jueves, 28 de julio de 2011

En el agua


Hace poco hubo una curiosa competición en la playa, en la que socorristas agrupados por equipos venidos de toda España intentaban ser los más rápidos en una peculiar exhibición de salvamento.

Primero participaban las chicas. Cada equipo constaba de 4 personas. Una de ellas se lanzaba al agua tras el toque de silbato que indicaba el inicio de la competición, y cuando llegaba a una boya lejana hacía señas para que se lanzara otro miembro del equipo, que llevaba colgando de la cintura un flotador alargado, un auténtico lastre para poder nadar más de prisa. En cuanto llegaba a la boya, volvían los dos miembros juntos nadando hacia la orilla, donde les esperaban los otros dos que quedaban, que les hacían señas con los brazos para que no perdieran el rumbo. Al llegar, el que llevaba el flotador se detenía y los de la orilla cogían por debajo de los brazos al otro y lo arrastraban hasta la arena, donde lo dejaban tumbado.

Mi hija se fijaba en los cuerpos de las nadadoras, todas muy jóvenes, pues no debían tener más de 17 ó 18 años. Dijo que no le gustaban, porque sus espaldas eran demasiado anchas y casi no tenían pecho, confundido con la masa muscular del tórax. Es curioso como cada deporte forma el cuerpo de una determinada manera. A mí lo que me encantan son sus bañadores, cruzados por atrás y altos en los muslos. Se adaptan perfectamente a la fisonomía, como si fuera una segunda piel. Lo que no me han gustado nunca son los gorros para sujetar el pelo, tiene que haber pocas personas a las que les favorezca semejante complemento, hace cabeza de huevo.

Me llamó la atención lo fácilmente que se despistaban las nadadoras al volver a la orilla. Yo creía que aunque fueras a gran velocidad, al llevar las gafas para proteger los ojos podías ver bien por dónde ibas, lo mismo que las nadadoras de las competiciones de piscina. Pero debe ser que no es así, que una cosa es nadar en un espacio reducido señalizado con cuerdas de las que no te puedes pasar, y otra muy distinta es nadar en mar abierto, porque no se tienen referencias.

Después participaron los equipos de los chicos. Casi todos tenían poca estatura, tan sólo había alguno que destacaba por su altura. Todos lucían pectorales atléticos, anchas espaldas y un pequeño trasero. A mi hija le gustaron más estos cuerpos, cómo no. Ellos se lanzaban al agua con más fiereza, pero hubo uno, de los que llevaban el flotador, que al regresar se tumbó en la arena y dijo casi sin resuello que creyó en un momento dado que iba a ahogarse. Consumen las energías más de prisa que las chicas y se ponen más en peligro. 

A la siguiente prueba ya no nos quedamos. En ella montaban en piragua dos personas, un miembro de distinto sexo de cada equipo.

Y siguiendo con las imágenes refrescantes de verano, estuve viendo un rato la competición femenina de saltos en el Campeonato Mundial de Natación de Shangai. Me maravilla ver a las nadadoras evolucionar en el aire tras saltar del trampolín, los giros, la forma como sujetan las piernas cerca del cuerpo y cómo se dirijen al agua como si fueran flechas. Las tomas bajo la superficie, cuando bucean hasta llegar a las escaleras, son muy plásticas. Las asiáticas encabezaban el marcador, con sus cuerpos menudos y sus simetrías llevadas al milímetro. Las demás tenían gran envergadura física y parece que costaba más levantar sus cuerpos en el aire y llevar a cabo los movimientos precisos hasta llegar al chapuzón final. Había una, no recuerdo si rumana, que era más alta que las demás, y con  más años creo, a la que se veía distinta del resto, con su pelo largo y rubio y un bañador diferente. Ejecutaba los giros en el aire con un estilo especial.

Ahora que se me acaban las vacaciones, me quedan estas refrescantes y acuáticas imágenes en la memoria. Quizá sea lo que más eche de menos, el poder estar a remojo.



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