miércoles, 13 de febrero de 2008

Maniática de la última palabra (II)

- Cuando mi hija me habla con toda naturalidad de la fotosíntesis mientras riega el bonsai que le regalé por Navidad, o mi hijo me da una disertación sobre las características de Júpiter que aprendió cuando hizo su último trabajo-castigo de clase, pienso que aún no está todo perdido en cuanto al nivel de enseñanza en este país. Hoy estoy optimista.

- Hace tiempo supe que aunque veamos brillar una estrella en el firmamento, posiblemente esa estrella no exista ya, porque su luz tarda mucho en llegar hasta nosotros, y observamos el reflejo de su fulgor aunque ella se haya apagado. Así pasa con los seres queridos que ya no están entre nosotros. Y con algunas ilusiones también.


- Años atrás le regateé el precio de una pulsera a un negrito de los que se ponen a vender en las calles más comerciales de Madrid. Aquel hombre, alto como una torre, puso por un momento cara de niño apenado y angustiado, y supe que no estábamos jugando a un juego en el que estuviéramos en igualdad de condiciones. Nunca antes había regateado al ir a comprar una cosa, y nunca lo he vuelto a hacer. Siempre cabe la duda de que el que te vende se aprovecha de ti, o tú de él si regateas. Siempre me timan de todas maneras. En todo. Pero ya me da igual. No quiero regatear nunca más, en ningún orden de la vida.

- A las mujeres nos ponen mucho los hombres que nos saben escuchar. Y si encima nos hacen reir, mejor que mejor. Y si además nos ríen las gracias aunque no tengan gracia, para qué te voy a contar. Esta rara cualidad sólo la tienen hombres que gozan de paciencia, sensibilidad e inteligencia. Creo que voy a poner un anuncio en Internet: “Se busca oyente-chistoso que sea también risueño”. A lo mejor contesta Woody Allen.


- Mi hija dice que es un rollo todo lo que escribo. Pues también tiene razón.

- Ahora, con las elecciones generales ya próximas, los candidatos nos ofrecen el oro y el moro para que les votemos, como siempre. Y nosotros, los electores, parece que tenemos que ofrecernos al mejor postor. Ésto es como en una subasta, a ver quién da más, sólo que con mentiras.

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