No sé cuántas veces han repuesto la serie Verano azul desde que la emitieron por primera vez hace ya tantos años. Y qué distinta parece según el momento vital en el que se vea. Cuando era una niña me gustaba mucho, porque aquel grupo de chavales vivían unas situaciones que para mí hubiera querido. Gozaban de una libertad de movimientos que yo nunca tuve, y sobre todo disfrutaban de la amistad, de la compañía de otros de su edad, algo de lo que carecí también.
Hoy en día me encanta ver una vez más la frescura que destilan las relaciones humanas de todos los protagonistas, que actúan con una naturalidad y con una pureza de corazón que fueron las que llevaron a la serie al éxito más absoluto. Y el toque tan sentimental que Antonio Mercero imprimió siempre a todos sus trabajos, que ahora puede parece seguramente ñoño y como de otra época.
También a día de hoy hay episodios de los que ya casi no me acordaba que tratan temas que por mi edad ya me tocan directamente. Antes me ponia en el lugar de los chicos. Ahora me pongo además en el de los mayores. Cuando se cuenta la separación de los padres de Desi, una de las chicas de la pandilla, algo que en aquel entonces no era precisamente muy corriente. O cuando el padre de Javi se queja de que su hijo no ve el mundo como él, que carece de la malicia necesaria que según él hace falta para desenvolverse en la vida y triunfar. Se lamenta de que los niños hayan formado una piña, como si fueran una familia, y hayan adoptado a dos adultos que no son sus respectivos padres como si fueran tales, una pintora con un pasado trágico y un hombre mayor que vive allí y que se gana el sustento con la pesca.
Me agrada comprobar que yo como madre me he llegado a parecer sin quererlo a esos dos adultos, que tienen entre ellos tan poco en común en apariencia, y que son el faro cuya luz guía las incipientes existencias de un grupo de adolescentes y dos niños que iban a aquel lugar nada más que a pasar el verano, y que nunca imaginaron que el hecho de conocerse y establecer una amistad tan grande cambiaría sus vidas de aquella manera.
Veo en Julia y en Chanquete la sensiblidad y la dulzura justas para educar a los que aún no han llegado a la edad adulta, la paciencia y la inteligencia necesarias, el respeto, la paz y la armonía interior que no son tan difíciles de conseguir en realidad (no hace falta recurrir a la filosofía zen, tan de moda hoy en día). No hay intransigencias, pero tampoco vale todo. Cada uno se hace oir y para todas las cuestiones que se van planteando hay un camino a seguir, que no será el único, pero posiblemente sea el más acertado, porque la vida es así, rica y diversa, y hay muchas formas de interpretar las cosas y de actuar.
Me hace gracia el capítulo en el que Bea se hace mujer, que sí recordaba bien. Se la ve en la playa, leyendo, vestida con una blusa y una falda, en el estilo que la moda imponía en aquellos momentos y que forma parte de mi infancia. Rememoré el momento en que a mí me pasó lo mismo, la importancia que se daban entonces a todas estas cosas que hoy en día parecen pequeñeces. Yo también me tenía que fastidiar en la playa sin poderme bañar, porque en aquella época no existían los tampones. Aquel episodio terminaba de forma muy bonita, con todos los chicos corriendo por la orilla de la playa cogidos de la mano, inspirados por lo ocurrido a Bea, recitando un poema que el propio Antonio Ferrandis, el actor que interpretaba a Chanquete, escribió para la ocasión, y que representa sobre todo el amor que sentía Pancho por ella ("tengo celos hasta del aire que respiras..."):
Que ni el viento la toque, ni mirarla...
Mujer, mi varadero, ni cantarla...
Porque amarga es mi voz, más yo la canto...
Que ni el viento la toque porque tiene
pena de muerte el viento si la toca.
A Ferrandis lo vi yo un día, en los tiempos en que estaba yo en la facultad, tomándose unas tajaditas de bacalao y unos vinitos dulces en Casa Labra, lugar en el que yo solía recalar con frecuencia en aquel entonces. Habían pasado unos pocos años desde que interpretara al personaje por el que ha pasado a la posteridad, aunque ya era un actor consumado cuando le dio vida. Y me pareció que estaba realmente junto a Chanquete, con esa mirada profunda, calmada e inteligente que tenía, y que me iba a decir también algo interesante que pudiera servirme para mi trayectoria vital.
Verano azul rezuma honestidad por los cuatro costados, y ganas de vivir. Trata temas comunes con diálogos sencillos y directos, usando planos largos en los que se aprecian muy bien las situaciones en cada momento. A mí tampoco me importaría vivir en un barco varado en la arena, como si estuviera siempre navegando aunque estuviera en secano, y mirar el mar por las pequeñas ventanas cada mañana, mientras me tomo el café. No me importaría estar siempre mirando el mar tan azul, que fuera siempre verano, un verano azul.
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