jueves, 2 de agosto de 2007

Diario de a bordo (II)


Día 19 de julio: Estuve observando en el silencio de la noche la bóveda estrellada que es el firmamento. Con mi astrolabio he calculado la posición de esas diminutas luces que iluminan la oscuridad y he comprobado así que nuestra ruta es correcta. Si el buen dios Eolo quisiera soplar de barlovento más de lo que acostumbra en los próximos días, gozaríamos del espectáculo de ver hundiéndose y volviéndose a levantar la proa de nuestra galera en la inmensidad del agua marina, y haciendo saltar girones de espuma que nos salpiquen la cara y nos obliguen a recordar que somos piratas y que al mar se lo debemos todo.

Día 20 de julio: Hemos avistado un galeón pirata a lo lejos que nos ha llenado de inquietud. Sabrán quizá que llevamos un tesoro en nuestras bodegas, el último botín conseguido gracias a un valioso mapa que por fortuna cayó en mis manos un día que estuve trapicheando en el mercadillo de uno de los puertos por los que pasé. No sé si no nos vió o no le interesó abordarnos, pero desde luego yo ya pensaba recibirlo a cañonazos. El caso es que pasó de largo. De eso que se han librado. Con mi patente de corso en la mano, iré a donde me plazca, y nadie podrá detenerme en todas las aventuras en las que me embarque, nunca mejor dicho.

Día 21 de julio: He escuchado al amanecer, tumbada en mi cama, en mi camarote, el graznido de las gaviotas volando sobre el mar, en busca de algunos peces que llevarse al pico. Se acercan con frecuencia a mi barco, como si no les diera miedo mi bandera negra ni el aspecto amenazante de mi tripulación. Algunas veces llegan a posarse en el puente de mando cuando yo no estoy allí. ¡Cuánta osadía!. Como sigan así terminarán mandado ellas en mi goleta.

Día 23 de julio: Observo un nutrido grupo de delfines nadando a los lados de mi navío. Son bellas criaturas, inteligentes y sensibles, pacíficas casi siempre y feroces cuando la ocasión lo requiere. Nos lanzan su característico sonido agudo, no sé si para saludarnos o para avisarnos de algún peligro. Hace un rato me pareció ver a lo lejos unas cuantas sirenas que nos hacían señas alzando los brazos. Yo, como soy mujer, no tengo el peligro de caer bajo su influjo, pero habrá que tener cuidado con el sector masculino de la tripulación, no vaya a ser que se deje llevar por su hechizo.

Día 25 de julio: Los pequeños piratas no le tienen temor al mar y se han zambullido un rato entre las olas. El niño pareciera que fuese el mismísimo hijo de Neptuno, y la niña la hija de la diosa Venus saliendo de las aguas. Antes que a nadar aprendieron a bucear, y sus cuerpos se desenvuelven y se confunden con el líquido elemento con absoluta naturalidad. Serán buenos navegantes cuando crezcan y difícilmente se verán en un naufragio, estoy segura de ello.

Día 26 de julio: Hoy es el día de mi cumpleaños, y la tripulación ha querido que recalemos en algún puerto y lo festejemos en las tabernas. La verdad es que es una ocasión que cada vez me apetece celebrar menos, pero como también es el santo de la pequeña pirata y además dentro de unos días es su cumple y no vamos a estar juntas, pues lo hicimos a gusto. Sobre todo por ella, que se lo merece todo.

Día 28 de julio: El vigía dió la voz de alarma y yo me apresté a coger mi catalejo y a observar a través de él cómo un extraño objeto de color amarillo se nos acercaba volando por la popa a gran velocidad. Resultó ser un hidroavión que hizo varios vuelos rasantes con los que pasó rozando la arboladura de nuestro velamen. Magnífico aparato, aunque de escasa utilidad por estos lares, tan lejos de la costa.

Día 29 de julio: Nos han abordado algunos de los amigos más queridos que tenemos, que hace muchísimos años que conocemos. Inician ahora su travesía para navegar durante el mes de agosto. Pedro e Isabel, con su hija y su nieta, cariñosos y entrañables como siempre. Ellos se conocieron siendo muy jovencitos y ya llevan casados 53 años. Nos dijeron que cada día se quieren más y que no concebirían la vida el uno sin el otro. Dios los bendiga.

Día 30 de julio: Regresamos a nuestro punto de partida sin ninguna novedad, aunque con pocas ganas, pues nos hubiera gustado seguir surcando los mares. Algunos asuntos inaplazables me reclaman en tierra y me obligan a desembarcar. Mi tripulación parece contenta y me piden que vuelva a contar con ellos para otra travesía. No les he asegurado nada, pero siempre conviene contar con marineros fieles a su capitán y que respalden las órdenes que reciban.

Ya estoy concluyendo este particular cuaderno de bitácora. No está lejos el tiempo en que el mar me reclame de nuevo, y yo acudiré presta a su llamada, como cualquier capitán pirata que se precie haría siempre.

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