lunes, 7 de febrero de 2011

Fumar o no fumar

Cuánta polémica está suscitando la nueva ley de prohibición del tabaco, normativa que ya existía en muchos otros países desde hace muchos años y que aquí parece que se considera una aberrante novedad, fruto de la imaginación de algún legislador aburrido y malintencionado que no tuviera otra cosa mejor que hacer.

Es cierto que esta reciente legislación perjudica a los que adoptaron medidas para cumplir la anterior, promulgada hace tan sólo un par de años. Todos aquellos locales públicos que tuvieron que ser acondicionados para delimitar zona de fumadores y no fumadores (en realidad pocos lo hicieron), ven ahora que la inversión realizada no sirve para nada y está cundiendo la ira.

Parece poco serio que anden sacando leyes cada poco tiempo cambiando todo lo que se estableció en las anteriores, los ciudadanos tenemos la impresión más que nunca de que la política es algo poco serio, de que lo que hoy vale mañana es papel mojado, y de que somos simples piezas de un gran ajedrez en el que los jugadores no son sólo dos sino muchos, y además gente que no sabe jugar.

Para los que no fumamos es un alivio, la verdad, porque a mí me molesta hasta el humazo que me echan en la marquesina cuando estoy en la cola esperando el autobús. No sé qué es lo que pasa que el viento siempre sopla de tal manera que soy yo la que termina tragándose los humos, y como estamos al aire libre se supone que no se puede protestar.

La costumbre de fumar es un mal hábito que, como todos los demás en nuestra actual y moderna sociedad, se había empezado a desmadrar: cada vez se fuma a edad más temprana y sin control. Luego como las normas más elementales de convivencia y educación están en franco declive, el fumador no suele ser muy considerado con los que no fuman. Antiguamente, si se estaba en un sitio cerrado, se pedía permiso a los que estuvieran alrededor para poder fumar, y aunque se solía decir que sí podía por no coartar al fumador, siempre tan necesitado, lo cierto es que muchas veces se les ha dicho no, se han tenido que aguantar y no ha pasado nada. Quizá por eso ahora ya no piden el parecer del resto de la humanidad, porque como se suele decir, el que pregunta se queda de cuadra, o porque cada vez vamos más a nuestra bola.

Yo he tenido que aguantar la polución de fumadores empedernidos que fumaban a destajo y en tiempos en los que estaba permitido incluso en tu puesto de trabajo. Parecemos niños malcriados y egoístas que lo único que nos importa es satisfacer nuestras necesidades aún a costa de la salud ajena. Ahora a los fumadores les da por reírse de los llamados “fumadores pasivos” y de las estadísticas de mortandad que sobre éstos se están publicando en la prensa. Es la rabieta del que se ve acorralado por continuas prohibiciones y se defiende atacando al sentirse agredido en sus “derechos”.

Y puede que tanta represión sólo traiga como consecuencia mayor consumo, porque todos sabemos que baste que nos prohíban algo para que lo deseemos más. Así pasó con la ley seca en EEUU, la gente no sólo no dejó de consumir alcohol sino que aumentó la tasa de alcoholismo entre la población.

Es una contradicción más de nuestra tan progresista civilización el hecho de que se condene aquello que en la práctica es un lucrativo negocio, en lugar de dejar de comercializarlo, es una hipocresía social más de las muchas que existen. Al haber sido considerado siempre el tabaco como una droga blanda, se ha excusado el alcance del daño que produce, que en realidad es como el de cualquier otra droga. Es más, se lo ve como una costumbre de rancia raigambre, seguida desde hace siglos en otras culturas y que fomenta la cohesión social.

Yo ni siquiera sé coger un cigarrillo. Me ofrecieron en el instituto una vez y me pareció algo tan asqueroso que no quise probarlo nunca más. En realidad todo el que lo prueba por primera vez dice lo mismo, que sabe muy mal. A mí que me lo expliquen.

Lo que sí me ha gustado siempre mucho son los objetos de fumador, las pitilleras, las boquillas tan largas que usaban las femme fatale, los mecheros elegantes, las pipas y el olor del tabaco que se fuma en ellas… Igual que me gustan las petacas aunque no beba.

A mi hermana, gran fumadora, el olor del tabaco era algo que le encantaba desde la niñez. Cuando nos visitaba un tío nuestro, hermano de mi madre, que fumó mucho durante muchos años, recuerdo que utilizaba el único cenicero que había en la casa, y que estaba sólo de adorno, y cuando se marchaba dejaba en el aire ese olor penetrante del tabaco (no recuerdo qué marca usaba), que impregnaba hasta las cortinas. Mi madre abría enseguida las ventanas para ventilar, pero mi hermana se dedicaba a aspirar el aroma con delectación. Quería fumar en cuanto se hiciera mayor.

Mi padre era un fumador empedernido de los que encendían el pitillo en la cama, en cuanto se despertaba por la mañana. Cuando quemó a mi hermana por accidente en una ocasión, siendo muy pequeña (yo no me acuerdo), lo dejó de un día para otro. Él es de los pocos privilegiados que han podido dejar de fumar sin pasarlo mal.

En mi anterior trabajo se financiaba un tratamiento a los empleados que quisieran dejarlo, que consistía en sesiones colectivas donde cada uno explicaba cuándo había empezado a fumar, qué sentía cuando lo hacía, qué le empujaba a seguir haciéndolo y cosas por el estilo. Les daban unas cuantas recomendaciones-reprimendas, les recordaban el terrible destino que les esperaba si seguían por ese camino y les administraban medicamentos y parches. Había gente con un tabaquismo límite, violento diría yo, no hay suficientes horas en el día para poder encender tantos pitillos, tendrían que apagarlos a medias o si no no me explico.

Yo pienso que en realidad se trata de un suicidio colectivo, patrocinado por las más altas esferas, que lo celebrarán sin duda fumándose unos buenos puros a nuestra salud, satisfechos de la cuantía de sus ganancias. Suicidio porque sabemos que nos estamos matando (no hace falta que lo ponga en las cajetillas, es una broma pesada, de mal gusto, el colmo), y sin embargo lo hacemos. Pero en fin, habrá a quienes les guste llenar los bolsillos de los mismos caraduras de siempre y encima con riesgo de la propia vida. Sarna con gusto no pica.

Fumar o no fumar, esa es la cuestión.

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