lunes, 8 de septiembre de 2008

Sexualmente correcto


Parece increíble que una faceta tan básica y tan corriente en la vida de las personas como es el sexo siga siendo aún hoy en día un tema casi tabú, algo de lo que hay que hablar como a media voz.
El sexo se sigue entendiendo mal: no es un asunto relegado al ámbito de la pornografía y la prostitución, ni una cuestión que esté reñida con la moral, las buenas costumbres y la religión.
Seguimos creyendo que nos expulsaron del Paraíso por culpa del deseo carnal, e incluso hubo un Papa, creo que fue el anterior al que ahora tenemos (lo adoro a pesar de todo), que dijo que era pecado mirar con deseo a tu pareja.
La represión tan grande que ha existido siempre en este tema conduce a lo que en el momento actual estamos padeciendo: una exacerbación del sexo traducida a lamentables programas de televisión, películas y libros. Hasta se puede ganar un concurso de blogs hablando sólo de eso.
Los pocos programas televisivos que lo han tratado han durado poco y han resultado pintorescos. Quizá en este país sigamos sin estar preparados para hablar de sexo con naturalidad. En ninguna parte del mundo creo yo, porque o la tradición cultural lo impide (sobre todo en detrimento de la mujer), o se disfraza de puritanismo (los norteamericanos son maestros en eso). Sigo pensando que los países del norte de Europa son en cuanto al sexo, y en casi todo lo demás, mucho más avanzados que nosotros.
Uno de los temas de discusión entre mi ex marido y yo era precisamente éste: él censuraba que yo contestara sin tapujos a las preguntas de nuestros hijos sobre sexo. Los sobrinos de él tenían una asignatura cuando estudiaban dedicada exclusivamente a este tema. ¿Por qué esperar a que un extraño te hable de ello cuando en tu casa puedes comprenderlo, seguramente mucho mejor?. Además, se trataba de explicaciones muy someras, adaptadas a su edad, ya que muchas cosas no podrán comprenderlas hasta que nos las experimenten por sí mismos.
Cuando mi ex marido reprobaba el tema delante de los niños, hacía que el sexo pareciera algo feo. No sabe él que algunos de los pocos recuerdos gratos que guardo de cuando estuvimos casados se refieren precisamente a esa época, que duró poco, en la que hacíamos el amor en cualquier parte, más de una vez al día, esa época en la que había tanta confianza entre nosotros, algo que creo es fundamental en una pareja. Era un juego divertido y placentero, algo sano y bonito.
Es cierto que hablar o escribir sobre sexo suele resultar estéticamente incorrecto, aunque sea sexualmente correcto aquello que estemos tratando y no entremos en muchas profundidades. Esa pátina de suciedad aparente está por lo general en la mente del que escucha y en los ojos del que mira, cuando no se vive la sexualidad de forma sana y cuando se ha recibido una educación precaria.
La terminología que acompaña a lo sexual es siempre bastante explícita, e intentar adornarla con tintes poéticos nos aleja de la realidad: se trata al fin y al cabo de una necesidad fisiológica más de las muchas que tenemos, y a la que quizá se le ha dado una importancia desmesurada.
A mi hermana le hacía mucha gracia una profesora que tuvo en el colegio, y que afortunadamente duró poco tiempo, que le gustaba hablar de vez en cuando de sexo en una época en que aún no era corriente hablarlo en las aulas. Decía que el sexo había que tomarlo con naturalidad y que teníamos que aceptar y conocer nuestro cuerpo, y mientras lo decía se daba unos masajes en los pechos a modo de ejemplo, para rechifla general.
El sexo parece que invita al exhibicionismo. No es necesario dar una clase práctica ante un auditorio seguramente muy receptivo, como hiciera en su día la Monty Pyton en una de sus hilarantes películas, pero sí hablar desinhibidamente de ello, porque la sexualidad mal entendida es fuente inagotable de frustración. No hace falta recurrir ni siquiera a un psicólogo para este asunto, a no ser que sea un caso extremo: cualquiera puede dar su opinión abiertamente, porque todos somos distintos y experimentamos las cosas de forma diferente, y siempre tenemos algo que aprender, sobre todo en lo que a sexo se refiere. No hay misterios ni morbo: se trata al final de una de las dos cosas, junto con nuestras necesidades escatológicas, que son cotidianas pero que hacemos en privado.
Tampoco vamos a achacar el origen de nuestros problemas al exceso o carencia de sexo ya desde nuestra infancia, como hacía Freud, si no más bien a cuestiones de índole afectiva.
Es cierto que algunos trastornos de la mente, como la personalidad bipolar o la neurosis, producen un apetito sexual desmedido en quienes la padecen, pero salvando estos casos que son ya patologías y que además tienen curación, cada cual debe hacer uso del sexo en la medida de sus necesidades, que normalmente escapan a nuestra voluntad, ya que nacemos con unas predisposiciones que no elegimos nosotros.
Es bueno, sin embargo, ejercitar la mente para conseguir un adecuado control sobre la propia sexualidad, como sobre todo lo que atañe a nuestro cuerpo, porque en la vida no siempre tenemos de todo cuando lo necesitamos.
El sexo, tema inagotable de debate donde los haya, el mayor placer de todos los que conocemos, combinación perfecta y sublime del amor, ejercicio gimnástico recomendable para todos los que quieran perder peso, acicate de la imaginación, reductor de estrés, alivio de enfermedades físicas y psíquicas…. En fin, no hay nada que se le pueda reprochar. Seguro que Adán y Eva hicieron otra cosa para que les expulsaran del Paraíso, eso no pudo ser. Reinterpretemos las Sagradas Escrituras, por favor. Y si no que nos hubieran hecho de otra manera.

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