Ahora que estoy leyendo un libro en el que un profesor retirado le enseña a su joven asistenta y al hijo de ésta, casi como por casualidad, los misterios y curiosidades de las Matemáticas, se despierta en mi interior un pesar antiguo porque fue una asignatura que se me atravesó cuando era estudiante y es como una espinita que tengo clavada, una pequeña mancha en mi expediente académico.
En el libro, el profesor le muestra a madre e hijo los números y operaciones matemáticas como si se tratara de un juego, y los lleva por caminos aparentemente intrincados hasta soluciones sorprendentes de las que él parece casi tenía ya certeza previa. Es un genio que vive perdido en su mundo de cálculos mentales y que construye fórmulas que envía a concursos para ganar algún dinero. Mientras estuvo en activo recibió varios premios.
Yo sigo las explicaciones con las que la autora quiere ilustrarnos, intentando ponerme en el lugar de los improvisados alumnos, pero me pasa como cuando era estudiante (y a mi hija le sucede a veces lo mismo), que parece que lo entiendo en el momento que me lo están enseñando, pero luego más tarde cuando quiero volver a seguir el mismo proceso por el que se llegó a una determinada conclusión, ya no recuerdo cómo era.
Supongo que mi entendimiento matemático es limitado, capto sólo una longitud de onda de frecuencia corta y no todas las demás, con lo que los conceptos prendidos con alfileres en mi cerebro, caen por su propio peso, se esfuman, desaparecen para mi desesperación. Es como si tuviera una visión general sin ser capaz de desentrañar el meollo de la cuestión, sin poder comprender la esencia del proceso, su verdadero sentido, inextricable para mi entendimiento. En el momento que lo captara, creo que sí podría hacerlo mío, pasaría a formar parte de mi cacumen, mi materia gris lo agradecería mucho.
Los conceptos matemáticos son fácilmente olvidables para mí. Ahora que a veces mis hijos me piden ayuda con algún ejercicio, me doy cuenta de que apenas recuerdo nada de lo que aprendí. No sé si es por lo mal que los asimilé, lo poco que me gustaban y la manía que les cogí, porque durante la mayor parte de mi paso por el instituto fue mi asignatura pendiente, una molestia que tenía que arrastrar, como una pesada carga que me había sido impuesta y que sabía que no me iba a aportar nada en el futuro, pues la carrera que pensaba hacer no tenía que ver con ello. Menos mal que mi hijo parece que las está empezando a comprender este año, sin ayuda de nadie. Me maravilla y me alegra un montón que sea así. A mi hija tampoco se le dan mal.
A mí me aprobaron por sentido común y por piedad supongo: si se había demostrado que no tenía problemas para sacar el resto de las asignaturas, antes al contrario, yo era muy estudiosa, cuando vieron que no era cuestión de vagancia o dejadez, me pusieron el ansiado 5 liberador. Pero fue un alivio pasajero: mi orgullo estaba herido porque no había sido capaz de entender una asignatura que para la inmensa mayoría era pan comido. “Las matemáticas son para los vagos, no requiere estudio ni mucho esfuerzo, sólo comprender, razonar y aplicar fórmulas”, solían decir. “Los enunciados cambian pero los problemas son los mismos, entiendes uno y los has entendido todos”.
Caramba. Complejo de subnormal tenía yo. De modo que yo era capaz sólo de memorizar textos, como un loro de repetición, nada más. Debía ser cierto lo de que las Matemáticas era una asignatura para los que no quieren estudiar demasiado, porque de los muchos grupos que formaban el último curso del instituto, sólo uno era de Letras, en el que estaba yo.
La chica protagonista del libro se queda maravillada de su rapidez y capacidad para entender las explicaciones del profesor, a pesar de que cuando ella estudiaba no llegó nunca a comprender gran cosa. Incluso se permite experimentar por su cuenta con los números cuando está ya en su casa. Empieza a resultarle algo divertido, como un juego. Comprende por qué el anciano profesor se entusiasma tanto con su materia. Además parece que las Matemáticas no constituyen un mundo cerrado, sino que siempre hay algo nuevo por descubrir, es un universo abierto que aún está por explorar, como pasa con el resto de las disciplinas científicas.
Yo creo que a mí y a mucha gente que le pasa con las Matemáticas lo que a mí, nuestro panorama intelectual hubiera sido más completo si hubiéramos encontrado a alguien que nos acompañara por esos parajes, que pueden resultar auténticos desiertos o maravillosos y floridos jardines, según con quién demos, si tenemos suerte o no de encontrar a la persona adecuada.
Porque aunque se sea profesor, no todo el mundo sabe transmitir sus conocimientos, y en mi caso nadie pudo. Tampoco creo que sea tan difícil. Sí pienso que las Matemáticas pueden ser tan apasionantes como cualquier otra materia, pero me parece que yo no voy a poder ya comprobarlo.
En el libro, el profesor le muestra a madre e hijo los números y operaciones matemáticas como si se tratara de un juego, y los lleva por caminos aparentemente intrincados hasta soluciones sorprendentes de las que él parece casi tenía ya certeza previa. Es un genio que vive perdido en su mundo de cálculos mentales y que construye fórmulas que envía a concursos para ganar algún dinero. Mientras estuvo en activo recibió varios premios.
Yo sigo las explicaciones con las que la autora quiere ilustrarnos, intentando ponerme en el lugar de los improvisados alumnos, pero me pasa como cuando era estudiante (y a mi hija le sucede a veces lo mismo), que parece que lo entiendo en el momento que me lo están enseñando, pero luego más tarde cuando quiero volver a seguir el mismo proceso por el que se llegó a una determinada conclusión, ya no recuerdo cómo era.
Supongo que mi entendimiento matemático es limitado, capto sólo una longitud de onda de frecuencia corta y no todas las demás, con lo que los conceptos prendidos con alfileres en mi cerebro, caen por su propio peso, se esfuman, desaparecen para mi desesperación. Es como si tuviera una visión general sin ser capaz de desentrañar el meollo de la cuestión, sin poder comprender la esencia del proceso, su verdadero sentido, inextricable para mi entendimiento. En el momento que lo captara, creo que sí podría hacerlo mío, pasaría a formar parte de mi cacumen, mi materia gris lo agradecería mucho.
Los conceptos matemáticos son fácilmente olvidables para mí. Ahora que a veces mis hijos me piden ayuda con algún ejercicio, me doy cuenta de que apenas recuerdo nada de lo que aprendí. No sé si es por lo mal que los asimilé, lo poco que me gustaban y la manía que les cogí, porque durante la mayor parte de mi paso por el instituto fue mi asignatura pendiente, una molestia que tenía que arrastrar, como una pesada carga que me había sido impuesta y que sabía que no me iba a aportar nada en el futuro, pues la carrera que pensaba hacer no tenía que ver con ello. Menos mal que mi hijo parece que las está empezando a comprender este año, sin ayuda de nadie. Me maravilla y me alegra un montón que sea así. A mi hija tampoco se le dan mal.
A mí me aprobaron por sentido común y por piedad supongo: si se había demostrado que no tenía problemas para sacar el resto de las asignaturas, antes al contrario, yo era muy estudiosa, cuando vieron que no era cuestión de vagancia o dejadez, me pusieron el ansiado 5 liberador. Pero fue un alivio pasajero: mi orgullo estaba herido porque no había sido capaz de entender una asignatura que para la inmensa mayoría era pan comido. “Las matemáticas son para los vagos, no requiere estudio ni mucho esfuerzo, sólo comprender, razonar y aplicar fórmulas”, solían decir. “Los enunciados cambian pero los problemas son los mismos, entiendes uno y los has entendido todos”.
Caramba. Complejo de subnormal tenía yo. De modo que yo era capaz sólo de memorizar textos, como un loro de repetición, nada más. Debía ser cierto lo de que las Matemáticas era una asignatura para los que no quieren estudiar demasiado, porque de los muchos grupos que formaban el último curso del instituto, sólo uno era de Letras, en el que estaba yo.
La chica protagonista del libro se queda maravillada de su rapidez y capacidad para entender las explicaciones del profesor, a pesar de que cuando ella estudiaba no llegó nunca a comprender gran cosa. Incluso se permite experimentar por su cuenta con los números cuando está ya en su casa. Empieza a resultarle algo divertido, como un juego. Comprende por qué el anciano profesor se entusiasma tanto con su materia. Además parece que las Matemáticas no constituyen un mundo cerrado, sino que siempre hay algo nuevo por descubrir, es un universo abierto que aún está por explorar, como pasa con el resto de las disciplinas científicas.
Yo creo que a mí y a mucha gente que le pasa con las Matemáticas lo que a mí, nuestro panorama intelectual hubiera sido más completo si hubiéramos encontrado a alguien que nos acompañara por esos parajes, que pueden resultar auténticos desiertos o maravillosos y floridos jardines, según con quién demos, si tenemos suerte o no de encontrar a la persona adecuada.
Porque aunque se sea profesor, no todo el mundo sabe transmitir sus conocimientos, y en mi caso nadie pudo. Tampoco creo que sea tan difícil. Sí pienso que las Matemáticas pueden ser tan apasionantes como cualquier otra materia, pero me parece que yo no voy a poder ya comprobarlo.
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