martes, 2 de marzo de 2010

En un lugar del corazón


Hace hoy una semana que murió mi suegro. Ya hablé sobre él en un post a principios del mes pasado, cuando se barruntaba el desenlace. Hay cosas que, aunque sepas que son inevitables y que no van a tardar mucho en suceder, te cogen desprevenido cuando tienen lugar. La muerte de mi suegro ha sido así para mí.
Fue mi hija la primera en saberlo. Cuando entré en su habitación vi que había dejado un charquito de lágrimas sobre el edredón de su cama, como hizo cuando murió su abuela paterna. Ella estaba llorando. "El abuelito ha muerto", me dijo. Qué dolor siento cada vez que recuerdo esa frase.
Se me hace un mundo el pensar que él ya no va a estar entre nosotros. Aunque perdimos el contacto hace algo más de tres años, a raíz de la separación de su hijo y mía, el saber que él seguía en este mundo me reconfortaba. Mi suegro y yo dejamos de vernos de forma abrupta, sin adioses. No sé hasta qué punto él pudo lamentarlo, pero yo sí que lo sentí. Sigo echando de menos nuestras conversaciones, el escuchar sus historias, el sentarme a la misma mesa que él a la hora de comer.
Es curioso lo profundamente que estaba arraigada su persona en mí. De él siempre tuve una clase de afecto y de respeto que no recibí del resto de su familia. Por eso, su fallecimiento me llenó de sombras, y su ausencia ya permanente y definitiva se ha clavado como un cuchillo en mi corazón.
Y es que así era él, una mezcla de afecto y de crudeza. Los sentimientos que ha despertado en mí su muerte tienen también esa rara mezcla de ambas cosas, y el no haber podido decirle adiós es lo que más me duele. Me hubiera gustado haber podido estar con él para ayudarle a sobrellevar su trance. No sé si habría servido de algo. Aunque él era ya muy mayor, no lo parecía por su carácter y su constante actividad, por su amor a la vida y su manera de entender las cosas tan intensamente. Era pura energía. Él era el alma de su familia, el motor de su casa.
La muerte de mi suegro termina de cerrar un capítulo de mi vida y me hace pasar página sobre una etapa que en realidad quedó hace mucho tiempo atrás. Él era el único vínculo emocional que me quedaba con aquel periodo, con aquel lugar y aquella familia.
Lo voy a recordar siempre alejándose por la calle, allá en su pueblo, siempre por la mañana muy temprano, en verano sobre todo, con su camisa blanca limpia y recién planchada, con su forma de andar cojeando un poco, decidido, para irse a tomar un café con los conocidos, comprar el periódico y el pan. Era una costumbre que rara vez abandonó, hiciera frío o calor, lloviera o nevara, muy mal se tenía que encontrar o algún imprevisto había tenido que surgir para que no lo hiciera.
Ángel está desde hace mucho en un lugar del corazón.
 
MusicaServicios LocalesContadorsAnuncios ClasificadosViajes