A veces hay artistas que llaman poderosamente la atención más por su personalidad que por sus obras. Ésto me ha pasado con el pintor Francis Bacon, cuyos cuadros he podido ver en alguna ocasión en alguna revista sin que nunca hayan terminado de gustarme. Ahora que están exponiendo en el Prado algunas de sus creaciones más importantes, museo que visitó en muchas ocasiones atraído especialmente por Velázquez y Goya (“era fascinante verlo casi arrodillado ante la obra de ambos maestros o yendo apasionadamente de un lado a otro, investigando todos los detalles”, según cuenta la jefa de conservación de pintura del museo), he tenido la posibilidad de adentrarme en su vida y su carácter, y me ha resultado poderosamente sugerente.
Francis Bacon era un hombre de grandes contrastes. Los que lo conocieron decían que poseía una energía desbordante. Aún cuando fuera cumpliendo años parecía no tener edad. Podía ser extraordinariamente educado y refinado, todo lo agradecía y era muy cálido, todo un caballero con los que quería. O era vicioso, cínico y manipulador con quien no amaba.
Según uno de sus amigos “cuando entraba en una habitación, la temperatura subía y una nueva vitalidad se apoderaba del lugar. Estar con él era una experiencia transformadora que te hacía revisar tu interior. (…) Era completamente libre y estimulante. De una fortaleza interna casi heroica, su compañía resultaba adictiva.(…) Disfrutaba de la compañía de personas inteligentes”, daba igual de quién se tratase. Solía decir que la mayoría de la gente andaba por la vida casi muerta.
De niño, debido a su asma crónica, tuvo una formación escolar irregular al no poder asistir con asiduidad a clase. Debido a este padecimiento, en ocasiones necesitaba morfina. Recordaba su infancia como fría y solitaria, y haber sido tímido y enfermizo.
Lo que más le marcó fue la traumática relación con su padre, un hombre muy agresivo que nunca le manifestó afecto y del que además se sentía atraído sexualmente. A los 16 años le pilló probándose ropa interior de su madre, y al saber que era homosexual lo echó de casa.
Tenía una profunda convicción sobre lo absurdo de la vida, sobre la futilidad de la existencia. Fue un empedernido jugador, bebedor y explorador de todo tipo de sensaciones en lo que al terreno sexual se refiere. Según él mismo decía, quería vivir según sus propias leyes, sin atender a convencionalismos. Siempre en los extremos, al borde del abismo. Un amigo suyo dijo que podía ser “paradójico hasta el extremo de ser cruel y amable, satánico y compasivo, femenino y masculino, atento y despótico, delirantemente feliz en compañía y profundamente triste cuando estaba solo. (…) Lo que me dejaba atónito es que lograba componer, dar equilibrio y extraña armonía a sus dos polos opuestos”.
Podía estar totalmente borracho en el bar que frecuentaba habitualmente en Londres y de pronto se marchaba y se convertía en el ser más delicado del mundo mientras tomaba el té con estirados coleccionistas. Era capaz de metabolizar rápidamente grandes cantidades de alcohol. Pero nunca dejó que lo que consumía lo destruyera, drogas incluidas, siempre lograba mantener el control.
De la austeridad de su casa pasaba al lujo de los hoteles, donde disfrutaba de toda clase de lujos y derrochaba el dinero a raudales.
Como he podido leer, saltar de un extremo a otro le hacía sentirse más intensamente vivo. Poseído de una furiosa creatividad durante el día en su estudio, por la noche le invadían los deseos de autodestrucción. Era hipercrítico y muy exigente e incluso cruel consigo mismo y con los demás. Solía desechar obras si no estaba satisfecho con ellas, regalándolas incluso al primero que mostrase algún interés. A los 35 años, como no había obtenido el reconocimiento deseado, destruyó toda su obra llevado por uno de sus temperamentales arrebatos.
Solía decir que su carácter era difícil porque siempre estaba sufriendo, su cabeza parecía que estaba siempre a punto de estallar debido a grandes presiones internas. Este desgarro se plasmó en su pintura: en sus cuadros aparecen cuerpos desfigurados e incluso en actitudes aterradoras, en espacios cerrados y oscuros. Algunas veces refleja la fragilidad del ser humano, su angustia vital; otras veces su inclinación a la violencia: bocas muy abiertas que gritan, seres desmembrados o abiertos en canal…Le fascinaba también el movimiento de los seres vivos, quería ser capaz de captarlo con su pintura.
Francis Bacon albergaba una intensa atracción por el riesgo y lo desconocido. Se declaraba profundamente amoral, y afirmaba que si no se hubiera dedicado a la pintura hubiera sido un criminal.
Él era un ser humano que necesitaba y buscaba a los otros desesperadamente, pero que también necesitaba temporadas de total soledad.
En su taller reinaba el caos, la anarquía total, hasta el punto de que cuando caminaba por él iba pisando sus propias obras.
Durante mucho tiempo sólo fue apreciado por unos pocos entendidos y coleccionistas, hasta que a principios de los 90, siendo ya un anciano y faltándole poco para morir, su arte empezó a cotizarse al alza. Él parecía mantenerse ajeno al éxito y al dinero, y muchos se aprovecharon de su despreocupación en beneficio propio.
Aún siendo muy mayor, seguía trabajando con el mismo ritmo de siempre y llevando la misma vida que cuando joven. Su implacable individualidad, el enorme impacto de sus cuadros y las connotaciones escabrosas de muchos de ellos han extendido su fama más allá de los círculos estrictamente artísticos, hasta el punto de que actualmente el valor de su obra ha crecido como la espuma.
Francis Bacon es una de las voces más potentes y singulares del arte de la 2ª mitad del siglo XX. Su particular estilo permitió su consagración en una escena artística como la de los años 40 y 50 dominada por la abstracción, aunque su obra es difícilmente clasificable.
Alguien que lo conoció muy de cerca dijo de él: “Bacon necesitaba, por su energía infinita, el placer sin límites del sexo, el alcohol y la amistad; tenía una total lealtad a los suyos. Había en él una ausencia de miedo al cambio, a lo desconocido …”.
En alguna ocasión confesó que le obsesionaba que cada una de sus pinceladas tuviera la misma intensidad de la primera.
Una vida larga y plena, a medio camino entre la brutalidad y la ternura.
Francis Bacon era un hombre de grandes contrastes. Los que lo conocieron decían que poseía una energía desbordante. Aún cuando fuera cumpliendo años parecía no tener edad. Podía ser extraordinariamente educado y refinado, todo lo agradecía y era muy cálido, todo un caballero con los que quería. O era vicioso, cínico y manipulador con quien no amaba.
Según uno de sus amigos “cuando entraba en una habitación, la temperatura subía y una nueva vitalidad se apoderaba del lugar. Estar con él era una experiencia transformadora que te hacía revisar tu interior. (…) Era completamente libre y estimulante. De una fortaleza interna casi heroica, su compañía resultaba adictiva.(…) Disfrutaba de la compañía de personas inteligentes”, daba igual de quién se tratase. Solía decir que la mayoría de la gente andaba por la vida casi muerta.
De niño, debido a su asma crónica, tuvo una formación escolar irregular al no poder asistir con asiduidad a clase. Debido a este padecimiento, en ocasiones necesitaba morfina. Recordaba su infancia como fría y solitaria, y haber sido tímido y enfermizo.
Lo que más le marcó fue la traumática relación con su padre, un hombre muy agresivo que nunca le manifestó afecto y del que además se sentía atraído sexualmente. A los 16 años le pilló probándose ropa interior de su madre, y al saber que era homosexual lo echó de casa.
Tenía una profunda convicción sobre lo absurdo de la vida, sobre la futilidad de la existencia. Fue un empedernido jugador, bebedor y explorador de todo tipo de sensaciones en lo que al terreno sexual se refiere. Según él mismo decía, quería vivir según sus propias leyes, sin atender a convencionalismos. Siempre en los extremos, al borde del abismo. Un amigo suyo dijo que podía ser “paradójico hasta el extremo de ser cruel y amable, satánico y compasivo, femenino y masculino, atento y despótico, delirantemente feliz en compañía y profundamente triste cuando estaba solo. (…) Lo que me dejaba atónito es que lograba componer, dar equilibrio y extraña armonía a sus dos polos opuestos”.
Podía estar totalmente borracho en el bar que frecuentaba habitualmente en Londres y de pronto se marchaba y se convertía en el ser más delicado del mundo mientras tomaba el té con estirados coleccionistas. Era capaz de metabolizar rápidamente grandes cantidades de alcohol. Pero nunca dejó que lo que consumía lo destruyera, drogas incluidas, siempre lograba mantener el control.
De la austeridad de su casa pasaba al lujo de los hoteles, donde disfrutaba de toda clase de lujos y derrochaba el dinero a raudales.
Como he podido leer, saltar de un extremo a otro le hacía sentirse más intensamente vivo. Poseído de una furiosa creatividad durante el día en su estudio, por la noche le invadían los deseos de autodestrucción. Era hipercrítico y muy exigente e incluso cruel consigo mismo y con los demás. Solía desechar obras si no estaba satisfecho con ellas, regalándolas incluso al primero que mostrase algún interés. A los 35 años, como no había obtenido el reconocimiento deseado, destruyó toda su obra llevado por uno de sus temperamentales arrebatos.
Solía decir que su carácter era difícil porque siempre estaba sufriendo, su cabeza parecía que estaba siempre a punto de estallar debido a grandes presiones internas. Este desgarro se plasmó en su pintura: en sus cuadros aparecen cuerpos desfigurados e incluso en actitudes aterradoras, en espacios cerrados y oscuros. Algunas veces refleja la fragilidad del ser humano, su angustia vital; otras veces su inclinación a la violencia: bocas muy abiertas que gritan, seres desmembrados o abiertos en canal…Le fascinaba también el movimiento de los seres vivos, quería ser capaz de captarlo con su pintura.
Francis Bacon albergaba una intensa atracción por el riesgo y lo desconocido. Se declaraba profundamente amoral, y afirmaba que si no se hubiera dedicado a la pintura hubiera sido un criminal.
Él era un ser humano que necesitaba y buscaba a los otros desesperadamente, pero que también necesitaba temporadas de total soledad.
En su taller reinaba el caos, la anarquía total, hasta el punto de que cuando caminaba por él iba pisando sus propias obras.
Durante mucho tiempo sólo fue apreciado por unos pocos entendidos y coleccionistas, hasta que a principios de los 90, siendo ya un anciano y faltándole poco para morir, su arte empezó a cotizarse al alza. Él parecía mantenerse ajeno al éxito y al dinero, y muchos se aprovecharon de su despreocupación en beneficio propio.
Aún siendo muy mayor, seguía trabajando con el mismo ritmo de siempre y llevando la misma vida que cuando joven. Su implacable individualidad, el enorme impacto de sus cuadros y las connotaciones escabrosas de muchos de ellos han extendido su fama más allá de los círculos estrictamente artísticos, hasta el punto de que actualmente el valor de su obra ha crecido como la espuma.
Francis Bacon es una de las voces más potentes y singulares del arte de la 2ª mitad del siglo XX. Su particular estilo permitió su consagración en una escena artística como la de los años 40 y 50 dominada por la abstracción, aunque su obra es difícilmente clasificable.
Alguien que lo conoció muy de cerca dijo de él: “Bacon necesitaba, por su energía infinita, el placer sin límites del sexo, el alcohol y la amistad; tenía una total lealtad a los suyos. Había en él una ausencia de miedo al cambio, a lo desconocido …”.
En alguna ocasión confesó que le obsesionaba que cada una de sus pinceladas tuviera la misma intensidad de la primera.
Una vida larga y plena, a medio camino entre la brutalidad y la ternura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario