viernes, 4 de abril de 2014

Dos hombres negros


Hubo dos hombres negros que fueron coetáneos y que lucharon, cada uno a su manera, por los derechos de los de su raza. Fueron Cassius Clay y Martin Luther King.

Cassius Clay renegó de muchos de los hábitos nada saludables del estilo de vida americano de su época, como el racismo. Utilizó su popularidad como campeón de boxeo para difundir sus opiniones sobre muchos temas, que tuvieron siempre una amplia difusión en los medios de comunicación. Como buscaba la confrontación dentro y fuera del cuadrilátero, la polémica estaba servida. Bajo los focos y las cámaras de televisión y con los micrófonos apuntándole sin cesar allá donde iba, por su boca salían su orgullo y su ira a borbotones. Hablaba sin descanso, casi sin pensar, era como una olla a presión a punto de estallar. Muchos le tachaban de bravucón, pero bajo aquella coraza envalentonada se escondía un hombre profundamente concienciado con las grandes causas que afectan a la Humanidad.

Era evidente que los periodistas le hacían preguntas con la clara intención de soliviantarle. Me llamó la atención cuando le preguntaron por las declaraciones que hizo su madre afirmando que estaba angustiada por la seguridad de su hijo, al ver que recibía todo tipo de amenazas. Él contestó, por una vez calmado, que era lógico que una madre se preocupara por su hijo. También le interpelaron acerca de Martin Luther King, y él expresó su admiración por su persona, declarándose afín a él en muchos aspectos.

Cassius renunció a la religión que profesaba para unirse a los musulmanes. Se cambió el nombre, como es bien sabido, para reforzar este argumento. Rechazó también alistarse en el Ejército cuando fue llamado a combatir en Vietnam. Se le tachó de antipatriótico y de cobarde, él que combatía en el ring casi a diario. Cassius declaró que a él no le habían hecho nada los vietnamitas, que ellos eran hijos de Dios lo mismo que él y que no iba a ir allí a exterminarlos sólo porque otros lo hubieran decidido así. Se lo hicieron pagar caro al despojarle de su título de campeón del mundo y estar 3 años sin poder pelear. Cuando la propia sociedad norteamericana abominó de aquel conflicto bélico todos se dieron cuenta de que al púgil no le faltaba razón, aunque los prejuicios raciales impidieran que esto fuera reconocido públicamente.

La imagen del boxeador sonado por tantos golpes no cuadraba con Cassius Clay. Él pensaba, y muy deprisa. Su voluntad era de hierro y no había quien la doblegara, forjada en la lucha por la vida desde su infancia, cuando con tan sólo 12 años empezó a boxear.

Martin Luther King profesaba también un gran respeto por el púgil. Era consciente de que ambos eran líderes de los afroamericanos en una época que hervía de cambios y en la que aún había mucho por hacer. Martin también se sabía amenazado, pero siempre dio la cara, nunca se ocultó. Era consciente del peligro que afrontaba e intuía cuál sería su final, pero siguió viviendo y regalándonos sus pensamientos con sentencias que han pasado a la historia. “Yo tengo un sueño” fue uno de sus más celebrados y recordados discursos, que se ha convertido casi en una oración.

Luther King encabezó una memorable marcha en Chicago contra la guerra de Vietnam. Era también, como Cassius, un hombre muy religioso. Había una gran espiritualidad en la población negra de EE.UU. en los 60. La injusticia social, la violencia racial, la pobreza y la falta de oportunidades, eran miserias que había que erradicar, y los que luchaban por reivindicar los derechos de los negros se ponían en manos de Dios para hallar la fuerza necesaria con qué combatirlas.

Fueron muchos los que participaron en esa lucha, pero hoy quiero traer a colación a estos dos hombres, Cassius Clay y Martin Luther King, por lo excepcional de su trayectoria vital. Para ellos, y los que con ellos arrimaron el hombro, nuestra admiración y respeto.

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