miércoles, 21 de abril de 2010

Mis actores favoritos (I): Charlton Heston


Charlton Heston está en mi memoria cinematográfica desde la noche de los tiempos. Nunca un actor reunió en sí mismo tantas cualidades como él, pues a un físico perfecto unía una inteligencia, una sensibilidad y un talento interpretativo fuera de lo corriente.
Cuando de niña veía sus películas basadas en personajes bíblicos e históricos, pensaba que nadie mejor que él podía meterse en la piel de esas personas y mostrarnos los hechos en los que se vieron inmersos y los sentimientos y emociones que posiblemente debieron tener.
Charlton Heston pertenece a una escuela de actores que ya no existe. Es un actor clásico que fue capaz de expresar como nadie cada uno de los estados de ánimo de que es capaz el ser humano. Supo en cada momento reflejar la actitud adecuada. Nos introducía con naturalidad en los detalles de un universo particular, el del protagonista que estuviera encarnando en cada ocasión, y lo hacía intensamente, a lo largo de un proceso creativo que iba in crescendo hasta culminar con el desenlace final.
Su apostura constituyó un icono de belleza masculina en su época. No en vano fue modelo cuando aún no conseguía encontrar trabajo como actor. Alto, fuerte, guapo, sus cualidades físicas no le convirtieron, sin embargo, en una persona engreída. Su sencillez y elegancia, el magnetismo que emanaba, su educación, discreción y prudencia, su equilibrio personal, lejos de los escándalos habituales en Hollywood, le hacían ser el actor ideal en todos los sentidos. Su profesionalidad y talento eran garantía suficiente para saber que cada película en la que participara sería un éxito.
Incluso medió para que un director fuera contratado en contra de la opinión de los estudios, o para que otro pudiera hacer su labor sin que se interviniera en el montaje final, cambiando su punto de vista, algo que era muy corriente entonces.
Charlton Heston fue capaz de lidiar con personajes de todas clases, tanto los bíblicos e históricos que ya he mencionado antes, como de aventuras, ciencia ficción o películas de catástrofes, que frecuentó mucho durante los 70, y algunos westerns. Su talento dramático sacaba adelante con brillantez cualquier propuesta que se le planteara, no había obstáculos interpretativos para él.
No hay otro Ben Hur o Moisés como los que él hizo suyos, no hay otro atormentado Miguel Ángel, ni hay otro hombre perdido en “El planeta de los simios” como él, ni otro colono enfrentado a la marabunta que destruía su plantación. Su forma de expresar el drama, esa manera de caer de rodillas agachando la cabeza, la pesadumbre, la desesperación, el llanto, el desgarro, esa manera de comunicar con todo el cuerpo sin caer en el exceso ni descomponer la figura, sin sobreactuaciones, es un estilo personal que no ha tenido parangón con ningún otro. Y lo mismo si interpretaba la emoción de la fe o una escena de amor, con su tierna, penetrante y apasionada mirada azul, su forma de abrazar y de besar. Cuánto hemos suspirado muchas mujeres intentando imaginarnos en los brazos de un hombre así.
Sus últimos años, ya retirado del cine y la televisión, estuvieron salpicados por la polémica, al ser el presidente de una asociación que defendía la venta libre de armas. Las radicales declaraciones públicas que hizo en este sentido nos hicieron pensar que estábamos ante un hombre distinto, cambiado, trastornado.
Una enfermedad mental degenerativa se lo llevó de este mundo hace un par de años, siendo ya muy mayor. Pero nos queda ese Charlton Heston único, inimitable, irrepetible, que seguirá haciéndonos disfrutar con esas películas que rodó hace tanto tiempo y cuyo valor es ya inalterable, eterno, historias que poblaron nuestros sueños de infancia y juventud y se nos quedaron grabados para siempre.
 
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