jueves, 10 de septiembre de 2009

Momentos inolvidables del cine (III)





































- La última escena de “Las amistades peligrosas”, Glenn Close quitándose lentamente el maquillaje ante un espejo, hundida después de saber el triste final de su amigo por causa suya, y de sufrir el rechazo social que ello le ha ocasionado. Se la ve cómo va retirando las pinturas de la cara, como quien se quita una máscara, mientras las lágrimas van cayendo poco a poco por su rostro. La desolación de lo inexorable, de lo que ya no tiene remedio.

- En “La misión” Robert de Niro llora sin consuelo después de que uno de los nativos le cortara la soga con la que, atada a su cuello, arrastraba la pesada que se había impuesto para purgar sus pecados, y la tira por el precipicio. Al principio su llanto es incontrolable, pero como esto provoca la risa de los indígenas, que le rodean y le acarician, él termina riendo y llorando alternativamente, liberado así de una enorme presión emocional y del sentimiento de culpa.

- En “El príncipe de las mareas” cuando los tres hermanos, aún niños, se tiran juntos al mar y se cogen de las manos bajo el agua, unidos por lazos de sangre inquebrantables, protegidos y aislados en un medio silencioso como el acuático que los preserva de un mundo exterior que les es hostil, sórdido, insoportable.

- El momento en que Clifton Webb, un señor maduro que se dedica a cuidar niños, le vuelca en la cabeza a uno de ellos un cuenco con comida porque éste a su vez le había hecho lo mismo a él. El hombre-niñera que consigue maravillas con un montón de mocosos maleducados. Deliciosa película “Mr. Belvedere”, de esas pequeñas joyas en blanco y negro de hace muchos años que casi ha pasado desapercibida en comparación con otros clásicos del cine. Combinación de ternura y humor a partes iguales.

- La escena romántica de “Mejor imposible” cuando Jack Nicholson se ve obligado por Helen Hunt a decirle algo bonito, y él le contesta que desde que la conoce ha vuelto a tomar las pastillas que necesita para sus trastorno psicológico, hablando muy despacio, como si le fatigara sobremanera tener que mirar dentro de sí y hablar sobre ello. Concluye: “Tú haces que quiera ser mejor persona”. “Es agotador tener que hablar así”, dice mientras oculta la cara tras sus manos.

- En “Los puentes de Madison”, cuando Meryl Streep está a punto de abrir la puerta del coche, conducido por su marido, para salir corriendo a meterse en el que está delante de ellos, que también está esperando a que cambie el semáforo, donde está el reciente y único gran amor de su vida. Una de sus manos se aferra a la palanca de apertura de la puerta mientras la otra se coge los pliegues de la ropa sobre su regazo, cerrada en un puño por la tensión. Deber o placer. De ninguna de las dos maneras sería feliz de todas formas.

- Cuando James Dean le coge por las solapas de la chaqueta a su padre en “Al Este del Edén”, y le grita llorando reprochándole que nunca le ha querido y que sólo se ha preocupado de su hermano. El papel de joven rebelde y atormentado fue lo que catapultó a la fama a este actor, como bien es sabido. Dicen que se interpretaba a sí mismo. Siempre fue muy intenso, desgarrador, conmovedor…

- En “La sombra del actor”, el largo, patético y desconsolado monólogo del asistente cuando muere el actor ya muy enfermo y anciano al que había servido como un esclavo. Cólera por el trato recibido, por la falta de compensaciones materiales y emocionales. Se alternan el resentimiento y la lástima. Sensibilidad homosexual a tope. Magníficos diálogos, grandes actores en esta película.

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