miércoles, 26 de octubre de 2011

La boda de mi amiga (II)


No sé si es plenamente consciente mi amiga de lo afortunada que es con la familia política con la que ha emparentado. A ella más que a nadie le hacía falta poder encontrar el amor de unos padres que le han faltado desde temprano y el calor de un hogar. Es proverbial el cariño y la atención que la gente asturiana tiene con todos los que vienen de fuera.

La hermana del novio, muy espiritual y elegante, me habló de su profesión de periodista por temporadas, según le saliera el trabajo, aunque quería preparar oposiciones para ser funcionaria. Casualidades de la vida.

En la mesa donde estaban los parientes del suegro se oía hablar en gallego.

En un cierto momento, terminada la comida, estaban solos los novios en su mesa cuando una de las hermanas, la que conduce tan mal, le pasó una tarjeta en la que dedicaba unas palabras a sus padres, fallecidos hace algunos años. Mi amiga no pudo evitar emocionarse y derramó cuantiosas lágrimas abrazada a su recién estrenado marido, con la cara escondida en el cuello de él. Éste la abrazó estrechamente cerrando los ojos, sintiendo su dolor, durante un largo rato, solos los dos, en un momento de intimidad. Fue un llanto manso, lleno de impotencia y desconsuelo por lo irremediable de la muerte. Cómo los echaría en falta mi amiga en un día tan señalado, especialmente a su madre. También le sirvió a ella para desahogarse de los nervios pasados con toda la ceremonia.

Y la fiesta continuó. La novia lanzó un ramo que había comprado para ese momento, pues el que usó en la iglesia lo iba a depositar en la tumba de sus padres. La única que tenía interés en cogerlo, la amiga a la que perseguía el hermano del novio, se abalanzó sobre él como una fiera. Luego la novia ideó algo similar para los hombres. ¿Por qué no tienen ellos su momento ramo, a ver quién de ellos dejaba de ser soltero?. Pero había que darle una nota un poco picante, y lo que se lanzó fue la liga azul de la novia. Todos esquivaron aquella cosa que, volando, se les venía encima, amenazando la costumbre de su soltería. El único que se abalanzó sobre el objeto cuando ya había caído al suelo fue, cómo no, el hermano del novio. Y entonces se dio una situación rocambolesca: de repente apareció la madre del novio y le ofreció a ese hijo que aún quedaba soltero a la amiga que cogió el ramo, que puso cara de pócker, sin saber qué decir. Era evidente que aquello no podía cuajar. Lástima, hubieran hecho una curiosa pareja.

Dos de las amigas eran muy bailonas y tuvieron entretenidos a los amigos del novio, que también lo eran. En un par de ocasiones nos pusimos todos a bailar la conga alrededor del salón, y una de las veces la encabezó la niña, que estaba encantada. Ella nos había hecho reir durante la comida con sus ocurrencias, y si alguien gritaba diciendo aquello de que se besen los novios ella se enfadaba mucho porque, claro, le habían enseñado que no se debe alzar la voz.

Pero la más bailona de todos fue finalmente la novia, que seguía en la pista cuando ya estaba todo el mundo derrotado. Sus clases de baile, de las que me hablaba en más de una ocasión, salieron a relucir.

Salí un rato con dos de las amigas a ver la rojiza puesta de sol sobre el Cantábrico. En la otra punta de la costa habíamos estado mi amiga ahora recién casada y yo contemplando ese mar hace tres años sin saber lo que el futuro depararía. Acostumbrada al Mediterráneo, aquí el agua parece tener una tonalidad más oscura, es más transparente, llega con espumosa calma a las rocas y no tiene olor.

Y la tarde cayó y llegó la noche en aquel salón acristalado. Sólo quedábamos unos pocos invitados. De regreso al hotel nos pusimos ropa cómoda y volvimos al Café Plaza a tomar algo ligero. De nuevo me sorprendieron cuando sirvieron un té a una de las amigas que venía metido en un tubito en lugar de en bolsita, y le pusieron tres pequeños relojes de arena metidos en un soporte metálico, cada arena de un tono pastel diferente, que servían para saber en qué punto querías tomarlo: si dejabas pasar poco tiempo es que lo querías suave, un poco más de tiempo con sabor algo más fuerte, y mucho tiempo muy fuerte.

Al día siguiente, tras despedirnos de los invitados que se alojaban en el hotel, salí con las hermanas y la amiga, con las que hice el camino de ida, a pasear un rato por Gijón. Nos acercamos al puerto deportivo, que ya conocía. La vida allí es muy plácida, los paseantes se movían sin prisas o se sentaban en los bancos a tomar el sol, tan espléndido como el día anterior. Admira la limpieza y la anchura de las calles, y la educación y amabilidad de su gente. Contrasta con la suciedad de Madrid , su deterioro y su creciente crispación.

Y volvimos atravesando las escarpadas montañas cubiertas de bosques y bordeando los valles tapizados con un manto verde, salpicados con órreos, casas de dos plantas, huertos y vacas que pastaban tranquilamente. Al llegar a León las montañas no eran tan altas, pero el paisaje seguía siendo tan hermoso como en Asturias.

Se cumplió el sueño de mi amiga de encontrar al amor de su vida y subir al altar. Sé que quiere tener hijos y que no va a tardar mucho en cumplir también este sueño. Una nueva etapa, una aventura, comienza ahora para ella.

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