lunes, 16 de febrero de 2009

El príncipe azul


La mayoría de la gente se preocupa, cuando piensa en el futuro de sus hijos, en la clase de trabajo que tendrán y en el nivel económico que alcancen. Parece que asegurarse el bienestar material hace que la vida se considere resuelta.
A mí lo que realmente me preocupa son las compañías que tengan y, finalmente, la pareja que elijan para construir su mundo juntos.
Yo poco puedo ayudarles con consejos, porque mi propia experiencia sentimental es escasa y desastrosa, pero confío en que su intuición no les falle, el amor no les ciegue y les confunda, y que sigan los dictados de su corazón. Espero que tengan esa inteligencia emocional que a mí siempre me faltó.
Cada vez que pienso en lo que una mala pareja puede hacer con tu vida, me siento aterrada. Si la persona a la que quieres y en quien has depositado todas tus ilusiones y tu confianza, tu cuerpo y tu alma, te traiciona o te maltrata, sea de la forma que fuere, entonces da igual tener un trabajo estupendo y una buena posición económica. Si tu pareja no tiene el mismo ritmo vital que tú, si sus intereses son otros, si tuerce el gesto y mira para otro lado cuando esperas recibir de ella lo mismo que le has dado, entonces ya nada tiene sentido.
De jovencita, alguna vez vi a alguna compañera de clase llorando porque algún chico del que estaba enamorada no la correspondía. Siempre pensé que eran tontas, unas infelices, porque se fijaban en la persona equivocada, en alguien que no sabía valorarlas o que por falta de madurez no podía corresponderlas. Quizá eran ellas las que no se valoraban. Sufrían como enanas. Cuánto amor hay que no tiene dueño. El corazón sabe de motivos que la razón no entiende, como se suele decir. Intentar racionalizar el amor, cómo surge y a qué nos conduce, es tarea imposible.
Las hay, como le pasaba a una prima mía, que nunca se quebró la cabeza por un hombre, antes al contrario, eran ellos los que bebían los vientos por ella, y más de una vez dijo que tal o cual fulano era un plasta y un tonto por hacerla regalos, qué se había creído, si a ella no le gustaba ni valía lo suficiente para estar a su altura. Mi prima, como muchas mujeres, le miraba la cartera a los hombres, y tenía algo especial en su trato que los mantenía embelesados, pendientes de su más mínimo capricho. Ella se sabía seductora, nunca daba nada sin haber recibido mucho antes. Hasta que consiguió la estabilidad sentimental salió con muchos, y como leí por ahí una vez, aunque resulte un poco vulgar decirlo así, sólo dejándote sobar es como aprecias luego la diferencia entre una caricia y el simple magreo, entre lo que es sublime y lo que es cutre, entre el amor y el puro vicio.
Aunque ahora con el divorcio el tiempo de las inminencias se ha prolongado infinitamente, pues antes parecía que se restringía solamente a la etapa juvenil de la vida de las personas, esas inminencias son distintas de cuando se está en esa etapa primera, ya que no se tienen cargas ni malas experiencias acumuladas a las espaldas. Son inminencias que ya no resultan apresuradas, porque las necesidades son otras, que se disfrutan con más intensidad, porque los años hacen que puedas saborear las cosas con cierta sabiduría, te vuelves sibarita, no sólo en el amor, sino en todo.
Cuando mis hijos encuentren pareja, quisiera que pudieran usar la cabeza y el corazón a partes iguales, y que una vez lograda la felicidad, ésta se prolongara hasta el final de sus vidas. Que no les hagan daño y que no se lo hagan ellos a los demás: el dolor producido por el desamor puede ser terriblemente devastador.
Poco antes del Día de los Enamorados, mi hija recibió una tarjeta de cartulina marrón escrita con letras doradas en la que un chico de clase le decía algo así como: “Igual que Colón conquistó América, tú me conquistas cada vez que me miras con tus verdes ojos”. Creo que le ayudó a hacerla un compañero sudamericano, de ahí quizá el símil de la conquista de América. Claro que hace tres años un niño de un curso inferior le dio una carta en el recreo, por estas fechas, confesándole su amor y ella no dudó tras leerla en tirarla al contenedor de basura. A ella le hizo gracia esta última confesión amorosa recibida, pero hubiera preferido que la iniciativa partiera de otro chico que sí le gusta mucho, uno que le gusta a todas. Posiblemente el primero merezca sus atenciones más que el segundo, aunque sea por el detalle que ha tenido, pero suele pasar que nos vamos a fijar en quien menos nos conviene. Ojalá que encuentre a ese valiente caballero de brillante armadura que la llegue a querer mucho y la haga muy feliz. Y mi hijo a su dama.
Se puede hacer mucho daño cuando rechazas a alguien. Así le pasó a la sobrina de una vecina, que cuando su novio le dijo que no la quería perdió la razón y tuvo que ser ingresada en una institución mental, pues se volvió agresiva y hacía daño a los demás y a sí misma. Sin llegar a ese extremo, yo ya les he dicho a mis hijos que si alguna vez tienen que decir que no a alguien, lo hagan con delicadeza, procurando herir lo menos posible al otro, y procurando mantener la amistad si es posible. No hay que dejarse llevar por la lástima, ninguna relación basada en eso puede funcionar: no somos ONGs, flaco favor nos hacemos a nosotros mismos y a la otra persona si accedemos a iniciar una experiencia así sólo porque nos de pena no poder corresponder a sus sentimientos, la piedad peligrosa que se suele decir.
El amor es un sentimiento que no puede imponerse: no podemos querer a alguien a la fuerza, es algo que debe surgir por sí mismo, ni tampoco podemos obligar a alguien a que nos quiera, sería una pesada carga para el otro, algo muy lamentable.
Al contrario de lo que le pasa a la mayoría de la gente en mi situación, aunque yo no tenga amor no me molesta ver parejas que se quieren y se abrazan. A mí me resulta reconfortante ver que el amor surge y se manifiesta a mi alrededor, es muy agradable, parece como si una corriente de calidez, ternura y humanidad pasara rozándote cerca de ti. Es como si aún hubiera esperanza en el mundo, como si todavía no estuviera todo perdido, se tiene la certeza de que siguen existiendo sentimientos únicos como el amor que nunca desaparecerán por mucho que cambien los usos y las épocas. Será porque siempre he sido una romántica empedernida.
Mi hijo se parece a mí mucho en ésto: él es de pocos amores pero muy sentidos. A mi hija ya le he dicho, aunque ella ya lo supondrá, que no existen los príncipes azules, o sí existen pero no necesariamente tienen que ser azules, aunque a ella le gusta, como a mí, adornar al objeto de su amor con todo tipo de cualidades que seguramente son sólo producto de su imaginación.
Desde que estoy divorciada me doy cuenta de la cantidad de gente que está sola y necesita amor, incluso sola no necesariamente porque no tengan pareja, si no porque aunque la tienen no les satisface. La soledad en compañía, la peor soledad que hay.
También es verdad que al llegar a mi situación la posibilidad del amor parece más una invasión de la vida y la propia intimidad que otra cosa.
Y es que aunque la princesa bese a la rana, por lo general no suele convertirse en un príncipe azul, sino que sigue siendo una rana.

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