lunes, 10 de diciembre de 2007

El año que vivimos peligrosamente

Hoy titulo mi post como aquella estupenda película del magnífico director Peter Weir, que trataba de un periodista que viaja por su trabajo a un país en conflicto, y se ve inmerso en un montón de situaciones difíciles que ponen en peligro su vida, como si caminara en la cuerda floja.
Así he vivido yo este año 2007, que ya casi se nos va. En él han tenido lugar acontecimientos de toda índole que sin duda cambiarán mi existencia para siempre: he pasado por un proceso de divorcio, he conocido gente nueva, he hecho y sentido cosas que hacía mucho que no hacía ni sentía, y otras que nunca antes había experimentado. Los buenos y malos momentos se han sucedido constantemente y me he visto zarandeada por los acontecimientos como si navegara en un barco a la deriva en medio de una tormenta.
Pero no es la primera vez que vivo un año peligrosamente, y coincide además en las dos últimas décadas en años que acaban en 7. Yo no soy supersticiosa, pero ésto sí que me da qué pensar. En 1987 me fui de casa con mi hermana y estuvimos viviendo un año por nuestra cuenta, haciendo lo que nos daba la gana, una especie de mili femenina que nos dio la oportunidad de desenvolvernos sin ayuda de nadie. Las circunstancias en que nos fuimos, con la oposición de nuestros padres, fue lo único que ensombreció la experiencia. Fue un año extraño en el que sentí por vez primera lo que es la libertad, y aunque me fui con el convencimiento de que no volvería más, no tardé mucho en darme cuenta de que no sería así, y que aquel momento de euforia vital tenía fecha de caducidad. Aún así lo viví intensamente: empecé a escribir (y cobrando) en una revista de barrio haciendo entrevistas, me apunté a Amnistía Internacional, asistí a mi primer concierto al aire libre (“Génesis”), y estuvieron a punto de meterme un expediente en el trabajo por retrasos continuados en la hora de llegada (no conseguía oir el despertador, y cuando lo oía lo apagaba y me volvía a quedar dormida sin remedio). Supe además lo que era el hambre, porque algún mes que otro no calculamos bien el presupuesto.... En fin, hubo un poco de todo. En el salón de la casa que ocupábamos puse un gran póster que representaba una paloma blanca con un grillete atado a una de las patas. Así me había sentido yo hasta entonces.
En 1997 lo bueno que pasó fue el nacimiento de mi hija. Lo malo fue que no gustó la elección de madrina para el bautizo, y ni mis padres ni mi hermana acudieron a la celebración. Este hecho marcó un antes y un después en mi relación con mi familia.
Son éstos años convulsos, diría yo, en que tienen lugar cosas muy buenas y muy malas, donde no hay términos medios, sólo extremos opuestos. Esos años los temo, y eso que todo lo que acontece en ellos sucede por mi voluntad, no hay nada que quede reservado al azar.
Y ahora, querido lector, que estoy a solas contigo, te diré que estoy deseando que llegue el 2008, más que nada por escapar del maleficio del 7. Sólo me arrepiento del daño que mis decisiones hayan podido acarrear a los que me quieren, de todo lo demás no, y pienso seguir en esta línea de cambios.
Sólo quiero vivir en paz.

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