moralmente a una persona, y por lo general la envidia suele ser la causa más frecuente. Es difícil combatirla, porque suele provenir de gente que no tiene remedio, y a veces una retirada a tiempo o un poco de hipocresía social es lo mejor.
Es increíble que este fenómeno sea tan corriente y que además vaya en aumento, sobre todo entre los propios compañeros, que eso es ya lo último. Convivir debería ser algo mucho más fácil.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

En la cárcel


Dicen que una de las cosas por las que se puede medir el nivel de desarrollo de un país es por el estado de sus cárceles. Comparo, en un reportaje del National Geographic, el interior de una prisión en EEUU con las fotografías que he visto en alguna ocasión de las que existen en los países árabes y en el mundo oriental, y parece que no se trate del mismo tipo de sitios.
En EEUU las celdas no son demasiado pequeñas y tienen lo imprescindible para vivir con comodidad aprovechando muy bien el espacio. La limpieza es extrema. Hay también gimnasio, biblioteca, talleres ocupacionales, etc. Existe la posibilidad de aprender un oficio o estudiar una carrera universitaria. Muchos no tenemos estas ventajas tan a mano y si las quisiéramos tendríamos que rascarnos los bolsillos.
En estos países donde las condiciones de vida en la cárcel son tan malas, animales de todas clases proliferan y conviven con los reclusos por doquier. Las enfermedades se dan por descontado y la asistencia sanitaria es precaria o casi inexistente. En las celdas se hacinan muchos presos a la vez, y las condenas son muy duras y desproporcionadas en relación a los delitos cometidos, todo lo contrario que en el mundo occidental, con excepción de Rusia. Las torturas son frecuentes. Vivir aquí se convierte en una auténtica pesadilla, en un infierno en vida.
He visto que los presos acostumbran ahora a tatuarse determinados símbolos para que los demás sepan la condena que están cumpliendo. Si es cadena perpetua, se hacen tatuar en la parte de atrás de la cabeza, convenientemente rapada, un alambre de espinos. Otros símbolos indican la causa de la condena. Da mucha importancia si se trata de un delito de sangre.
No es lo mismo ser recluso en un sitio que en otro, en algunos lugares del mundo no sé ni cómo hay gente que se atreve a infringir la ley teniendo en cuenta lo que luego les espera. Aunque los delitos son siempre los mismos, porque la delincuencia deja pocos resquicios a la imaginación, la forma como se castigan no tiene nada que ver según en qué parte del mundo estemos.
Una de las utopías más interesantes, que no estaría mal que algún día se llevara a cabo, es hacer que el sistema legal y penitenciario fueran más o menos igual en todas partes, respetando las inevitables peculiaridades de cada país.
Temas como la pena de muerte merecerían un debate a parte, aunque en casi toda Norteamérica parece que lo tienen claro.
Imagino que el principal problema de un recluso será, además de la privación de libertad y el alejamiento de su entorno familiar y social, la convivencia con los demás presos, ya que hay personas que han llegado allí con una historia personal muy triste y dura a sus espaldas, y sus mentes están seriamente dañadas. No se puede esperar que estos individuos tengan un comportamiento normal, sino más bien antisocial y peligroso. La verdadera condena para el que está encarcelado no es tanto las normas o la disciplina que la propia institución quiera imponer como sobrevivir a esta convivencia sin demasiados contratiempos.
No debería permitirse que la población reclusa tenga su propia ley y que pueda tomarse la justicia por su mano. Qué rehabilitación social es esa para un delincuente. Una cárcel así no tiene sentido, no merece respeto, no cumple la función para la que ha sido creada. Sólo permite alejar a los elementos indeseables y aislarlos para que no perjudiquen al resto de la sociedad. La cárcel debería ser más que un castigo, un lugar en el que poder recapacitar sobre el alcance de nuestros actos y sobre el mal que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Debería ser un tiempo de reflexión que sirva para meditar y replantearse la vida.
Se me ocurre que una de las formas como sería posible eliminar o reducir el terrorismo en nuestro país es enviar a los etarras a cumplir condena a las cárceles de Bangkok, por ejemplo. Se lo pensarían dos veces antes de intentar alguna de sus barbaridades. Allí no entrarían por una puerta y saldrían por otra como pasa aquí, si no que cumplirían íntegramente su condena, ni tampoco podrían brindar con champán cada vez que hay un atentado. Con gente así se replantea uno la posibilidad de implantar la pena capital y los trabajos forzados.
Si nos fijamos bien, la mayoría de la gente vive como lo hacen los que están en presidio: horarios rígidos, costumbres fijas. No piensan en lo que van a hacer cada día, no disfrutan de nada en especial: las rutinas llevan a repetir indefectiblemente los mismos desplazamientos y las mismas actividades siempre, con escasas excepciones. Será que tampoco somos libres, como les pasa a ellos, sólo que a nosotros no nos priva nadie de libertad, somos nosotros mismos los que voluntariamente parecemos prescindir de ella.
Liberemos mente y espíritu y demos rienda suelta a los buenos sentimientos y las sensaciones positivas. Libres como el viento, nosotros que podemos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

En honor a la verdad (V)







- Halloween, otra costumbre importada de yanquilandia que cada vez está más implantada en nuestros hábitos. Qué fiesta más macabra y de más mal gusto: brujas, muertos, calabazas con sonrisa terrorífica, velas…. Con qué facilidad hoy en día se impone y tiene acogida lo tétrico. Cada vez más aflora el lado oscuro que todos llevamos dentro. Halloween es una horterada más que ha tenido eco sobre todo entre los jóvenes y los niños. Cuando mi generación haya desaparecido, quedarán cosas como ésta, las costumbres que nada tienen que ver con nosotros, y las nuestras posiblemente habrán caido en el olvido.

- Me parece genial lo que hacen en la ETB con ese programa de humor sobre los vascos. Cualquier otra comunidad autónoma podría hacer lo mismo, en todas las regiones tenemos peculiaridades a las que se podría sacar partido para reírnos un poco.
Sin embargo han sido los vascos los que han decidido explotar su propio filón, contándonos cosas de allí que muchos desconocíamos, formas de hablar y de entender la vida, pero caricaturizándolas. Como por ejemplo cuando dicen que es la única región donde las sedes de los partidos políticos están en bares.
Que si son machistas, que si son brutos, cabezotas… En el fondo tienen su puntito tierno, todo eso que les caracteriza en realidad lo hace la tierra donde han nacido, forma parte de su idiosincrasia.
La aproximación más cercana que hacen al problema del terrorismo es a través de unas marionetas, “los batasunis”, mal encaradas, cejijuntas, con pendientes y con palestinos al cuello. Ridiculizan las costumbres vandálicas callejeras de estos pro-etarras. No son tan distintas de las que tienen los ultras que vienen a mi barrio al estadio cuando hay partido, aunque la causa que los mueve es bien distinta.
Tienen valor los actores que hacen este programa, se ve que son gente noble y muy sana. El por qué los vascos hacen una parodia de sí mismos en televisión y no los de otras regiones, puede ser porque pareciera que quisieran hacerse perdonar toda esa catástrofe que les afecta a ellos y al resto de España, un problema que nos trae de cabeza a todos. Es una forma de hacer ver que la inmensa mayoría de los vascos no secunda a semejante grupo, que no se les puede identificar con algo así, quieren limpiar un poco su imagen de cara al resto del mundo. A mí me da lástima lo que les sucede, llevan demasiados años en esta situación. A nadie le gusta que le digan que la suya es tierra donde nacen asesinos.

- Lo que más me impresiona cuando veo “El sexto sentido” es la posibilidad de hablar con nuestros seres queridos que han muerto. Cierto es que resulta terrible que un niño pueda ver y comunicarse con espíritus que le piden que les ayude a conseguir justicia cuando han sido víctimas de una muerte violenta, pues el niño vive sobresaltado, en permanente estado de alarma. Todos desearíamos poder comunicarnos con los que ya no están, romper esa barrera invisible que separa inexorablemente a los vivos de los difuntos. Aunque me temo que lo que no hayamos disfrutado aquí con los que no están, va a ser difícil que lo podamos disfrutar ya, o quizá de otra manera.
Debe ser tremendo tener que decir, con un vaho gélido saliendo de nuestra boca, aquello de “yo, en ocasiones, veo muertos”. Y lo peor es, según se cuenta en la película, que muchos ni siquiera saben que lo están.
 
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