viernes, 5 de octubre de 2007

Regreso al instituto

Hace unos días tuve una reunión en el instituto donde ha empezado a estudiar mi hijo este año. Hacía 23 años que no pisaba ese edificio desde que cursé allí mis estudios.
Han cambiado algunas cosas: un escenario con focos en el gimnasio y nueva iluminación, la capilla ya no se utiliza, instrumentos de música para actividades extraescolares, los baños reformados ....
Me vinieron a la memoria montones de escenas de hace mucho tiempo, conversaciones con algún profesor, vivencias con mis compañeros de entonces. Recordé el nivel tan alto de exigencia académica que había, y lo mucho que aprendí en esa época, más que en ninguna otra de mi vida.
Las clases me parecieron mal conservadas: las puertas envejecidas, a las paredes les hacía falta una buena mano de pintura, el frente de la mesa del profesor lleno de letras pintadas por los alumnos (algo impensable cuando yo estaba allí, como dice una tía mía, esas son costumbres de presidio), los espacios reducidos a la mitad (antes las aulas eran más grandes) .....
También es verdad que cuando yo empecé a estudiar en ese instituto, tan sólo hacía cuatro años que había comenzado a funcionar.
Los cambios me imagino que no habrán sido sólo materiales. El centro se habrá tenido que ir adaptando a los tiempos que le haya tocado vivir en cada momento, y el nivel académico y la disciplina se habrán relajado bastante. En algunos aspectos creo que es mejor, porque existía demasiada rigidez, y se puntuaba demasiado bajo las evaluaciones. En otros aspectos es peor, porque cuanto menos se le exija al alumnado, menos rendirá y peor preparado estará el día de mañana.
Había además otra peculiaridad en este instituto hace años: los alumnos estaban compuestos en su mayoría por hijos de militar, que formaban como una casta aparte y que, de forma más que evidente, contaban con los parabienes y el beneplácito de los profesores, que sabían quiénes eran sus familias, la graduación militar de sus padres, etc. Lo de ser "hijo de" ya era importante a tan temprana edad. Los que no entrábamos en ese grupo mayoritario teníamos un gran hándicap a la hora de ver reconocidos nuestros esfuerzos, e incluso de poder relacionarnos con normalidad con los compañeros.
Hoy en día, afortunadamente, todo eso ha desaparecido, pero ha surgido otro problema, esta vez de índole social, que es el "bulling": el acoso escolar. Lo que antes eran elementos problemáticos que siempre han existido en todos los centros escolares, se ha convertido hoy en día en pequeñas "bandas organizadas", que tienen conductas antisociales e impiden el desarrollo normal del resto del grupo. Confío en que ésto no suceda aquí.
Me produce una gran satisfacción ver cómo mi hijo se echa su pesadísima mochila a la espalda todas las mañanas para irse tan contento al instituto, él solo por primera vez, el inicio de su independencia y de su incipiente libertad. Lo imagino sentado en los pupitres de esas mismas aulas en las que tanto tiempo pasé escuchando y aprendiendo. Lo veo a veces cuando tiene gimnasia a primera hora de la mañana y paso por delante para ir al trabajo, corriendo y saltando en el patio, pasándolo bien. Me preocupaba su desenvolvimiento en un sitio nuevo, después de tantos años pasados en el mismo colegio, y de momento parece que todo va bien.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decir que me quedo con un lema en latín que, desde hace no muchos años, figura en una placa colocada a la entrada del instituto, "Sapere aude", que es "saber escuchar", algo que parece tan difícil hoy en día en el mundo que nos ha tocado vivir, donde cada cual va a lo suyo y casi no nos miramos a la cara, algo que además es fundamental para cualquier estudiante. Y también abrir la mente.

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