miércoles, 23 de febrero de 2011

Un poco de todo (XII)

- Mis saludos de bienvenida una vez más a una seguidora que se ha unido a mi blog, Grace, que por lo que veo compartimos una común afición por la escritura de Pérez Reverte. Mi agradecimiento para ella por estar ahí.

- He vuelto a ver después de mucho tiempo La hija de Ryan, y aunque es un clásico del cine que siempre me ha desazonado por su temática, tan cruda y tan dulce al mismo tiempo, y con un metraje demasiado largo para mi gusto, de lo que sí he disfrutado más que nunca en esta ocasión es de su fotografía y la forma como aparece reflejada  la belleza del paisaje de Irlanda. El pueblecito costero que aparece en la película, Dingle, es una auténtica delicia, aunque quizá la única pega que yo le veo es el clima, tan húmedo y tormentoso. La pureza y la limpieza de todas las imágenes, de la playa con los protagonistas paseando por su orilla un día de sol radiante y cielo muy azul, con la arena tan blanca, el mar embravecido por una tormenta tremenda mientras el viento huracanado lleva el agua pulverizada de las olas al interior, las nubes tan blancas desplazándose a gran velocidad por entre los escarpados riscos que parece que se pueden tocar con las manos, el verdor del bosque con la suave brisa soplando entre las copas de los árboles, a través de las que se filtran los rayos de sol, la transparencia del agua de los estanques, la luz que traspasa una telaraña como si fuera un cristal lleno de gotas de agua, los dientes de león que se deshacen con el viento… No se entendería de la misma forma la historia que se nos cuenta si estuviera ubicada en un lugar distinto. El paisaje, la Naturaleza en estado salvaje y puro, envuelve a los personajes y es como si los determinara. La hija de Ryan es un goce estético ante todo.

- Hace poco, cuando escribía el post dedicado a Fama, leí sobre la muerte del actor que interpretaba el personaje de Leroy, mi preferido. Sí recuerdo cuando dieron la noticia, hace seis años, que apenas tuvo repercusión, y que a mí me causó tristeza, aunque no sorpresa. Hacía tiempo que sabía que estaba metido en drogas. En una foto que vi hace años aparecía en el autocar con el que hacía las giras, rodeado de sus compañeros, que le profesaban muestras de afecto, pero él tiene el gesto apesadumbrado, muy triste. No era muy distinto el papel que interpretaba, no tanto en la serie de televisión como en la película que lo catapultó a la fama, del ser humano que era en realidad. Un pasado de pobreza o una infancia difícil son suficientes para marcar a una persona de tal manera que le impida que el resto de su vida se desarrolle con fluidez. A él le perseguían sus fantasmas.

Tenía 42 años cuando murió, y se había pasado casi toda su existencia dedicado casi exclusivamente al espectáculo Fama. No hubo una oportunidad para él en otros papeles o facetas que le hubieran permitido mostrar y cultivar sus talentos. Era un magnífico bailarín, con un estilo muy personal. Poseía una rara belleza, muy exótica. Me encantaba. Y como persona creo que era un ser volcánico y dulce al mismo tiempo, un hombre bueno.

Nos queda en el recuerdo para siempre.

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