miércoles, 11 de febrero de 2009

Osel: la conquista de la propia identidad


Lo sucedido a Osel Hita forma parte de una de las muchas extravagancias y crueldades a que puede llevar el fanatismo religioso. Siempre he creído, aunque sé que hay que ser respetuoso con otras confesiones, que lo referido a la reencarnación es una creencia bastante inverosímil, por no decir ridícula, que tienen los budistas. Supongo que cada fe reúne en sí misma sus propias peculiaridades, pero eso de que uno haya existido anteriormente no se cuántas veces y quizá incluso en el cuerpo de algún animal, y que posiblemente existirá en el futuro otras tantas veces más hasta alcanzar la perfección espiritual, me parece demasiado.
A Osel le tocó la desgracia de que unos lamas se fijaran en él y le seleccionaran, de entre un grupo de once niños, como la reencarnación de un sacerdote budista que había muerto poco antes de nacer él. Era el más pequeño de cinco hermanos y tenía poco más de un año cuando fue apartado de su familia, perteneciente a una comunidad budista.
A partir de los 4 años, Osel fue obligado a estudiar 16 horas al día 6 días a la semana. Sus jornadas empezaban a las 5,30 de la mañana. Desde muy pequeño comenzó a dar muestras de una gran inteligencia y sensibilidad, además de mucha personalidad y carácter. Cuando tenía 6 años se las ingenió para lograr enviar mensajes a su madre pidiéndole que lo sacara del monasterio, del que sólo podía salir en ocasiones, cuando hacía algún viaje acompañado por algunos monjes. Hubo un acuerdo y su padre y uno de sus hermanos, también monje, se fueron a vivir con él para paliar su soledad.
Pero la férrea disciplina le seguía atormentando. En cierto momento pidió tener su propio cocinero, harto de los mejunjes que se comían en el monasterio. Sólo en alguna visita que podía hacer a su familia había podido probar platos que hasta entonces le eran desconocidos. También quiso que le dejaran jugar a la Game Boy. Él no dejaba de ser un niño occidental, con los gustos y necesidades de los niños de su tiempo, por mucho que lo oriental le quisiera ser impuesto.
Osel era reverenciado por los monjes, que le trataban como un semidios. Este trato que se le dispensaba me ha recordado siempre mucho al caso real del niño protagonista de “El último emperador”, que también fue separado de su madre y obligado a vivir prisionero en la Ciudad Prohibida, custodiado y protegido por el hecho de ser el último emperador chino de una larga dinastía, sólo que éste vivía rodeado de toda clase de lujos. Es una crueldad apartar a un niño del resto de sus congéneres sólo para satisfacer unos intereses creados, unas tradiciones o unas creencias.
A Osel, cuando alguno de sus maestros le regañaba dándole azotes, aguantaba con firmeza el castigo y hasta se permitía responder con sarcasmo. Su espíritu sólo se quebrantó cuando llegó a la adolescencia y fue consciente de todo lo que le había sido arrebatado, de todo lo que se estaba perdiendo, de lo singular y duro de su existencia. La infancia robada, señalaban algunos titulares de la prensa cuando se referían a su caso.
Al cumplir la mayoría de edad decidió abandonar el monasterio, y desde entonces ha viajado por todo el mundo, intentando mantener su anonimato. Actualmente está estudiando dirección de cine en Canadá.
“Perder mi intimidad en este momento sería un desastre para mi vida”, ha dicho.
“Estoy creando mi propio mundo”. “El reto de mi vida es satisfacer mis necesidades espirituales sin renunciar a mi época”, son algunas de sus declaraciones cuando le han preguntado los medios de comunicación.
El caso de Osel me llamó siempre poderosamente la atención. Me preguntaba cómo era posible que su familia permitiera eso, y pensaba que seguramente sería a cambio de alguna contraprestación económica, a no ser que el fanatismo de sus padres fuera lo bastante grande como para acceder sin más a las pretensiones de los lamas. Con el tiempo la madre fue la primera que estuvo en desacuerdo al ver la clase de vida que su hijo tenía que llevar, y en una ocasión que se lo quiso llevar con ella no le fue permitido y se le prohibió ver a su hijo durante dos años. Al niño se le hacía un lavado de cerebro predisponiéndolo contra sus padres y diciéndole que eran personas nocivas y poco adecuadas para su formación.
Osel sobrevivió a todo ésto gracias a que tenía una gran imaginación y un rico mundo interior, que le sirvieron para evadirse en parte del tedio y la soledad.
Actualmente hay dos lamas budistas casi treinteañeros que pretenden ocupar su lugar. Tienen una educación cosmopolita y están al tanto de lo último en informática y nuevas tecnologías. Al no ser occidentales, el budismo está más en sintonía con su mentalidad, su adaptación no tiene mayor dificultad. En realidad cogen de Occidente lo que les parece útil y tienen la rara habilidad de fundirlo con sus tradiciones orientales. Aunque ahora mismo parece más una competición por el poder entre dos jóvenes cachorros, hombres modernos y muy ambiciosos que se disputan no ya sólo un trozo de la tarta, sino la tarta entera, pues se trata de un pequeño imperio que mueve muchos seguidores, influencias y dinero.
Me identifico mucho con Osel, marcando las distancias claro, porque yo también tuve una infancia y una juventud llena de horas de estudio encerrada en casa, con una disciplina no tan férrea como la suya pero sí bastante austera, espartana. Tuve también pocos juegos con otros niños: no me estaba permitido salir a la calle, siempre estuve sobreprotegida, por mí se decidía todo, y los castigos físicos por la más mínima tontería no faltaron. Nunca me planteé que estuviera viviendo una vida distinta a la del resto de los niños de mi edad, porque hasta que no fuí mayor no me cuestionaba nada: no se me ocurría compararme con nadie y pensaba que aquella era mi obligación, que mis padres hacían lo que creían más conveniente para mí y para mi hermana. Pero sí sentí siempre mucha soledad, y creo que cuando se siente algo así ya desde pequeños, es algo que no te abandona nunca después. Mi libertad y mi propia estima es algo que, como le ha pasado a Osel, he tenido que ganarme por mí misma a lo largo de muchos años, solventando todo tipo de obstáculos que se me han puesto en el camino.
A Osel le dijeron que podía volver cuando le pareciera oportuno, pero es difícil que quiera algún día renunciar a su libertad, ansiada durante tanto tiempo. Él está ahora conquistando su propia identidad.

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