Echaban por televisión el otro día el último programa de la temporada de Ilustres ignorantes, y uno de los dos invitados que llevan era en esta ocasión Mario Vaquerizo. Ya advirtió el presentador que no sabía lo que podría suceder, dando a entender que con semejante invitado sería fácil que cualquier cosa pasara.
Mario nos tiene acostumbrados a sus ocurrencias y su estrambótica forma de ser, pero como es tan inteligente, afectuoso y buena persona, que lo único que hace es reirse de sí mismo, sin complejos, soltando esas ocurrencias suyas así como quien no quiere la cosa, a cualquier lugar donde vaya todos saben que la diversión está garantizada, que con él es difícil aburrirse, que ni él mismo sabe lo que va a suceder, rey como es de la improvisación.
Y así fue. Hacía tiempo que no me reía tanto. Mario interpretó el papel de ignorante, como el título del programa, y despistado, pero luego regaló algunas de sus perlas, que son como las inconveniencias que diría un niño que aún no sabe fingir y que dice las cosas tal como las piensa, sin tapujos, aunque resulten inapropiadas.
Acaparó la atención de todos con sus amaneramientos y su sentido del humor, y terminó sentado, algo que nunca antes había sucedido, en la silla del presentador, que le cedió momentáneamente su asiento para ver cómo se desenvolvía. Al ser el último programa de la temporada parecia natural que fuera distinto, no ceñirse a las reglas habituales ni al guión preestablecido.
El otro invitado, que ni recuerdo cómo se llamaba, eclipsado casi por completo por Mario, le dedicó a éste algunas invectivas, molesto porque le robaban protagonismo. Pero el aludido no le hizo ni caso, estará más que acostumbrado a los envidiosos, él enseguida cala a la gente aunque no la conozca previamente, y no se deja arredrar. Él sólo se deja llevar, y si los demás no entran en el juego es porque se toman demasiado en serio y no saben divertirse.
Mario Vaquerizo juega a la ambigüedad, pues tan pronto da a entender que le gustan los hombres como hace referencia a Alaska, su esposa, o a cualquier otra mujer que le guste y de la que dice que “le pone”. Seguramente es un bisexual con tendencia a la homosexualidad masculina. Pero eso no importa en realidad, forma parte del espectáculo televisivo, y si él lo quiere utilizar para crear morbo y reirse pues tampoco está mal. Además, si algo me gusta de él es su sinceridad, que es, como dije antes, la que tendría un niño.
Como no hay mucho donde elegir, la programación es tan mala en general, sólo a unos pocos merece la pena verlos. Incluso teniendo Digital + hay veces que me paso el tiempo haciendo zapping sin encontrar nada interesante. Mucho refrito, sobre todo ahora en verano, poca imaginación y creatividad, mucha truculencia, innumerables e interminables series (las españolas con gran despliegue de medios pero malos actores), esos son los ingredientes de la parrilla televisiva que nos asola.
Seré una carca, pero añoro los dos únicos canales que teníamos hace años. En ellos ni siquiera hubiera tenido cabida Mario Vaquerizo ni programas como Ilustres ignorantes, sería impensable, pero en fin, eran otros tiempos, otro estilo de hacer las cosas, otro nivel, algo que las generaciones actuales no han conocido y que ya se perdió irremediablemente, en la noche de los tiempos, para siempre.
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