Aunque el acoso ha existido desde los primeros pobladores de la tierra, que se pasaban el tiempo persiguiéndose unos a otros para darse caza y poderse alimentar, hoy en día seguimos persiguiéndonos pero ya como pasatiempo, desarrollando muy variadas formas: mobbing, bulling, burnout, etc.
El acoso que ha padecido mi hijo hace unos días y que afortunadamente no tuvo mayores consecuencias porque se tomaron las medidas oportunas, es un ejemplo a pequeña escala de la falta de respeto, educación y humanidad a la que cualquier persona puede llegar sólo con que se reúna con un grupito y se anime un poco.
Cuando era estudiante no existía la palabra “bulling” para denominar este tipo de situaciones. Yo misma he sido víctima de él, con la connivencia de alguna que otra profesora que, si bien en su trabajo era de las mejores que había, en el terreno humano dejaba mucho que desear. Sé que con los años esta señora acabó dando clase en un instituto lleno de chicos extranjeros, algo que ha debido ser un gran sufrimiento para ella, pues estaba llena de prejuicios raciales y sociales.
También he sido testigo de “bulling” a más de un compañero por aquel entonces, y ahora lamento profundamente mi falta de valor por haber hecho lo que hace la mayoría en estos casos: ver, oir y callar, que cada palo sujete su vela que ya bastante tenemos con nuestros propios problemas.
El “mobbing” ha sido una constante en mi vida laboral, con alguna excepción. Desde el primer jefe que tuve, un señor muy mayor y un auténtico ceporro que se aprovechaba de mi inexperiencia para machacarme con gritos y palabras humillantes, pasando por una jefa que me tenía envidia y era una auténtica verdulera que encima presumía de pedigrí, que también era ofensiva al hablarme y que buscó infructuosamente la connivencia de los compañeros. Recuerdo una mañana que me encontré la mesa llena de boletines, que parecía una trinchera, y me dijo de mala manera que los tenía que ordenar. Más le habría valido hacerlo ella misma en lugar de tener que acarrearlos desde su mesa a la mía. Por lo menos hizo algo de gimnasia, que buena falta le hacía a su obesidad. Suelen ser éstas personas con pocas luces y mucha mala leche. En realidad tenía problemas con todo el mundo y todos la detestaban por alguna cosa mala que les hubiera hecho.
Mi jefa de ahora hace algo parecido sólo que guardando las apariencias y revistiéndolo de mucha educación. Cuando nos quedamos a solas es cuando aflora su verdadero carácter, aunque yo la veo más bien como una persona que necesita urgente y prolongado tratamiento psiquiátrico. Me imagino que la que peor lo tiene que pasar es ella teniendo que aguantarse a sí misma.
El peor caso que he conocido fue en mi anterior trabajo, cuando tuve que ayudar a una compañera y amiga que estaba padeciendo un “mobbing” salvaje desde hacía varios meses. Había detrás un entramado organizado por jefes militares digno de una auténtica película de terror, y que abarcaba acoso sexual, laboral y personal. Cuando ella vino un día llorando presa de un ataque de ansiedad al que llegó cuando ya no pudo más, me encaré con su jefe, que intentó luego meterme un expediente disciplinario basado en mentiras. Un auténtico delincuente. Una persona influyente que conocía mi compañera lo detuvo todo.
Cuando me afilié al CSIF para sentirme un poco protegida en aquellas circunstancias, lo primero que me preguntaron era si tenía alguna cosa que decirles. Debía ser muy corriente que la gente se sindicalice cuando tiene problemas de acoso, y en la sede del sindicato había un enorme tablón de anuncios lleno de casos parecidos en prensa de “mobbing”, muchos denunciados y resueltos gracias a la intervención sindical.
Hay gente que no quiere dar importancia a estas cosas. Recuerdo a una conocida que trabaja en las oficinas de una constructora inmobiliaria cerca de mi casa, que me contaba hace algunos años que su jefe solía darle azotes en el trasero cada vez que pasaba ella. “Si es el hijo del dueño, un hombre joven, son chiquilladas, no hay que tomárselo en cuenta”, decía. Ella, una mujer educadísima, casada y madre de un niño con problemas de movilidad, creía que su trabajo peligraría si protestaba, aunque nunca lo admitió.
Quién no ha sufrido un acoso alguna vez, hasta en las familias, en la propia a partir del momento que no sigues las normas establecidas, o en la de tu pareja que, como en mi caso, nunca llegaron a aceptarme y con los años fue cada vez peor.
¿Cuál es la finalidad del acoso?. Pues destruir moralmente a una persona, y por lo general la envidia suele ser la causa más frecuente. Es difícil combatirla, porque suele provenir de gente que no tiene remedio, y a veces una retirada a tiempo o un poco de hipocresía social es lo mejor.
Es increíble que este fenómeno sea tan corriente y que además vaya en aumento, sobre todo entre los propios compañeros, que eso es ya lo último. Convivir debería ser algo mucho más fácil.
El acoso que ha padecido mi hijo hace unos días y que afortunadamente no tuvo mayores consecuencias porque se tomaron las medidas oportunas, es un ejemplo a pequeña escala de la falta de respeto, educación y humanidad a la que cualquier persona puede llegar sólo con que se reúna con un grupito y se anime un poco.
Cuando era estudiante no existía la palabra “bulling” para denominar este tipo de situaciones. Yo misma he sido víctima de él, con la connivencia de alguna que otra profesora que, si bien en su trabajo era de las mejores que había, en el terreno humano dejaba mucho que desear. Sé que con los años esta señora acabó dando clase en un instituto lleno de chicos extranjeros, algo que ha debido ser un gran sufrimiento para ella, pues estaba llena de prejuicios raciales y sociales.
También he sido testigo de “bulling” a más de un compañero por aquel entonces, y ahora lamento profundamente mi falta de valor por haber hecho lo que hace la mayoría en estos casos: ver, oir y callar, que cada palo sujete su vela que ya bastante tenemos con nuestros propios problemas.
El “mobbing” ha sido una constante en mi vida laboral, con alguna excepción. Desde el primer jefe que tuve, un señor muy mayor y un auténtico ceporro que se aprovechaba de mi inexperiencia para machacarme con gritos y palabras humillantes, pasando por una jefa que me tenía envidia y era una auténtica verdulera que encima presumía de pedigrí, que también era ofensiva al hablarme y que buscó infructuosamente la connivencia de los compañeros. Recuerdo una mañana que me encontré la mesa llena de boletines, que parecía una trinchera, y me dijo de mala manera que los tenía que ordenar. Más le habría valido hacerlo ella misma en lugar de tener que acarrearlos desde su mesa a la mía. Por lo menos hizo algo de gimnasia, que buena falta le hacía a su obesidad. Suelen ser éstas personas con pocas luces y mucha mala leche. En realidad tenía problemas con todo el mundo y todos la detestaban por alguna cosa mala que les hubiera hecho.
Mi jefa de ahora hace algo parecido sólo que guardando las apariencias y revistiéndolo de mucha educación. Cuando nos quedamos a solas es cuando aflora su verdadero carácter, aunque yo la veo más bien como una persona que necesita urgente y prolongado tratamiento psiquiátrico. Me imagino que la que peor lo tiene que pasar es ella teniendo que aguantarse a sí misma.
El peor caso que he conocido fue en mi anterior trabajo, cuando tuve que ayudar a una compañera y amiga que estaba padeciendo un “mobbing” salvaje desde hacía varios meses. Había detrás un entramado organizado por jefes militares digno de una auténtica película de terror, y que abarcaba acoso sexual, laboral y personal. Cuando ella vino un día llorando presa de un ataque de ansiedad al que llegó cuando ya no pudo más, me encaré con su jefe, que intentó luego meterme un expediente disciplinario basado en mentiras. Un auténtico delincuente. Una persona influyente que conocía mi compañera lo detuvo todo.
Cuando me afilié al CSIF para sentirme un poco protegida en aquellas circunstancias, lo primero que me preguntaron era si tenía alguna cosa que decirles. Debía ser muy corriente que la gente se sindicalice cuando tiene problemas de acoso, y en la sede del sindicato había un enorme tablón de anuncios lleno de casos parecidos en prensa de “mobbing”, muchos denunciados y resueltos gracias a la intervención sindical.
Hay gente que no quiere dar importancia a estas cosas. Recuerdo a una conocida que trabaja en las oficinas de una constructora inmobiliaria cerca de mi casa, que me contaba hace algunos años que su jefe solía darle azotes en el trasero cada vez que pasaba ella. “Si es el hijo del dueño, un hombre joven, son chiquilladas, no hay que tomárselo en cuenta”, decía. Ella, una mujer educadísima, casada y madre de un niño con problemas de movilidad, creía que su trabajo peligraría si protestaba, aunque nunca lo admitió.
Quién no ha sufrido un acoso alguna vez, hasta en las familias, en la propia a partir del momento que no sigues las normas establecidas, o en la de tu pareja que, como en mi caso, nunca llegaron a aceptarme y con los años fue cada vez peor.
¿Cuál es la finalidad del acoso?. Pues destruir moralmente a una persona, y por lo general la envidia suele ser la causa más frecuente. Es difícil combatirla, porque suele provenir de gente que no tiene remedio, y a veces una retirada a tiempo o un poco de hipocresía social es lo mejor.
Es increíble que este fenómeno sea tan corriente y que además vaya en aumento, sobre todo entre los propios compañeros, que eso es ya lo último. Convivir debería ser algo mucho más fácil.
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