domingo, 17 de julio de 2011

Balenciaga según Givenchy


Balenciaga
Con motivo de la apertura del museo que sobre la figura de Balenciaga se ha abierto en Guetaria, Guipúzcoa, localidad donde nació, y de cuya fundación es presidente fundador, el conde Hubert de Givenchy tuvo unas palabras de recuerdo para su gran amigo y maestro, el hombre del que aprendió el oficio que ha sido el motor de su vida.

Apodado Le Grand por su talento extraordinario y por su estatura (mide dos metros), Givenchy, nacido en  Francia hace 84 años, puede presumir de haber tenido entre su clientela a lo más selecto y granado de la alta sociedad. Jackie Kennedy Onassis, Grace Kelly, Lauren Bacall, Marlene Dietrich, Ingrid Bergman, la duquesa de Windsor o Farah Diba pasaron por su mítico establecimiento de la avenida George V de París, a unos metros del taller de Cristóbal Balenciaga, del que se considera discípulo y del que habla con reverencia.

Pero fue su colaboración durante más de cuatro décadas con Audrey Hepburn, para la que diseñó el vestuario de Sabrina y Desayuno con diamantes, así como un perfume legendario, L´interdit, la que cimentó su reputación como uno de los más grandes modistos de la historia. Givenchy, nacido en el seno de una familia aristocrática y huérfano de padre desde los dos años, supo que quería dedicarse a la moda a los nueve. Se retiró en 1995.

Soltero contumaz, coleccionista de arte (Picasso, Brancusi), apasionado de la botánica (contribuyó a la restauración de los jardines del Palacio de Versalles), y amante de los animales (tiene varios perros), Givenchy personifica el buen gusto. 

Al hablar de Balenciaga lo califica como un creador honrado, un ser humano maravilloso. "Venía de un pueblo pequeño, de una familia humilde. Su padre era marinero; su madre, costurera. Trabajó muchísimo. No hablaba demasiado. No porque fuera un snob, sino por su carácter. Era un hombre sencillo. Al mismo tiempo, era un perfeccionista. Le obsesionaba el detalle".

Piensa que su ropa era un reflejo de su manera de ser. "Su moda era honesta, no hacía trampas para lograr un efecto. Respetaba el cuerpo humano. Todo era cómodo, por muy sofisticado que fuese. No había vulgaridad. Sus diseños buscaban embellecer a la mujer. La mujer era lo más importante. Ahora la ropa acapara todo el protagonismo, empequeñece al bello sexo". 

Balenciaga respetaba las telas. Los tejidos tienen vida propia. "El olor de la seda es alegre, te entran ganas de vivir. Christian Dior dijo: «Nosotros hacemos lo que podemos con los tejidos, pero Balenciaga hacía lo que quería. Porque entendía el tejido». No solo era bueno en el corte, también en la arquitectura, en las proporciones. Realzaba la sutileza, la fragilidad. Era como un pianista del que todavía nos siguen asombrando sus interpretaciones. La moda de Balenciaga es atemporal".

Se decía que las mujeres se movían de manera diferente nada más ponerse un vestido de Balenciaga. Givenchy cree que su ropa trataba siempre de liberar el cuerpo. "Si una mujer se mueve con libertad, es más bella. Si usted lleva una chaqueta que le tira de la manga, no está cómodo. No es usted mismo. Y como no se siente seguro, no luce bien. Pero la ropa de Balenciaga se adaptaba al cuerpo. No al revés. Permitía que el cuerpo se moviese con soltura".

Balenciaga le dio una vez un consejo: sé honesto con tu clientela. Y ese respeto lo extendía a todos los que trabajaban con él, desde las costureras a las vendedoras. Era un hombre recto, muy religioso. Lo que hacía era verdadero. Rezumaba verdad. "Tenía una gran ética del trabajo. Es un revolucionario de la moda. Pero su revolución es imperceptible, discreta. Se fundamenta en miles de pequeños detalles. Es un trabajo duro. Podía hacer cien pruebas en un día y luego tenía los hombros tan cargados que ni podía moverlos".

A Balenciaga se le considera uno de los más grandes, hasta Coco Chanel lo reconoció, y no era una mujer fácil de deslumbrar. Sin embargo, era muy accesible. Había en aquella época un sentido de la camaradería que hoy sería impensable entre competidores. Balenciaga ayudaba a la gente. Era muy atento. Ayudó a Enmanuel Ungaro, a Courrèges... A cualquiera que trabajase en la moda. "A mí me ayudó muchísimo. Él sabía que yo necesitaba saber más de corte, me faltaba técnica. Y seleccionó a algunos trabajadores de su taller para que trabajasen conmigo. Excelentes. Imagine su generosidad".

Balenciaha era un adelantado a su época. Vio que las cosas iban a cambiar muy rápido y que para él era mejor parar. Antes la gente viajaba en barco, la vida se tomaba con más calma, se iba más despacio a todas partes. "Sus clientas le encargaban vestidos de gala, de cóctel, de noche. Tenían mucho personal para ocuparse del vestuario. Pero la gente empezó a viajar en avión. Más rápido, con menos equipaje. Y, además, la mujer fue incorporándose al mundo laboral. Y la alta costura se quedó como una cosa de otra época". Que se retirara en la cima de su carrera profesional no fue una cuestión de dinero. Tenía éxito, una gran clientela, muchos trabajadores. Pero creyó que su momento había concluído.

Audrey Hepburn vestida por Givenchy
Algunas de sus mejores clientas lo pasaron mal. Mona Bismarck estuvo dos días sin salir de su dormitorio. Balenciaga recomendó a Givenchy que la vistiese. Pero su musa fue Audrey Hepburn, que se convirtió en su amiga durante más de 40 años. "Era una persona de una gran lealtad. Me siento un privilegiado por haberla conocido y haberla vestido". Ella decía que se sentía segura cuando vestía la ropa que él le diseñaba, que desaparecía su timidez. "Era un ser humano al mismo tiempo frágil y con una enorme fortaleza interior. Muy independiente. Nunca fue una de esas estrellas mimadas ni caprichosas. Lo pasó muy mal durante la Segunda Guerra Mundial. Fue una niña perseguida y le quedó siempre esa impronta. Amaba a los niños. Fue embajadora de Unicef. Nunca escatimaba esfuerzos. Incluso cuando le quedaban pocos meses de vida".

Cuando entró en su tienda por primera vez y le anunciaron que la señorita Hepburn quería verlo, pensó que se trataba de Katharine Hepburn. "Y ahí estaba esa chica, vestida como un gondolero. Incluso le dije que no podía ser su modisto. Pero después cenamos juntos, me explicó sus proyectos. Y me conquistó. Su simpatía. Su frescura". Ella tenía un sentido innato de la elegancia. "Cada mujer debe ser fiel a sí misma, seguir su intuición. Cada mujer debería saber lo que le favorece".

Givenchy cree que no hay entre las actrices actuales nadie que se le pueda comparar. "Audrey era única. Las estrellas actuales no tienen un estilo. Puede que tengan buen gusto y sean muy guapas, pero no hay nadie con una identidad única, que marque una tendencia y que vaya a perdurar".

Sobre el estado de la moda hoy en día es más bien pesimista. "La moda siempre fue arte e industria. Pero ahora no es moda. No es verdadera. La moda se acabó. Sólo hay que echar un vistazo a cualquier revista de moda. ¿Dónde está la creatividad? No hay una dirección, una línea, un estilo. Solo hay colecciones y más colecciones. Y diseñadores que han perdido el contacto con la realidad y muestran ropa imposible, disparatada. No piensan en la mujer a la que se supone que deben vestir. Piensan en ellos. ¿La moda?. C´est fini. Ha muerto".

Givenchy también se retiró cuando estaba en lo más alto, aunque su caso es diferente al de Balenciaga. "Yo vendí mi compañía a Louis Vuitton. Pero seguí trabajando varios años como diseñador de la casa. Había gente maravillosa, como Racamier. Daba gusto. Luego la compañía la compró Bernard Arnault y todo cambió. Ya no se me consideraba el jefe a bordo. Y comprendí que para mí se había terminado".

Sobre los problemas de sus sucesores, el suicidio de Alexander McQueen, los problemas con la justicia de Galliano, no le gusta hablar, especialmente de éste últiimo. "Galliano no hace moda. Está ahí solo para vender zapatos y bolsos. ¿Ha visto alguna vez a una mujer vestida de Galliano por la calle? No. Vende imagen. Crea espectáculo. Desfile, fotos, show, extravagancia, publicidad... Pero cuando el suflé de desinfla, ¿qué queda?".

Givenchy cree que hay una crisis de creatividad. "Pero sobre todo se olvidan de lo que debe ser el principio de todo diseñador, que no es otro que embellecer a la mujer a la que viste. Ahora se trata solo de tener una marca, vender unos productos y ganar dinero".

Así ve Givenchy el pasado y el presente de un universo que ha sido el centro de su vida durante décadas. Tuvo el privilegio de conocer a personas de gran talento y humanidad. Con sus recuerdos nos hace ver la moda de otra manera, su pasado esplendor, y nos hace sentir añoranza de un tiempo, que yo no he conocido, en el que el diseño de ropa era un punto y a parte en el mundo de la creatividad artística.


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