domingo, 31 de julio de 2011

Amy


Nunca deja de sorprendernos la muerte de alguien cuando se trata de una persona joven, aunque desde hace tiempo presintiéramos que ese sería su final. Es el caso de Amy Winehouse, otra estrella rutilante de carrera artística irregular, que ha sucumbido a sus propios miedos y debilidades usando las mismas cosas que otros antes que ella. Parece que el dinero y el éxito, cuando se ganan muy deprisa, termina por ahogar a quien los ha ganado.

No han parado de repetirnos en los medios de comunicación que Amy ha pasado a engrosar el grupo de los que mueren prematuramente a los 27 años, todos figuras controvertidas de indiscutible talento. Aunque el halo de ella quizá no fuera tan fulgurante como el del resto de ilustres dorgadictos y alcohólicos que la precedieron con sus afanes suicidas, no sé si porque no le dio tiempo a desarrollar su arte o porque éste pareció apagarse a poco de haber surgido.

Dedicó Juan Manuel de Prada el día 25, en la sección de opinión del ABC, un artículo bellísimo a esta joven cantante y compositora, de la que él había hablado anteriormente en su sección del XL Semanal, a propósito de su curiosa imagen y su estilo tan personal, y en él decía que la había escuchado mucho en una época de su vida que fue triste y en la que se sintió perdido, porque en sus letras y su música veía reflejado aquello por lo que él estaba pasando, lo que le suponía un consuelo. Pero una vez superada aquella etapa, sus canciones sobre amores tormentosos y adicciones varias le parecieron algo muy lejano, ajeno a él, aunque siempre conservó el respeto por su arte, y su figura le siguió conmoviendo igualmente.

Hay partes que me impresionan enormemente. "En un pasaje de Blade Runner, Turkel, el "dios de la biomecánica", le dice a Roy Batty, el replicante interpretado por Rutger Hauer, que las vidas cortas brillan más, "y tú -apostilla- has brillado muy intensamente". También Amy Winehouse había brillado muy intensamente, con ese brillo estragador de las criaturas capaces de vislumbrar las llamas del infierno y, todavía más, de atraerlas a su propia vida, consumiéndose en su fuego; y era ese brillo de una vida arrojada a las llamas, en combustión aflictiva e inexorable, lo que la envolvía en una particular aureola de tragedia, a la vez atractiva y repelente, como es la atracción que ejercen el abismo y la pulsión autodestructiva".

Juan Manuel de Prada duda mucho de que sea cierta la imagen que pretendían proyectar de Amy en los medios de comunicación, siempre hambrientos de carnaza. "Hay quienes dicen que Amy Winehouse era una mentecata, un juguete roto, un producto del cálculo comercial y la impostura; yo creo que en su vida, aspaventera y desnortada, había sin embargo un dolor verdadero, que nacía de la aproximación a ese límite borrascoso que sólo las almas muy sensibles y muy rotas son capaces de vislumbrar y abrazar, hasta fundirse con él, como las polillas vislumbran y se abrazan a la luz que las calcina. Hay almas muy sensibles y muy rotas que hallan una luz divina que las rescata, sana y recompone; y hay almas muy sensibles y muy rotas que se arrojan a una luz infernal que las devora y aniquila. Amy Winehouse fue de estas últimas; pero en su inmolación -seguramente desquiciada y absurda- hay un fondo de sufrimiento acongojante y jeroglífico que me conmueve e interpela, tal vez porque en él descubrí, en determinado momento de mi vida, una cierta hermandad".

Siempre me he preguntado de dónde les viene a estos jóvenes artistas tanto dolor. Es inevitable comparar el caso de Amy con el de Whitney Houston, otra voz prodigiosa a la que las adicciones condujeron a su propia inmolación, también de la mano de una mala relación amorosa que las introdujo en el camino del infierno. Sólo que Whitney ha gozado de una carrera un poco más larga, y hasta ha podido tener hijos, algo que Amy anhelaba.

Realmente, si algo les faltaba, si se sentían inseguras e infelices, si no supieron valorar su talento o si éste las sobrepasó, cualquiera podría haberlas llevado a los abismos. Pero el hecho de amar y no ser correspondidas es causa más que suficiente para buscar el olvido de sí mismas, la propia destrucción, y la muerte.

Amy tenía los pulmones destrozados por el crack y el corazón muy débil. Ni siquiera la autopsia ha podido revelar las causas de su muerte, y se ha tenido que esperar a análisis más minuciosos para saber que su cuerpo sufrió un shock por un síndrome de abstinencia alcohólica al que ella misma había llegado por propia voluntad, sin asistencia médica, harta de clínicas e interminables tratamientos.

Siempre me ha parecido que son criaturas con carencias afectivas que les vienen desde su infancia, y cuando esas carencias se perpetúan al llegar a la edad adulta, entonces se termina por extinguir las pocas ganas de vivir que aún les quedaran, y ya nada tiene sentido para ellas. Después de ver un reportaje en televisión que se hizo hace año y medio, en el que aparece el padre de la cantante hablando todo el tiempo de ella, pero de la manera como una persona interesada y vulgar hablaría de un trofeo que quisiera exhibir, puedo entender muchas cosas. Incluso pretendía participar aportando su voz en uno de los discos de su hija (no lo hace mal), a lo que ésta se había negado, y como revancha se había dedicado a grabar el suyo propio en un estudio, aprovechando su filiación. Me pareció un ser necio y mezquino, sin principios.

Estos artistas con grandes problemas emocionales no son capaces de percibir el cariño del público, porque entre éste y ellas se interponen los buscadores de carnaza ávidos de sangre a cambio de unas cuantas monedas. No alcanzaba a ver Amy en todas sus dimensiones, como tampoco los que la precedieron, cuánta gente la quería y admiraba, al estar siempre en tela de juicio, expuesta a la despiadada opinión pública que tan pronto encumbra como destruye. Quizá su vacío no podía ser llenado sólo con ese amor popular. Pero ¿para quién cantaba sino?, ¿a quién ofrecía entonces su talento?, ¿qué es un artista sin su público?. Debió olvidar en algún momento del camino cuál era su meta.

Al final, lo que quedaba de Amy era casi una caricatura de mujer, su famoso peinado cada vez más extraño e imposible, sus ropas cada vez más chuscas, su agresividad creciente que la llevaba a tener contínuos problemas con la justicia inglesa. Era como un animal enjaulado y herido que pugnaba por salir de su encierro, con uñas y dientes. Las cicatrices en los brazos provocadas por sus intentos de automutilación son una muestra de ello.

Nos queda el recuerdo de sus momentos felices, plenos de creatividad, en los que nos regalaba su voz grave, profunda, resquebrajada, que arañaba el alma, y ese sonido inconfundible de sus canciones, que nos lleva a otro tiempo pasado, cuando la música no se hacía con sintetizadores, y llenaba los espacios con resonancias rotundas.

Reproduzco la apostilla final con la que Juan Manuel de Prada termina su artículo. "Ahora que los periódicos pregonan, con varios años de retraso, su muerte, le deseo un descanso eterno. Tal vez sea un deseo quimérico, pero nadie merece más el cielo que quien padeció el infierno en vida, fundido en su misma llama".

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