jueves, 16 de agosto de 2007

San Fermín

Me horrorizaba una vez más, el mes pasado, cuando contemplaba en la televisión las imágenes del San Fermín de turno, como cada año, y compruebo que, pese a ser considerados europeos y vivir ya en el siglo XXI, todavía seguimos anclados en la prehistoria.
Ignoro si en otros sitios del mundo tienen esta costumbre que hay aquí de mezclar las tradiciones salvajes con la religión.
Me parece tan ridículo ver cómo un montón de hombres agitan en el aire un papel enrollado en la mano mientras cantan a la imagen de un santo que, se preguntará sin duda el pobre lo que pinta él allí en todo ese fregado, que no sé ni cómo a ellos no se les cae la cara de verguenza.
La tradición de los encierros está extendida por casi todos los pueblos de España, y aunque en los últimos años se han implantado normas que restringen algunas de las prácticas bárbaras que se venían llevando a cabo, aún continúan perpetrándose contra los toros todo tipo de felonías.
Perseguirlos y azotarlos con lo que se tenga en la mano es ya más que reprobable. Muchos se quejan de que desde que están estas restricciones en vigor, las fiestas ya no han vuelto a ser las mismas. Por lo visto es mucho más divertido cuantas más atrocidades se puedan cometer impunemente contra estos pobres animales.
Lo que sí me ha llamado siempre la atención es que sólo se ve correr a los hombres, nunca a una mujer. Puede ser porque se trata de demostrar la valentía y la hombría exponiendo así la vida, o que las mujeres somos más inteligentes y procuramos no meternos en líos semenjantes. O simplemente que no nos dejan, que está mal visto.
Y el colmo de la estupidez es cuando se acaba el San Fermín y se ve a los hombres, sucios y borrachos, llorar como niños desconsoladamente contra las fachadas de los edificios, porque se ha terminado un año más.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, quiero decirte que mientras estas costumbres permanezcan, el machismo atávico, la violencia gratuita, no dejaremos de ser un país de boina y pandereta, de verbena y tintorro, como un pueblo inmenso sin civilizar, lleno de paletos.
Si pudiéramos preguntar a San Fermín al respecto, estaría de acuerdo conmigo.

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