miércoles, 22 de agosto de 2007

La guerra civil


Dichoso tema éste del que tenemos que seguir hablando a la fuerza, casi siete décadas después de que tuviera lugar, cuando lo que habría que hacer es guardarlo en la caja de los truenos, de donde no lo deberíamos dejar salir jamás. Tema que sigue suscitando dolor, y más guerra.

Arma usada por cierta clase de políticos para tergiversar la Historia y así manipular al ciudadano de a pie, cuando ni los que nos gobiernan ni nosotros hemos vivido en nuestra propia piel, afortunadamente, un episodio tan terrible y lamentable como es ese para una nación.

Fundamento de debate para toda una pléyade de mal llamados intelectuales, que hacen una interpretación superficial y muy "sui géneris" de hechos que sólo nuestros abuelos (el que aún los tenga), pueden contar.

Las veces que he oido hablar de ella siempre ha sido con espanto. Nada bueno se puede decir, como al hablar de cualquier guerra, pero en las condiciones en que se vivía en España en aquella época era aún peor porque había un enorme atraso en la sociedad de entonces.

Mis abuelos maternos se llevaron la peor parte, porque les tocó en Madrid. Mi abuela se alimentaba de mejillones de lata (los terminó aborreciendo) y de mondas de patata hervidas. Cuidaba de una hermana que estaba ciega por un tumor cerebral, y un día que estaban en su casa tuvieron la feliz ocurrencia de cambiar de habitación porque les molestaba el excesivo sol que entraba por la ventana, y nada más hacerlo cayó un obús justo donde ellas acababan de estar, por lo que salvaron la vida de milagro. Un hermano suyo, sin embargo, no tuvo tanta suerte, porque murió el último día de la guerra al estallarle una granada en la mano.

A mi abuelo lo llevaron a fusilar dos veces al paredón, denunciado por vecinas envidiosas que, en ocasiones como ésta, aprovechan para desquitarse de rencillas acumuladas años atrás. "Miradle las manos", decían, "que no son las de un trabajador". En el último momento lo salvaba algún mandamás que lo reconocía porque él siempre hacía muchos favores y era amigo de todo el mundo.

Militar de profesión, se había tragado la guerra de Marruecos, donde vió morir a muchos de sus amigos, y tuvo a su vez que matar a bayoneta calada , según los usos de la época, para salvar la vida. Cuando estalló la guerra civil, recién fallecida su primera mujer y la hija de ambos de tuberculosis, y habiendo conocido a mi abuela, de la que se enamoró tan desesperadamente como sólo un hombre en esas condiciones se puede enamorar, tuvo unas enormes ganas de vivir y lo último que quiso hacer fue exponerse. Se dió de baja pretextando problemas de salud y estuvo los tres años de contienda sin ponerse un uniforme. Lo que más recientemente les ha pasado a los veteranos de Vietnam, que volvieron asqueados y decepcionados de tanta barbarie, le pasó a él. Ser militar en tiempos tan convulsos como aquellos era algo muy difícil de superar. Siempre he pensado que no hay nada más bonito que un militar que no quiere empuñar las armas, que se declara en paz. Muchos podrán pensar que fue un cobarde. Nada más alejado de la realidad: hay que tenerlos bien puestos para poner así en entredicho su honor y su valor, para ser capaz de echar mano de su cordura, que pocos debían tener por aquel entonces, y ver lo absurdo de todo aquello.

Mis abuelos paternos corrieron mejor suerte. Al estar lejos de Madrid, tan sólo oían de pasada a los escuadrones que volaban en formación para dirigirse a las zonas de conflicto. Aún así a mi abuela, que hacía poco había dado a luz a mi padre, se le retiró la leche con el susto y lo tuvieron que alimentar con leche de cabra, que era lo único que tenían por entonces.

Todo lo que sucedió en aquella guerra es bien conocido: los paseíllos a altas horas de la noche, las matanzas colectivas, las fosas comunes, las torturas y vejaciones, la quema de iglesias, el terror..... Cuántos inocentes asesinados, sin distinción de ideologías. Y todos españoles, todos con una patria común, con parientes comunes. Un gigantesco fraticidio.

A qué recordar y exhibir todas esas miserias, cuando una guerra es algo que hay que lamentar y de lo que tendríamos que avergonzarnos, no haber sido capaces de arreglar nuestras diferencias como lo hacen las personas civilizadas. ¿A quién beneficia todo ésto?. Sólo es una tortura añadida para los que vivieron aquella época, porque les obliga a recordar cosas que preferirían poder olvidar.

Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, cree si te digo que doy gracias a Dios por no haber nacido en una época tan pavorosa como aquella, porque no sé si lo hubiera podido soportar y si hubiera conseguido sobrevivir a todo aquello, ni tampoco sé si podría arrastrar conmigo el resto de mi vida las secuelas que seguramente me habría dejado.

Bendita paz.

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