Yo no soy supersticiosa, pero la verdad es que hay cosas inexplicables en esta vida que me dan mucho respeto y que no me gusta tratar a la ligera. El Tarot es una de ellas.
Inevitablemente, cuando pensamos en echadoras de cartas nos viene a la mente la palabra estafa. Pero no todo el que se dedica al Tarot tiene por qué ser un estafador. Creo que hay personas que nacen con un sentido especial que la mayoría no poseemos.
Una de mis amigas, cuando nos reunimos, si es en mi casa lleva consigo su Tarot particular, naipes desgastados por el uso que tienen dibujos peculiares y antiguos que llaman poderosamente mi atención. He leído que esta baraja se creó en el siglo XIV, y que solía usarse sólo para jugar, hasta el siglo XVI, en que empezó a utilizarse con fines adivinatorios. Son naipes alargados, unos más grandes y otros más pequeños.
Nosotras lo tomamos como un juego, una diversión que sirve para reir un rato, mira lo que te ha dicho a ti, pues anda que tú tampoco te libras… Nuestra amiga enciende una vela, extiende un tapete, deja que barajemos y luego coloca los arcanos mayores y menores con parsimonia sobre la mesa, estudiando su contenido, pensando en lo que va apareciendo. No es difícil que adivine nuestros más íntimos anhelos y las cosas que nos han pasado en la vida porque nos conoce muy bien, pero no deja de tener su miga. A parte de los típicos temas de salud, dinero y amor, sabe quién nos visita, qué ser querido que ya falleció está en contacto con nosotros. Una de las amigas siente especialmente la presencia de su madre, a la que estaba muy unida.
Pero yo nunca le he dicho a qué seres queridos echo de menos. Cuando me tocó a mí, mi amiga miraba sus cartas, desconcertada, sin saber qué decir. “Tú no dejas que se acerquen”, me dijo sorprendida, “tienes miedo, los alejas y no dejas que estén ahí contigo”.
Cuando me dijo esto, hace ya tiempo, pasaba precisamente por una etapa en la que sufría ataques de pánico. Cada vez que me quedaba sola en casa porque a mis hijos les tocaba ese fin de semana ir con su padre, sobre todo al irme a acostar, me asaltaban ideas extrañas acerca de seres del otro mundo que se me acercaban para hacerme daño. En la cama temblaba como no lo he hecho ni siquiera de niña, hasta el punto de sentir auténticas descargas eléctricas en mi cerebro, un electrocutamiento neuronal.
Todo esto pudo estar motivado, según he leído, por una crisis de ansiedad. En esos momentos, cuando me ocurría eso, trataba de autoconvencerme de que era mi imaginación que me jugaba una mala pasada, quería racionalizar el motivo de mi miedo, como suelo hacer con todo lo que me produce inquietud, pero fue en vano. Pensé en que la locura debe ser eso, perder el control de tus sentidos, de tu capacidad de pensamiento y raciocinio, y entrar en una espiral terrorífica donde sin explicación posible sientes cosas que no existen que te provocan estados de ánimo terribles.
Mi hermana y yo teníamos un Tarot en casa de jovencitas, que compramos por curiosidad. Sólo echamos una vez las cartas, siguiendo las instrucciones, porque nos dio auténtico miedo ver lo que salía, era muy malo sobre todo para mi hermana. Después de aquello ya no las volvimos a coger.
Estas cosas, en las manos equivocadas, creo que pueden hacer mucho daño. Por eso, cuando veo en esos canales infames a esas pitonisas con esas pintas ridículas que pretenden hacerse pasar por lo que no son, sacándole el dinero a la gente con su verborrea de charlatán de feria, me pongo mala.
El Tarot puede llegar a sacar a relucir lo que está oculto, de cualquier época de nuestra vida, pasada, presente o futura. Habría que decir, como dijo Julio César, que la suerte está echada.
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